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Es archiconocida y repetida hasta la saciedad la agudeza de Baudelaire: “La mayor habilidad del diablo es hacernos creer que no existe”. Pero yo me voy a permitir el lujo de parafrasearlo para puntualizar su brillante idea: “La mayor habilidad del diablo es hacer creer a los liberales y a los izquierdistas que no es él quien inspira, promueve y expande por el mundo sus ideologías y, en definitiva, que él nada tiene que ver con el auge y empoderamiento actual de los colectivos feministas, abortistas, gays y libertarios que se han adueñado de la sociedad occidental”. No; él no está detrás de todos esos colectivos y grupos de presión porque supuestamente no existe; y todo ello a pesar de que está dispuesto a demostrar lo contrario a todo aquel que lo invoque y solicite su protección. Y es que mientras Dios puede hacernos creer que no existe porque con frecuencia no nos da la ayuda que le pedimos, en cambio el diablo siempre acude solícito a la llamada de quien reclama su protección. ¿Alguien lo duda?… pues que haga la prueba: que declare firmemente en voz alta y en la soledad de una noche que quiere entregar su alma al diablo a cambio de su ayuda: le aseguro que si tenía alguna duda acerca de su existencia esa duda se disipará muy pronto de su mente para siempre jamás. El problema es que si decide aceptar el pacto que el diablo le proponga, un día, demasiado tarde, comprenderá que hizo una mala elección porque comprobará que lo que recibió en vida a cambio de su sumisión no compensa ni por un segundo del terrible destino al que quedó abocada su alma. La Iglesia Católica tiene también la culpa de que hoy poca gente sepa de la existencia de ese mundo invisible y jerarquizado de demonios que controlan el mundo desde lo oculto, porque lleva muchos años tratando de hacer creer a la humanidad que Dios es un abuelito tierno que todo lo disculpa y a quien lo que verdaderamente le importa es que ayudemos a todos los menesterosos del mundo abriéndoles la puerta de nuestra casa.
Pero Dios no es así: no le importan los llamados por el pensamiento progre “derechos humanos” ni escucha ninguno de los mantras que recita machaconamente la izquierda; lo que le importa es que se respeten sus propios derechos divinos, entre los que se encuentra el derecho a que nazcan los niños a los que ha creado, ya que no ha delegado en sus madres la facultad de arrebatarles la vida. Y como Dios pasa de tales derechos humanos, la izquierda le odia y quisiera que ardieran todos sus templos, a ser posible con todos sus fieles y servidores dentro. Así que bien podría volver a parafrasear al gran poeta francés diciendo que la mayor habilidad de los ideólogos del izquierdismo y del liberalismo es hacernos creer que Dios no existe. Claro, que es una habilidad que solo surte efecto frente a los necios, en un sentido amplísimo de la palabra, comprensivo de la gran mayoría de los graduados en filosofía, psicología o ciencias políticas.
Y como el diablo no existe para estos ignorantes, le resulta muy fácil penetrar en sus mentes, encumbrarlos a los puestos más altos e influyentes de cada país y convertirlos en sus siervos dándoles el poder, el dinero y las ganas de transformar poco a poco las leyes con el principal objetivo de eliminar de sus sociedades cualquier código moral que tenga su origen en el respeto a la voluntad divina.
Aquí en España el diablo puede sentirse muy orgulloso -al fin y al cabo es el rey de la soberbia- de la obra que ha conseguido desde que dio el visto bueno a la Constitución de 1978, la cual ha ido desarrollando durante cuarenta años con la técnica de ir tirando de ella con una cuerda hacia su lado izquierdo, haciendo que el centro se izquierdizara y el derecho se centralizara hasta el punto de quedar irreconocible. Por eso a Satanás le da lo mismo que gane el PSOE las elecciones o que las gane el Partido Popular: ambos partidos sirven fielmente a sus intereses: Si la izquierda gana, miel sobre hojuelas porque los cambios que persigue irán más rápido; pero si ganan los populares, ya sea por mayoría absoluta o en coalición con algún partido veleta, la cosa no será preocupante. La “derechita cobarde” -representada a la perfección por Pablo Casado y su camarilla- respetará toda norma inmoral que la izquierda haya implantado previamente en la sociedad, mirará para otro lado y dirá que lo que verdaderamente le importa es bajar los impuestos y favorecer las inversiones privadas, cosas ambas que al diablo le importan un bledo. Pero… ¿qué se puede pedir de un fiel pupilo de Aznar, a quien el diablo llama cobarde a la cara cada vez que se afeita el bigote y le aguanta la mirada sin pestañear?
Ahora, la última ocurrencia de este Gobierno socialdiabólico consiste en aprobar una ley para encarcelar a los cristianos y personas de buen corazón que a las puertas de los abortorios intentan con oraciones, consejos morales y ofrecimiento de ayuda, que las madres que han decidido matar a sus hijos cambien de parecer en el último momento y los salven de sus verdugos, que las esperan con avidez para llenar sus bolsillos de dinero. El mundo, desde luego, se ha vuelto del revés: los destripadores de niños en trance de nacer ven reconocido su estatus legal como benefactores de la sociedad, los terroristas y enemigos de España reciben homenajes, los satanistas son premiados con dinero público y los delincuentes en general campan a sus anchas por las calles ampliando libremente su historial delictivo; pero a la gente más bondadosa y honesta que pueda jamás existir, los rescatadores de bebés, que velan como ángeles a la puerta de estas diabólicas casas del terror haciendo un bien heroico a la humanidad, a ellos se les viene encima la ruina y la prisión con la ley que próximamente se aprobará. Es previsible que Pablo Casado vote en contra por dar un ejemplo de moderación: pero si la ley se aprueba es también previsible que no llegaría a derogarla para el hipotético caso de que consiguiera derrotar a Sánchez en las urnas él solito. Aunque ese sueño suyo nunca se hará realidad. Pablo Casado no llegará a presidente del Gobierno nunca jamás después de haber humillado a los votantes de Vox. El Partido Popular -desaparecido Ciudadanos por el sumidero de los desechos políticos- no tendrá más remedio que buscar un sustituto para su persona que sea capaz de presentar sus respetos a ese partido valiente formado por defensores de la vida, de la patria y de los valores cristianos en general, que no se callan ni miran para otro lado mientras los malvados deciden el futuro de España.
A mí tampoco me callarán los malos con sus leyes perversas. Pero si lo hacen por la fuerza bruta quiero, antes de que eso ocurra, hacer un llamamiento a todas las gentes de buena fe para que apoyen a los políticos de Vox en las próximas elecciones aunque no coincidan totalmente con su programa -yo les perdono que sean defensores a ultranza de las corridas de toros- porque solo ellos pondrán freno a esta industria de la muerte de niños indefensos e inocentes. Y aunque el Tribunal Constitucional mantuviera las leyes abortistas o Vox no hubiera conseguido suficiente cuota de poder para derogarlas, solo con que exigieran a todos los medios de comunicación públicos emitir documentales con testimonios de profesionales del aborto arrepentidos y vídeos de fetos retorciéndose de espanto en el vientre de sus madres en el momento de ser asesinados, ya harían una grandísima labor. Solo con que una mujer, viendo tales imágenes se arrepintiera de sus intenciones o simplemente comprendiera que jamás podría desear tenerlas, habríamos salvado a un niño de morir triturado, descuartizado o succionado por las manos de un desalmado.
Y así, si hemos hecho algo, si hemos puesto nuestro granito de arena para luchar contra esta lacra de la humanidad, cuando dejemos nuestra envoltura material -en un abrir y cerrar de ojos- y nos encontremos temerosos esperando el veredicto inapelable de Dios, quizá oigamos una voz que nos diga: “Tú salvaste a muchos bebés de la muerte”.
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