21/11/2024 12:00
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Hay en el mundo una gran cantidad de vicios que comenzaron siendo particulares de las clases opulentas y que poco a poco, por una desgraciada emulación, fueron naturalizándose entre el pueblo llano. Uno puede seguir el rastro de esos vicios y por lo general se encontrará siempre con que en el origen de todos ellos se encuentra una prosperidad material mal empleada. En nuestros días es curioso ver cómo la izquierda, que se erige en defensora de los pobres y azote de los ricos, ha acogido y abanderado todos esos vicios que traen su origen precisamente de la desigualdad de condiciones contra la que esa izquierda afirma luchar. Uno de esos primeros vicios, y en realidad el fundamento de todos los que le han sucedido, es la irreligión, o más concretamente el odio a la religión católica que hoy la izquierda promueve.

   Y sin embargo ¿hay algo más claro, hay algo más evidente con sólo consultar la historia, que el hecho de que la hostilidad y el odio contra el catolicismo comenzaron siendo sentimientos de la burguesía? El ocio continuado, la falta de responsabilidades o la necesidad de distinguirse de la plebe, entre otros factores, favorecieron los vicios extravagantes entre gran parte de la burguesía, y siendo la Iglesia católica, a través de sus ministros, claramente contraria a esos vicios, condenándolos ante el pueblo e imponiendo penitencias a quienes los cometieran, es natural que esa parte de la burguesía desarrollara cierta antipatía contra el clero y la Iglesia católica en general, antipatía que al hacerse inveterada acabó convirtiéndose en odio.

   Esos burgueses no se volvieron irreligiosos a base de reflexiones metafísicas sobre la existencia de Dios o la religión revelada, sino que teniendo interés en que no existiera ese Dios al que la Iglesia católica representaba en la tierra y que se oponía a sus depravados deseos, esparcieron la opinión de que Dios en realidad no existía, buscando después como pretextos los sofismas ateos que encontraron esparcidos en la antigua secta de Epicuro y en otros libros polvorientos, y presentándolos al mundo como descubrimientos modernos. Con el tiempo, la clase plebeya quiso imitar los vicios de los burgueses, ya que no era posible imitar sus comodidades, y en poco tiempo ocurrió lo que observa Joseph de Maistre sobre las falsas opiniones, las cuales son «como la moneda falsa, que acuñada primero por grandes culpables, es luego utilizada por gente honesta, que perpetúa el crimen sin saber lo que hace».

   Esta contradicción es propia de la izquierda y nunca ha podido deshacerse de ella; de hecho está en el origen mismo de su nacimiento, y puede rastrearse con sólo conocer a los grandes impulsores y corífeos de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Voltaire no era burgués en el sentido estricto de la palabra, pero su padre era consejero del Rey y tesorero de la Cámara de Cuentas de París, uno de sus hermanos se convirtió en abogado del Parlamento de París, su cuñado fue corrector de la Cámara de Cuentas, y su padrino era el abate de Chateauneuf, gracias al cual pudo entrar en exclusivos grupos libertinos. Acudía con asiduidad al castillo de Sceaux como invitado, rodeándose de la flor y nata de Francia, y durante toda su vida vivió bajo el amparo y patronazgo de reyes, príncipes y nobles, muriendo dueño de una gran fortuna, entre otras cosas gracias a sus acciones en el tráfico triangular de esclavos.

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   Uno puede investigar los orígenes de la Ilustración y la Revolución Francesa y se encontrará siempre con lo mismo, por más que hayan querido hacer pasar a la segunda como un levantamiento esencialmente popular. El pueblo sólo fue un peón en la Revolución Francesa, fueron los burgueses los que la iniciaron y cumplieron. Pero en los colegios, donde se intenta inocular en los niños la idea de una Revolución Francesa liderada por el pueblo, se evita hablar de la Milicia Burguesa creada por la Comuna, o se la prefiere llamar con el nombre que recibió después, Guardia Nacional, para ocultar así la influencia decisiva de la burguesía en la Revolución.

   Basta recorrer los nombres más prominentes de la Revolución Francesa y de su prefacio, la Ilustración: la madre de d´Alembert era baronesa, Diderot disponía de suficiente dinero y tiempo libre como para coleccionar amantes y mantener a su mujer, tanto el abuelo como el padre de Robespierre habían sido miembros del Consejo Supremo de Artois, Mirabeau era marqués, y Rousseau no frecuentaba precisamente los barrios pobres.

   Personajes así fueron los que se opusieron a la Iglesia católica, los que popularizaron el ateísmo y los que a través de sus discípulos inundaron Europa con todos los vicios propios de los salones que frecuentaban. No sólo la izquierda, sino todo el sistema democrático moderno, heredero de la Revolución Francesa, ha continuado después en la misma línea. Nada ha cambiado en el fondo, aunque mucho haya cambiado en apariencia.

   Los actores, deportistas de élite, cantantes y políticos son la nueva burguesía de hoy. En general, y salvo honrosas excepciones, es gente trastornada por un ego y una opulencia desmedidos, a quienes la exclusividad de sus comodidades y su distanciamiento de la vida común han convertido en monstruos. Han tenido que crear nuevos vicios porque su alma encallecida ya no era sensible a los antiguos, y la izquierda principal y activamente, pero también la derecha por omisión y connivencia, se encargan de reivindicar esos vicios, llamarlos «libertades» y presentarlos como conquistas ante el pueblo.

   Así ha ocurrido, por ejemplo, con las llamadas “relaciones abiertas”. No es la clase humilde la que ha inventado esa nueva forma de poligamia; durante muchos años ha sido practicada por la élite, sobre todo por la plaga fétida de los actores, y sólo después imitada por personas sin carácter que se dejan arrastrar como materia inerte ante cualquier torrente de moda. Que cada uno haga memoria; recordará que la primera vez que tuvo noticia de esas relaciones fue a través de la prensa o de la televisión cuando informaban sobre la vida privada de personas millonarias, y que después esas relaciones comenzaron a aparecer en películas y series (sí, producidas y dirigidas también por millonarios) como si se tratara de una práctica frecuente entre la clase humilde. En realidad la industria cinematográfica no estaba haciéndose eco de una tendencia real, la estaba creando.

   Como ocurre con el aborto, la eutanasia, la ideología de género y demás perversiones, las «relaciones abiertas» han puesto de acuerdo a la izquierda filocomunista y al capitalismo, a los pretendidos defensores de los pobres con los oligarcas, algo que podría parecer extraño, de no ser porque viene sucediendo con mucha frecuencia en la última década. La izquierda dice querer erradicar la extrema desigualdad entre pobres y ricos, pero en el fondo lo único que hace es patentar entre los primeros los vicios de los segundos, y dejando intacta la desigualdad que existe en lo material, iguala a pobres y ricos en lo moral, en que por lo general los pobres eran superiores.

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   Ver a muchos pobres degradarse de esa manera es para mí un espectáculo tan doloroso como digno de risa. Me duele ver cómo echan a perder la moral que sus antepasados preservaron en medio de la miseria, esa dignidad adquirida a costa de tantas penalidades y privaciones; pero por otra parte, cuando veo a una persona de condición humilde imitando los vicios de algunos ricos, no puedo evitar sonreír ante el ridículo espantoso, porque me imagino esa misma incongruencia en el vestir o en cualquier otro aspecto exterior. Por ejemplo, si un albañil presume de tener una “relación abierta”, me lo imagino de inmediato haciendo cemento con un traje de cinco mil euros, como el que llevan los actores en las galas; si una mujer de familia obrera e ingresos modestos ataca a la Iglesia católica y se declara atea, me la imagino con un vestido de lujo y una diadema incrustada de perlas, mientras sus manos están cubiertas por unos guantes de limpieza. Recomiendo al lector este ejercicio de imaginación cada vez que se encuentre ante un esnob de los vicios.

   Por supuesto, no es que todos los ricos sean inferiores moralmente y todos los pobres superiores; pero la riqueza, gracias a Dios, tiene sus inconvenientes, uno de los cuales consiste en exponer a quienes gozan de ella a una serie de tentaciones y vicios exclusivos de la abundancia material. Contaminar a los pobres, que no gozan de las ventajas de la riqueza, con los inconvenientes propios de ella, me parece uno de los actos más terribles y miserables que se hayan cometido contra el género humano en toda la historia. La izquierda, y la derecha con algo más de retraso, pretenden hacer creer a la clase trabajadora que les están regalando libertades, pero como miembro de esa clase pienso de ambos, y de la democracia moderna en general, lo que Laocoonte pensó de los griegos: timeo Danaos et dona ferentes.

Autor

Alonso Pinto Molina
Alonso Pinto Molina
Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español cuyo pensamiento está marcado por su conversión o vuelta al catolicismo. Es autor de Colectánea (Una cruzada contra el espíritu del siglo), un libro formado por aforismos y textos breves donde se combina la apologética y la crítica a la modernidad.
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