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“Uno no es de ninguna parte mientras
no tenga un muerto bajo la tierra.
Úrsula replicó, con una suave firmeza:
Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero.”
(Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad)
En la adulteración de hechos e ideas, tanto pretéritas como coetáneas, convergen multitud de estrategias; generalmente tan deleznables como el fin perseguido. Una cosa es la búsqueda honesta de la verdad y otra, bien distinta, la voluntariosa propagación de una falsedad consabida. Las motivaciones son esencialmente tres: el desconocimiento culpable (pues el saber está al alcance de todos), la prevalencia de ideas preconcebidas (sobre la que se recuesta un falso confort intelectual) y la supremacía de intereses puramente crematísticos (una razón tan antigua como el mundo)
En el uso espurio y calculado del verbo, la siniestra siempre ha llevado ventaja a una diestra timorata y cándida. Mas el éxito de esta ingeniería semántica y de su ulterior propaganda, no sólo es atribuible al guionista y emisor sino, además, a un inmaduro receptor ávido de mullidas mentiras. Las generalizaciones suscitan iniquidad pero son insoslayables para reflexionar y pienso, de veras, que escamoteamos la realidad con la misma determinación con que abrazamos el embuste. Obsérvese que hablo en primera persona del plural pues todos, insisto, todos, podemos caer fácilmente en esta telaraña.
La política es el arte de lo posible y la economía la ciencia que se ocupa de asignar recursos escasos de forma eficiente y ordenada. Dos obviedades universales que pierden fortalece y adhesiones a medida que descendemos a lo concreto.
Explicitadas estas cautelas, nada descubro si afirmo que la izquierda, con bastante éxito, se ha apropiado de epítetos biensonantes y de determinadas parcelas sociológicas en las el azar ni estuvo ni se le espera. Y como quiera que su voracidad es insaciable y con el rabo mata moscas, lleva un tiempo minando y deslegitimando atributos secularmente amables para la derecha. Tal es así que la patria, verbigracia, ha dejado de ser la tierra de nuestros padres para convertirse en un lugar suspirado por la prole del mismísimo Lucifer. Si blandes la rojigualda, tus ojos se humedecen al son de la Marcha Granadera o, con prudente orgullo, oreas su patriotismo, todo el peso de la infamia y de la sospecha caerá sobre ti. Mas si esta bacanal de lealtad a la tierra que nos vio nacer se debe a algún triunfo de La Roja, entonces, sólo entonces, quedaremos libre de sospecha y limpios de toda mácula. El nuevo catecismo de la siniestra y sus voceros, que estipula los pecados, penitencias e ingulgencias, ha sido inoculado en el torrente sanguíneo de una sociedad pusilánime que ha sacrificado el ser por el qué dirán.
Quienes amparan, justifican o se desentienden del asesinato de angelitos indefensos se autoproclaman progresistas. Quienes por querer tanto a los pobres los generan a mansalva, se definen a sí mismos solidarios. Erecto el Muro de Berlín, los del este acribillaban a los que huían al oeste. No se conoce éxodo a la inversa. Devenida la flacidez del muro de las ejecuciones, oriente vio la luz y occidente la vergüenza. Centenares de ejecutados más tarde, al ministro de cuota, cucharón en mano, le vimos ataviado con una sudadera con las siglas DDR, Deutsche Demokratische Republik. Me dicen quienes le conocen bien que es buena gente y no lo pondré en duda, pero hay que ser muy osado o muy indocto para presumir de un régimen comunista, y por ende tirano, donde el reclamo del calificativo democrática en su acrónimo fue de un sarcasmo superlativo. Un régimen canalla que tiraba del miedo y la muerte para laminar toda ansia de libertad de su pueblo.
Descorrida la cortina berlinesa, la siniestra hubo de reinventarse y a fe de que le ha resultado más fácil de lo previsto. Sólo tenía que sacudir viejos fantasmas y esperar a que el capitalismo despiadado y la corrupción de patriotas de atrezzo revelasen su verdadera naturaleza. España entera vio al bufón de La Secta sonarse los mocos con la rojigualda pero al menos iba de frente. Payasadas aparte, me preocupan infinitamente más quienes usan la patria como señuelo para guarecer sus verdaderos credos: la codicia, la inmoralidad y el cinismo.
La Patria no se impone; se ofrece y, a diferencia de los estercoleros comunistas, nuestras fronteras están francas para que felones, sinvergüenzas y demás apátridas cumplan sus sueños y puedan ser lo que siempre dijeron ser: ciudadanos del mundo. Adelante camaradas.
España no es un concepto discutido ni discutible y, de serlo, el único sujeto político con poder de decisión sería el pueblo español en su conjunto.
Me consta, como a todos, que pesoe y pepé, tanto monta, monta tanto, llevan décadas mercadeando con la soberanía nacional y con la igualdad de los españoles ¿Qué tendrá La Moncloa cuando la bendicen? Que se lo pregunten a Vidal- Quadras, cuya testa fue servida en bandeja de plata al Poc Honorable y Amasaor Jorge Pujol. Que se lo pregunten a los descendientes en línea recta de Wifredo el Velloso, instruidos en la falsificación de la Historia y en el odio a España. Cesiones, compadreos, armisticios, apaños, pasteleos, contubernios y demás enjuagues entre traidores confesos y mercachifles que, de facto y de iure, suponen la sustitución del ágora de la palabra (parlamento) por las alcantarillas, donde las tinieblas ciegan a los taquígrafos y la humedad diluye lo convenido.
Corren tiempos de eufemismos y de ocurrentes construcciones semánticas con una única finalidad: ocultar la realidad. Tal vez los más jóvenes no sepan que Aznar parlava català en la intimidad mientras rebautizaba a ETA como el Movimiento Vasco de Liberación. Una cena en el Hotel Majestic, sito en el Paseo de Gracia de Barcelona, supuso el principio del fin del elíseo prometido. En España ocurre lo que en Hacienda; que todos somos iguales pero unos más que otros.
La voz patria produce en la izquierda el mismo efecto que el crucifijo en Drácula. Tal vez por eso la sustituyen por enestepaís o por matria. Llaman federalismo asimétrico a la desigualdad de los españoles por razón del lugar de empadronamiento. Donde hubo, hay y habrá iniquidad ahora lo llaman discriminación positiva; un oxímoron muy ingenioso. En un alarde de bienintencionada ingenuidad, Adam Smith llamó mano invisible a la mano que mece la cuna, que es bien visible y muy reconocible. El pueblo manso y humilde, el pueblo justo y laborioso, el santo e inocente, no es la coartada sino la razón de todo.
Es tiempo de patriotas, siempre lo ha sido, y habremos de aupar a quienes, de corazón y con razón, quieran a España más que a sí mismos. Hay quienes ven a España como un mito, como una perversa invención. Antes al contrario, España es una realidad humana, histórica, geográfica y cultural, tal vez imaginada desde la Edad Antigua, con conciencia política desde la Alta Edad Media, desbaratada en el 711, ansiada durante siete largos siglos y felizmente alcanzada en 1492.
Como magistralmente afirmó Charles de Gaulle, patriotismo es cuando el amor por tu pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero.
Desde mi amor a toda España, sin excepción, la serviré con esta pluma, que es humilde y firme, pues las batallas, a Dios gracias, también se libran en las redacciones. El arte de la palabra, como mecanismo esencial para la crítica radical, se convierte en un baluarte de la razón, de la Democracia, de la verdad.
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