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Proseguimos nuestro paseo por ese esclarecedor subgénero cinematográfico denominado “CINE ANTICOMUNISTA”. Reiteramos: pasen, tomen asiento, visionen y aprendan (o en su defecto revisen) sobre la cruda realidad de esta ideología criminal, y satánica, llamada Comunismo.
Como ya acotamos en la previa entrega, a la hora de preparar esta antología se ha priorizado el carácter didáctico de las películas, pero sin omitir la entidad estética de éstas. La ordenación no atiende tanto a nuestras preferencias personales como a la secuencia cronológica de los títulos seleccionados. Junto a películas de tesis más o menos reconocibles, se han añadido otros títulos acaso más sutiles en su exposición, pero netamente anticomunistas en sus conclusiones. Destacadas con un (*) aparecen las películas que consideramos imprescindibles.
La flecha Quex (Hans Steinhoff, 1933): filme históricamente importante, por cuanto supuso el primer éxito comercial del cine nacionalsocialista; la película cuenta la historia real de un muchacho asesinado por los comunistas.
Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939): comedia anticomunista del maestro Lubitsch, no tan mordaz como pretende, y supeditada a la presencia de la mítica Greta Garbo. Un producto pionero, que sería ampliamente superado por Rouben Mamoulian en su remake: La bella de Moscú.
(*) Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941): una de las raras obras maestras de la cinematografía española, burdamente denostada y/o maltratada por la mezquina crítica izquierdista (amparada en una presunta superioridad moral e intelectual invariablemente risible). Imponente y solar puesta en escena, fabulosa entidad plástica e irrepetibles diálogos, harto barrocos, para este canto sin complejos a los valores patrios (Dios, Patria y familia). La ratificación del especial talento literario y cinematográfico de don Jaime de Andrade, seudónimo del Caudillo Franco.
Los ases buscan la paz (Arturo Ruiz Castillo, 1954): curiosa incursión de su director en la biografía deportiva con pátina de Guerra Fría; el legendario Ladislao Kubala aparece al frente del reparto y como coautor del guión. Una de las películas españolas canónicas sobre balompié.
(*) Con la vida hicieron fuego (Ana Mariscal, 1957): segundo largo como realizadora de su espléndida actriz-autora tras Segundo López, aventurero urbano, y uno de los mejores melodramas españoles de los años 50, lleno de indagaciones antropológicas y con la mejor secuencia filmada por Mariscal en toda su carrera (digna del Rossellini de Stromboli): el traslado del Cristo crucificado de la ermita a la playa y su accidentado viaje mar adentro, mientras las ametralladoras rojas intentan acabar con la vida de los temerarios patriotas. Fabuloso Jorge Rigaud, uno de los grandes actores desaprovechados de nuestro cine.
…Y eligió el infierno (César Fernández Ardavín, 1957): melodrama anticomunista que confirma a su director como uno de los mejores talentos plásticos de nuestra cinematografía; ambientado tras el Telón de acero, no desmerece en absoluto de otras entregas facturadas en Hollywood con mucho mayor presupuesto.
Satanás nunca duerme (Leo McCarey, 1962): el testamento cinematográfico del gran Leo McCarey fue este vibrante relato anticomunista protagonizado por dos sacerdotes en China. Sensacionales Clifton Webb y William Holden en uno de los últimos melodramas “made in Hollywood” dignos de este nombre.
(*) ¿Por qué morir en Madrid? (Eduardo Manzanos, 1966): documental del mayor interés histórico, debidamente ocultado y/o silenciado por el Régimen del 78, pues se trata de uno de los más contundentes alegatos anticomunistas contra el descuartizamiento de España por el pulpo rojo. Fue producido como respuesta dura al infecto panfleto antifranquista –de entrometida facturación gala– Morir en Madrid (Frédéric Rossif, 1962), tras la fallida tentativa del todoterreno Mariano Ozores (Morir en España, 1965).
(*) La muerte de un burócrata (Tomás Gutiérrez Alea, 1966): sorprendente comedia negra del cubano Gutiérrez Alea, o cuando el comunismo hacía crítica de sí mismo; una disección implacable del hipertrofiado aparato burocrático castrista, a través de las kafkianas desventuras de un ciudadano anónimo, perdido en el laberinto “legal” de un Estado totalitario típico.
La orilla (Luis Lucia, 1970): ejemplar melodrama conventual, anticomunista y antianarquista a partes iguales. La historia de la conversión de un teniente anarquista durante su estancia en un monasterio, recuperándose de una herida mientras recibe la atención de las hermanas. Una película de buenas intenciones y mejores resultados, blanco fácil de esa crítica izquierdosa prepotente y sectaria que decide qué es bueno y qué no.
Cao-Xa (Pedro Mario Herrero, 1971): desconocida y notable película de su polifacético artífice, próxima en su resolución fílmica a las cinematografías del Tercer mundo. Destacable por ser una de las primeras aproximaciones fílmicas a la Guerra de Vietnam. La epopeya de un sacerdote (impar José María Prada) contra el Vietcong, con el duro proceso de evangelización de un poblado diezmado por las hordas rojas en el ínterin.
(*) El hombre de mármol (Andrzej Wajda, 1977): penetrante fábula político-moral en torno a la vida de un albañil polaco (inspirado en la figura de Alekséi Stajánov) devenido símbolo del nuevo socialismo. Un filme clave sobre la programación mental y los procesos de manipulación y propaganda operados por el comunismo estalinista. La película logró sortear la censura de la época, irguiéndose en uno de los títulos emblemáticos del director de Katyn.
(*) Querido Papá (Dino Risi, 1978): tal vez (y junto al vibrante Fantasma de amor) la obra maestra de Risi en su etapa a color. Una amarga reflexión dialéctica sobre el fracaso del estado de bienestar y el choque generacional entre un lúcido industrial capitalista y su consentido hijo comunista, devenido además (y en lógica consecuencia) terrorista, y que prepara junto a su célula un atentado para matar al propio padre; éste es el gran Vittorio Gassman, quien aquí borda uno de los papeles de su vida.
Desaparecido en combate II (Lance Hool, 1984): continuación en toda regla de la primera parte, con ese hombre íntegro llamado Chuck Norris bordando su mejor personaje; narrativa más propia de un dinámico cómic para este veraz retrato de los campos-prisiones comunistas orientales.
Rambo – Acorralado II (George Pan Cosmatos, 1985): secuela de Acorralado, donde Sylvester Stallone (también coguionista) ofrece al mundo amordazado respuestas de choque, en un espacio hostil dominado por el bestialismo comunista. Película fácilmente atacable, merece mucha más consideración de la escasa que suscita entre los presuntos entendidos.
Más allá de las líneas enemigas (Gideon Amir, 1986): eficaz pasatiempo de acción y violencia desbocada, con una interesante visión geopolítica del conflicto vietnamita y David Carradine en su mejor momento.
Danko: Calor rojo (Walter Hill, 1988): espectacular cinta de acción del en ocasiones brillante Walter Hill (Driver). Sin descartar el trazo grueso y la apoteosis de la violencia gratuita, el filme sabe imprimir fuerza y significado a sus imágenes (buena parte del metraje fue rodado en la URSS). Sus conexiones con el Ninotchka de Lubitsch son evidentes.
(*) El año de las armas (John Frankenheimer, 1991): último filme importante de Frankenheimer, en verdad espléndido, ambientado en el contexto romano del secuestro, cautiverio y asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas. El año de las armas escenifica como pocas películas el enrarecido ambiente que el carcinoma comunista genera en una sociedad más o menos estable y bien abastecida.
El círculo del poder (Andrei Konchalovski, 1991): muy interesante, y algo ambiguo, análisis de la personalidad del proyeccionista de Stalin, donde se intenta exponer el poder de atracción que el genocida rojo tenía sobre su círculo de poder; la secuencia final, contundente, permite alinear la película entre las piezas del cine anticomunista. Rodada en el Kremlin por el director de Siberiada.
La Condesa rusa (James Ivory, 2005): con un guión del Nobel Kazuo Ishiguro, la película explora el tema de la aristocracia rusa en el exilio tras el ascenso del comunismo; con reminiscencias de Sternberg, fue la última producción de Ismail Merchant.
Camino a la libertad (Peter Weir, 2010): la fuga de un grupo de prisioneros del Gulag soviético permitió al director de La última ola ofrecer uno de sus más intensos trabajos, con una valoración del paisaje digna de Anthony Mann; un auténtico viaje físico y espiritual, desde el infierno siberiano hasta la India.
Para leer la primera entrega de JOYAS DEL CINE ANTICOMUNISTA, pinchar aquí:
José Antonio Bielsa Arbiol
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