22/11/2024 02:32
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El pasado viernes 30 el presidente ruso Putin proclamó la anexión a Rusia de las cuatro regiones que pertenecían a Ucrania y Rusia ha logrado conquistar hasta el momento; si bien de forma incompleta y bajo la amenaza de una ofensiva ucraniana que parece ganar impulso.

En este momento, en efecto, la situación militar no acompaña bien a esta declaración de anexión, pero no comentaré el aspecto militar porque desconozco demasiadas cosas. Al margen de las vueltas que dé esta guerra a la que le queda bastante recorrido, el significado geopolítico de esta anexión es crucial, es un punto de no retorno y una verdadera encrucijada para el mundo.

En su discurso y entre muchas otras cosas que dejaremos para otro artículo, Putin habló de la voluntad expresada por las poblaciones de unirse a Rusia y corregir así la situación generada por la disolución de la URSS, cuando millones de rusos quedaron separados de la Federación Rusa.

Naturalmente, para Occidente estas votaciones son una farsa, los dirigentes pro-rusos títeres y las instituciones rebeldes al gobierno de Kiev son autoproclamadas. Es un lenguaje que, sabiéndolo traducir, en el fondo dice la verdad aunque vuelto del revés. Y es que las élites que controlan Occidente hablan de “títeres” para referirse a quienes no son títeres suyos; hablan de “farsa” para cualquier representación que no sea la suya y llaman “autoproclamado” a todo lo que no hayan ellas proclamado y bendecido.

Cierto es que los referéndums han podido ser celebrados sólo porque Rusia ha ocupado militarmente el territorio, pero eso no invalida la voluntad de la población, si desea unirse a Rusia.

¿En virtud de qué derecho caído del cielo Occidente, tiene la potestad de decidir que no es legítima una voluntad de unión con la madre patria clarísimamente expresada?

La ocupación militar rusa no es la causa de esta voluntad de la población, es solamente la condición necesaria para que esa voluntad haya podido expresarse. Porque el gobierno ucraniano jamás habría permitido elegir a esas poblaciones ni lo permitirá en cualquier otra región que controle militarmente. Cuando el golpe de estado del Maidán en 2014 hubo fuertes protestas en varias regiones, pero la respuesta de Kiev fueron los tanques y la represión militar; solamente las dos regiones rebeldes de Donetsk y Lugansk lograron defender con las armas su libertad.

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Como mínimo, al menos estas dos regiones se han ganado el derecho a que su voluntad sea respetada; no por el voto que ha sido solamente el trámite final, sino por su resistencia durante ocho años y por  el tributo de sangre que han pagado. Nadie tiene derecho a negarles la legitimidad de esta voluntad. En cuanto a las otras dos regiones, tengo pocas dudas de que lo que Occidente considera una “farsa” refleja la mayoritaria opinión de esas poblaciones. El que haya podido expresarse y cambiar el estado de las cosas solamente gracias al poder militar ruso, es otra cuestión.

Pero es que la voluntad de autodeterminación no existe ni puede existir en sí misma, en un vacío: está indisolublemente unida a la fuerza para poder expresarla, a las relaciones de poder que permiten o no esta expresión.

Este tema tiene ramificaciones bastante amplias. Y es que si consideramos ilegítima cualquier votación consecuencia de una ocupación militar, los partidarios de Occidente ya pueden empezar a considerar una farsa las elecciones en Afganistán, en Irak y en todas las naciones donde sus ejércitos hayan intervenido.

Sin olvidar el Kosovo y la voluntad de la mayoría albanesa de separarse de Serbia, algo que pudo ser sólo después de la agresión de la OTAN. No es un paralelismo que vaya a aceptar Moscú obviamente, pero es una confirmación ulterior de lo dicho hace un momento: el derecho de autodeterminación no existe en un vacío ni lo garantiza un marco legal que todos acepten, sino que están indisolublemente unidos a las relaciones de fuerza y las posibilidades objetivas de hacer valer esta voluntad.

Por cierto que el caso del Kosovo debería hacernos reflexionar: hubo un tiempo en que los serbios eran mayoría en el Kosovo, una región de importancia histórica fundamental para ellos. Los serbios no el Kosovo en 1999 sino cuando se convirtieron en minoría y perdieron la verdadera batalla, la batalla de la demografía. Si las poblaciones alógenas llegan a ser mayoría en amplias zonas de Europa y llegaran al poder gobiernos realmente anti-globalistas que defendieran la identidad europea, son perfectamente posibles escenarios “Kosovo” en España, en Francia, en Alemania. En tal caso es evidente de qué parte estará el enemigo americano.

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Prosigamos un poco con lo que es una farsa y lo que no. Si son una farsa las elecciones celebradas como consecuencia de una guerra, con muchísima más razón se deben considerar completamente ilegítimas todas las elecciones democráticas celebradas en Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial. Como radicalmente ilegítimas son sus respectivas Constituciones, escritas por los vencedores con el objeto de anular políticamente a ambos países y degradarlos, permanentemente, al rango de vasallos como siguen siendo hoy.

De hecho Putin en su discurso se refirió, tanto a Alemania como a Japón, como países bajo ocupación; lo que se corresponde exactamente con la realidad de las cosas, si no lo interpretamos solo como ocupación militar (que también) sino como vasallaje político y económico. Un vasallaje que, como comenté en el anterior artículo, se extiende a Europa entera.

Lo que estamos viendo es el no-fin de la historia, la dinámica histórica que afirma sus derechos frente a la aberrante pretensión de abolir la historia y las pretensiones de llegar al fin de la historia.

Más sobre este tema en el próximo artículo donde terminaremos de reseñar el discurso de Putin y veremos por qué esta guerra no es sólo un asunto local sino que es un punto crucial, una encrucijada de la historia que nos interesa a todos.

Autor

REDACCIÓN