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Los signos precursores de esta nueva -y trágica- turbación que nos ocupa se dejaban sentir desde finales del siglo XVIII. No pocos pensadores, desde Schopenhauer, han subrayado el lugar que se daba en los temperamentos de las distintas épocas – pesimista, melancólico, escéptico…-, devenidos más tarde en indiferencia o relativismo y puestos bajo el signo maléfico de Saturno.
Se considera que este relativismo destructor que ha anidado en la sociedad ha nacido del predominio de la razón sobre la imaginación, de la materia sobre el espíritu, del bestialismo sobre la religiosidad, y tiene como manifestación extrema la locura, que es el rasgo más acusado de los mentores del Nuevo Orden.
La demencia resulta favorecida en ellos por la obstinada prolongación del alma calvinista y su inadaptación al orden clásico, a la armonía de la naturaleza, a la estabilidad de las tradiciones, al arbitrio del yo religioso que impregna de dignidad al ser humano.
En la proliferación de sectas tendentes a la turbiedad ritualista y a la magia recibida de la antigua Alejandría y de la más antigua Babilonia, se comprueban los fermentos satánicos, sensibles ya en los pioneros de cofradías y hermandades nacidas en ese siglo XVIII de falsas luces y densas sombras, que prepararon el primer disolvente del Desvanecimiento -antónimo de Renacimiento- que es nuestro presente, derivado de las doctrinas protestantes y, en general, reformadoras.
Lo mismo que hemos visto a los siglos XIX y XX desarrollarse bajo el signo de las escisiones de todo tipo y de las más terribles guerras, el siglo XXI conoce la ruptura tal vez más radical desde la Reforma que haya quebrado al catolicismo, base unánime todavía ayer de la sociedad occidental, con un Papa que hace apología de las ideas de sus enemigos o, al menos, de los enemigos de la Iglesia.
En adelante, como no podrá ser de otro modo, se acelerará el proceso de confusión y, consecuentemente de disgregación. Después de Europa, América y Asia, transformadas ya en campos de batalla, ¿qué podrá venir? Ya no está solo el protestantismo frente al catolicismo, sino los materialismos, pansexualismos, calvinismos y sectarismos multiplicados sin cesar en cofradías y hermandades oscuras y diversas y, en apariencia al menos, con frecuencia contrarias, pero todas ellas con una impresionante carga nociva para los seres humanos.
Sobre los atropellos sociales y políticos se insertan los atropellos religiosos; a la obsoleta lucha de clases se añade la lucha contra ellas de los nuevos demiurgos o de sus sicarios. Porque los resentidos necesitan de un mundo opuesto y externo para poder actuar. Necesitan reaccionar contra la excelencia, contra la aristocracia del espíritu, contra la religiosidad, que son las que los empequeñecen hasta mostrarles toda su bajeza. Actitud contraria ésta a la manera noble de valorar, que justiprecia buscando su opuesto tan sólo para reafirmarse en la sabiduría jubilosa.
Entre las amenazas que hacen gravitar sobre la humanidad los dioses coléricos de las agendas globalistas, que recuerdan las de la implacable predestinación calvinista y las de la turbiedad sionista, nos anuncian las enésimas elecciones como cortina de humo. En España -un pueblo que reniega de su magnífica historia y que ha aceptado con absoluta villanía la moral de los esclavos-, el sueño patriótico, unitario y de progreso del franquismo se derrumba -a base de elecciones- casi diez lustros después de la muerte de su artífice.
El ser humano -el pueblo español- es arrojado de nuevo al mar de las incertidumbres. La maldad no duerme.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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