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       Se conoce como masa a la agrupación humana o el conjunto amorfo de personas con mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato individual, que se comporta de forma gregaria,  impersonal, grosera e inculta, carente de individualidad, de aspiraciones intelectuales y espirituales, inerte en sí misma, sin identidad ni criterio propio, se asemeja a una manada que siguiendo el rumbo ciego del irraciocinio, se deja manejar, como juguete fácil, por un medio, un partido político, un líder o agente exterior que le da forma, la moldea, la manipula, la conduce y la controla, ya que ella, por sí sola, no tiene ni capacidad ni autonomía sobre el control de sí misma , pero que situándose en un plano superior respecto a la sociedad se siente irresponsable y lo único que espera de la vida es que la guíen y la den el “producto terminado”.

        Mientras que el pueblo, es el total de personas de una cierta región, una entidad de población, o de una nación, con un sentimiento de pertenencia a un grupo humano, una cultura, una historia, tradiciones compartidas, etc., que siempre actúa según su propia energía vital, consciente de sus propias responsabilidades y opiniones, derechos y obligaciones, considerando que su libertad se limita donde comienzan la libertad y dignidad de los demás y que la desigualdad no debe ser arbitraria, sino la consecuencia de la desigualdad humana, pues nuestras capacidades y voluntades son todas diferentes. En la actualidad democrática de España, se denomina pueblo al conjunto de personas que integran el Estado y en el que, según nuestra Constitución vigente, reside la Soberanía Nacional y del que emanan los poderes del Estado. 

        Como vemos, masa y pueblo, son dos términos antagónicos que expresan claramente el populismo (enfermedad que carcome el escenario político con un engaño colectivo de degeneración demagógica y de seducción artificiosa) y el civismo fiel y leal, libre y equilibrado con mesura, prudencia y solidaridad que desea implantar el bien común.

      Para mayor entendimiento y diferenciar estos dos términos que hoy son incompatibles, recordaremos las admirables enseñanzas de Pío XII en su Radiomensaje “Benignitas et humanitas” pronunciado en la víspera de la Navidad de 1944, explicándonos muy bien la diferencia entre pueblo y “multitud amorfa” o masa, al tiempo que nos describía esencialmente cómo ha de ser la natural concordia que, al contrario de lo que afirman los profetas de la lucha de clases, de la ideología de guerrero y de la retórica actual, puede y debe existir entre todas las personas, ricas y pobres, que forman el pueblo. En el mismo mensaje denunciaba el riesgo de transformar “la fuerza elemental” de la masa  en un terrible enemigo de la libertad y del bien común; algo, tan tangible hoy, cuando, aquí y ahora, a los 77 años de las palabras de Pío II, somos testigos de que tras adecentar a jóvenes y adultos en esa ideología de género, que carcome la personalidad e identidad de nuestro pueblo, se han convencido y convertido a muchos individuos en esa “masa amorfa” que, creyéndose protagonista de la actualidad, se manifiesta orgullosa y poseedora de una omnipotencia inexistente.

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     Estas son las palabras con las que exponía el Papa Pío XII las diferencias existentes entre pueblo y masa: “Pueblo y multitud amorfa o, como se suele decir, “masa” son dos conceptos diversos. El pueblo vive y se mueve con vida propia; la masa es por sí misma inerte, y no puede recibir movimiento sino de fuera.

     El pueblo vive de la plenitud de la vida de los hombres que la componen, cada uno de los cuales -en su propio puesto y a su manera- es persona consciente de sus propias responsabilidades y de sus propias convicciones. La masa, por el contrario, espera el impulso de fuera, juguete fácil en las manos de un cualquiera que explota sus instintos o impresiones, dispuesta a seguir, cada vez una, hoy esta, mañana aquella otra bandera. De la exuberancia de vida de un pueblo verdadero, la vida se difunde abundante y rica en el Estado y en todos sus órganos, infundiendo en ellos con vigor, que se renueva incesantemente, la conciencia de la propia responsabilidad, el verdadero sentimiento del bien común. De la fuerza elemental de la masa, hábilmente manejada y usada, puede también servirse el Estado: en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos agrupados artificialmente por tendencias egoístas, puede el mismo Estado, con el apoyo de la masa reducida a no ser más que una simple máquina, imponer su arbitrio a la parte mejor del verdadero pueblo: así el interés común queda gravemente herido y por mucho tiempo, y la herida es muchas veces difícilmente curable.”

       La masa, por lo tanto, así definida, es la enemiga mortal de la auténtica libertad y de la igualdad. En un pueblo digno de tal nombre el ciudadano siente en sí mismo la conciencia de su personalidad, de sus deberes y de sus derechos, de su libertad unida al respeto de la libertad y de la dignidad de los demás. En un pueblo digno de tal nombre, todas las desigualdades que proceden no del arbitrio sino de la naturaleza misma de las cosas, desigualdad de cultura, de bienes, de posición social, sin menoscabo, por supuesto, de la justicia y de la caridad mutua, no son de ninguna manera obstáculo a la existencia y predominio de un auténtico espíritu de comunidad y hermandad. La existencia de un auténtico pueblo produce frutos abundantes en la vida cívica, pero el peligro se presenta cuando el Estado “democrático” queda al arbitrio de las masas.

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        Catorce años antes de este documento, Ortega y Gasset decía que el tipo de hombre que predominaba, y que incluso se preparaba para regir los destinos de los pueblos, era precisamente el hombre-masa, fundado en unas cuantas y pobres abstracciones, e idéntico en todas partes. Tiene solo apetitos, cree que tiene solo derechos y no cree que tiene obligaciones; es el hombre sin la nobleza que obliga al esnobismo. A él se debe el triste aspecto de asfixiante monotonía que va tomando la vida en nuestra Patria y en todo el continente.  Ese hombre masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas del pasado y por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas internacionales. Más que un hombre es un caparazón de hombre constituido por meros ídolos del foro; carece de un “adentro”, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se puede revocar.

       Si bien es verdad que, este hombre masa en la actualidad, teniendo en cuenta las transformaciones y el agravamiento ocurrido en los últimos tiempos debido a la incidencia que han alcanzado en la vida social los medios masivos de comunicación, como internet y la televisión (1), han modificado profundamente sus costumbres y la actitud humana.

(1) La televisión no sólo es un instrumento de comunicación, sino también una educación clarividente que genera un nuevo tipo de ser humano, un nuevo tipo en donde predomina no ya el pensamiento abstracto sino la imagen. La televisión forma a los niños y luego continúa influenciando notablemente sobre los adultos a través de la información manipulada y adulterada.

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REDACCIÓN