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Ya que uno de mis lectores me ha dicho que soy muy bruto debido a mis ideas y a mi profesión de agricultor cerealista, me han venido a la mente las aventuras de aquella fuerza de la naturaleza que fué Marco Antonio y voy a hablar un poco sobre el y su increíble vida. También de su esposa egipcia Cleopatra.
Miembro de la nobleza romana y amante de la buena vida, siempre tuvo un alto tren de vida el muchacho, se llenó de deudas y para escapar de sus acreedores y hacer un poco de caja se fue a las legiones donde Julio César lo recibió como un hijo ya en plena campaña de las Galias.
Allí su potencia física lo hizo destacar e hizo una gran carrera a las órdenes del divino Julio. Fué siempre un gran capitán, esforzado y valeroso. Se hizo amigo de César y colaborador político también. Hasta el punto de llegar a ser tribuno de la plebe y uno de los personajes más destacados de Roma.
Tras el asesinato de César pareció por un momento, moviéndose ambiguamente entre los conservadores y los populares, que iba a hacerse con el poder absoluto. Pero tuvo miedo a la oposición senatorial y a la tenacidad del heredero de Cesar, Octavio. Y no jugó bien sus cartas y bien buenas que eran estas. Debido a su brutalidad y crueldad algunas legiones se pasaron a Octavio y aquí empezó su huida hacia adelante en busca de sueños imposibles.
Tras la ascensión de Octavio, formó con este y con Lepido el segundo triunvirato. Con la escusa de castigar a los asesinos de César instigó las proscripciones de rigor y bañó de sangre los adoquines de las calles romanas. Llena la caja y repartido el mundo entre estos tres líderes, se fue al Oriente donde se encontró con la ex-amante de César, la reina egipcia Cleopatra y fueron amantes durante unos dos años. Después casó con la hermana de Octavio a petición de las legiones y se dedicó a poner orden en el Oriente Romano.
Pero la hermana puritana de Octavio no era rival para la sensual y culta reina de Egipto. Esta se las arregló para hacer volver a un Antonio siempre necesitado de dinero a su lado y juntos vivieron a partir de entonces. Mientras la enemistad con Octavio se acentuaba a Marco Antonio le dió por imitar al gran Alejandro y comenzó la invasión de Partia. Pero este Hercules redivivo nunca fue un gran general. En pleno territorio parto dividió sus fuerzas y fué masacrado por el enemigo. Como Napoleón y como Hitler en Rusia, y como Craso muerto en Partia, emprendió la retirada entre fríos, nevadas, hambres y cansancio. Se comportó bravamente como el gran capitán que era. Marchó al lado de sus soldados, comiendo y durmiendo con ellos, alimentándose de raíces y de gusanos. Pasando las mismas calamidades que sus hombres.
Ya vuelto al hogar Cleopatra le convenció de que nada se le había perdido en Partia, que el poder y las riquezas se encontraban en el Occidente. En Roma concretamente. Y le declaró la guerra a un Octavio que acababa de derrotar a Sexto Pompeyo.
Y así se gestó su debacle. Octavio mandó a su flota al mando del gran Agripa y fue derrotado en Actium. Lo demás fue un paseo militar Octaviano que llegó con sus legiones a Alejandría donde el hombre que lo tuvo todo y lo perdió todo y su reina se suicidaron.
Y ambos pasaron a la literatura y a la leyenda. Sus trágicas carreras han sido contadas una y mil veces por los poetas. Su recuerdo ha permanecido imborrable.
Octavio hizo matar al hijo de César y Cleopatra, Cesarión. Este era la viva imagen de su padre y el emperador no quería más rivales que le apartasen por más tiempo de su tarea de organizar la paz y el imperio. Egipto pasó a ser una posesión personal de Octavio y sus riquezas fueron dedicadas a embellecer Roma.
Como ya he dicho, este montón de músculos que era Antonio nunca fue un gran general. Fué un gran aventurero que vivió una vida llena de placeres y boato. Gracias a Dios que no ganó en Actium pues hubiera utilizado las riquezas del imperio como su tesoro personal y quien sabe que clase de locuras habría cometido.
Pero ahí queda su leyenda oriental. Llenando la imaginación de las gentes y la de este humilde agricultor cerealista. Hay que reconocer su valentía , arrojo y empuje, aunque tuviera pocas luces en su cabeza embotada por el vino.
Yo, la verdad, prefiero a personajes más austeros que el. Juliano. Aureliano, y otros de este estilo. No en balde soy un hijo de la austera Castilla aunque recriado en la deslumbrante Andalucía. Sirvanos su historia para no cometer sus excesos y para separar el grano de la paja en cuestión de reconocer a los grandes generales.
Y para terminar, creo que hay demasiados Antonios en España que para pagarse sus lujosas vidas llenas de placeres y de vicios, expolian al pueblo hasta el punto de hacer desaparecer las clases medias. Por ello sería deseable la vuelta de los verdaderos césares. Personas con cabeza y de vida ordenada y austera que con sus talentos engrandezcan nuestra patria. Se que es la opinión de un provinciano, pero que le vamos a hacer.
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