Dicen que la Toma de la Bastilla, aquel 14 de julio, no fue para tanto y que hubo acontecimientos más importantes y más determinantes para la Revolución, pero 1789 es una fecha emblemática, un gozne sujeto al cual giran dos etapas de la historia de Occidente. Se ha repetido que surge aquí un Estado de ciudadanos iguales frente al Ancien Régime, una comunidad de ciudadanos frente a una comunidad de súbditos, la liberté general y abstracta, frente a las libertades, fueros y particularidades de aquel mundo resumido en la expresión Trono y Altar.
Este profundo cambio se produjo en una riada de sangre. Comenzó aquí el fenómeno de la violencia sistemática, organizada; la violencia como instrumento de “salud” pública impulsado por el Estado, que luego habrían de practicar tan efectivamente los totalitarismos.
Esta violencia fue extremadamente cruel con los cristianos. La Revolución Francesa, junto con la Mexicana y la guerra civil española, fue uno de los grandes genocidios anticristianos de la historia.
Sin embargo, ¿ quién duda de que la triada Liberté, Égalité, Fraternité tiene una raíz cristiana? Sus fundamentos ideológicos e intelectuales -Ilustración, Racionalismo, Enciclopedia- son difícilmente concebibles fuera de un contexto cristiano. Decía Chesterton que los principios de la Revolución francesa son los principios de Cristianismo que se han vuelto locos.
Hay, pues, una pieza que chirría en este gran motor; un germen de contradicción que, al principio, puede parecer poco visible, pero que, con el tiempo, va mostrando sus enormes dimensiones.
El jurista alemán Böckenförde habla del “nacimiento del Estado como un acontecimiento de la secularización”; eso hace que “el Estado libre, secularizado vive de presupuestos que él mismo no puede garantizar” (citado por el Antonio Mª Rouco Varela en su trabajo Los fundamentos pre-políticos del Estado democrático de Derecho). La secularización y el proceso de configuración del Estado son procesos que corren paralelos. Este proceso, hoy, se encuentra en un estado avanzado. La Postmodernidad, con su negación de la Ley Natural, con su afirmación de lo efímero (sensaciones, deseos, experiencias) como lo único permanente, no solo ignora los dogmas e ideas del Cristianismo, sino que disuelve el concepto de hombre en un océano de imágenes virtuales.
El aquelarre woke de la inauguración de la olimpiada de París (27 de julio de 2024), no es un fenómeno de generación espontánea; es la consecuencia de un proceso de secularización iniciado siglos antes. La Liberté, sin referencia a Dios y a la Verdad; la Égalité, sin vínculo con el origen sacro de la dignidad humana; la Fraternité, no apoyada en el vínculo de una filiación común, conducen a un hedonismo primario, a una voluntad ciega y caprichosa y, en última instancia, a un espectáculo grotesco.