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ECDE el 8-M homenajea a la mujer española: Isabel la Católica, Agustina de Aragón y Mercedes Formica…

Isabel la Católica

Isabel I de Castilla creció en una época en donde se esperaba que las mujeres fueran parlanchinas, humildes, piadosas y vergonzosas, donde la educación estaba centrada en la danza, la música, las labores de aguja y la mayor importancia era el desarrollo de habilidades para la vida social. Dichos aprendizajes no fueron suficientes para la futura reina.

La educación de Isabel

A la muerte de su padre, la pequeña Isabel pasó su infancia en Arévalo con su hermano Alfonso y su madre, quien estaba sumida en una profunda depresión. Debido a las carencias económicas, fue educada por Gonzalo Chacón, un cortesano esposo de Clara Álvarez, camarera que influyó en su educación.

Desde joven, Isabel desarrolló el gusto por la lectura y la escritura, posteriormente aprendió a montar y a cazar. Consciente de ser firme candidata al trono, buscó rodearse de los mejores maestros para ampliar su formación.

Contraer matrimonio con Fernando de Aragón influyó decisivamente en su afán por aprender, Isabel anhelaba la completa educación intelectual del Rey Católico, por lo que comenzó a tomar clases de latín y reunió una amplia biblioteca de 400 textos, que más tarde dieron orígen a la biblioteca de El Escorial.

Decidida a que sus hijas no crecieran bajo la misma situación, la reina implementó un estricto plan de estudios para ellas, mismo que seguía el heredero.

La Reina Católica es considerada como una de las monarcas más importantes, se esforzó porque las mujeres de su corte estuvieran bien formadas y que, al igual que ella, se convirtieran en personas cultas y capaces de valerse por sí mismas.

Fuente: Muy Interesante Biografías: Cristóbal Colón, edición especial impresa, noviembre 2017.

Agustina de Aragón

Pocos ejemplos en nuestra historia tenemos como tú. El asedio francés durante la Guerra de la Independencia a la ciudad de Zaragoza constituyó uno de los hechos más destacables de esta cruenta contienda. Tú, lejos de amilanarte, cogiste las armas y defendiste la plaza frente al invasor. Te pusiste al mando de un batallón de hombres que te vieron y trataron como a una igual. Gracias a tu coraje, el enemigo se tuvo que retirar. Este acto de “rebelión” no fue solamente contra los franceses, sino también contra aquellos convencionalismos que cuestionaban tu papel solo por el mero hecho de ser mujer.

Fuiste capturada, pero eso tampoco te amedrentó, te mantuviste siempre fuerte y decidida y, una vez liberada, constituiste un ejemplo a seguir para todos nosotros, todos los españoles.

A pesar de tu grandísimo sacrificio, no te permitieron volver a luchar, no oficialmente, no en el ejército. Capitana fuiste nombrada pero, más que como soldado, ejerciste de jarrón chino, que solo tiene como objeto decorar a un lado. Sin embargo, tú fuiste más que eso. No te intimidaron. Nunca. Jamás.

Fuiste un gran apoyo y animaste en vida a todos los ejércitos, a todos los soldados, a todos los ciudadanos. Y, a día de hoy, tú, Agustina de Aragón, sigues haciéndolo. Eres un gran ejemplo a seguir para todos aquellos que desean superar las adversidades que se presentan ante ellos. Pero, por encima de todo, eres el modelo a seguir para la lucha por la igualdad, para reivindicar  los derechos de la mujer,  y  su  perfecta  capacidad  para  realizar igual o mejor el mismo trabajo que un hombre. En los tiempos que viviste, a pesar del sometimiento de la mujer en la sociedad, no les quedó otra a aquellos detractores de su superación, de felicitarte y destacar tus memorables hazañas, tu aportación a la historia de nuestro país, a ti.

Y es por ello que es imperativo reivindicar tus actos, tus valores, todo aquello que tu figura representa. Pues, no se debe de olvidar a una de las más grandes y destacables heroínas de toda nuestra historia. Tú fuiste, eres, y serás, mi paradigma de superación frente a todas las adversidades que se puedan encontrar y mi paradigma de la lucha por la igualdad y la libertad de todos los ciudadanos, no importa sexo, edad o religión.

Por eso te admiraré, por siempre.

Fuente: https://www.ceutaldia.com/articulo/cultura/carta-feminista-estudiante-agustina-aragon-emociono-militares/20171005140226167243.html

Mercedes Formica

Letrada y novelista, admiradora de la Institución Libre de Enseñanza, de talante liberal y muy próxima a la intelectualidad española de todo signo, era, además, una ‘camisa vieja’, una falangista de las de antes de la guerra, cuando los admiradores de José Antonio Primo de Rivera no llegaban a dos mil en todo el país. «Éramos poquísimos», dejó escrito.

Pues bien, esa paradoja viviente que era Mercedes Formica había logrado publicar en ABC, en 1953, ‘El domicilio conyugal’, un artículo demoledor que abriría un debate incómodo sobre el injusto estatus legal de la mujer casada en España. Como la legislación consideraba que la residencia familiar era «del marido», la mujer que fuera maltratada por él y que quisiera separarse, perdía el derecho a la casa. Frente a ello Formica defendió que la vivienda era propiedad de la familia, y que quien debía abandonarla era el cónyuge culpable de la ruptura, fuera quien fuera, no el que la padeciera. El detonante había sido el asesinato de Antonia Pernia, apuñalada doce veces por su cónyuge, y víctima también de una legislación que no dejaba a la esposa más opción que convivir con su agresor o quedarse en la calle. Y no era un caso excepcional, pues la campaña permitió que afloraran a la luz pública muchas otras situaciones similares de mujeres víctimas de injusticias igualmente graves.

 

«Muchos no han entendido mi posición. Yo no soy una defensora a ciegas de la mujer por el hecho de serlo. No debe ganar el hombre, ni la mujer, sino el cónyuge inocente. Como profundamente católica que soy, entiendo que cuando el matrimonio se quiebra por causas imposibles de superar, hay que salvar lo que queda de la familia: los hijos y el hogar, todo ello sostenido por el cónyuge inocente», afirmaba en 1954 en una entrevista a la revista ‘Teresa’, de la Sección Femenina.

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De la intensidad del debate que aquel artículo suscitó da cuenta la propia entrevista, cuya autora no evita realizar esta reflexión personal, tan sorprendente a primera vista en la España de los años cincuenta: «Una espada de Damocles pende sobre las pobrecitas esposas, quienes, por el hecho de haberse casado, se han convertido automáticamente en menores de edad, incapaces de mover un dedo sin permiso del marido. Parece ser que la mayoría de edad solo la recobran al quedarse viudas… Así pues, la viudedad es el estado perfecto. Y ¿será posible que los sabios jueces no se den cuenta de lo terrible que resulta esto? Muchas veces vivirán –Dios no lo quiera– con el punible anhelo de mandar al marido al otro barrio. Por eso urge reformar el Código, y no ya en defensa de la mujer, sino del hombre. Bien claro está, no hay más remedio que actuar», escribía la entrevistadora.

La campaña recibió un gran número de cartas alentadoras de todo el mundo y el apoyo de periódicos de América, Inglaterra, Italia, Dinamarca, Suiza… En ese debate legal se empeñó durante cinco años sin desmayo la abogada Formica hasta que, en 1958, el mismísimo Francisco Franco decidió recibirla en su residencia de El Pardo. Cuando, al regresar a casa, su marido le preguntó por el resultado del encuentro, sólo comentó: «Creo que me ha comprendido», según la evocación que hace de aquel momento en sus imprescindibles memorias. Su marido, dicho sea de paso, era el periodista y poeta Eduardo Llosent Marañón, que había sido editor de la revista ‘Mediodía’ de Sevilla, muy vinculada a la Generación del 27, y que fue director del Museo Nacional de Arte Moderno. Y aquella primera impresión se confirmó en la realidad, pues, poco tiempo después, Franco afrontaría la reforma de 66 artículos del Código Civil, la más amplia desde su aprobación en 1889. Una reforma que colocó a España por delante de otros países de su entorno, al menos en este aspecto.

«España ha sido profundamente injusta con Mercedes Formica: fue una importantísima jurista y una brillante escritora», según Mariano Vergara, responsable del prólogo de las ‘Memorias’ de la gaditana. Vergara la considera «una mujer revolucionaria». Tanto como inclasificable. Y así, hoy, su figura es despreciada en su Cádiz natal, donde retiran de la calle su busto, y homenajeada en Madrid, donde le dedican una calle. Gobiernos de izquierda en ambos casos. Javier Santamarta la ensalza como una digna representante de esa tercera España que se abría paso en la posguerra buscando superar las diferencias. «La vida de Mercedes Formica fue siempre lucha. Por ella, por su familia y por la mujer», resume en su libro ‘Siempre estuvieron ellas’.

El interés por la situación de la mujer lo plasmó igualmente Mercedes Formica en su faceta de novelista. Está presente en su primera obra publicada, ‘Badoque’, que narraba un conflicto ligado a una separación matrimonial, pero también, entre otras, en la novela con trasfondo histórico ‘La hija de Juan de Austria’, una de las más populares suyas. Aunque ella nunca se sintió cómoda con el término ‘feminista’ que ya por entonces cargaba con connotaciones añadidas a las de la mera defensa de la igualdad, es innegable que la lucha de Formica por la justicia legal para la mujer la sitúa en el ámbito del feminismo liberal. Su otra gran preocupación fue la búsqueda de la reconciliación nacional y el afán por intentar acercarse a las razones de los otros, asunto central de una de sus novelas más conocidas ‘Monte de Sancha’, finalista del Premio Ciudad de Barcelona.

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En sus memorias ofrece buenas muestras de su afán por hacerle justicia a las personas más allá de su adscripción ideológica. Así, por ejemplo, al referirse a la España nacional durante la guerra, escribe: «Me apenaba oír tachar de ‘rojos’ a personas que contaban con mi respeto: Jorge Guillén, Ramón Carande, Pío Baroja, Ortega». Y de la posguerra recuerda: «Tratar a los Ortega era dialogar con el enemigo, según el criterio de los intolerantes, pero ni Eduardo ni yo hacíamos caso de tales comentarios».

 

Mercedes Formica e Inge Morath en 1996 / EFE

De igual modo evoca con profunda tristeza la ejecución de Federico García Lorca –del que recuerda que era amigo personal de José Antonio Primo de Rivera– y la muerte de Miguel Hernández, personas ambas a las que admira y muy próximas a su círculo cultural, del que formaban parte personalidades como Eugenio D’Ors, Torrente Ballester, Pedro Laín Entralgo, Ana María Matute, Edgar Neville, Luis Rosales, Leopoldo Panero…

Muerte de Besteiro

Y especialmente le duele la muerte del socialista Julián Besteiro, del que escribe: «El fallecimiento de don Julián Besteiro en la cárcel de Carmona supuso una amarga experiencia. Había sido un adversario nobilísimo y la población de Madrid debía la vida a su sacrificio. Pudo marcharse y, sin embargo, permaneció en la capital, con el propósito de aliviar las consecuencias de la derrota. Franco nunca debió dejarle morir de aquella manera».

«Soy una persona que ama la tolerancia, los matices. Me resisto a que me encasillen», afirmó en una entrevista con el locutor de la Ser José Luis Pecker, en 1975. Y amante también de la justicia y de la verdad. Quizás por ello en sus memorias quiso reivindicar el papel jugado por la viuda de Onésimo Redondo, la vallisoletana Mercedes Sanz Bachiller, promotora de los hogares infantiles de Auxilio Social durante la Guerra Civil. Así la retrata en la segunda parte de sus memorias, ‘Escucho el silencio’, la referida a este periodo: «Alta, morena, delgada, vestida de luto riguroso, un velo negro sobre los cabellos, la joven aparecía en los despachos de los personajes envuelta en su desamparo. Llevaba en el vientre un hijo muerto que los médicos le obligaban a guardar hasta el término del embarazo, interrumpido a causa de las penalidades sufridas por la muerte del marido».

Frente a la imagen estereotipada y caricaturesca que luego se ha impuesto del Auxilio Social, Mercedes Formica reivindica el talante alegre y bienintencionado de unos centros asistenciales que suponían un gran avance para la España de la época. «La caridad, ayuda voluntaria al prójimo, quedó relegada al fuero interno de las conciencias, sustituida por un derecho, el de la justicia social». Asimismo, resalta que prestaban ayuda a los huérfanos de guerra «sin distinción de procedencias políticas». Y deja clara su pasión por los desfavorecidos en esta otra frase rotunda: «Vivienda y comida no serían, nunca más, limosna de los grupos privilegiados, sino derecho nacido con la persona».

Las memorias de Formica revelan el temple de una mujer hecha a sí misma en el fuego de la vida, y que nunca se rindió ante las dificultades. Quizás por ello, en la entrevista de la Ser, realizada al comienzo de la transición, afirmó: «Me parece que la generación de ahora es un poco frívola. La nuestra tuvo problemas tan acuciantes que le hicieron madurar de la noche a la mañana». Y más adelante: «Vivimos en una sociedad de consumo y todos aspiran a más. Se ha pasado de tener muy poco a desearlo todo, incluso el lujo». Independiente, valiente, libre, apasionada, noble, generosa… con ustedes, Mercedes Formica.

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REDACCIÓN