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La relación médico-paciente ha variado a lo largo de la historia. Clásicamente el médico ha sido una figura que gozaba de un poder especial, un conocimiento, que le otorgaba un reconocimiento social rayano con la autoridad. Efectivamente, la mayor parte de las culturas en todos los tiempos, consideraban al médico (dígase curandero o chamán) como una autoridad. Sea porque realmente disponía de unos conocimientos o habilidades especiales para sanar a los enfermos o porque el enfermo así lo necesitaba creer al ver peligrar su vida, lo que el médico decía «iba a misa». Ante esta concesión de obediencia sin ambages era sencillo que el médico acabase creyéndose «alguien». Eran tiempos, lo digo con falsa nostalgia, en los que la actividad médica gozaba de un cierto reconocimiento social.
Resulta curioso comparar cómo es este reconocimiento social del médico en los diferentes estados modernos. Por ejemplo, este blog lo sigue mucha gente de Argentina, de Estados Unidos y Chile, también de México, Costa Rica y de Perú; y en Europa, aparte de España también en Portugal y Alemania y por los comentarios de los seguidores veo el diferente enfoque de los problemas que hacen los lectores. En algunas regiones, el médico conserva la aureola de ser tocado por la divinidad como oráculo de la salud. En otros países, el médico es un funcionario al servicio del Estado que está habilitado para rellenar unos formularios con datos, digamos, más sensibles. En España se pasó de la actitud paternalista del médico hacia el paciente a la relación casi contractual que quedó establecida en la Ley de Autonomía del Paciente 41/2002 que recoge, entre otras cosas, la regulación del llamado Consentimiento Informado. A raíz de que el paciente ya no es un mero «cacho de carne» que el galeno moldea a su antojo (perdón por la simplificación grotesca) sino una persona autónoma, con capacidad de decisión, el médico debe abandonar su conducta paternalista y hablar con el paciente de tú a tú, informándole de su enfermedad, de su evolución y de los posibles tratamientos y de los riesgos que cada actuación conllevaría. Ahora el médico debe informar al paciente y al mismo tiempo debe respetar la decisión del paciente, incluso la de no querer saber. Como dejaba reflejado en el ensayo que escribí con el mismo título de este blog, la tarea de informar al paciente, de conseguir que entienda la naturaleza de su problema, así como los beneficios y riesgos de los eventuales tratamientos, es titánica, variada y, en ocasiones, imposible, bien por falta de entendederas, bien por falta de explicaderas.
Lo que tradicionalmente debía haber en la relación médico-paciente es lo que ahora más se echa en falta: confianza. No parece sensato poner algo tan valioso y de tanta estima como la salud y la vida en unas manos en las que no confía. El halo de la confianza se desvanece cuando se le extiende al paciente una hoja con un frío «firme aquí, ya sabe es por ley». Pero hay que «cubrirse las espaldas» y los médicos sabemos, sobre todo los colegas de USA, que por bien que se desarrollen los acontecimientos, como haya en el camino algún resquicio de falta de forma, alguien lo aprovechará para sacar tajada. De este modo la falta confianza es recíproca: médico y paciente recelan uno de otro de las conductas que pueden ser perjudiciales para los intereses personales. Esto es matar la gallina de los huevos de oro, pues si no hay confianza… falta algo esencial en la relación. Lo de menos puede ser la falta de empatía: es que baja mucho la eficacia de los tratamientos. Se estima que el 30% de la eficacia terapéutica de los placebos reside en la confianza.
Personalmente, cuando detecto en mis pacientes algún tipo de recelo hacia mi manera de enfocar su caso, lo comento abiertamente. Le digo que yo no soy ni el mejor ni el que más sabe de mi disciplina, y que, si duda de mis conocimientos o de mi buen hacer, o incluso de mi voluntad por ayudarle, no tengo inconveniente en ayudarle a buscar otro colega que le siga su caso. Y les hago ver que no por eso me siento ofendido ni les cierro las puertas a volver. Pretendo transmitirles que lo que deseo es ayudarles a buscar la mejor solución para su problema.
El llamado consentimiento informado ha de ser más que un mero formulismo legal. Pero por desgracia, al menos en España, no es ni siquiera eso, pues en la mayor parte de los procedimientos diagnósticos o terapéuticos en los que debe entregarse, se hace con desgana, sin la debida información, con la única pretensión de recabar una firma que la ley exige para tener todos los papeles en regla. La mayor parte de los pacientes que firman la hoja del consentimiento informado no se lo leen: lo firman convencidos de que, si su médico se lo propone, es que es lo mejor. Por más que les insistes en que lo lean o que si tienen alguna duda se lo explicamos, son ellos los que te miran con sorna y dicen: «Pero hay que hacerlo ¿no? Entonces, ¿para qué voy a leer esto si lo único que entienda es para meterme miedo?» Y saben que el papel se lo das para firmar porque es cosa obligada por ley. Acaba siendo un paripé tan ridículo como si se obligase por ley informar a los clientes de los restaurantes por el riesgo de que, al comer sopa de pescado, puedas morirte si se te queda alguna raspa atravesada. O si te hacen firmar al subir a un avión para exonerar de responsabilidad a la compañía en caso accidente aéreo.
Si el cada vez menos tiempo que dedicamos a nuestros pacientes lo invertimos en recabar firmas en papeles que se archivan por si alguien los pide, la relación médico-paciente cada vez será más fría. Por eso surge el lamento de quienes recién se incorporan a la profesión se desencantan al ver que lo importante no es ser bueno sino tan sólo parecerlo.
Como médico debo plegarme a la legalidad, aunque no me duele en prendas reconocer que hay aspectos legales que me parecen ridículos y farisaicos. A veces son los propios pacientes los que después de las explicaciones detalladas de lo que creo que debemos hacer me dicen si no les tengo que pasar una hojita para firmar. ¡Ah sí, el papel! Y cuando van a hacer el ademán de firmarlo les paro y les recuerdo que no, que por ley no deben firmarlo por lo menos hasta pasadas 24 horas, para que lo piensen y sedimenten, en fin, otra oportunidad para echarse unas risas sobre el ridículo.
Para disentir de la opinión del médico no hacía falta elaborar ningún papel. Y tampoco su firma rubrica la confianza en su buen hacer. Pero es un documento más que se añade al ya farragoso dossier del paciente cada vez más henchido de papel sin sustancia. Y que no falte o te buscan las cosquillas, tanto si se salva el paciente como si se muere, que eso es lo de menos. La ley nos vuelve irónicos o mezquinos. Casi prefiero lo primero, porque lo que no nos hace es más justos.
Autor
- Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0
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Excelente !!
Muchas gracias, Doctor Luis Miguel Benito.
Es usted una bella persona,un ser humano súper especial;lo queremos mucho con todo el respeto que usted Y su linda familia lo merecen..
De rabiosísima actualidad, doctor. Parece que lo haya escrito a colación de las mal llamadas vacunas.
Enhorabuena por el artículo porque, a pesar de estar publicado en 2014 sigue más vigente que nunca.
Un abrazo, doctor.
Muchas gracias, Claudia, por tu apoyo
Efectivamente, Inés, hoy como ayer… Acaso un poco peor.
Hola querido Dr., se olvida usted que también ahí medicos que al pedirles información, contestan, si quiere que le de información no le opero.
Pues resulta contradictorio, si no es irónico. Porque no sería ético.
Gracias doctor, es un placer escucharle y, en este caso, leer sus artículos.
Como paciente, con enfermedades crónicas y una mastectomía a cuestas, para mí es un calvario conseguir mi medicación en la receta electrónica. Ayer, ¡por fin!, mi médico de cabecera me llamó por teléfono para renovármelas (después de pasar más de un mes sin ellas). Ante mi impotencia sus contestaciones: no tenemos la culpa, no tenemos tiempo y el año que viene será peor porque habrá muchas jubilaciones, tiene usted razón pero no puedo hacer nada, ….. etc.
Soy yo la que se preocupa por mi salud, la confianza en nuestra famosa «sanidad» cada día es menor y sí, casi tengo 65 años, llevo a cuesta enfermedades que no van a mejorar sino irán a peor, pero lo que quiero (y a lo que tengo derecho) es tener calidad de vida, no tener dolor para poder gestionar mi día a día, …. VIVIR.
Me parece tremenda la deriva que lleva esta sociedad de aborto y eutanasia.
Lo dicho doctor, muchas gracias.
Es Vd el mayor farsante que ha dado la PLandemia. No digo más. Disidencia controlada.
Vaya cuentos chinos los suyos, mucho bla, bla, bla para no hacer nada de nada solo darse publicidad
Me encanta escucharlo. Muchas gracias por su labor.Un saludo
Usted sí que sabe, Rox, efectivamente mejor no diga más, queda muy claro. Hace falta ser simple…
Estamos por ver qué hace Clari. Dese un poco de publicidad, abandone el anonimato cobarde…