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Nos proponemos resumir en este breve artículo los vínculos existentes entre la apostasía de España en cuanto “evangelizadora de la mitad del orbe” y el hipotético final del catolicismo romano, previamente anunciado en 1969.
Para dar forma a este argumentario, podemos partir de la enumeración de tres tesis sutilmente interrelacionadas, a saber:
1) Que la apostasía sin precedentes de España (en el año en curso) es absoluta, y por tanto irreversible, es decir sin posibilidad de recuperación y/o retorno al estadio de pre-apostasía (que fecharemos en la segunda mitad del Régimen del 78); esta tesis redunda en lo afirmado por Donoso Cortés: “…Yo he visto, señores, y conocido a muchos individuos que salieron de la fe y han vuelto a ella: por desgracia, señores, no he visto jamás a ningún pueblo que haya vuelto a la fe después de haberla perdido”;
2) Que fue la España del General Franco el último agarradero sólido que le quedaba a la Iglesia Católica Romana antes de la infiltración terminal de Ésta (1958) por elementos hostiles al programa de salvación universal; la cristófoba pretensión del masónico PSOE por hacer de la Santa Cruz de Cuelgamuros un obelisco supondría el remate simbólico a este hecho; y
3) Que la Neo-Iglesia emanada de aquel Concili(¿ábul?)o Vaticano II (desde diciembre de 1965) iba a cuadrar con increíble precisión el programa esencial para hacer apostatar in progress al Populo Dei sin que éste fuera consciente de ello.
La apostasía de España no es un pues un proceso accidental, sino un trayecto monitoreado por la Sinarquía, por cuanto atiende a una secuencia lógica de hechos sostenidos en cuatro factores aunados:
1) El acatamiento de la doctrina liberal en lo económico (en oposición a la doctrina social de la Iglesia que se defendió con mayor o menor vigor durante el franquismo), y la agudización del nuevo capitalismo del desastre;
2) La democratización del falso estado de bienestar, hedonista y amoral al tiempo, en los estándares sociales de superación y progreso indefinido (no supeditados a Dios Trino, sino al becerro de oro);
3) La asimilación de una moral materialista-nihilista (cortoplacista en cuanto se supedita a un inmanentismo sin retorno) suministrada por los mentideros izquierdistas desde sus centros de creación de significado (instituciones tomadas), y debidamente acatada por la derecha liberal-atea;
4) La pérdida progresiva de la identidad nacional, debida a los dispositivos globalizadores impuestos por intereses innombrables, y su consiguiente deconstrucción por medio del vaciamiento de la reserva espiritual de las nuevas generaciones, pueblo nuevo mudado en borreguil masa hipernarcisista.
¿Cómo pudo mutar en apenas cuatro décadas (1970-2010) una nación de secular tradición católica en un suelo de apóstatas, renegados y traidores al sustrato patrio? A tenor de lo previamente expuesto, no costará entrever que los vínculos históricos fuertes entre España y la Iglesia, y entre la Iglesia y España, fueron indisociables… hasta el advenimiento de Pablo VI, el destructor del Vetus Ordo.
Ergo: si lo español es español en cuanto católico, y si la Iglesia Católica Romana ha podido perpetuar sus derechos en virtud del Genio universal de España, obra de pura fe (por tanto desinteresada), se comprenderá que si España falla, la Iglesia se resiente, y viceversa; tal reciprocidad no puede extrapolarse a otras potencias, precisamente porque su catolicismo no fue consustancial a su ser metafísico.
La traición a la Tradición, por ende, no fue de España a la Iglesia Católica Romana, sino doble traición de la Neo-Iglesia infiltrada al Magisterio perpetuo de la Iglesia y a la España histórica “revivalizada” por el franquismo (cuyo nacional-catolicismo quedó deslegitimado tras el CVII). Claro que entonces (tras 1965) perduraba un sólido catolicismo en España: los más devotos de los españoles eran católicos tradicionales, mientras que los menos se mantenían firmes en la defensa de un catolicismo cultural; por otra parte, los ateos y librepensadores eran una minoría irrelevante. Aquella España de entonces vería truncada su idea de la Hispanidad en el relevo generacional, liberalizado por la Neo-Iglesia infiltrada a través de una nueva sociología de las costumbres abiertamente anticatólica y de este modo antiespañola.
Hoy, año del Señor de 2020, el catolicismo romano es una anécdota irrelevante en la vida social española (de facto, la inmensa multitud de los “católicos” serían más bien protestantes, a su pesar o sin saberlo). De modo que el ámbito de acción y evangelización católico se daría en las catacumbas sociales, donde un diminuto remanente católico persiste ante el avance imparable del Nuevo Orden luciferino; volviendo a San Atanasio: “Es un hecho que ellos tienen los edificios, los templos; pero, en cambio, vosotros tenéis la fe apostólica. Ellos han podido quedarse con nuestros templos, pero están fuera de la verdadera fe”.
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