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La tan mitificada sociedad del bienestar, la tan cacareada prosperidad, al fin ha caído madura en las podridas fauces de la muerte. Y los mismos que nos ensalzaron aquel modo de vida y los que se jactaron de proporcionarnos el sacralizado bienestar, son quienes ahora nos despojan de él y nos lanzan a la miseria y, más allá, a la sima donde gobierna la Dama que no perdona a culpables ni a inocentes.
Condenar a los semejantes -o siquiera a un solo hombre- a muerte sin enseñarles, pudiendo, lo que es bueno y justo es salvajismo. Eso es lo que están haciendo los plutócratas globalistas con la humanidad. Con su extraordinario poder, pueden apostar por la belleza y por la vida, pero han preferido envidar a favor de la muerte. Una filosofía de la muerte, una estrategia tanática minuciosamente planificada, es lo que los nuevos demiurgos, los amos del mundo, han dispuesto para el género humano en los próximos años.
El amor a la vida es natural, y perderla injusta o tontamente, sin esperanza de respeto ni gloria, y por el necio capricho de las oligarquías asesinas -o de la parálisis del vulgo indiferente e ignorante-, será siempre muy cruel. Parafraseando a Jules Renard, podría decírseles: «¿Nos traéis acaso verosímiles soluciones temporales o conocimientos del Más Allá? Si no es así, dejadnos en paz. ¿Os creéis capaces de encontrarlas? Si es así, ignoráis las limitaciones de vuestra inteligencia y de vuestro poder. ¿Acaso no sabéis que sobre la muerte y la vida no nos queda sino esperar y llorar? No ensayéis, pues, con ellas».
El caso es que, en lo que nos toca, nos están llevando a la España triste y falsa de la muerte sin esperanza, una España desconfiada, negra y vieja, de sumisos que entierran a sus muertos. Entierros abundantes, cotidianos, sin resistencia, sin sublevaciones. Una España de suicidas activos y pasivos. Y quienes nos están llevando a ese cementerio, a ese páramo desierto, sin cruces, ni panteones ni cipreses que den sombra, son precisamente sus odiadores, estos herederos de siniestras cofradías negro legendarias.
Estas congregaciones de oscuros sacerdotes se han empeñado en que nos contemplemos en el espejo de una calavera, para que nos refleje la imagen inerme de seres humanos sin catedrales, sin paraísos, sin religiosidad; seres arrojados, caídos… Seres agonizantes en cruel e inútil destino, incapaces de dominar a la muerte enviada por una oligarquía genocida que ha hecho de ella su más tenebrosa y fructífera semilla.
Es obvio que tenemos un Gobierno empeñado, junto con sus aliados y cómplices, en llevar a España a la debacle total. Pero el pueblo español se ha acostumbrado, sin remordimientos, a estar bajo las botas de unos políticos delincuentes. Y en su sometimiento les ha entregado su vida y su muerte. Sociedad cobarde, alentadora de la más desastrosa cobardía: la cobardía moral.
Hay épocas en las que de los muertos puede decirse: «Ha muerto con honor». No es nuestro caso. Ahora, de la inmensa mayoría de los que nos abandonan envueltos en la aflicción, sólo puede decirse: «Ha muerto».
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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