13/05/2024 08:26
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 Repugna que los denominados estudiosos de la Memoria Histórica olviden el sadismo de las checas en Madrid.  Miles de personas fueron torturadas con brutales y demoníacos métodos de infinito padecimiento. No se conformaban con asesinar siendo la sofisticación de la barbarie un instrumento de malignidad ilimitada. Tantas evidencias de esa memoria selectiva que olvida a conveniencia, parece ser inspirada por el mismo Satanás en este siglo XXI cuando algunos pretenden instaurar una discordia social muy arriesgada en pro de los chiringuitos del PSOE. En esa misma línea de sadismo ya han provocado un genocidio contemporáneo y no les basta para renunciar a un plan de odio desintegrador, contra la mitad de la España que unos carroñeros antepasados intentaron aniquilar bajo estandartes estalinistas.

Si eran entonces expertos asesinos sin conciencia es normal que sus descendencias sean maestros del engaño, sinvergüenzas de la mentira, estafadores de los hechos históricos para vender el crimen como panacea universal y estigmatizar a los inocentes. Es normal. Más anormal es que otros que pudieron refutar la canallada, silenciasen la protesta y asintieran, dejando que perdurase el engaño, como hizo el Partido Popular de Mariano Rajoy no solo incapaz de derogar ley tan injusta que creó escisiones malévolas y anacrónicas, sino también  torpe para no acometer una revisión que equilibrase la balanza de la justicia histórica a favor de los asesinados por Largo Caballero y sus secuaces. Algo comprensible si tampoco fueron capaces de defender los derechos de las víctimas de ETA, crímenes mucho más cercanos ante los que han demostrado una indolencia farisaica.

 Generaciones que vivieron la guerra fueron las primeras en testimoniar una reconciliación que el propio gobierno de Franco quiso materializar con el Valle de los Caídos, monumento del perdón con enterramiento digno de contendientes de los dos bandos de la Guerra Civil. Hasta el escultor del PSOE, Juan de Ávalos, ya dijo que era una reconciliación de las dos españas. 

Pero cuarenta años de democracia no bastaron para que los sembradores de cizaña retornaran para crear una división social cada vez más acrecentada.   Por ello es necesaria una revisión de la Memoria Histórica en defensa de cuantos fueron vilmente masacrados por el frentepopulismo desatado que se mimetizó con la II República. Una revisión rechazada además por la Unión Europea que considera al comunismo de igual calaña que lo fue el nazismo.

 La Memoria Democrática que impulsa Carmen Calvo está basada en un ventajismo hipócrita que busca beneficios más allá de la fingida justicia. El motor es la codicia, y el botín cuanto pueda aprovecharse de esta artimaña. Allanar el camino es primordial para lucrarse del artificio moralista. Porque la injusticia importa poco cuando se trata de apoltronarse en el poder al precio que dicte el Demonio, no es extraño que los partidarios de tan subjetiva memoria simpaticen con el terrorismo etarra y desprecien a sus víctimas. Y no es extraño porque las deformidades del alma no son cuestiones de ideología, aunque la radicalidad las caracterice inequívocamente.

 Miles de inocentes, niños, ancianos, sacerdotes, monjas, civiles, fueron exterminados con una crueldad propia del Infierno de Dante.  Aniquilados por el Frente Popular, no por la República que se vio desbordada por una marea de asesinos y criminales que se mezclaron con ella, después de que el intento de instaurar el estalinismo provocara la guerra. Sin salida, media España estaba expuesta a la exterminación y se vio obligada a rebelarse para evitar una impune extinción. Los libros de Historia contradicen la nueva doctrina de una memoria selectiva que santifica a los causantes de todos los problemas que llevaron a una contienda civil inevitable. Puestos a recordar, el Partido Popular debió haber planteado una reforma de esa sibilina Memoria que, además de desvirtuar la realidad, pretendía imponer un totalitarismo parecido al que imperaba en los prolegómenos del alzamiento del 18 de Julio. Rememorar los ataques contra la II República, la trampa electoral, los asesinatos de civiles, sacerdotes y monjas además del lenguaje incendiario de Largo Caballero, el llamado Lenin español, que no daba opción ninguna de salvación que no fuera la resistencia como una obligación universal.  

 Rodríguez Zapatero fue el miserable que abrió la caja de Pandora para reverdecer los odios guerra civilistas. Imponer un criterio victimista contra el otro bando español que no tuvo más remedio que defenderse ante la aniquilación que el Frente Popular empezó a practicar con toda impunidad incluso contra la propia II República, era el objetivo basado en una estrategia de división para facilitar un juego marrullero de poder bañado en sangre con la matanza del 11-M. Las oscurantistas intenciones de entonces han tenido su continuidad hasta la España del 2021, tomado el poder por Pedro Sánchez a espaldas de la soberanía popular, primero, trampeando resultado electoral para eternizarse dando un golpe de estado por implosión, después. Si mal fue desenterrar los rencores olvidados, peor fue secundar la trampa por parte de un gobierno de Mariano Rajoy entregado acomplejadamente a las mentiras sectarias que santificaban a los causantes de la Guerra Civil de 1936. No puede felicitarse de nada el cobarde y traidor que terminó entregando a todo un país a sus enemigos. Así lo describirá la Historia.

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 Si Japón no hubiese perdonado las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima a Estados Unidos, y estos el ataque a Pearl Harbor del imperio nipón, el mundo venidero después de la contienda no hubiese sido posible. No se puede imaginar  que Japón se vengara esperando el momento de un ataque nuclear contra EEUU. El mundo generalmente no funciona así de anómalo y repulsivo; menos en España.  Los conflictos bélicos se dirimen cuando  el sufrimiento se expande hasta acabar con el contrario. Aquí pugnan porque las espadas sigan en alto. Tan afiladas como antes  puede empuñarlas la inspiración enfrentada.

 Cualquier país que haya vivido beligerancias con la crudeza de una guerra civil, nunca podrá vivir en paz si rememora los odios e intenta monopolizar el dolor en contra del otro bando. El progreso no sería posible si incluso las naciones no perdonaran los horrores de las pendencias y se recordaran indeleblemente tantas injusticias que provocaron las violencias del pasado. El tiempo  y la recapacitación están para superar, con la consciencia de la reflexión constructiva,  el rencor que enfrenta a las sociedades y los países. Así debería ser a poco que haya voluntad sana de pacificación y consenso. Mientras todas las naciones regeneradas procuran olvidar sus dolores bélicos, en España hubo décadas de conciliación efectiva hasta la llegada al poder de Rodríguez Zapatero que instauró el resentimiento olvidado después de llegar a La Moncloa tras el asesinato de 192 personas. Sintomático.

 Del mismo modo que la manera de marrullera de llegar al poder con mentiras deslegitimó a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, la cínica ley de Memoria Democrática quedaría deslegitimada si se calibrara la importancia de que un libro como «1936, fraude y violencia», de Álvarez Tardío y Roberto Villa, demostrase que el Frente Popular se hizo con el poder de manera fraudulenta. También la Plataforma de Elecciones Transparentes ha aportado pruebas de que el PSOE es tan sucio a la democracia como lo fue Sánchez con el pucherazo en primarias que lo expulsó del partido, para luego tener a todos los lameculos bajo la inspiración delictiva de los muchos crímenes que entre todos han acumulado.

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 En tanto ya están tardando otros en plantear una revisión de la ley de Memoria Democrática que defienda a las víctimas del Frente Popular y de paso a las más recientes del terrorismo etarra. Acudir a Europa para denunciar la maniobra arbitraria y el incumplimiento de sentencias. Y a la denuncia se añadiera el genocidio protocolario de estos criminales protegidos por la prostitución de una Fiscalía al servicio del crimen. Una cuestión de dignidad y verdad de la que carece esta memoria tóxica que permite prolongar los males antes olvidados de nuestra España, la que fue de todos durante cuatro décadas en democracia, hoy secuestrada con la excusa de una pandemia.

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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