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¿Por qué hacemos listas? Para tratar de otorgar una forma a aquello que carece de ella: la vida y toda la actividad humana que lleva aparejada consigo. Seleccionamos porque sabemos que nos dirigimos a alguien que, al igual que nosotros, no dispone de la eternidad para verlo todo. Porque supone recordar aquello que nos ha emocionado, el momento en que nos emocionó y cómo tras esa emoción pudimos sentir un poco más cerca de un mínimo atisbo de consuelo y certeza, en el marco de un mundo dominado por el desasosiego y la incertidumbre. Porque queremos que nuestros conocidos y amigos nos escriban con palabras abruptas, incendiados y enfurecidos, para señalar en nuestra selección onerosas e imperdonables ausencias; incomprensibles y luctuosas presencias. Y porque, bueno, hacer una lista de estas características es tremendamente divertido para el que la hace y, si el arte acompaña, también para el que la lee.
Nadie nunca debería tomarse demasiado en serio una lista. Ni siquiera en lo que a mandatos divinos o a normas jurídicas se refiere. El consumismo, en definitiva, se basa en la infidelidad crónica hacia nuestras propias “listas de la compra” autoimpuestas. Una lista se merece todo nuestro escepticismo y nuestra ironía; al fin y al cabo, no se puede leer o ver todo, ni siquiera una ínfima parte de la totalidad. El criterio empleado para realizar una lista será siempre subjetivo y, en el fondo, siempre estará supeditado al azar, que es quien pone determinadas obras a nuestros pies para que luego sean las circunstancias personales de cada uno las que nos llevan a amar o no una obra más allá de sus virtudes objetivas. Es cierto que una mala tarde de truenos internos o de insomnio acumulado te puede llevar a odiar una obra maestra; también lo es que un visionado risueño puede llevar al crítico (que se ha enamorado la tarde de antes) a entusiasmarse con una porquería de tantas.
Como creo que no se puede hablar con verdad, paradójicamente, sino desde la subjetividad más desmelenada, mi lista es puramente impresionista y no pretende ser esculpida en mármol por nadie, jamás; como mucho, aspira a no renegar con vehemencia de su propio contenido apenas hayan transcurrido unos minutos desde su publicación; y, con suerte, se propone generar algún debate interesante con el esforzado lector. La literatura, cabe añadir, es una manifestación textual del espíritu y la única forma de autoconciencia compleja y de conocimiento total de la realidad de la que disponemos; el cine y las series representan una denuncia de la técnica realizada desde la propia técnica y componen la novísima forma que el arte ha adoptado para una cultura de masas o anticultura en los siglos XX y XXI. El mapa de las grandes ficciones de nuestro tiempo es, asimismo, el mejor mapa del que podemos disponer para entender nuestro tiempo en toda su profundidad. Sin más dilación, vamos con el mío.
De entre todas las novelas publicadas —el original apareció en 2020 en los Estados Unidos— de las que he tenido noticia este 2021, mi favorita ha sido: Mundo Hormiga, de Charlie Kaufman, que ha sido editada por la valiente Editorial Barrett. Se trata de la obra más personal de este genial guionista y director de cine que ha debutado con una de las mejores novelas de los últimos años, capaz de recuperar el espíritu renovador de algunas obras importantes de los años 90 como Casa de hojas de Mark Danielewski, La broma infinita de David Foster Wallace o El cuaderno perdido de Evan Dara.
De entre las novelas escritas y premiadas en 2021, he seleccionado dos: representando a Estados Unidos, Ciudad de las nubes, de Anthony Doerr, que es una versión accesible del revolucionario esquema narrativo inventado por David Mitchell en 2004 y que encarna uno de los mejores homenajes al arte de contar historias de los últimos años; La anomalía, de Hervé Le Tellier, una novela que parte de un marco fascinante para desplegar una amplia panoplia de géneros y de personajes en la mejor línea de Georges Perec. Tanto el trabajo de Doerr como el de Le Tellier señalan el camino que, en opinión de quién esto escribe, debería de seguir la ficción del siglo XXI.
De entre las novelas escritas por autores españoles, he escogido mis dos preferidas: El sacrificio, de Javier García Gibert, una obra de gran calado por la fidelidad con la que retrata la condición humana atravesada, eso sí, en el trance amoroso, más allá de toda figuración distorsionadora derivada del pensamiento políticamente correcto; y El árbol de los sueños, de Gustavo Martín Garzo, un libro inolvidable y con vocación de eterno que se propone celebrar toda la belleza y toda la locura del mundo a través de mil y una historias extraídas de la Literatura Universal y situadas entre dos tragedias íntimas que abren y cierran el libro.
De entre todas las novelas escritas por autores hispanoamericanos, me quedo sin dudarlo con La tierra de la gran promesa, de Juan Villoro, uno de los mayores homenajes al mundo del cine escritos jamás, en una historia llena de anécdotas y personajes inolvidables donde la esperanza de renovar el cine se entrecruza con la esperanza de renovar México, y donde todos los sueños acaban convertidos en ceniza o en rastros de celuloide.
De entre la novela de género que, en términos generales, sigue siendo excelente si la comparamos con la novela comercial o la novela literaria, he seleccionado un policiaco y una obra de terror: Antigua Sangre, de John Connolly, que es la obra más compleja hasta la fecha de este maestro de la intersección entre terror y noir; y El morador de Daria Pietrzak, una arriesgada novela que renueva el género de terror en España y que anuncia un futuro literario brillante para su joven autora.
De entre los ensayos reeditados, a nivel internacional me quedo con El Libro Negro del Comunismo, de Stéphane Courtois y otros historiadores de prestigio reconocido, que supone un justo homenaje a las numerosas víctimas de la más terrible ideología del siglo XX: el comunismo; y, en lengua española, he seleccionado dos obras imprescindibles para todo interesado, respectivamente, en Filosofía y en Historia del Arte: Hitchcock en obra (ASL editores), de Ángel Faretta, para los amantes del cine; y Los otros (editorial Matrioska), de Sebastián Porrini, para todo aquel que quiera profundizar en el pensamiento tradicional y su aproximación al mito.
Sin embargo, dos acontecimientos importantes son la recuperación de un libro imponente como los Escolios a un texto implícito, de Nicolás Gómez Dávila, que ha reeditado la editorial Atalanta después de permanecer descatalogado durante años; y la publicación, inédita hasta ahora, del imprescindible Glossarium de Carl Schmitt por la editorial El Paseo. Se trata de dos obras fragmentarias que recopilan todo lo que un reaccionario, un tradicionalista o un escéptico necesitan saber sobre la política canalizado a través de dos talentos literarios de altísimo nivel. Una muestra de Schmitt, uno de los grandes pensadores del siglo XX: “¿Qué es una utopía? La disolución de las ilimitadas posibilidades del hombre en una realización finita; primero solo ideada, posteriormente realizada. Pues cada idea del hombre se cumple. El pecado de la utopía radica en que el cumplimiento de lo finito pueda disolver el miedo que existe a la posibilidad de lo ilimitado; que el cumplimiento limitado nos salve del aguijón de lo ilimitado, que mate como a un paraíso de abejas de Dios que nos perturban. La utopía es el paraíso lejano pero situado en un futuro cercano”. Y de Gómez Dávila, uno de los mayores prosistas de la lengua española: “Ser reaccionario es haber aprendido que no se puede demostrar, ni convencer, sino invitar”. Dos libros inmarcesibles prestos a ser releídos muchas veces a lo largo de una vida.
Indiscutiblemente, el mejor ensayo original escrito en 2021 no puede ser otro que El cazador celeste, de Roberto Calasso, que supone una obra de referencia en el estudio de la mitología griega además de la despedida del mayor intelectual europeo de los últimos cincuenta años. Con la muerte de Calasso, de Steiner, de Jiménez Lozano y de tantos otros en los últimos años uno siente que lo sagrado queda un poco más olvidado en este mundo decadente. Los guardianes del saber clásico perecen sin dejar un relevo claro y uno, que tiene un talante un poco trágico, tiende a pensar que hay un conocimiento que se destruye de manera irremisible con la marcha de Roberto Calasso; o quizás no: un autor es esencialmente el conjunto de sus textos, la totalidad de sus frases impresas a lo largo de millares de páginas desperdigadas por el mundo. Y cada vez que un bibliotecario granujiento se acerque, solitario y en estricto silencio, a un libro de Calasso, ese saber intemporal de los poetas seguirá manteniéndose vivo como si de la última llama palpitante en el vórtice una inmensa tiniebla se tratara.
Dos clásicos han sido recuperados con valentía y ambos son dignos de mención: el ensayo Dostoievski. El novelista de lo subconsciente, de Rafael Cansinos Assens, traductor de algunas de las obras más importantes de la Literatura Universal al español; y los Cuentos Completos (una edición sublime a cargo de Jesús García Gabaldón), de Isaak Babel, que suponen una recopilación completa de la obra de uno de los prosistas que mejor reflejaron la técnica del montaje cinematográfico, a través de la elipsis y con un afán de precisión incomparable, como pocos escritores del siglo XX han sabido hacerlo.
Mis series de ficción televisiva favoritas han sido, por orden, The White Lotus (Mike White) de HBO, una sátira alegórica sobre el mundo contemporáneo; El ferrocarril subterráneo (Barry Jenkins) de Prime Video, una revisión lírica y con reminiscencias míticas de la esclavitud; y Secretos de un matrimonio (Hagai Levi) de HBO, un acertado remake de Bergman que adapta los códigos del director sueco para un judío estadounidense y para una mujer del siglo XXI. Quiero hacer también una mención especial a dos productos de Netflix como lo son Gambito de Dama y El juego del calamar, y que más allá de su calidad cinematográfica suponen dos de los fenómenos culturales más interesantes de los últimos años. Por último, quiero aclarar que, a diferencia de muchos otros críticos culturales y cinematográficos, no contamos aquí series como Small Axe o películas como Otra ronda porque las consideramos de 2020.
De entre las series españolas, hay que mencionar dos empeños valientes y enriquecedores de grandes productoras que han decidido poner a trabajar con una cierta libertad creativa a cineastas de talento: Libertad (Enrique Urbizu) de Movistar; e Historias para no dormir (Rodrigo Cortés, Rodrigo Sorogoyen, Paco Plaza, Paula Ortiz) de Prime Video. Ojalá y marquen una hoja de ruta a seguir para la futura ficción televisiva en España. Para mí, la película española del año ha sido Las leyes de la frontera, de Daniel Monzón, una mirada más amplia, continuada y adulta del cine quinqui.
Cabe mencionar, por el alto nivel que han demostrado, a dos series de terror excelentes: Misa de medianoche (Mike Flanagan) de Netflix, que supone la obra cumbre de un autor que sabe trasladar con éxito los códigos de Stephen King a la televisión; y Yellowjackets (Ashley Lyle y Bart Nickerson) de ShowTime, que representa una adaptación en clave de thriller y de obra de terror de lo mismo que en el fondo narra Gambito de Dama: el mundo femenino.
También es de rigor dejar espacio a tres series policiacas dignas de mención: Bosch (Eric Overmyer y Michael Connelly), que ha alcanzado su séptima y última temporada manteniendo el alto nivel de las anteriores; Una historia muy real (Eric Newman) de Netflix, que dista de ser una gran serie pero que sabe contar con inteligencia los entresijos de la fama y el dinero; y Mare of Easttown (Brad Ingelsby) de HBO, una ficción televisiva sobrevalorada y no demasiado original pero que encarna todo lo que se puede esperar de una historia policial de asesinatos en un pequeño pueblo cargado de rencillas y deudas pendientes.
Creo, sin embargo, que las mejores películas del año han sido cintas del género noir, más o menos cercanas al thriller en cada caso: El contador de Cartas, de Paul Schrader, es la única obra maestra que nos ha dado el audiovisual en 2021; Culpable, de Antoine Fuqua y con guión de Nic Pizzolatto, es lo más cercano a Hitchcock que da ofrecido el cine en décadas; Santos Criminales es a priori precuela de Los Soprano que, sin embargo, puede ser entendida con independencia del original y que pone de relieve los elementos fundamentales de todo sentimiento trágico de la mafia; Años de Sequía, adaptación cinematográfica de la exitosa novela de Jane Harper y donde se actualiza de manera impecable la tragedia griega en clave ”negra”; Sin movimientos bruscos, un homenaje del incansable y siempre sugerente Steven Soderbergh al cine negro que se hacía en Hollywood en los años 50.
Películas de otros géneros dignas de mención han sido Fue la mano de Dios (Paolo Sorrentino), la cinta menos autoral y más personal del genial director italiano; La crónica francesa (Wes Anderson), la película que ha llevado más lejos el marcado estilo de uno de los grandes autores de la posmodernidad audiovisual; The Nest (Sean Durkin), una crónica inquietante de un matrimonio que vive “por encima de sus posibilidades” y acaba pagando las consecuencias de su arrogancia; La excavación (Simon Stone), una película sobre el pasado, el amor, la guerra y la fascinación por las estrellas; El poder del perro (Jane Campion), una atípica película del oeste que cuenta con sutileza aquello que Amos Oz habría llamado “una historia de amor y oscuridad”.
A modo de adenda a propósito del balance personal del año 2021, me permito apuntar escuetamente algunas precisiones personales sobre lo que ha sido hasta ahora el arte ficcional del siglo XXI y, más concretamente, de la última década (2011-2021). Para no alargarme, puesto que cada título y cada nombre merecerían un amplio comentario en cada caso, únicamente me limitaré a señalar los componentes de la lista antes de pasar a las conclusiones. Mis cinco series de la década: 1) Mr. Robot (2015-19); 2) The Leftovers (2014-2017); 3) The Deuce (2017-19); 4) Dark (2017-20); 5) True Detective (2014-19); mención especial a The OA (2016-19), que no aparece dentro de la selección de cinco por haber sido cancelada por la productora antes de finalizar su fascinante recorrido narrativo.
Mis cinco películas de la década, cada una representando un género distinto (por orden: gángsters, ciencia-ficción, western, noir, terror) de aquellos que recopilan un mayor legado dentro de la Historia del Cine: 1) El irlandés (Martin Scorsese, 2019); 2) Aniquilación (Alex Garland, 2018); 3) Comancheria (David Mackenzie, 2016); 4) Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014); 5) Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015). Lo mejor del cine de la década sigue estando presente en la narrativa cinematográfica de género; podría haber escogido, por contra, obras más arriesgadas en lo estético y rupturistas en lo formal, a cargo de “autores” (Winding Refn, Sorrentino, Malick, P.T. Anderson, Bela Tarr, Lanthimos, Haneke, Von Trier, etcétera) pero he preferido escoger cine de género porque, más allá de las formas, que siempre serán reducidas en un medio tan limitado como el cine, ese esquema de doble discurso del cine de género es el que mejor permite introducir una temática paralela a la estereotipada trama y, por lo tanto, que permite ofrecer con mayor nitidez una imagen compleja del mundo circundante donde la obra se encuadra. Aunque, curiosamente, las cinco películas seleccionadas son, además de películas de género, obras híbridas que beben sin pudor de otros géneros.
Cinco autores novelistas europeos vivos que son imprescindibles: Mircea Cărtărescu (Solenoide), László Krasznahorkai (Y Seiobo descendió a la tierra), Milan Kundera (La inmortalidad), Mathias Enard (Brújula), David Mitchell (El atlas de las nubes). Cinco novelistas norteamericanos vivos que son imprescindibles: Cormac McCarthy (La carretera), Richard Powers (El clamor de los bosques), George Saunders (Lincoln en el Bardo), William Vollmann (Europa Central), Don DeLillo (Cosmópolis).
Cinco novelistas hispanoamericanos vivos que recomendamos leer: Andrés Neuman (Fractura), Guillermo Arriaga (El salvaje), Rodrigo Fresán (La parte inventada), Carlos Fonseca (Museo Animal), Alan Pauls (El pasado). Cinco novelistas españoles vivos que recomendamos leer: Andrés Ibáñez (Brilla, mar del Edén), Juan Francisco Ferré (Revolución), Enrique Vila-Matas (Dublinesca), Agustín Fernández Mallo (Trilogía de la guerra), Javier Marías (Tu rostro mañana).
Cinco autoras vivas cuya lectura aconsejamos con viveza: Lionel Shriver (Los Mandible), Isabelle Coudrier (La ecuación del amor), Susanna Clarke (Jonathan Strange y el Señor Norrell), A.M.Homes (Ojalá nos perdonen), Anne-Marie Garat (En manos del diablo). Cinco autores de otras latitudes que no deberían obviarse: Salman Rushdie (Quijote), Haruki Murakami (1Q84), J.M. Coetzee (Verano), Mario Levi (Estambul era un cuento), Peter Behrens (La ley de los sueños). Cinco escritores recientemente fallecidos dignos de mención y cuya influencia sigue siendo evidente: Denis Johnson (Árbol de humo), Roberto Bolaño (Los detectives salvajes), W.G. Sebald (Austerlitz), Philip Roth (La mancha humana), Thomas Bernhard (El malogrado).
Tres editoriales llenas de libros para descubrir: La Biblioteca del Laberinto, especializada en terror, fantasía y ciencia-ficción de la Edad Dorada de cada género; SND editores, la editorial más importante en lo que a recuperación del patrimonio histórico español se refiere en los tiempos donde el Estado quiere imponer una memoria oficial y mentirosa; y Pálido Fuego, que supone una entrada de aire fresco dentro del panorama editorial español con obras fundamentales de la narrativa actual nunca antes traducidas. También hay que mencionar tres productoras independientes de cine norteamericano que siguen preservando el legado cinéfilo procedente de los 70, hoy amenazado de muerte: A24 Films, Filmscience Independent Film Production y Cinestate Production Company.
Mi gran decepción a nivel literario es una narrativa española ajena, salvo honrosas excepciones, a la literatura que requiere el siglo XXI; a veces da la bochornosa sensación de que estamos encallados, no ya en el siglo XX, sino en el XIX. No podemos quedar indiferentes a nuestro regionalismo cerril: mientras que el Premio Goncourt de 2021 va a parar a una obra sobre el multiverso explorado a través de distintos géneros literarios; y que el National Book Award de 2021 puede ir para una de las novelas nominadas, que conecta la Grecia Antigua con la colonización del espacio; en España los libros del año, según los informados suplementos culturales de varios importantes periódicos, son dos propuestas tan alejadas de la realidad de nuestro tiempo como los diarios privados de Chirbes y la enésima novela generacional de Aramburu.
Mi gran decepción a nivel cinematográfico es un público general que no acude a las salas de cine porque prefiere verlo todo en la televisión (con suerte), en la tablet o en el teléfono inteligente (¿para suplir las carencias del propietario?); y que sólo va a las salas a ver obras rebosantes de ruido y furia como Tenet, James Bond, Spiderman y Matrix; conste que las dos primeras me interesaron mucho, pero hay que añadir que el cine no se reduce, ni mucho menos, a complicadas secuencias de acción. Por suerte. Pronto desaparecerá, si nada cambia, el rito de la sala a oscuras con su visionado individual a la vez que colectivo: con la década hemos despedido a cien años de intimidad compartida a oscuras entre desconocidos. Llegarán nuevas (¿acaso mejores?) formas de amar el audiovisual; sin embargo, alguien más osado quizás se atrevería a hablar del fin de toda una comunidad.
En otro orden de cosas, cabe hacer hincapié en la ausencia de una gran novela (posmoderna) sobre la pandemia; de la gran película (distópica) sobre nuestro tiempo; y de la gran serie (de terror) sobre la nueva configuración del mundo. Esperemos que dichas obras, tan necesarias, no se demoren mucho más porque igual la censura puritana y biempensante que impera impide, con sus malas artes de “cancelación” y adoctrinamiento, que jamás lleguen a realizarse.
La obras del siglo XXI, por último, han de ser, según mi modesta y muy limitada opinión, una mezcla en dosis más o menos equivalentes de complejidad formal en consonancia con la percepción del espacio y el tiempo actuales, de temáticas contemporáneas complejas, ambiciosas e interconectadas y de una honda emoción humanista que logre llevar a cada espectador a lo más hondo de su ser y al inconsciente colectivo en constante actualización del que se extraen y dónde se introducen las grandes ficciones de todos los tiempos.
Acaba el año, acaba la década; apenas era ayer y esos dos instantes parecían comenzar. El tiempo danza de manera constante a través de la materia que nos compone, transformándola sin cesar, atravesándonos hasta que solo somos polvo y eso es todo. El reloj, los calendarios y la cultura del horario son algunos de los inventos más inverosímiles, extraños y horribles con los que el hombre ha decidido impugnar su propia naturaleza y la de la vida en la que se incrusta su existencia.
Uno, el que escribe esto, que le ha dedicado tantas horas a la lectura ―todo lo que no sea leer me parece un entretiempo antes de volver a ponerme a leer― y al visionado de películas y series ―y que, si Dios quiere, ambiciona seguir haciéndolo, en la medida de lo posible, hasta el día de su muerte―, cuando procede a seleccionar y a recomendar sus preferencias a otros, solo espera que aquel lector que finalmente decida dedicar al menos una pequeña parte de su tiempo ―en realidad, es el tiempo el que vive en nosotros y no al revés― a alguna de las obras mencionadas, pueda decir, al término de ese esfuerzo, que aquello mereció la pena. Mínimamente, al menos. Espero que así sea y aprovecho para desearle un Feliz Año Nuevo, amigo lector.
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