06/10/2024 15:21
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Era el 4 de mayo y la expectación en la prensa, en Madrid, en toda España y de modo especial en los alrededores del Servicio Geográfico de los cuarteles de Campamento era total. Parecía que el Real Madrid se jugaba la Copa de Europa en el Bernabéu o que El Cordobés reaparecía en Las Ventas. En la entrada del local donde se venía celebrando el juicio del «23-F» se había puesto el cartel de «no hay billetes» y más de 300 periodistas se apiñaban con bolígrafos en ristre, grabadoras y micrófonos (las cámaras de televisión estaban prohibidas) para no perder detalle. En el interior del recinto había pleno y no quedaba hueco ni para un alfiler. Los miembros del Tribunal, al completo; los abogados defensores y los codefensores, al completo; los fiscales y sus ayudantes, al completo; los familiares, al completo, y los acusados, al completo… y llenándolo todo un silencio de alta montaña.

¡ERA EL DÍA DE TEJERO! ¡ERA EL DÍA DEL DEFENSOR DE TEJERO!

Y en medio de aquel silencio, de aquella expectación y de aquel brujuleo de periodistas tomó la palabra el abogado López-Montero, la «estrella» jurídica de aquel «magno juicio». Ni el defensor de Milans del Bosch, ni el defensor de Armada, ni el resto de los defensores habían despertado algo parecido.

Y López-Montero inició su defensa con una humildad sorprendente. Saludos y agradecimientos para los miembros del Tribunal, para los fiscales, para los acusados, para los familiares, para los militares no presentes ni acusados, para el pueblo español y muy especiales para los periodistas acreditados.¡Así comenzaba sus discursos parlamentarios el gran Castelar!

Hasta que de pronto el astuto abogado hace una pausa profunda (allí no se oía ni el vuelo de una mosca), sube el tono y como viniendo de la Historia y silabeando cada palabra lee:

Corría el 3 de septiembre cuando S. M. el Rey llamó al presidente del Gobierno y le dijo:

-Señor presidente del Gobierno, quiero comunicarle que en la tarde de ayer vinieron a verme dos ilustres generales a plantearme seriamente la postura del Ejército ante la difícil situación que atraviesa España, y a exponerme que el Ejército no está dispuesto a permitir la desintegración y el caos de la Patria. Y quiero recordarle que yo no consentiré que la mitad del Ejército esté en lucha contra la otra mitad. Porque eso sería la ruina de España…

 

(Y en ese momento sonó insistentemente la campanilla de la Presidencia del Tribunal y casi un grito del teniente general Gómez de Salazar:

-¡¡¡Señor letrado le prohíbo que siga diciendo cosas no demostrables!!!

-Señor presidente -respondió Montero- permítame que llegue al final de lo que quiero decir.

-Pues, siga, pero no le voy a permitir que siga por ese camino.)

Diez días más tarde, S. M. el Rey recibía la llamada del capitán general más cualificado del Ejército y escuchaba, sin inmutarse, las siguientes palabras: «Majestad, me he unido al alzamiento de la guarnición con el grito de ¡Viva el Rey! y ¡Viva España!, y pongo a disposición de Vuestra Majestad las tropas y mi persona. El Consejo de Ministros debe ser arrojado por la ventana, y nosotros permaneceremos fieles a Vuestra Majestad…».

 

(Y aquí ya no sólo fue el señor presidente sino también el ponente general De Diego quienes comenzaron a gritar: ¡Intolerable! ¡Intolerable!… ¡Señor letrado, le exijo que retire esas palabras ahora mismo! De Diego daba hasta puñetazos en la mesa… y López-Montero frío, sin inmutarse, aguantó el chaparrón y «CON LA VENIA» muy recalcada pidió seguir hasta terminar.)

 

Se jugaba -siguió leyendo- el porvenir de España. Una palabra del Rey a favor del Gobierno y de la Constitución y los generales sublevados serían tachados de rebeldes y «golpistas» en un Consejo de Guerra. Una sola palabra del Rey a favor de los generales y el Gobierno y la Constitución dejarían de ser la legalidad vigente.

(Aquí López-Montero es interrumpido en medio de aplausos y gritos… y los aspavientos del general ponente, a quien se le salían los ojos de rabia.)

 

Y el Rey hizo la última consulta al presidente del Gobierno -y el abogado bajó su tono y leyó:

-Señor presidente del Gobierno, ¿puede usted garantizarme que restablecerá el orden y la disciplina, sosteniendo la autoridad de la Monarquía y del Gobierno?

-Majestad, en mi nombre -respondió el presidente- y en nombre del Gobierno tengo que decirle que dadas la circunstancias no le puedo garantizar nada…

Y López-Montero, con pillería y recalcando cada sílaba dijo:

 

-Señor presidente, miembros del Tribunal, amigos de la prensa, éstas fueron las palabras que se cruzaron entre el rey don Alfonso XIII y el general Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923…

Y entonces la sala estalló en aplausos y en una carcajada general y el teniente general presidente y el ponente general De Diego se metieron debajo de la mesa, avergonzados de su incultura y ahogados en el ridículo, por haber creído que eran el rey Don Juan Carlos y el general Milans los que hablaban.

Y el abogado López-Montero, el defensor de Tejero, abrió aquella noche todos los informativos de España y de medio mundo. Naturalmente fue también la portada de los periódicos del día siguiente y sobre todo el causante del «cachondeo» que a partir de ese momento se destapó contra el Tribunal Militar. El general De Diego no volvió a abrir el pico durante el resto del juicio.

Pero, ya está bien de «entradillas». Ahora el autor les recomienda la lectura de parte de aquella defensa de don Ángel López-Montero que causó impacto en 1982 y que ha pasado a los anales de la Justicia española como una verdadera «pieza maestra»… A pesar de lo cual Antonio Tejero Molina, el defendido, salió con 30 años de condena, la máxima pena. O sea, que estaba sentenciado de antemano. 

RESUMEN AMPLIO DEL INFORME DEL LETRADO DON ÁNGEL LÓPEZ­ MONTERO, ABOGADO DEFENSOR DEL ILUSTRE TENIENTE CORONEL DE LA GUARDIA CIVIL, DON ANTONIO TEJERO MOLINA.

 

Don Ángel López-Montero y Juárez, abogado defensor del Teniente Coronel de la Guardia Civil, don Antonio Tejero Molina, comenzó así su informe de defensa en el juicio 2/81 del «23-F», el día 4 de mayo de 1982:

 

Con la venia del excelentísimo Tribunal: Nadie puede ignorar que España entera ha estado pendiente de todo cuanto se ha preguntado, se ha respondido y se ha dicho en esta excelentísima Sala de Justicia Militar durante las sesiones transcurridas. De aquí que, desde lo más profundo del sentir, tenga que decir: CON LA VENIA DE ESPAÑA.

Pues no olvidemos que todos cuantos, de una manera o de otra, hemos intervenido en la causa 2/81 seremos juzgados por el Tribunal de la Historia, que será el que diga, en su día, quiénes eran los juzgados; cuál era la acusación y cuáles las defensas; quiénes se sentaron como inculpados y quiénes debieron sentarse.

Pero si, ciertamente, será la historia la que emita el definitivo y sereno juicio contribuyamos hoy todos nosotros, desde el presente, a darle, con objetividad y rectitud de conciencia, los elementos que hagan más fácil su tarea.

 

 

Excmos. Señores:

Quiero al iniciar el acto solemne del informe de la defensa dirigir mi salutación al Excmo. Tribunal del Consejo Supremo de Justicia Militar; a su Excmo. Presidente y a todos y cada uno de sus Consejeros.

Mi salutación al Ministerio Fiscal y miembros de la Fiscalía. Con ellos hemos trabajado conjuntamente durante largas jornadas en el análisis de los hechos que, por su propia naturaleza, exigían la máxima ponderación, salvando siempre el honor de las personas inculpadas que jamás ha sido puesto en entredicho, porque resultaba un valor entendido. Reciba el Ministerio Fiscal mi felicitación por su informe, pues, aunque estamos en posturas distantes con relación a las motivaciones y discrepamos de algunos hechos, ambas partes hemos dejado constancia de nuestro reconocimiento al prestigio y al amor de España de los hombres que se encuentran en la Sala para ser juzgados.

Mi salutación a los miembros de la Relatoria, al Teniente Coronel Secretario y a todos sus ayudantes, cuyo trabajo silencioso y paciente ha podido verse coronado con toda satisfacción.

Mi salutación y agradecimiento, a los representantes de nuestra Corporación Profesional, en la persona del Excmo. Sr. Decano, que hago extensivo a los diputados de nuestra Corporación que, a lo largo de las jornadas de vista pública, han acompañado con su aliento a las defensas.

Quienes hemos consagrado nuestra vida y nuestra profesión al sagrado ejercicio de la defensa, sabemos que siempre, detrás de cada hombre que espera la resolución de la Justicia hay siempre un hogar, una familia que ha vivido, minuto a minuto, las largas jornadas de privación de libertad y espera con ansia la sentencia. Pues bien, también los ilustres militares que hoy se encuentran pendientes de la sentencia ajustada a derecho que dictará el Excmo. Tribunal, han tenido y tienen detrás de sus hogares, unas familias, que, sufriendo la privación de libertad de sus seres queridos, han tenido y tienen el orgullo de saber que para estos ilustres militares, la raíz de los hechos está en su honor militar y en su amor a España. Mi saludo a cada una de esas familias que día tras día han seguido en la sala el desarrollo de esta vista pública.

Y mi saludo también a la familia militar, a los compañeros de Armas de los inculpados que, formando parte de las Comisiones de Defensa, han asistido a las sesiones del juicio oral; y con mi saludo, el convencimiento de que a todo cuanto han oído en esta sala sabrán dar la más objetiva de las interpretaciones, sabiendo que aquí se han enjuiciado unos hechos, pero no a los ilustres militares que los protagonizaron y que son sus compañeros de Armas, ni tampoco a los gloriosos Ejércitos de España. Y por ello, orgulloso de haber servido como Oficial de Complemento en el Ejército, este letrado concluye su defensa más fortalecido que nunca en su amor, su respeto y su veneración a las Fuerzas Armadas.

En esta hora del recuerdo no podía faltar mi salutación a los medios informativos en general y, en particular, a aquellos que durante quince largos meses han hecho gala de las más nobles tradiciones del periodismo español, informando con rectitud y honestidad, de acuerdo con los dictados de su conciencia; a quienes de tal manera cumplieron la sagrada misión de informar, ejercitando responsablemente la plenitud del sagrado principio constitucional de la libertad de expresión, mi felicitación y agradecimiento y la seguridad de que han contribuido desde el presente al sereno juicio de la Historia. Para quienes, movidos por razones muy ajenas a los fundamentos sagrados de la información, utilizaron en estos quince meses su pluma o su voz para tergiversar, calumniar, juzgar y condenar a los ilustres militares que hoy esperan, con serenidad, una sentencia ajustada a derecho, mi deseo de que no tengan que verse nunca sometidos a esa justicia paralela que ellos han creado para estos ilustres militares del 23 de febrero; deseo, en fin, que nunca la historia tenga que decir, recordándoles, lo que se decía de la ciudad del Derecho: «Roma no paga traidores».

A vosotros, queridos compañeros de defensa, y a todos vuestros colaboradores, mi especial saludo y admiración por vuestra profesionalidad, entereza y ánimo en las defensas que un día asumisteis.

Y también mi salutación respetuosa a todos los Defensores Militares, ilustres Oficiales Generales que no dudaron en asumir la responsabilidad compartida de la defensa de sus compañeros de Armas. A vosotros, Oficiales Generales, Codefensores Militares de esta Causa, mi agradecimiento. A través de vuestra brillante vida castrense conquistasteis un puesto de honor en la historia de los Ejércitos de España y ahora, habéis sabido ser ejemplo para vuestros compañeros y estímulo y aliento para todos nosotros.

He querido que mi último saludo sea para vosotros, ilustres soldados de España, Generales, Jefes y Oficiales de las Fuerzas Armadas que esperáis con honor y serenidad castrense una sentencia ajustada a derecho por parte de esos otros ilustres soldados, compañeros vuestros, que forman el Excmo. Tribunal.

En los largos meses de vuestra privación de libertad he tenido oportunidad de estrechar, con cada uno de vosotros, inolvidables lazos de amistad. En estos meses he visto en vosotros el ejercicio diario de virtudes que forman la inamovible tabla de valores de quien ha consagrado su vida a la Patria.

Por eso quiero en estos momentos expresaros a todos, sin excepción alguna, sea cual sea la discrepancia en que pueda situarnos el juicio de los hechos, mi respeto y admiración.

 

LA DEFENSA DEL TENIENTE CORONEL TEJERO

 

Cuando acepté la defensa del ilustre soldado don Antonio Tejero Molina, Teniente Coronel de la Guardia Civil, fueron varias las razones que en conciencia me llevaron a ello. En primer lugar, mi condición de Letrado en ejercicio y, consecuentemente, el deber que todo profesional del Derecho tiene de acudir a la llamada de quien reclama su derecho humano y constitucional a la defensa.

Fue para mí un orgullo saber que mi nombre había sido propuesto por aquel a quien tengo por uno de mis grandes maestros, ejemplo de jurista, de caballero y de humanista, con el que tengo el honor de compartir, en la presente causa, el estrado de las defensas; me refiero, naturalmente, a don Adolfo de Miguel Garcilópez.

Pero a la razón profesional que acabo de aludir para asumir la defensa del Teniente Coronel Tejero Molina se unieron inmediatamente otras razones, nacidas del conocimiento de este ilustre militar. Por un lado, su ferviente amor a España, sus grandes virtudes castrenses, su sentido de honor, su honestidad, su patriotismo y su firme convicción en que todos debernos sacrificarnos por el bien de España, de su unidad y de su grandeza, consagrando a la Patria y al respeto a sus valores y a sus símbolos hasta la propia vida, así como su veneración por el uniforme de la Guardia Civil, Cuerpo Armado cuya principal divisa es el honor.

Por otro lado, la participación del Teniente Coronel Tejero en los hechos del 23 de febrero. Al terminar de explicarme el Teniente Coronel cuanto él sabía de la operación del 23 de febrero y las órdenes y servicios que le habían encomendado y él había cumplido, tuve el firme convencimiento de que estaba ante un hombre inocente. Desde aquel momento me entregué por entero a su defensa.

Éstas han sido, Excmos. Sres., las razones poderosas por las que este letrado, que hoy tiene el honor de informar ante el Excmo. Tribunal, ocupa el estrado, con el orgullo de saber que defiende a un ilustre militar, patriota e inocente, al que me une hoy una entrañable amistad que espero y deseo, se mantenga para toda la vida.

Excmos. Señores, quiero dejar bien claro que cuanto digo en el informe está expuesto en términos de defensa, pero también que este Letrado está firmemente convencido de cuanto dice y de por qué lo dice.

Deseo por ello, que mis palabras no creen susceptibilidades en momento alguno, porque no está en mi ánimo herir ni agravar a nadie, ni es tampoco mi estilo. Y quiero hacer hincapié en este punto porque, del propio contenido de la Causa se deduce que la defensa de algunos inculpados supone la acusación involuntaria de otros, y subrayo muy especialmente el carácter de involuntariedad de esas «acusaciones» que, en cualquier caso, se dirigen más hacia los hechos que hacia las personas y deseo, una vez más, dejar constancia de mi respeto hacia todos los ilustres militares juzgados en la Causa, así como hacia aquellos que, en calidad de testigos, han comparecido en esta Excma. Sala.

Pero, ese respeto hacia las personas y hacia las Instituciones no hará que mi voz calle, ni que la palabra salga temblorosa cuando sea preciso poner de manifiesto la contradicción, la falta de veracidad e, incluso, la ocultación de hechos que se han evidenciado a lo largo de la instrucción, del plenario y de la vista ante la Excma. Sala. Porque, sin pretender acusar a nadie de faltar a la verdad, mi silencio iría en contraposición con mi conciencia, y permitidme que os recuerde lo que decía Unamuno:

«Callar, a veces, significa mentir porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir a un divorcio entre mi conciencia y mi palabra, que siempre han formado una excelente pareja. La verdad es más verdad cuando se manifiesta desnuda, libre de adornos y palabrería».

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Esta defensa no colaboraría con vosotros, Excmos. Sres., si contribuyera con su silencio a agrandar las lagunas que puedan existir en esta Causa. Mi silencio, como otros que pudieran producirse, no sería ni leal ni respetuoso con la Justicia. El silencio, en definitiva, sería lodo y no la claridad por la que ha de trabajar siempre la defensa, al mejor servicio de la Justicia. La misión de enlodar ya le fue adjudicada hace quince meses, a quienes hablan, actúan, escriben, se pronuncian y se manifiestan al dictado de sus amos.

La gran responsabilidad que asumí el día que me encargué de la defensa del Teniente Coronel Tejero Molina, me obliga a exponer, con análisis profundo, todo cuanto sabemos y hemos escuchado a los inculpados y a los testigos que han declarado en las diferentes fases de la Causa.

Puede ser que alguien tenga prisa, que desee acortar y no tenga paciencia para escuchar. Yo ruego, a quienes de tal forma piensen, que disculpen el tiempo que voy a consumir, porque no deseo que sobre mi conciencia quede el silencio de los hechos, ideas, juicios y dudas que, por insignificantes que pudieran parecer, podrían atormentarme el resto de mi vida por no haberlos expuesto cuando debiera hacerlo, es decir, en este momento del informe.

No habrá pues silencios en mi informe, ni habrá tampoco apresuramientos. La causa del 23 de febrero requiere un análisis detallado de los hechos, desmenuzar la prueba testifical, las declaraciones de los inculpados y todo cuanto se ha dicho y actuado. Requiere también estudiar y analizar la situación de nuestra Patria, antes y después del propio 23 de febrero; y exige la consulta a la Historia, porque ¿acaso se pueden olvidar unos hechos que, en muchas circunstancias, son idénticos o similares a los que hoy se juzgan? ¿Acaso, Excmos. Sres., podríais dictar sentencia sin recordar aquellas otras sentencias dictadas a lo largo de nuestra Historia? Recordaremos, Excmos. Sres., algunas de las condenas que fueron dictadas un día en nombre de la legalidad vigente y que, en no pocas ocasiones, dieron paso a otra legalidad, nacida de los propios hechos juzgados e, incluso, encarnada y dirigida por aquellos mismos hombres que habían sido juzgados y condenados.

El Ministerio Fiscal pide treinta años de reclusión para mi patrocinado, el Teniente Coronel de la Guardia Civil don Antonio Tejero Molina, y yo pregunto si, ante tal petición, se le puede negar acaso a esta defensa el derecho a consumir el tiempo necesario para exponer, razonar y demostrar lo que, quizás algunos, no quisieran oír para evitar que su conciencia y su patriotismo les atormenten.

He venido con el ánimo sereno y con el más profundo respeto hacia las personas y las Instituciones y convencido de que todos cuantos en la causa intervenimos, comparecemos ante el Tribunal de la Historia para que sea su Justicia y solamente ella, la que dirá, después de un procedimiento científico y de investigación, quién tenía la razón.

Pero, por encima incluso de ese Tribunal de la Historia, compareceremos también todos un día ante ese Juez Supremo que es Dios, único juzgador que, sin utilizar procedimiento alguno, dictará sentencia inapelable.

UNA PÁGINA PARA LA HISTORIA

 

Estoy seguro, Excmos. Sres., de que el Tribunal de la Historia hablará de un 23 de febrero en el que con la firme convicción y plena seguridad de dar así fiel cumplimiento a consignas emanadas de Su Majestad el Rey, Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, según mandato constitucional, determinada fracción de las mismas, con intervención de prestigiosos Generales, especial y reconocidamente adictos a la Institución Monárquica y a la persona del Monarca, fracción centrada en la Capitanía General de Valencia, efectivos de la Guardia Civil de Madrid y División Acorazada «Brunete» nº 1, radicada en El Pardo, todos bajo la dirección del General D. Alfonso Armada Comyn, emprende, en 23 de febrero de 1981, una operación militar prevista como totalmente incruenta, como así resultó, que en el caso de haber sido secundada, como se esperaba, por el resto de las Fuerzas Armadas Nacionales, debería haber conducido al logro de sus finalidades, acción tendente, en el ánimo de los iniciadores, a tenor del comunicado pensamiento regio, a un «golpe de timón», bajo la autoridad de S. M. el Rey no destructivo de las paredes maestras del Sistema que, a modo de inmediato revulsivo, sirviese para atajar el separatismo desbordado, erradicar el terrorismo -que venía eligiendo, preferentemente, sus víctimas de entre los cuadros castrenses, con especial intensidad de la Guardia Civil, Orden Público y Policía-, restaurar el principio de autoridad, en total quiebra, y remediar, en la posible medida, la honda crisis económica, con su secuela de creciente paro, intensificado por la provocada discordia entre los factores productivos, artificialmente exacerbada por organizaciones sindicales de partido, más interesadas por lo político que por lo socioeconómico; males pronosticablemente irreversibles a falta de una enérgica actuación de quienes tuvieran medios para llevarla a cabo, antes de que fuese demasiado tarde.

Por conducto absolutamente fiable -cual era el del General Armada, tan allegado al Rey y depositario de sus confidencias- se consideraba al Monarca, Capitán General de los Ejércitos, percatado por suficiente experiencia propia de la ineficacia de cualquier intento corrector por los cauces regulares, con lo que parecía cerrada toda salida normal a la crítica situación creada; sólida creencia en la viva preocupación soberana, reforzada en vía de hechos y situaciones intolerables -algunos en la propia Real presencia, como la «afrenta de Guernica»- que se estimaba habían venido a herir dolorosamente la sensibilidad de S. M. el Rey, verdadero «motor» en su día, a fin de cuentas, del cambio político determinante, en sus excesos, de tales indeseadas consecuencias. Añadido a todo ello, como claro exponente de la resuelta disposición regia, el antecedente, concluyentemente significativo, de la atípica e inexplicada fulminación política extraparlamentaria del Presidente Suárez, acabada de producirse a la sazón.

Todo denotaba la certeza de la decisión regia dada por lo demás, a conocer explícitamente al Teniente General Milans del Bosch y al Teniente Coronel Tejero Molina -y por éstos a sus propios colaboradores- por el ya mentado General Armada, tan ligado siempre al Rey y recién nombrado, por encima de todas las dificultades, Segundo Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra; certidumbre de impulso regio decisiva para los elegidos para participar en la operación, cuyo carácter, cuidadosamente reservado, en su planteamiento, tan sólo obedecía a razones tácticas de sorpresa, elementales en la materia, y no a otras diferentes y, menos que ninguna, a cualquier duda o recelo final de la licitud de la Empresa, legitimada en su raíz por la revelada resolución del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, al servicio del bien común que, en su entender, reclamaba la inmediata y transitoria formación de un Gobierno de Salvación Nacional.

ANTECEDENTES HISTÓRICO-POLÍTICOS

 

Corría el día 3 de septiembre cuando S. M. el Rey llamó al Presidente del Gobierno y le dijo:

-Señor Presidente del Gobierno quiero comunicarle -para que haga lo que crea conveniente- que en la tarde de ayer vinieron a verme dos ilustres Generales, a plantearme seriamente la postura del Ejército ante la difícil situación que atraviesa España, y a exponerme que el Ejército no está dispuesto a permitir la desintegración y el caos de la Patria. Y quiero recordarle que yo no consentiré que la mitad del Ejército esté en lucha contra la otra mitad. Porque eso sería la ruina de España.

Diez días más tarde, S. M. el Rey recibía la llamada del Capitán General más cualificado del Ejército y escuchaba, sin inmutarse, las siguientes palabras:

«Majestad, me he unido al alzamiento de la guarnición con el grito de ¡Viva el Rey! y ¡Viva España!, y pongo a disposición de Vuestra Majestad las tropas y mi persona. El Consejo de Ministros debe ser arrojado por la ventana, y nosotros permaneceremos fieles a Vuestra Majestad».

Se jugaba el porvenir de España. Una palabra del Rey a favor del Gobierno y de la Constitución y los Generales sublevados serían tachados de rebeldes y «golpistas» en un Consejo de Guerra. Una sola palabra del Rey a favor de los Generales y el Gobierno y la Constitución dejaría de ser la legalidad vigente.

Y el Rey hizo la última consulta al Presidente del Gobierno:

-Señor Presidente del Gobierno, ¿puede usted garantizarme que restablecerá el orden y la disciplina, sosteniendo la autoridad de la monarquía y del Gobierno?

-Majestad -respondió el Presidente-, en mi nombre y en nombre del Gobierno tengo que decirle que dadas las circunstancias no le puedo garantizar nada.

Y el Rey tomó la decisión y la Constitución se convirtió en papel mojado. El impulso regio había puesto en marcha los mecanismos de la reconducción en aquella España de 1923. La legalidad vigente no puede con la nueva legalidad que traían bajo el brazo los Capitanes Generales de España con el aval del rey como Jefe del Estado y Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas.

No es ocioso recordar aquí y ahora el pasado histórico-político de España, porque, para nadie es un secreto que, por encima de las leyes del hombre deben de estar siempre las razones de la conciencia, los dictados de Dios y las lecciones de la Historia.

Las razones de la conciencia porque, al decir de Unamuno, sobre la consecuencia tiene que estar siempre la sinceridad.

Los dictados de Dios porque, en palabras de San Pablo, de nada serviría cumplir al pie de la letra las leyes del César, si al cumplirlas nos apartamos de la ley de Dios.

Y las lecciones de la Historia porque está demostrado que el hombre sólo es una consecuencia lógica de sus circunstancias.

A lo largo de los quince meses transcurridos desde aquel 23 de febrero de 1981, muchas han sido las experiencias que a todos nos han enriquecido. Yo sabía entonces, como lo sé ahora, cuáles son los fundamentos de un Estado de Derecho; cuáles son las coordenadas en las que ha de moverse siempre un hombre de Leyes; cuáles son y cuáles deben ser siempre las directrices de un hombre que, por encima de todo, ama la Justicia. Y también sabía entonces lo que significa la palabra Patria y lo que pueden significar el honor, la disciplina y el espíritu militar como lo entendemos los civiles. Hoy sé también lo que todo ello significa para los militares.

Pero, ciertamente, los meses vividos junto a los hombres del 23 de febrero han venido a confirmar en muchos casos mis creencias y a demostrarme también que, en ocasiones, la realidad es muy distinta a su espejismo; que no hay nada más discutible ni más despreciable que el comportamiento de los hombres con aquellos a quienes llaman «vencidos», que existen armas de destrucción capaces de hacer que lo blanco pueda parecer negro o que lo negro pueda parecer blanco sólo con que alguien, desde el poder, así se lo proponga.

Y me han confirmado también que, ciertamente, los problemas de España son mucho más graves de lo que millones de españoles pudiéramos siquiera pensar y que a veces, la supervivencia de la patria común exige el sacrificio de algunos de sus hijos.

Antes de hacerme cargo de la defensa del Teniente Coronel don Antonio Tejero Molina yo conocía perfectamente la importancia de los medios de comunicación cuando se utilizan como arma en la guerra psicológica y hoy tengo que afirmar aquí que esa utilización se ha producido tergiversando, en múltiples ocasiones, los hechos del 23 de febrero, tergiversando la personalidad de un hombre, el Teniente Coronel Tejero Molina, manipulando -con informaciones tergiversadas- la opinión de un pueblo entero, como se ha hecho a lo largo de los meses transcurridos desde el 23 de febrero, hasta el punto de calificar como «suite de cinco estrellas» lo que era la inhóspita habitación de un castillo-prisión, cuya humedad cubría de verde musgo el interior de las paredes.

No estoy contra la prensa ni contra su libertad, ni estoy contra el ejercicio sacrosanto de unos profesionales, que tienen la misión de informar. No estoy en contra de los medios de comunicación que piden «luz y taquígrafos» en los sucesos del 23 de febrero, porque nunca he estado, ni estaré contra el derecho natural del hombre a decir y conocer la verdad.

Sí estoy en contra de la tergiversación y la manipulación, vengan de quien vengan y sirvan a los intereses que sirvan. Los medios de comunicación son hoy el cuarto poder y hay que decir, con toda claridad, que ese cuarto poder ha sido decisivo en el estado actual de los hechos que aquí se juzgan y que una gran parte de ese «cuarto poder» ha demostrado ampliamente cómo se pueden manipular unos hechos y las vidas de unas personas para que la opinión pública, e incluso los otros poderes tradicionales, se sientan atrapados en la redes de la conveniencia política que va marcando ese «cuarto poder».

Lamento tener que afirmar que hoy además de la Leyes -o acaso, me terno, que por encima de éstas- existe ese poder avasallador que hace que en muchas ocasiones los hombres -en contra incluso de lo que podría ser su propia voluntad-, sientan lo que no querían sentir, piensen lo que no querían pensar y digan lo que no querían decir.

Pero Excmos. Sres., yo creo en la Justicia y sería penoso que algún día hubiera también que lamentar la existencia de un poder que influya en el acontecer histórico más que el poder de la Justicia. Sería penoso que los hechos del 23 de febrero y el honor y la fama de los hombres que los interpretaron pudieran ya estar juzgados de cara a la historia, o que la decisión de este Tribunal, cualquiera que sea, no pueda ya borrar el torrente de fango y las insidias que ese «Cuarto poder» ha arrojado sobre las biografías de unos hombres que son un monumento al honor, a la disciplina y al patriotismo.

Repugna a la razón que, de un hombre creyente, honesto, sincero amigo de sus amigos, fiel esposo, ejemplar padre de familia, buen soldado, defensor a ultranza de su Patria y siempre, por encima de todo, hombre de honor, se haya intentado hacer un desaprensivo, una fiera, un provocador…

No es justo que la «conveniencia política» intente hacer de un hombre honesto un ser «execrable»; no es justo que intente hacer de un hombre serio un «desaprensivo»; y no es justo, en fin, que la «conveniencia política» intente hacer de un patriota un hombre «sin honor».

Excmos. Sres. ¿Por qué están hoy aquí como acusados estos hombres de honor?, ¿de qué estarnos defendiéndoles?, ¿qué ha ocurrido y qué está ocurriendo en España para que tengamos que estar aquí en esta Excma. Sala de Justicia?

Excmos. Sres. ¿Vamos a dar respuesta a esas preguntas en base a cuanto sobre estos hechos y estos hombres han dicho los medios de comunicación? -y quiero, en este punto, dejar nuevamente testimonio de admiración y respeto por aquellos que actuaron sin otro mandato que su conciencia y su honestidad profesional-. ¿Vamos a dejar que nuestra palabra se detenga hoy bajo el temor a la tergiversación e incluso al insulto?

Hubiera deseado esta defensa que, a lo largo de los quince meses transcurridos desde el 23 de febrero de 1981 no se hubieran producido las circunstancias y no se hubieran emitido los juicios de valor que alteraron la verdad y que hoy me obligan a tener que hablar de comportamiento de un hombre que supo hacer, a lo largo de su vida, de la sinceridad un monumento, y del honor un altar.

No puedo ocultar la indignación que me produce el que, en un pretendido Estado de Derecho, se hayan emitido esos juicios de valor, y no me refiero solamente a los que pertenecen a los medios de comunicación, sino también aquellos que irreflexivamente emitieron cualificados miembros del Ejecutivo y el Legislativo, haciendo todo ello que estos largos meses de la causa -incluidas las jornadas de la vista oral- hayamos padecido la presión de un auténtico juicio paralelo.

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Yo no dudo, Excmos. Sres., que la objetividad presidirá vuestra decisión como soldados y como jueces y que, en el momento de dictar sentencia, serán tan sólo la Ley y vuestra conciencia las que dicten la resolución.

Y ahora permitidme que, como hombre de Leyes, vuelva a la jurisprudencia que nos ofrecen las páginas de la Historia de España porque muy pobres y limitados serían los elementos que permitieran el juicio sobre los hechos del 23 de febrero, sin olvidarnos que son un episodio más, tenazmente repetido en nuestra Patria.

En esas páginas de la Historia que, brevemente, os voy a exponer, encontraremos hechos iguales o similares que también un día fueron juzgados por ilustres militares investidos del sagrado deber de administrar Justicia.

 CUESTIÓN PREVIA 

  

Excmos. Sres:

Hemos recordado, con la máxima objetividad, hechos de nuestra historia que nos podrán prestar valiosa ayuda a efectos de ilustración para llegar a unas conclusiones objetivas que serán las que, después de meticuloso estudio y reflexión, os ayuden a dictar una sentencia ajustada a Derecho, en base a la absolución que esta defensa solicita para su patrocinado, el Teniente Coronel de la Guardia Civil don Antonio Tejero Molina.

Pero como cuestión previa, esta defensa, a efecto de ulteriores recursos que el ordenamiento jurídico autorice, con la legitimación que ostento, desea dejar nuevamente expuesta ante esta Excma. Sala y con la mayor brevedad, la ratificación hecha en su día por este letrado, impugnando el nombramiento de Juez Especial, por considerar que conculca el art. 24 de la Constitución Española.

Toda la tramitación del proceso del 23 de febrero arranca del nombramiento de un Juez Especial y toda su actuación constituye -con todos los respetos- una vía de hecho. El Excmo. Consejo Supremo de Justicia Militar confirmó dicha vía en base a una interpretación que estimamos -insistimos con el máximo respeto- errónea, por considerar como programático el art. 24 de nuestra Constitución, en lugar de atribuirle un valor directo e inmediatamente vinculante, y de superior jerarquía al Código de Justicia Militar.

Más aún, inexplicablemente, el Juez Especial nombrado por el Ministerio de Defensa era Letrado de Cortes, lugar donde ocurrieron los hechos a instruir en la Causa y persona que además había publicado, bajo seudónimo, un artículo periodístico manteniendo que mi patrocinado se había equivocado; artículo cuya autoría fue así reconocida por el citado Juez Especial.

Posteriormente se nombró otro Juez Especial, subordinado al anterior, que prontamente ascendió a General -dicho también respetuosamente y a efectos de los pertinentes recursos ulteriores- y que el 23 de febrero de 1981 no estaba prestando servicios de Auditoría.

El Ministerio de Defensa, después de estos nombramientos discrecionales, que conculcan el principio constitucional de separación de Poderes, cesó a varios Consejeros del Excmo. Consejo Supremo de Justicia Militar, violando con ello el principio de inamovilidad e independencia del Poder Judicial, y conculcando, nuevamente, el art. 24 de la Constitución que establece el derecho del procesado al Juez Natural.

Téngase en cuenta que en el art. 117 de la Constitución Española, cuando se habla del Juez Natural, se hace en sentido genérico, incluyendo tanto a la Jurisdicción Ordinaria como a la Militar; así mismo, este art. 117 parte de la premisa de la unidad jurisdiccional.

Como ha expuesto Hans Kelsen en su obra Teoría General del Estado: «El significado histórico del principio de separación de Poderes reside, precisamente, en el hecho de que dicho principio, más que una separación de Poderes, lo que pretende es evitar la concentración de los mismos».

Consideramos que en este caso al que nos estamos refiriendo, las actuaciones del Ministerio de Defensa han puesto de manifiesto una concentración de Poderes, por lo que esta defensa reitera su ratificación a la impugnación, dejando constancia de ello en este acto a efectos de los recursos que esta parte interponga, al amparo de la legalidad vigente.

A continuación pasamos a establecer las Conclusiones Definitivas, a tenor de los siguientes:

HECHOS PRIMERA

En fechas no determinadas del mes de noviembre de 1980, el Teniente General Milans del Bosch se entrevista con el General Armada en Cartagena. Ya en aquellas fechas, tratan en su conversación del estado de ánimo de S. M. el Rey en relación con los acontecimientos que se vienen sucediendo en España.

La conversación de Cartagena prosigue en Valencia con ocasión del anunciado viaje a esta Capital del General Armada, que tuvo lugar el 10 de enero de 1981. Se celebró un almuerzo en Capitanía General de Valencia, al que asistieron, con sus respectivas esposas, el Teniente General Milans del Bosch, el General Armada Comyn, el Coronel Ibáñez Inglés y el Teniente Coronel Mas Oliver.

Antes y después del almuerzo sostuvieron, a solas, una larga conversación los dos generales y en el transcurso de ella, el General Armada Comyn refirió al Teniente General Milans del Bosch la reunión o reuniones que había tenido en el Pirineo con Sus Majestades los Reyes.

En el relato hecho por el General Armada Comyn al Teniente General Milans del Bosch, detalló que el Rey estaba ya harto del Presidente Suárez y que estaba viendo la posibilidad de sustituirle como Presidente del Gobierno, añadiendo que, según las regias confidencias, había pasado revista a los posibles futuros Presidentes de Gobierno y que no había encontrado ninguno idóneo.

Según estas mismas manifestaciones hechas por el General Armada Comyn, S. M. el Rey se inclinaba por un Gobierno de civiles y S. M. la Reina, al parecer, por un Gobierno de militares.

En el transcurso de la larga conversación celebrada en Valencia el 10 de enero de 198l, los Generales Milans del Bosch y Armada Comyn hablaron también de la grave situación por la que atravesaba España y que, ante ello, existía la posibilidad de que existieran acciones violentas; tema este que, según manifestó en aquella ocasión el General Armada Comyn, había tratado también con S. M. el Rey, quien había dicho exactamente, en relación con la posibilidad de una acción violenta, que «había que ver la forma de reconducirla».

Estuvieron de acuerdo los dos Generales en el transcurso de su conversación en que la acción violenta no era deseable pero que, caso de producirse, estimaban muy acertada la posición de S. M. el Rey de reconducirla.

Convinieron también el Teniente General Milans del Bosch y el General Armada Comyn, la posibilidad de reunirse nuevamente en Madrid y convocar a un grupo de personas con las que tratar estos temas objeto de su preocupación, autorizando el General Armada Comyn al Teniente General Milans del Bosch a que hiciera uso discreto de las confidencias recibidas sobre Sus Majestades los Reyes.

Al incorporarse a su destino en el Gobierno Militar de Lérida, el General Armada Comyn negó haber saludado al Capitán General de Valencia, Teniente General Milans del Bosch, en conversación telefónica mantenida con el Capitán General de la IV Región Militar, Teniente General Pascual Galmes -quien por ser en aquellos momentos Capitán General de la Región, era el mando inmediatamente superior al General Armada Comyn.

A preguntas del Teniente General Pascual Galmes, el General Armada negó haber visto al Teniente General Milans del Bosch, ya que en su viaje a Valencia se había dedicado, exclusivamente, a la materialidad de sus asuntos particulares.

La reunión proyectada por el Teniente General Milans del Bosch y el General Armada tiene efectivamente lugar en Madrid, en el domicilio del Teniente General Mas Oliver, situado en la calle General Cabrera, aunque a ella no asiste, en contra de lo anunciado, el General Armada Comyn, alegando razones oficiales por el previsto viaje de Sus Majestades los Reyes al Pirineo.

Con el Teniente General Milans del Bosch asisten a la reunión el Teniente Coronel Mas Olivar -ayudante de aquél-, el Teniente Coronel de la Guardia Civil Tejero Molina, el General de la División Torres Rojas -que se incorporó cuando ya había comenzado la reunión- y varios militares más cuya presencia ha sido reconocida por los inculpados, aunque ninguno de ellos haya facilitado su identificación.

Todos los asistentes han sido convocados por su reconocido patriotismo y prestigio dentro de la Fuerzas Armadas, y por ser personas idóneas para conocer la denominada «Solución Armada» y el contenido de la conversación que en Valencia habían sostenido el Teniente General Milans del Bosch y el General Armada, sin que ninguno de los presentes fuera considerado como militante de partido político alguno, ni jefe de grupo militar o civil.

El teniente general Milans del Bosch informó a los reunidos del contenido de la conversación sostenida en la Capitanía General de Valencia el 10 de enero de 1981: las confidencias del General Armada sobre el pensamiento de Sus Majestades los Reyes y lo que se denominó, y así se conocería posteriormente, como «Solución Armada», manifestando el Teniente General Milans del Bosch que la citada solución estaba apoyada por S. M. el Rey y que era mejor que otras que pudieran darse y que, en cualquier caso, deberían ser retrasadas.

La exposición del Teniente General Milans del Bosch fue acogida de buen grado por los presentes, aceptando todos ellos la «Solución Armada», que consistía en un «golpe de timón a la turca», colocando en los centros del Poder -tanto en el Gobierno como en el Estado Mayor del Ejército- a personas afectas a S. M. el Rey; significando en esta reunión el Teniente General Milans del Bosch que con la «Solución Armada» se pretendía: salvar la Monarquía, erradicar el terrorismo, frenar las autonomías separatistas, continuar con la democracia bien llevada y congelar el marxismo.

Mi patrocinado, el Teniente Coronel Tejero Molina, se consideró totalmente identificado con los principios expuestos por el Teniente General Milans del Bosch en esta reunión de la calle General Cabrera, porque de lo que se trataba era de evitar la acción agresiva o violenta, para que S. M. el Rey no la tuviera que «reconducir»; por ello aceptó, como todos los presentes, la «Solución Armada».

En la reunión de la calle General Cabrera que venimos refiriendo, el Teniente General Milans del Bosch acepta el mando táctico de la «Operación o Solución Armada», y el Teniente Coronel Tejero Molina expone una idea que tiene sobre la ocupación del Congreso de los Diputados y retención de los Parlamentarios, ordenándosele que suspenda todo de momento, y por espacio de un mes, hasta que reciba órdenes.

Ya por aquella época empieza a circular el rumor en los medios informativos y en los círculos políticos, sobre la posibilidad de un Gobierno de coalición, presidido por un militar independiente, llegándose a publicar tal posibilidad, bien como rumor sobre el nombre del General Armada Comyn, bien con juegos de palabras, que dejan traslucir, sin ningún género de dudas, el nombre del General reconocidamente monárquico.

El 19 de enero de 1981, al día siguiente de la reunión celebrada en la calle General Cabrera de Madrid, se traslada desde Valencia a Lérida, el Segundo Jefe del Estado Mayor de la III Región Militar, el Coronel Ibáñez Inglés, quien, por orden del Teniente General Milans del Bosch informa al General Armada Comyn -a la sazón Gobernador Militar de Lérida- del contenido de la reunión celebrada en Madrid el día anterior, de acuerdo con el relato hecho al Coronel por su Capitán General, Teniente General Milans del Bosch quien, como queda dicho, había convocado y dirigido la reunión de la calle del General Cabrera de Madrid. A través del informe del Coronel Ibáñez Inglés, el General Armada Comyn tiene así conocimiento de que todos los militares asistentes a la reunión citada de Madrid han aceptado la «Solución Armada».

El día 29 de enero de 1981 dimitió el entonces Presidente del Gobierno, don Adolfo Suárez, circunstancia por la que el Teniente Coronel Tejero Molina se puso en contacto, a través de un enlace, con la II Región Militar, por si existían nuevas órdenes del Teniente General Milans del Bosch o del General Armada, órdenes que pudieran modificar en algo la «Operación o Solución Armada», comunicándose que todo seguía adelante. Para el Teniente General Milans del Bosch, la dimisión del Presidente Suárez significaba que la «Solución Armada» se estaba ya poniendo en marcha.

El día 3 de febrero de 1981 el Coronel Ibáñez Inglés viaja nuevamente a Lérida, enviado por el Teniente General Milans del Bosch, para entrevistarse con el General Armada y recabar de éste información. El General Armada Comyn dice al Coronel Ibáñez Inglés en esta entrevista que «está nominado para Presidente del Gobierno y ha tenido la aprobación de todos los poderes fácticos» y añade «Va a ser una difícil papeleta para mí. Diego reza a la Virgen de los Desamparados porque la papeleta que me viene es muy difícil para mí».

El Coronel Ibáñez Inglés regresó a Valencia con el convencimiento, como así expresó al Teniente General Milans del Bosch, de que la Operación Armada estaba prácticamente terminada, de acuerdo con los datos que le había comunicado el General Armada Comyn y de los que dio conocimiento al Teniente General Milans del Bosch.

A través de una llamada telefónica desde el Aeropuerto de Barajas, S. M. el Rey comunica al General Armada y Comyn su nombramiento como Segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército, lo que, de cara a la «Operación Armada» supone la colocación de una nueva pieza; se ha logrado ya la dimisión del Presidente Suárez y la colocación del General Armada Comyn como Segundo JEME, datos que siguen atentamente los militares que conocen la «Operación Armada» por su asistencia a la reunión de la calle del General Cabrera.

El teniente General Milans del Bosch anuncia por teléfono al General Armada Comyn -el 13 o 14 de febrero de 1981- que el 16 de febrero le visitará en su despacho de segundo JEME, en Madrid, el coronel Ibáñez Inglés. La visita tiene lugar y en la conversación, el General Armada Comyn informa al Coronel Ibáñez Inglés que el Presidente del Gobierno será el señor Calvo Sotelo y que el señor Oliart será nombrado Ministro de Defensa, cesando el General Gutiérrez Mellado por desaparecer el cargo de Vicepresidente para Asuntos de la Defensa, informaciones que el Coronel Ibáñez Inglés traslada íntegramente al Teniente General Milans del Bosch.

Hay que destacar el hecho, claramente establecido por el Teniente General Milans del Bosch en sus declaraciones ante esta Excma. Sala, que cuantas informaciones, instrucciones y órdenes recibe del General Armada lo son, en la certeza de provenir de la superioridad. El extremo fue así abordado en su declaración por el Teniente General Milans del Bosch: «No puedo aceptar nunca órdenes de un inferior mío, e incluso cuando es de mi propia graduación, me resisto a ello. Si atendí al General Armada fue porque siempre pensé que venía de parte de la superioridad».

Desde la reiteradamente mencionada reunión de la calle del General Cabrera, mi patrocinado, el Teniente Coronel Tejero Molina, espera órdenes, ya que sus funciones y su participación son simplemente las de un Teniente Coronel operativo, sin poder decisorio alguno en cuanto a la fijación de objetivos, redacción o confección de programas políticos o cualquier otro cometido que exceda a ese carácter de operatividad, de acuerdo con las órdenes que habrá de recibir, de acuerdo con el contenido de la reunión de la calle del General Cabrera; hasta el punto de que, ni siquiera sabe el Teniente Coronel Tejero Molina si la ocupación del Congreso sería llevada a cabo por él como un servicio complementario.

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