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Entrevistamos a la hija del falangista y divisionario Manuel Caridad Igelmo (Castellón de la Plana, 1920 – Zaragoza, 1989), abogado de la antigua organización sindical española OSE, condecorado con dos Cruces rojas del mérito militar y una Cruz de hierro de segunda clase. María Teresa es licenciada en Derecho y ha militado en diferentes movimientos patriotas e identitarios.

 

 

Su padre fue un destacado prohombre del mundo militar y patriota español. ¿Qué recuerdos guarda de él?

Basta decir que fue falangista vieja guardia y voluntario de la División Azul para dejar constancia de su patriotismo. Guardo recuerdos imborrables, tanto de su formación humana y religiosa como del interés tan grande que tuvo por la educación de sus hijos. Desde pequeña, mi padre me daba formación religiosa y humana. Me quedó muy grabada y me sirvió mucho para aplicarla en la vida. Recuerdo su biblioteca, a la que iba desde que aprendí a leer. Su legado ha sido un tesoro.

 

También hablaba con él de su misión en Rusia.

Contaba que los campesinos les agradecían que les ayudaran a librarles del comunismo. Los niños jugaban con ellos, se les subían a los hombros y se notaba en el pueblo ruso un deseo de salir de ese régimen que, desgraciadamente, no se pudo conseguir.

 

Usted fue educada en la defensa de unos valores imborrables: los de la España Eterna que con tanto arrojo defendió su padre y gran parte de la generación de éste. 

Me enseñaron la defensa de esos valores eternos y me sirvieron muchísimo. He sabido defenderme de las mentiras históricas. Por ejemplo, a los miembros de la División Azul se les ha tachado de nazis y de ir a ayudar a Hitler, cuando no hay nada más lejos de la verdad. Mi padre repetía –como lo repiten muchos hijos de divisionarios– que fueron a luchar contra el comunismo. Es penoso ver cómo ese comunismo está sacando ahora todas las garras.

 

Por desgracia, no pudieron derrotarlo… 

Está imponiéndose en todo el mundo, cosa que no había sucedido antes. Mi padre siempre decía que no nos sirvió de nada ganar la guerra de España porque perdimos la mundial. Esa frase me ha quedado indeleble. Define perfectamente la situación actual.

 

Su abuelo materno también fue un gran patriota.

Era militar en tiempo de la guerra en Valencia, y fue asesinado por las hordas marxistas. Una noche estaba en su cuartel de guardia, entraron a por ellos y se los llevaron. Los tuvieron un mes en un barco, en las aguas de Valencia, a saber en qué condiciones. No les dejaron volver a ver a sus familiares, aunque estos iban a llevarles unos alimentos que probablemente nunca les dieron. En las fotos que recibió después mi abuela, una vez muerto, no parecía que le hubieran dado mucho de comer. Era una persona que iba todas las tardes a rezar a la Virgen de los Desamparados, y murió al grito de “Viva Cristo Rey”. Me da pena no haberlo conocido, pero es muy alentador ser nieta de un mártir.

 

La catástrofe moral que azota España hunde sus raíces en una perversión básica extraña a la naturaleza del ser español: el liberalismo corruptor y aplanador. ¿Qué situación le merece la situación actual?

Es obvia, no hay que explicarla. Es lamentable y carente de valores. El liberalismo es terriblemente corrosivo, ha sustituido el culto al hombre por los valores eternos. Ahora, Dios es el hombre. Vemos los resultados en esta sociedad que se autodestruye, que no puede seguir teniéndose en pie. Es una catástrofe moral de dimensiones abismales. Salvo que hubiera un movimiento de regeneración, que por las circunstancias actuales no lo creo, no se va a poder levantar. La gente está aplastada por la propaganda y las mentes no son lúcidas. A esta sociedad enfermiza le auguro un final apocalíptico.

 

Cuéntenos sus impresiones sobre la crisis que atraviesa hoy por hoy la neo-Iglesia postconciliar, surgida tras aquel catastrófico Concilio Vaticano II, con el que su padre fue tan crítico.

Fue muy claro, tanto con el Concilio como con sus supuestos papas, Juan XXIII y Pablo VI. Gracias a ello pude tener espíritu crítico y una formación religiosa que me llevó a ver cosas que de otra manera no hubiera visto. Sobre todo, me sirve ahora para darme cuenta de todo lo que ha sucedido en la Iglesia. Me ha dado una mirada retrospectiva que, de no haber existido esa opinión, quizá nunca hubiera alcanzado.

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Usted es católica tradicionalista. Tras ciertas cuitas, decidió dar un paso más allá: ¿qué le llevó a abrazar el sedevacantismo? ¿Qué les replicaría a todos aquellos que le pondrán objeciones ante esta importante decisión?

Fue un largo paso que me costó mucho tiempo y que di casi al vacío, pero luego vi que era tierra firme. Siempre fui tradicional en cuanto a guardar las normas de la Iglesia. Era muy pequeña cuando el Concilio, oía protestar a mi padre sobre él, sobre Juan XXIII, sobre Pablo VI… Parece que había una corriente en la Iglesia que no lo terminaban de ver, que les parecía modernista. No fue demasiado amplia, porque la mayoría de gente, igual que ahora, tragó con todo.

 

Y llegó Juan Pablo II…

Era un papa en apariencia tradicional y anticomunista. En esos 25 años de papado, ayudado de nuevos movimientos, creó una corriente alucinógena. Todos los católicos tradicionales estábamos encantados con él. Tenía hasta una foto con él, fui al rosario en Roma, enviaba a mis hijos a la Jornada Mundial de la Juventud… Era una aureola de santidad, futuro, primavera… Claro, cuando se pincha el globo como al final de las fiestas, uno se da cuenta de que solo tenía aire. Le siguió Benedicto XVI, con el que también nos alegramos mucho porque pensábamos que iba a continuar el mismo camino e incluso a dar solidez a lo que hizo Juan Pablo II.

 

Con Bergoglio no sucedió lo mismo.

Aunque sea un falso Papa, a Bergoglio le debo mucho. Empecé a ver barbaridades y cómo todo el mundo tragaba. No entendía cómo era posible. Estudié el tema y la Providencia me acercó a personas sedevacantistas. Me di cuenta de que Juan Pablo II se pasó toda su vida apostatando, idolatrando por todo el mundo. Esos movimientos que iban a traer la primavera de la Iglesia trajeron el más crudo invierno.

En esta etapa, también dejó atrás la misa moderna…

De la misa tradicional apenas recordaba que era en latín y que llevaba velo. Creía que el único cambio era el paso a lengua vernácula, pero es un cambio radical. Sentí mucha pena. En la misa postconciliar protestaba de los cantos y me ponía nerviosa con los que merodeaban el altar. La aguantaba con mala cara, parecía que estaba hecha para tontos. Salía pensando que no me santificaba porque la había oído con mal humor, poniendo malas caras a los que bailaban o tocaban guitarras. Todo me sentaba mal, no lo veía respetuoso con el Señor. Empecé a ver, pero no me atreví a dar el paso de dejar de ir. Un día, por gracia de Dios, oí una misa que se pasó demasiado. Era el día de mi cumpleaños, salí de la iglesia y tomé la decisión.

 

Y… ¿no se arrepintió?

Ha sido la mejor decisión que he tomado nunca. Gracias a Dios, dejé de ir a una misa blasfema e impía. Por voluntad divina pude ver, y a partir de ese momento solo oigo misa tradicional cuando puedo. Por supuesto tiene que ser no una cum, no en comunión con Bergoglio. He conocido sedevacantistas con una formación y una cultura impactante, y ahora lo soy por pleno convencimiento.

¿Cómo definiría el sedevacantismo?

No es ningún movimiento ni una corriente a la que alguien puede adherirse, como mucha gente cree. Sencillamente es la constatación de que la sede de Pedro está vacante desde la muerte de Pío XII.

Comparaciones, largo y tendido, entre la España nacional-católica del Caudillo Franco y la España masónica y apóstata del Régimen del 78. 

Podría estar hablando horas. He visto como una sociedad arraigada en valores cristianos, en educación y en buenas prácticas, se ha convertido en una sociedad de apostasía, masonería y comunismo subyacente. Antes era digna, alegre, con progreso económico… Familias arruinadas accedieron a cotas que nunca habrían podido soñar. Era un tejido social sano, con una seguridad ciudadana deliciosa. El salir pasear, la confianza en los pueblos, con las casas sin llave porque nadie iba a entrar a robar…

 

Todo lo contrario que ahora.

Vivimos en una sociedad monstruosa. Es como comparar un paisaje maravilloso con una devastación absoluta. Hay muchísima más dictadura. El gobierno de Franco era una dictablanda en la que se sostenía el orden y las buenas costumbres… La España masónica y apóstata promueve la destrucción de la mujer, y por ello ha destrozado al hombre. Ha cambiado todo de sitio, ha invertido los valores que una sociedad sana tiene que tener, y por ello ha quedado derruida.

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¿Qué les diría a los más jóvenes ante el desastroso futuro que el Nuevo Orden Mundial les tiene preparado?

 

Que si no dan un giro tremendo a sus vidas –cosa que por ningún lado se aprecia– no tienen futuro. Los arcanos de la historia solo los sabe Dios, pero podría ser que, si dieran un viraje de 180 grados, salvasen su generación y volviesen a los valores tradicionales. Si no lo hacen, como todo parece indicar, no tiene futuro. Sería como en las películas, cuando sale “fin” al terminar.

 

Por último, ¿qué opinión le merece la actual pandemia por coronavirus? ¿Qué cree que ocurrirá cuando se sepa toda la verdad sobre este experimento criminal del Nuevo Orden contra la población española? ¿El español es al fin ese «zombi» preparado para tragar con cualquier cosa?

 

Sería exagerado decir que es una epidemia. La definición de pandemia la cambió en su día la OMS. Solo hay que atender a las cifras, que son muy parecidas a la gripe estacional y que misteriosamente ha desaparecido, para darse cuenta de que no hay pandemia. En todos los países, las cifras oficiales son muy bajas para calificarlo como pandemia.

 

¿Asoma la vacuna como única solución?

 

Es muy preocupante que inventen una vacuna que no lleva los mismos protocolos que el resto. Siempre ha habido una experimentación en laboratorio que ha durado años, en virus totalmente aislados y secuenciados. Esto no ha ocurrido porque es un proceso que lleva muchos años. Es totalmente experimental, con la diferencia de que se prueba en seres humanos.

 

Lo hacen porque los ciudadanos se dejan.

 

Me produce escalofríos. La sociedad ha aceptado todo. Van tapados como animales, con un bozal, tapándose la cara, que es el espejo del alma. Somos seres anónimos, no conocemos a los amigos que pasan a nuestro lado. La gente acepta el distanciamiento social de sus seres más queridos, de sus parientes y de sus amigos.

 

¿Por qué han aceptado?

 

Todo apunta a que ya había una ingeniería social, una preparación para que las personas aceptaran. Desde la televisión, que es el instrumento de perder tiempo más grande que se ha inventado, también les han adoctrinado.

 

Han elegido ser esclavos.

 

Estamos ante la muerte de la libertad. Podríamos habernos rebelado ya durante el encierro. Fue terrorífico. Nunca se ha demostrado en ninguna epidemia que el confinamiento de toda la población fuera solución de nada, y nunca se había hecho un confinamiento general. Es muy extraño que se haya aceptado de tan buen grado.

 

¿Cómo lo han hecho?

 

Hablamos de unas élites mundialistas que gobiernan el mundo en la sombra y que están manipulando la opinión pública. Lo grave es que la población está totalmente entregada, piden que les manipulen porque ya no saben vivir. Es normal en una sociedad tan inmoral, en donde todo vale, que acepten todo.

Las consecuencias humanas pueden ser incurables.

El hombre, por definición, es un ser social. Al mismo tiempo, la familia es el soporte del ser humano. Son dos pilares que están destruyendo. La falta de sociabilidad nos hace menos personas, y no tener familia nos deja sin soporte, aislados. Esto hace posible la manipulación. Llevan mucho tiempo actuando, pero han dado el golpe de gracia. El ser humano queda a merced de lo que las elites quieran hacer con él. Ahora ya estamos ante el último paso, ante el apretón final.

Autor

REDACCIÓN