15/05/2024 14:09

Aunque toda persona normalmente constituida sabe que la maldad suele ser un instrumento para conseguir mucho en la vida, se da cuenta sin embargo de que debe hacer el bien, aun sin ventaja ninguna. De ahí que los que transcurren por el mundo cometiendo interminables maldades sean individuos anómalos, dueños de una humanidad contrahecha.

Dicho lo anterior, supongo que habrá especialistas en el estudio e interpretación del comportamiento de Pedro Sánchez Castejón, ese bulto de carne con apariencia humana que en su día se empeñó en presidir España con 90 escaños, y también más tarde con unos cuantos escaños más, porque la obsesión de un paranoico resulta imparable en la mayoría de los casos.

Lo asombroso para las mentes normales es que lo consiguió. Y que lo sigue consiguiendo sin haber ganado nunca nada en el juego limpio, pero que, por el contrario, todo lo gana cuando la prueba se embarra y se compite bajo códigos de embrollos, celadas, fraudes, supercherías y demás patrañas, perfidias y felonías, y, por supuesto, sin haber respetado urnas ni promesas, negándose a sí mismo y violando por sistema a la verdad, que es la fórmula que más satisface a los bribones.

Una conocida expresión dice que detrás de un gran hombre suele haber una gran mujer, y los entendidos cuentan que apuntalando la poderosa ambición de Pedro se halla la no menos prominente de Begoña, una vasca criada en León, hija de un propietario de saunas de atmósferas turbias, licenciada en Marketing y antigua buscadora de fondos para oenegés.

Precisando, los peritos en ecos de sociedad aclaran que la pareja -que se marca sonrisas y buen rollito con el Rey y su consorte- marcha firme y unida, combinando el afán incontenible de poder con la rocosa obstinación y la soberana autoestima. Y que la esposa, que según cuentan ejerce un influjo sin fisuras sobre el esposo, le ha convencido de ser el nuevo Nicolae Ceaucescu de Occidente, presidente-dictador vitalicio de la República Estalinista Leninista de ExEspaña.

Esto es así, pero quiero recordar a mis amables lectores que, hace ahora algo más de siete años, los politólogos, contertulios al uso y demás conocedores de la cosa, la mayoría de ellos de derechas, auguraron el final político de este paradigma de la deslealtad llamado Pedro Sánchez. Y no sólo eso, también concluyeron que lo que el inolvidable Rubalcaba bautizó como «Gobierno Frankenstein», esa alianza entre socialistas, comunistas, filoterroristas y separatistas, jamás podría producirse en España.

Y no se podía producir jamás, entre otras cosas, porque eran retales políticos incompatibles entre sí, y sobre todo porque ni las instituciones del Estado ni el pueblo lo permitirían. El tiempo, es obvio, se ha encargado de desmentir, una por una, todas aquellas confiadas previsiones de los expertos, a pesar de lo cual son esos mismos videntes los que, en vez de buscar soluciones a la catástrofe, abriendo brechas en el Sistema, aún siguen perdiendo el tiempo asombrándose de las aberraciones de Sánchez y de sus palmeros y aliados, y pidiéndoles a todos ellos explicaciones de sus desvaríos.

Así las cosas, y aunque de improviso ha aparecido un refrescante brote de rebeldía por parte de la masa crítica, que veremos hasta donde nos lleva, y que hay que cuidar, proteger y saber manejar tácticamente, con especial atención a los infiltrados ultraizquierdistas «revienta manifestaciones», ello no deja sin efecto lo expresado en los dos párrafos anteriores, que muestran, salvo excepciones, el nivel de nuestros intelectuales de derechas hasta el día de hoy.

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De los intelectuales supuestamente críticos. Fíjense ustedes cómo será el de los menos críticos o el de los directamente áulicos. El caso es que, a pesar de los sesudos vaticinios de estos entrañables expertos, es ese monstruo político conocido como «Gobierno Frankenstein», construido con partidos que comparten su odio a España, el que nos gobierna. Y el que nos seguirá gobernando si la Providencia no lo remedia. Porque, a pesar del optimista criterio de los augures, ni con las instituciones ni con el pueblo -de momento- se va a poder contar, pues no hay que caer en el error de confundir «pueblo» con «minoría crítica».

Lo evidente hasta hoy, como digo, dejando entre paréntesis este movimiento crítico contra Ferraz y contra lo que este nombre representa políticamente, es que Pedro Sánchez, y con él todos los que apoyan el desafío golpista-separatista y todos los que dan cancha a los sediciosos, que carecen del más elemental patriotismo y que nunca pondrán los intereses del país por encima de su codicia y de su ego, está utilizando a España para aplacar su odio y su ambición. Y como la justicia le mantiene impune y como sus grandes errores los ha solventado con traiciones, corrupciones y carambolas, la felonía de Sánchez siempre acaba, hasta ahora, saliéndole gratis.

En su día, hace ya de esto más de siete años, dijo literalmente que el plan separatista de Puigdemont era «ilegal, unilateral y contrario a la mayoritaria opinión de los catalanes». Ahora dice que la amnistía a los golpistas es un paso adelante para la convivencia entre españoles, sabiendo que los separatistas están hartos de decir que no quieren ser españoles. Pero de lo que se trata es de traicionar los intereses generales un día sí y otro también con tal de seguir entronizado en la Moncloa y de perpetuar su agónica carrera política, con más delectación aún si es a costa de vender a España.

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Pedro Sánchez, en definitiva, es un ser resentido y, como tal, sus políticas están basadas en el odio. Por eso, lo que en resumidas cuentas viene haciendo, es abriendo cada vez más grietas en la unidad y defensa de la patria. Sabe perfectamente que no es posible el diálogo de España con sus victimarios, pero carente como está de escrúpulos morales, y siendo él mismo un victimario, no deja de burlar las leyes del Estado y no le importa tratar con quienes pretenden proclamar repúblicas provincianas. Y como no exista una rocosa y permanente presión contra él que reviente sus proyectos, ahí seguirá obsesionado con la piqueta y la gasolina.

¿Revolución del pueblo? Ojalá. Pero el pueblo, si no tiene un líder o unos líderes que sepan involucrarlo en el problema y arrastrarlo, no es nadie. Menos aún como está, abandonado por las instituciones. Y las hordas ultraizquierdistas no se van a dejar quitar la pieza de los dientes, así como así, por las buenas. Están habituadas tanto a las revoluciones como a las contrarrevoluciones, tanto a organizar manifestaciones como a reventarlas, porque ese es su hábitat natural, y ahora están acaudilladas por un paranoico iluminado y diabólico -sustentado, además, por los plutócratas del NOM, no lo olvidemos- llamado Pedro Sánchez, el nuevo Ceaucescu.

Pero dicho lo anterior, hay que seguir en la lucha. Una lucha a muerte, tal vez. Una lucha que, en definitiva, no es otra que la histórica del Bien contra el Mal. Y en ello estamos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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