03/07/2024 07:01

Una de las banderas feministas más icónicas, patrimonio del “progresismo”, especialmente de la “izquierda” -en España toda, con el PSOE a la cabeza, es ultra y extrema-, cuyo pretendido “progreso” en realidad nos retrotrae a las cavernas, es que la “violencia contra las mujeres”, ahora denominada “machismo”, se debe al concepto patriarcal de nuestra historia y sociedad, incluida la actual. O, dicho de otra forma, son expresiones de una concepción arcaica (patriarcal) subordinante de la mujer, que es concebida como una propiedad, un objeto a disposición, carente de independencia, por lo que el “patriarca”, el “macho”, el varón, la puede castigar incluso con la muerte. Conste que tal discurso ha sido asumido también por la “derecha”, que en esto como en tantas otras cosas se ha unido a la “izquierda”, de ahí que la legislación en esta materia, como casi en todas, permanezca inalterable sea quien sea el que gobierna, así como las expresiones públicas y demás zarandajas políticas, sociales, educativas, etcétera.

La primera parte de tal postulado feminista cae por su propio peso cuando se comprueba que no hay un solo caso de violencia contra mujeres que lo sea por ser mujeres. Nadie agrede ni menos aún se carga a una mujer por ser mujer, hembra o fémina, es decir, por su género, sino que lo hacen poseídos por pasiones desatadas por los motivos que sean -celos, separaciones traumáticas, odio, despecho, envidia, codicia, etc.-, que hacen perder la cabeza al criminal impulsándole a optar por la agresión o incluso el asesinato; a veces con los hijos incluidos en el paquete, lo que avala aún más lo dicho. La excepción que confirma esta regla son los sádicos degenerados que de vez en cuando aparecen que sí matan mujeres por el placer de ver sufrir y morir a una mujer.

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La segunda parte del cuento feminista cae también por su propio peso cuando nos topamos con los datos de Eurostat que acreditan que los primeros países en cuanto a denuncias de violencia contra mujeres, violencia doméstica, “machista”, son: Dinamarca (52%), Finlandia (47%), Suecia (46%) y Países Bajos (45%), es decir, cuatro de los que andan a la cabeza de la emancipación de la mujer, mientras que a la cola de tan vergonzosa clasificación está Polonia (16%), considerado como uno de los países más retrógrados y cavernícolas de Europa.

Si en contra de lo dicho alguien alegara que se trataría de un mero efecto estadístico, debido a que en esos países, precisamente por su mayor emancipación, las mujeres denuncian más, basta con acudir a la categoría de asesinatos voluntarios de mujeres (los llamados «feminicidios»), que registra sucesos que no están sujetos a filtros interpretativos, para comprobar que a la cabeza se sitúan sistemáticamente los países bálticos (Letonia, Lituania, Estonia), Finlandia, Dinamarca y Noruega, y Suecia en medio, mientras que en el otro extremo, y constantemente en los tres últimos puestos de la fila, están Italia, Grecia e Irlanda: Italia con una tasa de 0,36 «feminicidios» por cada 100.000 habitantes, Noruega 0,61, Alemania 0,66, Francia 0,82, Dinamarca 0,91, Finlandia 0,93 y Lituania 1,24.

 Para el que tenga ojos en la cara, y su cerebro no esté a oscuras por el sectarismo ideológico de cualquier color, que conste, queda claro que los países considerados como más “patriarcales”, con profundas raíces cristianas (católicas u ortodoxas) y con un papel tradicionalmente muy consolidado de lazos familiares, sociedades cuya relativa y limitada “modernización” y “progresismo” se lamenta y se intenta combatir, están muy por detrás, en el asunto que nos ocupa, de aquellas otras que han experimentado procesos de “modernización” y “progresismo” radicales y acelerados, habiendo sufrido una profunda secularización, además forzosa, acompañada de la ruptura traumática o no, que es lo mismo, de las unidades familiares, y, para colmo, habiéndoseles impuesto modelos de “matrimonios” y “familias” aberrantes que claman al cielo.

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Así, en estos últimos países, lejos de tratarse de órdenes familiares extensos, vinculantes y estructurados, jerarquizados, con una autoridad a la cabeza (el padre o los esposos), típicos del patriarcado, nos encontramos con modelos familiares disueltos o en vías de disolución, en los que los hijos crecen mal educados de forma permisiva, dejados a la mano de los dioses virtuales que llenan los móviles y vídeo-juegos, familias y sociedades en las que la figura paterna (patriarcal) -o materna (matriarcal)- está ausente desde hace mucho tiempo, cuando no vilipendiada, incluso por los gurús de la sanación, los “psicólogos”, especie tóxica que ha florecido como champiñones en detrimento, por ejemplo, de los curas, colectivo que, por el contrario, parece en vías de extinción. Familias y sociedades modelos y ejemplos de “modernidad y emancipación”, o sea de “progreso”… hacia atrás, como los cangrejos, que producen jóvenes (de ambos sexos) sin identidad, frágiles, desorientados, confundidos, desnortados, anafectivos, desbordados por las circunstancias a las que se tienen que enfrentar, mucho más proclives a actitudes y soluciones violentas como humana reacción ante situaciones que no son capaces de comprender ni de afrontar y que les superan y a las que temen.

Así pues, la conclusión, creo, es evidente… ¿o no?

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