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La capital de España, vestida señorialmente de edificios majestuosos barrocos y neoclásicos, en cuya pintoresca almena urbana rezuman, todavía, los pasmos y las alegorías, los manifiestos y los madrigales, con que los héroes del 2 de mayo escribieron la épica combativa de nuestra raza.

Madrid señorial, donde nosotros, los vástagos de la vieja encina española provenientes de los cuatro puntos cardinales de la Patria, nos sentimos hijos lactantes de la nutriente solera castiza y austera de España.

La capital de España, como la Patria entera, fueron lugar de memoria, de Tradición y herencia, y lo fueron mientras el pueblo y su terruño conectaban sus entrañas para proyectar la cultura y la costumbre, para reunir a hijos y a padres, a generaciones pasadas y presentes, en una empresa común, en un destino unitario de proyección universal.

Ya no hay destino ni hay empresa porque no hay fronteras ni hay estirpe, porque los barrios y su encanto cotidiano transmutaron en tatuajes y cadenas, en ‘regueton’ y en machetazos, en gentes de pelaje raro.
Desde los años 90 a esta parte, de la mano del “mercado común” europeo, de la especulación inmobiliaria, de la globalización, de la devaluación salarial constante, que nos exigían sacrificar nuestros sectores productivos tradicionales y hacer de nuestras fronteras el colador de África, Asia o América. 

La ‘multiculturalidad’ sacó a pasear a nuevos demonios de los suburbios, y la hediondez lejana de los lúgubres tugurios neoyorkinos se trasplantó a las entrañables plazas de nuestra Patria, que se llenaron de bazofia importada del otro lado del Atlántico o del Mediterráneo.

El pasado fin de semana ha sido jornada azarosa de más muertes por machetazos en Madrid, con bandas salvajes mal llamadas “latinas” enseñoreando canallismo. Fue una nocturna ‘bachata’ de gruñidos sanguinarios donde derramaron conflicto y vísceras algunos criminales de origen sudamericano y magrebí que no debieron obtener, jamás, nacionalidad ni residencia. 

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Instalados en nuestras calles con paguitas y pisitos cargados al contribuyente, envuelven en los canutos de cannabis los papeles de la nacionalidad y la residencia, y para regocijo de su canallería, se fuman la herencia de nuestros padres y abuelos que politicastros les regalaron desde la ventanilla de un ministerio mientras los megáfonos de la histeria progre clamaban con afilado desdén: «nos pagarán las pensiones»

PSOE y PP, aliados de la especulación y de los mercados sin alma que buscan clientela extranjera barata y Patrias disueltas sin raigambre, son los culpables del embrutecimiento. Lo hicieron gracias a arbitrarias leyes de extranjería y protocolos garantistas, facilidades de postín con que destruyeron la paz y la identidad de España.
Las acémilas políticas elitistas pusieron sus traseros en Parlamentos y Moncloa para luego no volver a pisar jamás los barrios populares españoles, ya embrutecidos y crapulentos, llenos de crímenes alzados en nombre del multiculturalismo y la “sociedad abierta”. En nombre de ese liberalismo sin Fe y sin principios que siempre deriva en la ley de la selva. Una ley de la selva y el machete que hoy asola a Madrid.

Autor

Jose Miguel Pérez