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Educar en valores y educar en virtudes
En la actualidad es más frecuente oír hablar de valores que de virtudes y, en algunos ambientes, parece sugerirse que hablar de valores está en mejor sintonía con nuestro tiempo; mientras que lo otro, hablar de virtudes, es más cosa del pasado. En educación, ambos términos son significativos e igualmente válidos, pero no es lo mismo educar en valores que hacerlo en virtudes. Para ir aclarándonos: uno puede tener muy claro en su cabeza que llegar puntual a clase es un valor importante, pero vivir la virtud de la puntualidad exige dejar el partido de fútbol del recreo con tiempo suficiente para llegar a clase a su hora; y eso, un día, otro día… y todos los días.
Los valores son principios que nuestra inteligencia acepta como importantes, beneficiosos y deseables, y que nos sirven de guía para comportarnos bien y vivir de manera positiva; por ejemplo, la honestidad, la solidaridad, el respeto a los demás, la tolerancia, la amabilidad, etc. Los valores pueden abarcar aspectos morales, culturales, estéticos, sociales y materiales, etc. Son conceptos intelectuales que nos sugieren que una determinada conducta personal o social es mejor que otra distinta.
Hay que “educar en valores”, por supuesto. En realidad, no existe otro modo de educar que no sea en valores. Sólo en referencia a ellos podemos discernir lo que es bueno y lo que es malo; pero esta educación, en valores, se queda en eso, en conocer esos principios intelectuales que sirven para guiar la conducta de las personas: le basta con conocer esos criterios y luego que cada quién los siga como le plazca. Existen diferentes categorías de valores: cristianos, comunistas, musulmanes, los de una cultura oriental, etc. Y es muy importante decidir cuáles son los que guían nuestra tarea educativa y nuestra vida. En nuestro caso, el compromiso es tomar como referentes los valores cristianos y católicos.
En cambio “educar en virtudes” supone conocer esos principios que permiten discernir lo que es bueno de lo que está mal, y además le pide al educando que actúe conforme a esos principios para elevarse a tener una vida virtuosa; es decir, las virtudes hay que vivirlas, lo cual supone siempre un vencimiento personal sobre nuestra tendencia natural a la comodidad. Ahora bien, ese esfuerzo que hacemos para obrar el bien, al repetirlo, se convierte en hábito que nos facilita su realización, de manera que cada vez nos cuesta menos. Y eso es la virtud.
Así pues, las virtudes van más allá que los valores. Las virtudes son fortalezas del carácter que nos ayudan a ser buenas personas; son como “superpoderes” que nos ayudan a hacer el bien de manera consistente y voluntaria. Por ejemplo, uno puede tener claro en su pensamiento que la honestidad -entre otras cosas, la capacidad de tratar a las personas como iguales y entendiendo que todos deben tener las mismas oportunidades- es muy importante para la convivencia; pero ser honesto le exige ser justo en los juegos con otros, para que todos los participantes sigan las reglas, sin engañar a los demás ni hacer trampas; y también le ayuda a comportarse así.
«La virtud no es algo improvisado -explicó el Papa Francisco en la Audiencia General del 13 de marzo de 2024-; por el contrario, es un bien que surge de una lenta maduración de la persona, hasta convertirse en su característica interior».
Desde la Antigüedad se habla de cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, de las cuales derivan todas las virtudes humanas. Además, contamos con las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que Dios nos da gratuitamente y son ayudas más poderosas que las cardinales.
Razones para desarrollar virtudes. Precio y recompensa.
· En el ámbito de la educación, uno de los objetivos que buscamos es el desarrollo humano integral, lo cual se concreta en desarrollar virtudes humanas. En algunas universidades, como Oxford o Birmingham, ya hay investigaciones muy desarrolladas sobre esto.
· Las virtudes las necesitamos para hacer el bien y luchar contra el mal, y nos ayudan a ser buenas personas; son una ayuda imprescindible para esos fines: como el viento en las velas de una embarcación, que la empuja hacia su destino, aliviando el esfuerzo de los remos.
· Desarrollar las virtudes supone una voluntad entrenada para el esfuerzo y el sacrificio. Querer lograr una vida virtuosa exige poner el dolor y el sufrimiento en un lugar importante de nuestra vida; sí o sí, tengo que renunciar a lo que me apetece y hacer lo que toca en cada momento. Pero esto no significa que mi vida sea voluntarista y triste; al contrario, el amor es lo que hace que podamos sobrellevar el dolor, la fatiga y el sacrificio con alegría y ser muy felices aún con penalidades, cuando es para alcanzar el bien. Lo expresa muy bellamente una jota navarra, que dice:
“Atravesé las Bardenas, aunque nevaba y llovía, pero como te iba a ver, me pareció primavera.”
En la literatura de Tolkien, quien creó una mitología con la inequívoca intención de animar a sus lectores a iniciarse en el camino del bien y en la lucha contra el mal, sus protagonistas destacan por vivir las virtudes que llamamos humanas -la fortaleza, el desprendimiento, el espíritu de servicio, la solidaridad, etc.- en su empeño por hacer un mundo mejor. La siguiente escena de “EL SEÑOR DE LOS ANILLOS” es una buena ilustración:
En un momento de abatimiento por la extrema debilidad tras días sin probar bocado y por la seria amenaza a la Misión, al observar los ejércitos de Mordor,
“de pronto, lejana y remota, como surgida de los recuerdos de la Comarca, iluminada por el primer sol de la mañana, mientras el día despertaba, y las puertas se abrían, oyó la voz de Sam: -¡Despierte, señor Frodo! ¡Despierte! -Si la voz hubiese agregado: «Tiene el desayuno servido» poco le habría extrañado.” Era evidente que Sam estaba ansioso.
-¡Despierte, señor Frodo! Ellos se han marchado, y lo mejor será que también nosotros nos alejemos de aquí.
-¡Ánimo, señor Frodo!
“Frodo levantó la cabeza, y luego se incorporó. La desesperación no lo había abandonado, pero ya no estaba tan débil. Hasta sonrió, con cierta ironía, sintiendo ahora tan claramente como un momento antes había sentido lo contrario, que lo que tenía que hacer, lo tenía que hacer, si podía, y poco importaba que Faramir o Aragorn o Elrond o Galadriel o Gandalf o cualquier otro no lo supiera nunca. Tomó el bastón con una mano y el frasco de cristal con la otra. Cuando vio que la luz clara le brotaba entre los dedos, lo volvió a guardar junto al pecho y lo estrechó contra su corazón. Luego, volviendo la espalda a la ciudad de Morgul, se dispuso a ir camino arriba.”
Y Frodo se animó con el vívido recuerdo de la Dama Galadriel obsequiándole en Lothlórien la pequeña redoma que le estaba iluminando.
“Y tú, portador del Anillo -dijo la Dama, volviéndose a Frodo-. Para ti he preparado esto. Alzó una pequeña redoma, que centelleaba, cuando ella la movía, y unos rayos de luz le brotaron de la mano. En esta redoma -dijo Ella- he recogido la luz de la estrella de Eärendil, tal como apareció en las aguas de mi fuente. Brillará todavía más en medio de la noche. Que sea para ti una luz en los sitios oscuros, cuando todas las otras luces se hayan extinguido. ¡Recuerda a Galadriel!
Este episodio muestra muy claramente cómo a Frodo, el recuerdo de Galadriel le infunde ánimo y coraje y, por el amor que le profesa, se decide a seguir de nuevo camino arriba; y al mismo tiempo, la luz que surge de la redoma que Ella le dio le impulsa para llevar a cabo la Misión, consistente en destruir el Anillo en Mordor, para librar al mundo de la esclavitud de Sauron.
Conclusiones:
Las virtudes humanas son hábitos que el ser humano adquiere con esfuerzo continuado, que le hacen mejor persona, que lo impulsan a obrar bien de modo permanente y estable, y que le ayudan a alcanzar una vida lograda que llamamos “vida virtuosa”. Dicho esfuerzo no es una pesada carga -cumplir sin más un conjunto de normas y sacrificios-, sino que, por el contrario, consiste en el empeño por ser íntegro, lo eleva a ser mejor persona y lo hace más feliz.
El camino que es necesario seguir para desarrollar virtudes es arduo, pues no basta con empezar un día a estudiar a la hora prevista para adquirir la virtud de la diligencia, sino que es preciso que, libre y voluntariamente, vivamos actos de diligencia todos los días -y si fallamos, recomenzamos-; esta perseverancia irá forjando en nuestra voluntad la firme disposición para ser diligentes de ordinario. Al mismo tiempo, comprobamos que cada vez nos resulta más fácil hacer las tareas a su hora, con sencillez y agrado. Y esto se puede aplicar a todas las virtudes humanas.
Pero en el desarrollo de virtudes por parte del muchacho o la muchacha, además de la repetición de actos, también tiene gran importancia la dimensión afectiva: no son pocos los chicos que se ven superados por dificultades con la virtud de la pureza, que no consiguen atajar, aunque lo intentan; pero de pronto, se enamoran y son correspondidos, y de repente desaparecen esas dificultades. El amor genera una fuerza, una energía interna, que ayuda a superar todas las dificultades.
En lo sucesivo, dedicaremos otros artículos a las VIRTUDES HUMANAS, recordando en qué consisten y mostrando cómo ayudar a los hijos y alumnos a desarrollarlas y adquirirlas.
Julio Iñiguez Estremiana
Colaborador de Enraizados
Autor
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