21/02/2025 01:04

Llegué al Congreso de los Diputados y me detuve unos instantes ante su puerta, admirando la solemnidad de su fachada. Pero nada más entrar percibí que lo que parecía claro por fuera, era oscuro y confuso por dentro. Nada se veía transparente ni despejado, al contrario, aquello era un modelo de laberintos y un centro de minotauros. Y el ambiente que se respiraba era denso y tenso, como cargado de trampas encubiertas. Elocuentísimos embusteros, después de un discurso bien parloteado, se afanaban por convencer al embobado vulgo para que abriera la boca, y así meterle en ella cosas confitadas, que los absortos se tragaban.

Aquel turbio espectáculo me reafirmó en la idea de que el mundo, en general, y nuestra patria y nuestra época, en particular, es un manantial de mentiras. Y que ni siquiera del agua clara hay que fiarse ya, pues vivimos en una sociedad que todo se lo traga y todo lo confunde. Una sociedad, un pueblo suicida en su indiferencia y en su egoísmo, que gusta ver el engaño ajeno, algo que le parece motivo de risa y entretenimiento en las redes sociales, por ejemplo, faltándole conocimiento para percatarse del engaño propio, de las cadenas con que le han subyugado los amos y sus mandarines. Una muchedumbre ciega de condición, porque ve lo que no mira y mira lo que no ve, bizca de intención como sus dirigentes, y como ellos, de voluntad torcida.

Quien busque hoy un hombre entre la multitud pierde el tiempo; no podrá hallar ninguno. Y no debe sorprenderse, porque no es este un siglo de hombres; me refiero a aquellas personalidades famosas de otros tiempos. Ya no hay tales héroes en el mundo ni aun memoria de ellos, pues tratan de borrarla los maliciosos mediocres que dirigen la sociedad. Lo peor es que, aunque ocasiones no han faltado ni faltan, tampoco parece que se vayan gestando las celebridades, y para luego es tarde. Y no se hacen porque se deshacen, gracias a los perversos adoctrinamientos al uso. Unos, los más, lo quieren ser todo y al cabo son menos que nada. Hay mucha envidia y mucha codicia. Pero, en realidad, mientras el hedonismo y el vicio prevalezcan, la virtud se arrumbará en el vagón de los sobejos, y sin ella no puede haber nobleza ni heroicidad. Lo cierto es que ésta no es época de personas eminentes, ni en las armas, ni en las letras, ni en la religión.

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Hoy la vida humana no se desarrolla en la tierra, sino en las insanas mentes de una oligarquía plutocrática. Los nuevos demiurgos han decidido fabricar castillos en el aire, fortalezas de viento en las que se han encastillado, sin querer salir de sus extravíos y perversiones. Todas sus torres vendrán a serlo de sufrimiento y confusión, y al cabo se vendrán abajo, porque van contra el orden natural de las cosas, aunque, eso sí, dejando un rastro ingente de dolor. Estos potentados financieros internacionales, junto con sus sicarios, se han subido a las nubes, porque los hay que sin levantarse del lodo pretenden tocar con la cabeza las estrellas. Y, ahítos de soberbia, se pasean por sus espacios imaginarios dictando normas y pergeñando agendas, llevando en sí la presunción de transformar el mundo a favor de sus abominables deseos.

A su sombra medran gentes abyectas, bultos de carne con forma humana que andan empinándose, alzándose sobre los hombros de sus competidores, tropezando unos y cayendo otros, según sus mudanzas y contingencias, que ya les hacen una cara ya otra. Y aun ellos entre sí no dejan de ponerse zancadillas, cada uno a su beneficio, viviendo la mayoría sin daño ni escarmiento alguno, que todos se los traspasan a las gentes honradas. De este modo, los vagos y maleantes que ayer no valían ni para levantarse del cieno, hoy les parece pequeña una gran mansión, y parvas sus cuentas millonarias en los obscenos paraísos fiscales.

El que ayer no tenía para bollos y había de acudir a rebufo del partido para darle a las mariscadas y visitar a las meretrices con fondos del erario público, hoy asquea el caviar y el faisán y blasona de linajes económicos porque tiene dinero «para asar una vaca». Porque en esta mezcolanza de payasos y bellacos en que, al amparo de los plutócratas, se ha convertido nuestra sociopolítica, todos pretenden llegar a los cuernos de la luna, para acercarse a sus amos, siendo así que, de momento, la fortuna les sonríe, y esos cuernos aun no son peligrosos como los del toro, que así debiera ser, pues estando los mohatreros fuera del lugar que les corresponde, sería lógico que, bien aherrojados, cayeran al barro con ejemplar infamia.

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De lo anterior se desprende que los pocos hombres recuperables que han quedado se han retirado a las cuevas del asceta, por no ver lo que hoy pasa en el mundo, y que las bestias y los perturbados se han venido a las ciudades y se han hecho cortesanos. De modo que, por plazas y avenidas, por los pasillos áulicos e institucionales, en los parlamentos y en las academias, no se ven ya seres humanos, sino tigres, hienas, zorras y víboras. Pues brutos y fieras, de la mano de sus correspondientes berceras, son quienes contrabandean y estafan por urbes, entidades financieras, multinacionales y lenocinios, en tanto que los hombres de bien viven retirados dentro de los límites de su prudencia.

El problema es que no está el mundo para tomarlo de asiento, esto es, para dedicarse al enclaustramiento ni a la vida monástica, sino para la batalla. El mundo está para advertir a los no avisados y a los indiferentes de que no es oro todo lo que reluce, y de que, tras la felicidad prometida por los administradores del Nuevo Orden, se hallan simas profundas y espantosas, esclavitud y muerte. El mundo está hoy para desenmascarar la basura dorada que envuelve las satánicas agendas creadas por los enemigos de la humanidad; para recordar que no se puede ir contra la naturaleza, violar las leyes naturales, que esa y no otra es la gran monstruosidad que cada día sucede, padeciéndola todo espíritu libre.

Que no se dan en el mundo regalías y honores a quienes aman a la patria, trabajan y no tienen, sino a los vagos, a los traidores y a los ventajeros epulones, hartos de riquezas y de impunidades por mor de sus abusos, conchabes y rapiñas.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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