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Como ustedes recordarán, la pasada Nochevieja, Jaime Celada, concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Cabanillas del Campo (Guadalajara), presuntamente… se emborrachó. Hasta ahí todo normal, pues en Nochevieja, muchas personas cogen una cogorza de campeonato, para dar así la bienvenida al Año Nuevo. Si Jaime Celada, en estado de embriaguez, hubiera cantado “Asturias patria querida”, “Mi carro me lo robaron” o el “Porompompero”, canciones muy socorridas cuando uno tiene una buena melopea, no hubiera pasado absolutamente nada. Pero al concejal popular se le ocurrió cantar el “Cara al sol”, y se montó un follón de dimensiones considerables, como ustedes bien saben.
Este hecho puntual, más allá de la gracia que pueda tener imaginarse uno a un concejal del Partido Popular con el brazo alto, y con su correspondiente jumera, es más importante de lo que podemos imaginarnos, y me van a permitir ustedes que se lo explique.
Según el maestro del psicoanálisis, Sigmund Freud, cuando estamos en estado de embriaguez, es decir, con una buena castaña encima, el yo, que es la instancia consciente de nuestra personalidad (dicho en corto: la que nos hace guardar las formas), pierde el control de nuestros actos, pasando entonces a ser dueño de los mismos el ello, es decir, el subconsciente, o sea, nuestros deseos y pulsiones más primarias. Y eso fue precisamente lo que pasó a Jaime Celada, que, borracho como una cuba (o al menos eso dicen), afloraron en él sus instintos más primarios, esos que tiene “reprimidos” cuando está sobrio, y entonces pasó lo que pasó: que terminó la fiesta con el brazo en alto y cantando el “Cara al sol”.
Pero el tal Celada, queridos lectores, es una metáfora de su propio partido, el Partido Popular, que, si pudiera emborracharse, cantaría, todo él, al unísono, el “Cara al sol”, pues de ahí proceden todos ellos, de la derecha, aunque lo tienen “reprimido” (según la terminología del maestro Freud), por eso, cuando pillan una buena mona, y el yo pierde el control de sus actos, el ello pasa a ser el amo del cotarro, aparecen sus pulsiones más íntimas y se ponen a cantar el himno falangista, como antes los hicieron sus padres y sus abuelos.
Pero de este suceso se puede sacar otra conclusión importante, a saber: a los pocos días del esperpento, un concejal de Izquierda Unida, o de Podemos, que no lo sé muy bien (un comunista, para entendernos), creo que del mismo pueblo que Celada, apareció en los medios de comunicación, muy solemne él, exigiendo que se le aplique al concejal del Partido Popular, sin miramientos de ningún tipo, la Ley de Memoria Democrática, que es tan democrática, que no permite ni siquiera que un borracho cante lo que en pleno estado de embriaguez le dicten las pocas neuronas que tenga disponibles en ese momento.
Fíjense ustedes que, hasta en los delitos más abominables, siempre se tienen en consideración los posibles atenuantes o eximentes que puedan concurrir en el caso, sin embargo, para este concejal comunista, ni siquiera el que Jaime Celada tuviera un buen tablón, lo libra del delito de cantar el “Cara al sol”.
Pero él, el concejal de Izquierda Unida, o de Podemos, que no lo sé muy bien (un comunista, para entendernos), sí puede cantar “La Internacional”, puede también no lavarse, no cortarse el pelo como Dios manda, e ir vestido de pena, que dan ganas de llevarlo a Cáritas para que le den ropa en condiciones, y un largo etcétera que ustedes se imaginarán, siendo comunista el colega.
Sin embargo, los demás (y en esta expresión pueden incluirse todos los que no piensan como él), no pueden hacer lo que les plazca… ni estando borrachos. En fin, queridos lectores, esto es España, tal como es, tal como somos, un país de chichinabo que camina hacia el precipicio, sin que a nadie parezca importarle lo más mínimo.
Quisiera terminar aclarando el titular de este artículo: yo no he cantado el “Cara al sol” nunca, ni creo que lo haga a partir de ahora, pero no porque lo prohíba la Ley de Memoria Democrática, sino porque ya tengo unos años, y las personas, cuando llegamos a cierta edad, tenemos que procurar no hacer tonterías, y con esto no quiero decir que cantar el himno falangista sea una tontería, pero sí lo es hacerlo estando borracho, algo (lo de emborracharme, digo), que no lo he hecho jamás, y no creo que lo haga a estas alturas de la película de mi vida, pues, a diferencia de España, mi patria, que es el hazmerreír de Europa, yo voy a intentar llegar al final del camino con la mayor dignidad posible.
Autor
- Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.
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