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Nuestro protagonista es una personalidad de gran calado espiritual y humano, tocado por la más alta vibración que puede acariciar a un ser humano. En Juan de la Cruz (1542-1591)  hay una profunda psicología de la existencia, de la trascendencia y sentido esencial de la vida humana.

 

“FUE HOMBRE DE MEDIANO CUERPO, DE ROSTRO GRAVE Y VENERABLE, ALGO MORENO Y DE BUENA FISIONOMIA; SU TRATO Y CONVERSACION, APACIBLE, MUY ESPIRITUAL Y PROVECHOSO PARA LOS QUE LE OIAN Y COMUNICABAN. Y EN ESTO FUE TAN SINGULAR Y PROTICUO, QUE LOS QUE LE TRATABAN, HOMBRES Y MIJERES, SALIAN ESPIRITUALIZADOS, DEVOTOS Y AFICIONADOS A LA VIRTUD”. (Eliseo de los Mártires)

 

Mucho se ha hablado y escrito acerca de la mística juanista, pero poco -muy poco- se sabe sobre la profunda relación establecida entre los poemas sublimes de la obra juanista y su vínculo con normas prácticas de la conducta del ser humano. La Espiritualidad para nuestro protagonista es una norma práctica de vida, aplicable a la realidad cotidiana del ser humano.

 

La obra de Juan de la Cruz no es una obra muerta, perdida en el tiempo, sólo apta para especialistas. Nada más alejado de la realidad. Flaco favor se hace al situar a nuestro personaje en parcelas alejadas del sentido humano de la existencia, situándole inalcanzable para el público sin formación académica elevada. Se tiende a disfrazarle de oscuro, sombrío, triste, melancólico, apático, ajeno al ser humano, y sólo apto para eruditos…

 

No. En Juan de la Cruz encontramos un claro y auténtico  compromiso social de transmisión de la verdad, exento de falsas expectativas humanitaristas, que pueden alejarnos de lo esencial de la realidad humana. En Juan de la Cruz hallamos un compromiso de fe, de experiencia directa del mundo y de los seres que lo habitan. La fe no es  una fe muerta,  una fe sin obras, una religión sin sustento material; sino que representa una fe vivencial, firme, sólida y palpable. La fe es evidencia profunda de la expresión de trascendencia que tiene el ser humano. La fe es experiencia de vida, obra diaria, prueba continua. La fe de Juan de la Cruz no es vivencia ajena al ser humano; por ello, es místico, poeta, humanista…y va a la raíz de la Espiritualidad Universal:

“Mi alma se ha empleado

y  todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio”.

                                                                          (Cántico Espiritual)

 

Quienes han pretendido alejar a Juan de lo sencillo, natural y humano (elevándolo a altares repletos de vanidades) han desvirtuado el mensaje de nuestro hombre. Juan de la Cruz no es un místico más, ni siquiera un místico en sentido religioso partidista; por ello, la obra de nuestro personaje es respetada y admirada no sólo en el ámbito cristiano (occidental), yendo más allá de culturas, credos o religiones concretas; podemos afirmar que el mundo oriental valora en gran medida el pensamiento y cuerpo doctrinal juanista. Su poesía es esencial, vital, espiritual. Puede resultar difícil de comprender si el acercamiento se produce desde la razón…Hay que elevarse por encima del corazón y sentir la fragancia del alma enamorada y sedienta que anhela el encuentro con el amado…

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   El perfil humano y las características esenciales de su obra son:

Amor a Dios. Lo que implica un vacío total de apegos, deseos e intereses mundanos. Es un Amor  desinteresado.
Originalidad radical.
Ternura y libertad.
Fe en la vida verdadera, en el ser humano consciente.
Realismo de lo cotidiano. Lleva consigo, en su vida y en sus obras las claves de la naturaleza.
Su alegría y mansedumbre.
Continua oración del alma con Dios. La oración mental es el sustento del alma.
Descubridor de bellezas espirituales. La belleza espiritual no es relativa, porque la belleza de un alma consiste en su bondad, en su amor generoso y sacrificado. Es la ausencia de egoísmo.
Inclinación a sonreír. Juan de la Cruz no es poeta de las “tristezas y de las nadas”, sino de la alegría y de la vida.
Creador de hermosuras.
Amante de la cruz, del sacrificio consciente que lleva a la liberación.
Deleite. Palabra que lleva en el alma y expresa desde el corazón.
El silencio y la paz interior es la esencia de la fortaleza humana.
Soltar, soltar, soltar…para aprehender lo necesario.

 

Cuando nos acercamos al poeta que hay en Juan de la Cruz podemos sentir el vínculo que establece entre el hombre y la unidad; entre lo terrenal  (lo finito, lo temporal, de aquí y ahora) y lo eterno y sublime que no es de esta naturaleza efímera y perecedera. Juan de la Cruz establece un nexo que va más allá de una religión concreta, más allá, incluso, de religiones. La experiencia juanista es vivencia profunda del camino, un camino de cruz, un camino de entrega del yo, de la personalidad para alcanzar lo divino: el regreso a la patria perdida y original:

          “… que ni basta ciencia humana para lo saber entender,

          ni experiencia para lo saber decir; porque sólo el que por

          ello pasa sabrá sentir, más no decir”. 

                                                              (Prólogo Subida del  Monte Carmelo)      

 

Al igual que la fe sin obras no basta, es insuficiente, el ser humano necesita sentir en su interior la llamada de Amor (vibración que eleva nuestro imperfecto estado de ser) que procede del Reino Inmutable, al que todo buscador aspira regresar. Reinó que  Juan intenta aprehender y escenificar en sus obras escritas. Su obra más sublime Noche oscura del Alma es un canto de esperanza, de apuesta por la vida verdadera y eterna, la vida auténtica del ser humano.

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No encontraremos en Juan de la Cruz tristezas innecesarias, sufrimiento añadido al dolor inherente a la vida; no lo encontraremos aunque lo busquemos. Las nadas de Juan de la Cruz son la esencia de la libertad del alma, del canto humano hacia el mundo espiritual; por ello, la obra juanista en bella, sublime, llena de fuerza,  energía y vibración que parece ser de otra realidad, ajena al universo de la muerte, del eterno deambular por eternas eternidades eternas….

 

“Para venir a gustarlo todo,

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

Para venir a lo que no gustas,

has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes,

has de ir por donde no sabes.

Para venir a lo que no posees,

has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres,

has de ir por donde no eres. 

                                                ( Subida del Monte Carmelo, libro I, cap. 13, 11)

 

Juan de la Cruz es (con seguridad plena)  para todo buscador de la Verdad un foco, una luz del camino. Fue incomprendido en su tiempo; perseguido; encarcelado; maltratado. Sin embargo, por mucho que busquemos en sus escritos no encontraremos rastro de amargura o resentimiento alguno. Su mística es vivencial, experimental, no mera teoría alejada de un realismo existencial.

 

Fue en una Noche Oscura…

Y en esa Noche Oscura,

Juan de la Cruz,

aunque estaba en este mundo,

Sin embargo,

ya no era de este mundo”

 

Concluiremos esta aproximación a una auténtica psicología de vida liberadora, citando un texto de nuestro protagonista que refleja el verdadero mensaje de fe y esperanza para el hombre nuevo, de plena vigencia y actualidad en tiempos presentes, donde el miedo a la pérdida de lo conseguido materialmente, debe dejar paso a un auténtico crecimiento en consciencia y espiritualidad:

» El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente«

Autor

REDACCIÓN