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En Julio de 1921 una bandera de la Legión salvó de un exterminio total a la población de Melilla, cercada por las fuerzas rifeñas al mando de sanguinario Abd El Krim. Estos legionarios tuvieron que recorrer más de cien kilómetros de marcha hasta embarcar en Ceuta y poder llegar a la ciudad melillense. Antes de la partida en el puerto Ceutí, el teniente coronel Millán Astray se dirigió a los legionarios advirtiéndoles que la misión que iban a emprender posiblemente costaría la vida a muchos de ellos. Fue el recordatorio del espíritu de un cuerpo militar glorioso. Finalizó diciendo: «El que no quiera continuar, que se marche y desde ahora queda licenciado de la legión». Nadie se fue. Esa bandera heroica la mandaba el entonces comandante Francisco Franco Bahamonde. Gracias a él y a sus heroicos hombres no se llevó a efecto una carnicería, pues pasar a las personas a cuchillo era lo normal cuando estas gentes se apoderaban de ciudades.
Ya sé que esto se sabe. Ya sé que ante la vileza de quitar la estatua de Franco se han escrito aquí artículos bien fundamentados. Pero lo que yo quiero exponer, con gran preocupación es que nos están arrancando nuestra identidad y estamos callados, como anestesiados y ni siquiera el ejército tiene la valentía de defender la memoria de sus muertos que también son los nuestros. La única esperanza de parar este desastre era que los que están para defender a la Patria cumplieran con su misión sagrada de garantizar la unidad de España y el orden nacional hasta las últimas consecuencias. Pero esa izquierda frentepopulista y miserable les ha convertido en una pandilla de funcionarios que solo sirven para desfilar como majorettes indignas de vestir su uniforme. Tampoco La legión es lo que era. Estos canallas tenían una misión en mente desde la muerte del Caudillo y la han ido ejecutando poco a poco. Su idea prioritaria era acabar con el ejército que estaba bien reconocido en dos pilares, la Benemérita y la Legión. Con la Guardia Civil han conseguido sus propósitos. A El Tercio, como le tienen tanto odio y además mucho miedo, estos criminales políticos le han ido poco a poco quitando su fruto para convertirlo en solo una cascara vacía, y lo malo es que estos se han dejado hacer. Han consentido transformarse en una ONG domesticada sin sustancia que se pone de perfil cuando pisotean la memoria de sus muertos que, repito, también son los nuestros y que callaran cuando les prohíban, por ejemplo, procesionar a Nuestro Padre El Cristo de la buena muerte y ánimas. Eso llegará sin duda.
Yo, ante tales circunstancias, les pido, por favor, después de todo lo visto y lo que nos queda por ver, que no canten más el «novio de la muerte», ni «la muerte no es final». Que no lo canten si les queda algo de vergüenza. El plato de lentejas se quedó servido hace mucho tiempo Que sigan comiendo de él. Que continúen con la farsa demostrando que desfilan mejor que nadie y más rápido que nadie. Sin duda seguirán los aplausos de los que les domesticaron y de los que los ven pasar desde las aceras agitando banderitas de papel. Nosotros, los demás, los que estamos fuera de todo esto, los que sabemos que no llueve, que es que nos están meando, continuaremos sufriendo la terrible certeza de que nunca más podremos gritar «¡A mí la legión!», porque no vendrá nadie a socorrernos.
Autor
- Nace en Madrid en 1958. Estudia en Los Escolapios de San Antón. Falangista. Ha publicado 4 libros de relatos. Apasionado del cine y la lectura. Colaborar en este medio lo considera un honor.