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Cuando yo era niño había dos cosas de mi madre que me maravillaban: que se supiese en latín las letanías del rosario – kyrie, eleison; Christe, audi nos; Christe, exaudi nos…- y escucharla recitar sentidamente, con voz vibrante y sin equivocarse, «La vuelta de los vencidos», el poema de su tío el escritor, periodista y diplomático Luis de Oteyza.
Aquellos hermosos versos, incluidos entre «Las mil mejores poesías de la lengua castellana» – un grueso volumen de tapa blanda publicado por Ediciones Ibéricas-  son un canto épico a los perdedores de la guerra -de cualquier guerra-, y aún resuenan en mi cabeza como un réquiem:

Por la estepa solitaria,
cual fantasmas vagarosos,
abatidos, vacilantes,
cabizbajos, andrajosos
se encaminan lentamente
los vencidos a su hogar.

Y al mirar la antigua torre
de la ermita de su aldea,
a la luz opalescente
que en los cielos alborea,
van el paso retardando,
temerosos de llegar.

Son los mismos que
partieron entre ¡Vivas y
clamores!
Son los mismos que
exclamaron volveremos
vencedores…

Pío Baroja, que fue director de la revista El Globo, donde Luis de Oteyza inició su andadura profesional, distinguía entre dos tipos de periodistas: los de mesa y los de patas; y nuestro protagonista pertenecía sin duda alguna a éstos últimos, como refleja la audaz entrevista  -uno de los mayores hitos de la profesión en nuestro país- que siendo director de La Libertad realizó al caudillo rebelde Abd el-krim en su cuartel general de Axdir, el verano de 1.922, jugándose literalmente la vida al cruzar las líneas enemigas justo un año después del Desastre  de Annual, la humillante derrota infligida por las tribus rifeñas a nuestra tropas que costó la vida a más de trece mil compatriotas y supuso un punto de inflexión en la Historia de España.

La Libertad fue un periódico de ideología liberal, muy influyente en los años veinte, vinculado al político Santiago Alba Bonifaz y al empresario vasco Horacio Echevarrieta,     que contaba entre sus insignes colaboradores con Antonio Zozaya, Manuel Machado, Eduardo Ortega y Gasset, Pedro de Répide, Teresa de Escoriaza, y el que fuera Gran Maestro del Grande Oriente de España, Augusto Barcia.

Autor de una obra sicalíptica -«Anécdotas picantes de la Historia»-, de laxa moral, republicano recalcitrante y furibundo anticlerical, a decir verdad Luis de Oteyza era la antípoda de mi padre, un ferviente católico que nada más estallar la Guerra Civil con apenas dieciocho años partió desde Madrid a Sevilla para alistarse voluntario en una bandera de la Falange, y en la década de los sesenta fue  Ministro de Hacienda de Franco.
Tal vez por eso cuando salía a relucir nuestro pariente en alguna conversación familiar, mi progenitor, sin desmerecer su innegable talento, solía apostillar:
– Era un librepensador…
Esa expresión, caída hoy en desuso, iba entonces estrechamente ligada a aquellos intelectuales que se apartaban de los dogmas, y  acostumbraba a asociarse al agnosticismo o la pérdida de la fe, como le sucedió al tío Luis; lo que no era óbice para que cuando  tenía un asunto  peliagudo entre manos le pidiese a su pía, paciente y abnegada esposa, María Hernández de Tejada, con quien tuvo seis vástagos, que rezara por él, como si confiara ciegamente en que las preces de su santa mujer serían atendidas por el Altísimo.

En todo caso, a mí me fascinaba ese aura de dandysmo, transgresión y misterio que envolvía a nuestro antepasado poeta que compartió tertulias con Valle Inclán, Azorín o Cansinos Assens, y se codeaba con los políticos la época.

Extravagante y contradictorio, de espíritu aventurero y sangre caliente,
Luis de Oteyza defendía sus ideas con ardor.
No en vano en el prólogo de uno de sus  libros de poemas, «Versos a los veinte años»,  Manuel Machado lo definió como «agrio polemista».
Y vaya si lo era…
Siendo diputado por Huelva del Partido Radical, en una acalorada discusión, llegó a las manos, y se batió en duelo más de una docena de veces.

Cuando se personaba en su casa el maestro Rivas, su profesor de esgrima, y sacaba del armario el florete, la espadas y los sables para practicar, su esposa se echaba a temblar.
Era señal inequívoca de que se avecinaba peligro.
– Anda, María -le decía a su mujer- haz el favor de rezar por mi una de ésas novenas…

Aunque no tuve el honor de conocerlo -falleció en el exilio en Caracas a principios de los sesenta – sí traté, y mucho, a su  hermana  Pancha, soltera y gruñona, que residía en Núñez de Balboa y venía a almorzar todos los domingos a nuestra casa.
Era ella quien durante la sobremesa mientras tomábamos café en el cuarto de estar nos contaba jugosas y desopilantes anécdotas de su hermano por quien sentía adoración.
Al parecer en un viaje a los Estados Unidos rellenando un formulario se topó con una insólita pregunta:
-¿Polígamo?
– Un simple aprendiz-respondió.

Espléndido y dadivoso,
el único piso que se compró a lo largo de su azarosa vida se lo regaló precisamente a su hermana Pancha a la que  recuerdo siempre mascullando:
-Me quiero morir, me quiero morir…
Un día a los  postres se atragantó.
Tras unos instantes tosiendo, con el rostro congestionado, ante la atenta y tensa mirada de todos nosotros, mi padre resuelto se levantó de la silla, la cogio del talle y despues de voltearla, agitó su cuerpo menudo  boca abajo, con las enaguas al aire, hasta que expulso el gajo de mandarina que le había taponado  la glotis.

Una vez recompuso su maltrecha figura, la tía Pancha, muy digna, se atusó el pelo, se alisó el vestido, tomó asiento de nuevo y en cuanto apuró el vaso de agua suspiró aliviada:
– Menudo susto…
Entonces entendí que su apego por la vida era mucho mayor del que proclamaba y ese afán por abandonar éste mundo no dejaba de ser una pose para que la hiciéramos caso.
También supe por la tía Pancha que su hermano tuvo una amante, Teresa de Escoriaza, una mujer fascinante.
De belleza arrebatadora y deslumbrante elegancia, adelantada a su tiempo, pionera del feminismo en España, fue corresponsal de la LIbertad en Nueva York, donde firmaba sus artículos con el seudónimo de Félix de Haro.
Posteriormente cuando ya se incorporó al equipo de reporteros del periódico para cubrir la Guerra de Marruecos pasó a publicar sus brillantes crónicas con su nombre verdadero.

Teresa de Escoriaza está considerada la primera mujer enviada especial de nuestro país, y sus textos, escritos desde el prisma de quienes sufren los daños colaterales de la contienda: las madres, las novias, las hermanas de los soldados… emanan una exquisita sensibilidad.

«En el frente bélico es una aparición asombrosa» -así la  retrata Antonio Zozaya en el prólogo de «Del dolor de la guerra», recopilación de los artículos que  publicó en La Libertad». – Y, más adelante, añade -: «Una rubia montada a horcajadas de un alazán blanco, vestida con calzones, tocada con sombrero de ala ancha y con un cordón al cuello del que cuelga una pistola automática de nacarado culatín».

Delicada como una ofelia, y a la vez osada e intrépida, Teresa de Escoriaza cuenta en sus reportajes como los mismos soldados con los que comparte rancho y trincheras, y se desplaza apretujada en los blindados que repelen las balas, le enseñan a disparar con  ametralladora.

Además de ser compañeros en la Libertad, Teresa de Escoriaza y Luis de Oteyza,   compartieron también su asombro por Nueva York a la que dedicaron respectivamente sendas novelas-  «El crisol de las razas» y «Anticípolis» – cuando  la ciudad de los rascacielos se perfilaba ya como la gran urbe del futuro.

Tampoco estuvo ajeno Luis de Oteyza a experimentar nuevas sensaciones a través de las drogas, tan en boga en la belle epoque, y hay entre sus versos una poesía- incluida en su poemario «Brumas»- dedicada al ajenjo, el elixir de los vates de aquel periodo finiprimisecular.

Verted en mi copa ajenjo,
verted en mi copa las
líquidas gemas del verde
veneno.
El néctar amargo
de artistas bohemios,
da vida matando
a los seres que viven
muriendo.
Ya se que me mata.
Por eso lo bebo.
Verted en mi copa las
líquidas gemas del verde
veneno.

El «Hada verde» es la encarnación del ajenjo o la absenta, esa bebida de sabor amargo  y color esmeralda que al mezclarse con agua adquiere un tono opalino,
y estuvo prohibida por provocar alucinaciones
debido a su alta graduación etílica y la presencia de uno de sus componentes: la tuyona.
Siguiendo la divisa de Baudelaire  -«Hay que ser sublime sin interrupción»- la absenta sirve para potenciar los sentidos.
No se trata sólo de aplacar el sufrimiento físico o espiritual, como otros licores.
La absenta, a la que alude Joris Karl Huysmans en su célebre obra «A contrapelo», considerada el breviario del decadentismo -lo que en España se llamó el modernismo-
marcó a toda una generación de artistas bohemios que deambulaban entre los bajos fondos -en compañía de meretrices- y la aristocracia.

Las cinco de la tarde era «La hora verde» en numerosos cabarets de París, abrevadero de pintores y poetas malditos, y formaba parte de sus ritos comunitarios.

Fueron bebedores de absenta, ese licor mágico y autodestructivo, entre otros conspícuos dipsómanos, además de Antonio de Hoyos y Vinent, Mauricio Bacarisse y Luis de Oteyza en nuestro país, el citado Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Modigliani o Toulouse Lautrec.

A diferencia de los efluvios de otros licores que provocan una mera exaltación del yo, la absenta va mucho más allá; y nadie mejor  que Oscar Wilde para explicar con su proverbial lucidez  lo que se experimenta al beberla: «Después del primer vaso uno ve las cosas como le gustaría que fuesen; después del segundo vaso uno ve cosas que no existen; finalmente, tras el tercer vaso, uno ve las cosas tal y como son, y eso es lo más terrible que puede ocurrir».

Aunque por lo que sin duda será recordado Luis de Oteyza es por la entrevista que en Agosto de 1.922  realizó en Axdir al caudillo de la insurrección bereber: Mohamed Abd el-krim.

La sociedad española se hallaba entonces consternada por las espeluznantes noticias que llegaban del norte de África.
Y seguía con  inquietud y zozobra la suerte de los más de quinientos prisioneros  retenidos en la bahía de Alhucemas.

Aproximadamente un año antes, cuando languidecía la primavera de 1.921, la situación  en el norte de África parecía totalmente controlada por el Ejército colonial.

Tras la firma del tratado de Fez, en 1912, la zona septentrional de Marruecos había sido adjudicada a nuestro país como protectorado, y la meridional a Francia.

El plan del alto mando español consistía en asestar el golpe definitivo en Alhucemas, el epicentro de la rebelión,  donde tenía establecido su centro de operaciones Abd el- Krim, el temido guía espiritual de la cabila de los beniurriagueles que había conseguido aglutinar al resto de las feroces y sanguinarias  tribus rifeñas.

Las tropas españolas  avanzaban con paso firme y decidido desde la Comandancia General de Melilla y la de Ceuta.
Y todo hacía pensar en una temprana unión de ambas.

Alhucemas era el punto donde habían de converger las fuerzas occidentales del General Berenguer y las orientales de Silvestre.
Sin embargo, aunque las líneas de éste avanzaban a marchas forzadas, eran demasiado endebles habiendo
descuidado la retaguardia.

En realidad, Silvestre mantenía una absurda pugna con Berenguer -incentivada por Alfonso XIII a quien le unía una estrecha amistad-  por ser el primero en alcanzar la bahía de Alhucemas antes del 25 de Julio, festividad de Santiago Apóstol, patrón de España.
– ¡Olé los cojones!- le arengaba el monarca.
Como si la Guerra de Marruecos fuese la oportunidad de redimir el orgullo patrio herido tras la pérdida  de las colonias de ultramar.

La toma de la posición de Igueriben por las tropas españolas el 7 de junio de 1.921 era la punta de lanza de la operación, de aquel temerario plan ideado por el General Silvestre para asentar el control del protectorado en la zona.
Pero también fue la gota que colmó la paciencia del líder musulmán…

Enclavado en lo alto de una loma, rodeado de sacos terreros y alambres de espino, el campamento de Igueriben carecía de una vía de acceso adecuada.
Se trataba de una senda con abundantes barrancos, y las expediciones en busca de aprovisionamiento eran desbaratadas por las emboscadas del enemigo.
Además, la fuente de agua más próxima se hallaba a varios kilómetros.
Los soldados españoles transitaban a duras penas los angostos desfiladeros y trepaban por los escarpados riscos  con recuas de mulas,   convirtiéndose en el blanco perfecto de los francotiradores moros que acostumbrados a guerrear entre sí y ocultos en la orografía de un terreno que conocían al dedillo afinaban cada vez más la puntería.
Los rifeños poco a poco fueron estrechando el cerco sobre el fortín y los ataques contra Igueriben comenzaron a intensificarse a mediados de Julio.

Concretamente el día 14,
Abd el-krim inicia el hostigamiento a la posición y  el 17 los obuses empiezan a caer dentro del blocao.

Los víveres y el agua se agotaron en el campamento,
arreciaba el hambre, la sed causaba estragos y el termómetro rebasaba los cuarenta grados.
Los  soldados en una situación cada vez más desesperada se vieron obligados a hidratarse con sus propios orines mezclados con azúcar y, por llevarse algo al estómago, hasta engullir lagartijas.

La noche del 18 de julio, los moros se aproximaron tanto al campamento que los españoles llegan a escuchar como les proponen rendirse.

El dia 21 de Julio, tras un  intento frustrado de socorrer la posición  con una columna de 3.000 hombres – el convoy de auxilio quedó estancado muy cerca del blocao-, el General Silvestre, desquiciado, autoriza al fin la evacuacion de Igueriben.

Sin embargo, el comandante Julio Benítez, que se halla al frente de la guarnición, no contempla la posibilidad de capitular aunque  hubiera supuesto su salvación ya que los bereberes solían respetar la vida de los oficiales exigiendo a cambio un rescate por su liberación pero liquidaban a la tropa inmisericordemente, y opta por morir con las botas puestas luchando con los suyos hasta el ultimo aliento.
Llamado por la Historia, Benítez arrostra su destino  fatal y decide inmolarse como un héroe.
-Terminada la munición -les exhorta a sus hombres mientras silban las balas a su alrededor- emplead la bayoneta.
Acto seguido Benítez empuña la pistola y emerge del parapeto a fin de atraer la atención de los moros  facilitando así la huída de la columna  que carga con los heridos.
Primero, recibe el impacto de una bala en la cabeza. Cae al suelo. Con el rostro ensangrentado y polvoriento se rehace y continúa disparando hasta que  los tiradores rifeños atinan al fin en la diana  perforándole el corazón.
La pérdida de la posición de Igueriben fue el principio del fin de la debacle, como derribar una ficha de dominó que arrastra al resto en su caída.

Abd El -krim olió sangre.
Y el 22 de julio arrasó de madrugada el campamento de Annual.
Sobrepasado por la inesperada avalancha humana que se le vino encima, Silvestre
dio la orden de retirada que se produjo en estampida.
Sin embargo, las salvajes cabilas rifeñas no tendieron precisamente un puente de plata al enemigo: Al contrario.
Lo persiguieron con saña.
En la caótica desbandada, la tropa, presa del pánico, no acató las órdenes de sus superiores y acabó matándose entre sí por subirse a la grupa de un mulo.
Más de diez mil soldados españoles fueron masacrados por los  rebeldes…

Atormentado por su imprudencia, que costó la vida a tantos de sus hombres o  porque no pudo soportar semejante borrón en su hoja de servicios, todo apunta a que el General Silvestre antes de ser capturado por los moros, se voló los sesos.
Oficial de extraordinario coraje y valor – en la Guerra de Cuba tras ser atado al tronco de un árbol sobrevivió a las once puñaladas que le asestaron los mambises-, respetado y querido por sus soldados, se convirtió en la cabeza de turco de aquella hecatombe, una de las páginas mas negras de la Historia de España.

Fue entonces cuando el General Navarro asumió el mando.
Los tres mil supervivientes iniciaron una travesía en dirección a Melilla caminando  exhaustos por la  desértica carretera bajo el abrasador sol africano pero al cruzar el cauce seco del río Igan, los rifeños -que les habían tendido una emboscada- abrieron fuego.

Sólo el heróico comportamiento de los jinetes del Regimiento de Caballería Alcantara 14, al mando del teniente coronel Fernando Primo de Rivera -hermano del futuro dictador- pudo paliar una matanza  mayor.
Las cargas suicidas de aquellos centauros del desierto permitieron escapar vivos a la mayoría de sus compatriotas que a duras penas -el General Navarro se negó a soltar lastre abandonando los heridos-  lograron arribar al cuartel de Monte Arruit donde se refugiaron, aunque por poco tiempo ya que a casi todos ellos les aguardaba un trágico destino, del que tampoco escapó el teniente coronel Fernando Primo de Rivera:la metralla de una granada le alcanzó el brazo, y hubo que amputarselo sin anestesia muriendo a los pocos días a causa de la gangrena.

Sitiados por el moro en el fuerte de  Monte Arruit, los supervivientes de Annual, sin agua, sin víveres ni munición, apenas resistieron dos semanas hasta que el General Navarro acabó capitulando.

Sin embargo, los rebeldes incumplieron lo pactado y nada más contemplar las armas agolpadas en el suelo se abalanzaron sobre los indefensos soldados españoles pasándolos a cuchillo.

«Acusar a alguién de asesinato en ésta guerra es como poner una multa por exceso de velocidad en las quinientas millas de Indianápolis», anota en su diario el capitán Willard en «Apocalypse Now», la obra maestra de Francis Ford Coppola, mientras navega por el río en una barcaza con la misión de matar al Coronel kurtz, un ex boina verde que ha enloquecido organizando su propio ejército en el corazón de la jungla.
Pocas frases como ésta expresan con toda su crudeza el horror y la barbarie  de la guerra.

Sin embargo, las atrocidades perpetradas por los rifeños en Monte Arruit rebasaron todo lo imaginable.
Los soldados españoles que se salvaron de ser mutilados o degollados como corderos, fueron quemados vivos, abiertos en canal o emasculados, introduciéndoles los testículos en la boca y cosiendo sus labios con cordones.
Las mujeres no les iban a la zaga, arrancándoles la dentadura o golpeando sus cabezas hasta reventarlas en una orgía de sangre y frenesí.

De aquella escabechina, los rifeños sólo indultaron a un reducido grupo de soldados y oficiales -entre ellos el General Navarro-  a los que hicieron prisioneros.

Semanas después los soldados españoles contemplaron espantados el macabro y dantesco espectáculo de aquellos cadáveres insepultos calcinados por el sol en medio de un insoportable hedor.

Entretanto Melilla, que había quedado a merced de los rebeldes, fue salvada «in extremis» por un cuerpo de élite de reciente creación: La legión, que al mando del comandante Franco realizó un esfuerzo titánico recorriendo casi cien kilómetros en apenas treinta horas para custodiarla mientras sus habitantes aterrados ya se agolpaban en los barcos para zarpar a la península.
«Nunca un legionario podrá decir que está cansado», reza no en vano el credo de la Legión, inspirado en el bushido japonés.
De madrugada, una llamada del teniente coronel Millán Astray despertó al comandante Franco mientras dormía en el campamento de Rokba el Gozal, ordenándole- sin más explicaciones- que se dirigiera urgentemente a Melilla con sus hombres.
Tras aquella agotadora marcha, la I bandera del Tercio de la Legión llegó a la estación de Tetuán donde un tren los transportó a Ceuta.
Alli, al caer la tarde, abordaron el bajel Ciudad de Cádiz que los iba a trasladar a Melilla.
Una vez todos formados, junto a la dársena, Millán Astray se dirigió a ellos con su poderosa voz:
– ¡Legionarios ! De Melilla nos llaman en su auxilio.La situación es grave, quizás en esta empresa tengamos que morir todos. Si hay alguno que no quiera venir con nosotros que se marche, queda licenciado ahora mismo…
En medio de un denso silencio todos permanecieron inmóviles.
-Ahora jurad -clamó el fundador de la Legión – ¿Jurais todos morir en socorro de Melilla?
-¡Si juramos! ¡Viva el rey! ¡Viva España! ¡Viva la Legión!-gritaron al unísono antes de partir a toda máquina con destino a Melilla donde fueron recibidos con alivio y alborozo.
Aquellos aguerridos legionarios no sólo evitaron otro baño de sangre sino que Melilla dejase para siempre de  de ser española.

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Sin embargo, la ingratitud de no pocos de los descendientes de aquellos melillenses, muchos de los cuales le deben al comandante Franco y sus hombres que sus ancestros no fueran pasados a gumía, ha consentido que la estatua que se había erigido en su honor haya sido retirada, apelando a la Ley de la Memoria Histórica- con la sola oposición de Vox y  la abstención del Partido Popular que prefirió mirar hacia otro lado – cuando dichos sucesos acaecieron el verano de 1.921, y son, por consiguiente, muy anteriores a la Guerra Civil.

Hoy  la escultura de bronce del comandante Franco con una vara de mando en una mano y unos prismáticos en la otra yace en una caja de madera en un almacén de Melilla.

Justo un año después, el tórrido verano de 1.922, cuando todavía no se habían apagado los ecos del Desastre de Annual, y tras estudiar minuciosamente mapas de Marruecos durante varias semanas, el director de La Libertad emprendió un viaje secreto al norte de África para entrevistar al mismísimo líder de la rebelión rifeña: Mohamed Abd el-krim el Jattabi.

Fue Rafael Hernández, «Rafaelito», miembro de la redacción del periódico, quien le proporcionó a Oteyza los contactos necesarios para acceder al caudillo rifeño.

«Rafaelito» acompañó al director del periódico, al fotógrafo Alfonso Sánchez Portela, «Alfonsito» -que apenas contaba veinte años-, y a Pepe Díaz, de Prensa Gráfica, hasta Orán.

Luego «Rafaelito» se encargó de allanarle el resto del periplo a la expedición que había arribado desde Madrid.

Antes de partir, todos ellos guardaron la máxima reserva sobre el destino de aquel viaje incluso a sus allegados.

Aunque el plan inicial era penetrar en territorio rifeño desde Argelia, atravesando el protectorado francés  y empleando las redes de contrabando entre dicha zona y la española, al llegar a Uxda, la expedición fue interceptada por la policía gala que les obligó a regresar a Orán.

En un nuevo intento, Oteyza decidió entrar en el feudo de Abd el-krim a través de Melilla, donde se hallaba Teresa de Escoriaza, que les ayudó en las tareas de apoyo y logística.
El periodista pidió permiso a las autoridades militares españolas para montar en el vapor Gandía que llevaba provisiones a los prisioneros.
Una vez allí, se las ingenió para hacer llegar a través de otro contacto una misiva al caudillo rifeño, solicitándole que le permitiera cruzar sus límites y tuviera a bien recibirlo para mantener un encuentro con él.
La respuesta le llegó a través de El Maalem, jefe de la guardia del mar:
«Te esperaré aquí mismo durante tres días.Trae en tu barca una bandera blanca y entra en la bahía al amanecer».

Oteyza tuvo que regresar al puerto de Melilla y buscar una lancha motora de pescadores y un patrón que  estuviese dispuesto a volver al lugar de la cita a cambio de una cuantiosa suma de dinero.

Posteriormente, el reportero fue a ver al entonces Alto Comisario, Luis Silvela, para rogarle que ésa noche no cañoneara la bahía de Alhucemas.

El director de la Libertad y su equipo desembarcaron en playa Suani al despuntar el alba- tal y como habian acordado – cuando soplaba  el relente.

El objetivo de Oteyza no era sólo lograr la puesta en libertad de los más de quinientos prisioneros españoles cuyas negociaciones con Madrid estaban encalladas sino  esclarecer las verdaderas  causas de aquella crisis que tenía al país sumido en la más absoluta confusión y había costado la vida a miles de compatriotas.
Al periodista, como afirmó el reportero polaco Riszard Kapuscinski, no le corresponde aplastar las cucarachas pero sí encender la luz para verlas correr.
Oteyza  conversó, en primer lugar, con el hermano menor, y mano derecha de Abd el-krim, Mahamed, ingeniero de minas y  verdadero estratega de la guerra de guerrillas, y con alguno de los hombres fuertes de la recién constituida República del Rif, entre ellos, el mencionado El Maalem; y Azerkan, cuñado de Abd el-krim, apodado Pajarito.

Oteyza era consciente de que si quería sentarse frente al auténtico tótem de la sublevación tenía que ganarse previamente la confianza de su hermano menor, el avispado Mahamed.
Por eso tardó en sacar el lápiz y el cuaderno mientras arrellanados en mullidos almohadones, degustaban té de hierbabuena o  chupababan una pipa de  kif al tiempo que la charla fluía con naturalidad.
Ellos hablaban árabe entre sí.
Al fin, tras no pocas   peripecias y vicisitudes, se acercaba la hora de la verdad para el director de La Libertad: se hallaba ya en la antesala de la «guarida del diablo», donde se respiraba una tensa calma,   como en el ojo de un huracán.

«Es la plácida hora en que la tarde refresca, y grato el lugar: una de las galerías de la casa de Mohamed Azarkan abierta al verde de la Vega y a los azules del cielo y del mar», así arranca aquella memorable «interviú» -como se decía entonces- que dio la vuelta al globo.

Al poco de comenzar la conversación, el joven Mahomed en un correcto castellano se queja:
– En Nador han construido una Iglesia.No se que falta hace ya que el poblado apenas tiene cincuenta españoles.Por si fuera poco en el altar mayor han colocado un Cristo matando moros…

Oteyza no quiere entrar al trapo, aunque más tarde le reprocha no haber avisado de lo que estaban tramando.
-¿Avisar? Bastante se avisó-contesta el joven Abd el-krim
– Ustedes, su padre, su hermano mayor, usted mismo, eran amigos de España -insiste Oteyza-. ¿Cómo y por qué dejaron de serlo ? Esta enemistad es lo que ha traído la resistencia de los beniurriagueles, y con ello todo lo demas. Cuenteme.

-Los beniurriagueles no se han sometido jamás a un dominio extraño- le contesta el joven Abd el-krim-. Ni el poder del sultán reconocían. Mi padre era un hombre  progresista que comprendió la necesidad de civilizar el Rif. Para ello preparó a sus hijos.Yo fuí enviado a Málaga a un colegio donde cursé el bachillerato, siendo mandado después a Madrid para estudiar ingeniero de Minas.
Mi hermano mayor, juez y sacerdote musulmán, marchó a Melilla. Mi padre quería una unión con España y aceptaba un protectorado, pero un protectorado de verdad, conservando los rifeños sus  leyes, usos y costumbres.
Eso esperaba mi padre, pero sólo encontró abusos y atropellos…Protestó ante los gobernantes.Y le contestaron que se pusiera en manos del General Jordana pero se negó. Fue entonces cuando, como represalia, encarcelaron a mi hermano mayor. Mi padre esperó pacientemente que fuera liberado. Y al regresar mi hermano y yo a Alhucemas, teniéndonos ya a salvo, rompió con España.

Mas adelante, el joven Abd el-krim precisa:
-Advertimos a las autoridades que si España seguía así habría una guerra porque los ánimos estaban muy caldeados en las cabilas.
No nos contestaron. Supe que se habían enviado copias de aquellas cartas a los comandantes de Melilla y Tetuán, los cuales decían que había que darnos un escarmiento por la falta de respeto…

Tras un silencio espeso, el joven Abd el-krim vacila y al fin se sincera con Oteyza:
-No voy a ocultar nada.
Mi padre ya llevaba tiempo queriendo atacar. Decidimos permanecer a la defensiva, preparando fuerzas, uniendo las cabilas.Y esperamos quietos a ver si era posible la paz…
-¿Hicieron gestiones para ello?- inquiere Oteyza.
-Pajarito fue a ver a Silvestre- contesta el joven Abd el-krim.
Es entonces cuando éste, al ser aludido, tercia en la conversación:
– Si, les dijimos que si movían un soldado estallaria la Guerra.
Oteyza se dirige a Pajarito.
-¿Tú le llevaste ese recado a Silvestre?
-Si, yo mismo. Silvestre me dijo que España tenía poder suficiente para ir donde le diera la gana, y que estaba dispuesto a entrar en Beniurriaguel aunque se opusieran todos los Abdelkrimes del mundo.
Es ahora Mahamed quien retoma la palabra.
-Mi hermano mayor mando una carta a Silvestre. No tuvo contestación.
-¿Y que decía esa carta?
– Que se detuvieran en Annual. Posteriormente, mi hermano envió emisarios a todas las cabilas sometidas avisándolas de que se acercaba el momento. Se preparó todo en un par de semanas.
– ¿Lo que se preparó fue el ataque a Igueriben? – pregunta Oteyza.
– Sí. Lo de atacar Annual se decidió luego. Al ver lo quebrantadas que estaban vuestras fuerzas. Sobre todo, al enterarnos de que Silvestre estaba allí, decidimos capturarlo.
-¿Se le odiaba?
Es Pajarito quien responde:
-No se le odiaba sólo a él…Era su rivalidad con Berenguer la que le había vuelto loco.Ya lo sabíamos.Y también que lo empujaban desde Madrid.
-Murió, ¿verdad?
-Sí, claro -responde Pajarito.
Oteyza se muestra escéptico cuando luego Mahamed le dice que su intención no era atacar Melilla.
-La humanidad entera se hubiese horrorizado ante un saqueo así, con los incendios, las violaciones, y los asesinatos consiguientes… Aspiramos a ser considerado un pueblo digno no una tribu de salvajes.
El director de La Libertad aprovecha entonces la ocasión que le brinda para abordar uno de los asuntos mas delicados: las monstruosidadess cometidas por los rifeños.
– Sin embargo, ha habido actos de verdadera ferocidad…
¿No me lo negará?
– ¿Y en qué guerra no los hubo? -le contesta el joven Abd el-krim -. Las naciones más cultas de la culta Europa han luchado recientemente y ya se vio…
Mahamed se refiere a la Gran Guerra.
-De todos modos…- trata de decir Oteyza.
-De todos modos  -le interrumpe su interlocutor- donde han ocurrido las cosas más reprobables no hemos intervenido los beniurriagueles. Nosotros hemos luchado cara a cara.
– Sí, pero en otras cabilas…
-Hasta podríamos disculparlas diciendo que ejercían represalias.
Después el joven Abd el-Krim recula:
-No hablemos de eso…
-Como usted quiera…
«Se ha roto la conversación-reflexiona Oteyza-.«Empezó siendo una plática amistosa y ha llegado a adquirir tonos de polémica».
Es el propio Mahamed quien continúa destensando la cuerda:
-No hay que disgustarse pensando en el pasado.Lo pasado, pasó.Y el porvenir que ha de llegar puede ser más dichoso. Sobre esto hablaremos mañana mientras almorzamos juntos…

«El almuerzo que dispuso Mahamed Abd el- Krim ha tenido honores de Estado»- escribe Oteyza-.«Hasta el café, el riquísimo café moro, más aromático que ningún otro y espeso como el chocolate nos ha sido servido por un negro con arreglo a la moda de los Palaces ultra chic.¿Estamos ante una nación civilizada? De eso trata de convencernos nuestro anfitrión».

Tras extenderse el joven Abd el-krim sobre el funcionamiento de la flamante República del Rif, afirma:
-En guerra nos batimos todos para dar ejemplo .Yo siempre llevo fusil…En el asalto al peñón de Gomara crucé la isleta y entré en el cuartel. Matamos gente. Pero nos mataron también mucha.Yo tuve suerte de no ser de éstos pues hasta bayonetazos hube de parar, pero no voy a contarle mis hazañas bélicas…
Mientras le escucha, Oteyza traza un dibujo en su cuaderno.
Mahomed se inclina con curiosidad sobre su hombro y comprueba que esta pintando una paloma con un ramo de olivo en el pico.
-La paz y la amistad- musita Mahamed -. Con ellas alcanzaría España todos los beneficios que en el Rif pueden lograrse.
-¿En que condiciones?-pregunta Oteyza.
– La independencia absoluta.
-¿ Sin protectorado?
– El protectorado que un día creímos aceptable hoy no lo es.
Y luego advierte desafiante el joven Abd el-krim con la petulancia de sus veinticinco años:
-Lucharemos hasta el exterminio. El Rif ha vivido siempre independiente.Y así seguirá.Hay cuarenta cañones sobre la bahía.Y en la playa doble línea de trincheras. Podrán aplastarnos, pero la mano que lo haga se desgarrara la carne y se romperá  los  huesos.
Acto seguido se aplaca.
-No hablemos de guerra.
Que es de paz de lo que interesa que hablemos.
Si España reconociera nuestra independencia no tendría amigos más fieles…
Oteyza enciende un cigarrillo para calmar sus nervios y fuma en silencio…

«El jefe de la guardia personal de Abd el krim, Amogar Ben Hadu ha aparecido en la puerta que custodian dos centinelas con el fusil terciado»- asi describe Oteyza el anhelado encuentro con el líder de la revuelta-«Intercambian una señal entre  él y Pajarito y nos invitan a pasar. Cruzamos entre ambos centinelas  y penetramos en una habitación grande donde detrás de una mesa, de pie y apoyado ligeramente en el brazo de un sillón hay un rifeño cuyo parecido con Abd el- krim nos revela quién es. Estamos en presencia del Presidente de la República del Rif. Mientras éste nos indica con un ademán que ocupemos tres butacas puestas en fila ante la mesa, y a unos cuatro metros de distancia de ella, examinamos el recinto y sus ocupantes».
Oteyza toma asiento flanqueado por «Alfonsito» y Pepe Díaz. Un gran tapiz rojo y blanco cubre el suelo de ladrillo bajo un techo de vigas de madera cruzadas.
Prosigue Oteyza:
«Hay cuatro soldados en la línea derecha con los fusiles terciados como los centinelas del exterior. Pajarito que se apoya indolente en la puerta de entrada, y Amogar colocado rígido detrás de su señor con el puño puesto en la punta de la pistola»

El director de la Libertad se halla al fin cara a cara con el enemigo público número uno de la sociedad española, el satanizado caudillo rifeño.
Sin embargo, le sorprenden sus exquisitas formas.
Abd el-krim recita pausadamente las rituales preguntas de la cortesía musulmana, mostrándose interesado por su salud, por su familia y por el viaje…
Tras una pausa larga dice:
-Habla tú…
Oteyza emplea también el tuteo. Con su hermano pequeño se habían tratado de usted.
-Sidi (señor), aunque he hablado largamente con tu hermano y se lo identificados que estáis quiero oir de tu boca lo que piensas.
– Nosotros no queremos la Guerra- afirma Abd el -Krim – pero estamos dispuestos a defender nuestro honor, es decir, nuestra independencia.
«Abd el-krim habla lentamente -apunta Oteyza-, dictándome al ver que yo escribo»-.« Le he dado con un gesto las gracias y él me ha saludado sonriente. Luego me dijo Pajarito refiriéndose al carácter de su jefe, que no le había visto sonreír desde hacía mucho tiempo ».
-Entonces sidi, ¿estás dispuesto a aceptar la paz y la amistad con España?
-Siempre que no se relacione con ningún lazo de yugo.
-Pero el protectorado no es una dominación…
-El protectorado es el nombre que se ha dado a avasallar nuestros derechos.
-Otras naciones no os aceptarían.
-Pues pasaría con ellas lo mismo que ha pasado con España. El Rif no odia al pueblo español.
-¿Y tú no tenías nada personal contra Silvestre?
«En el brillo de sus ojos noto que he logrado inquietarlo»-escribe Oteyza .
-A Silvestre lo conocí en Melilla cuando era comandante y fue muy amigo mío.
-Cuentan que abandonaste Melilla porque Silvestre te abofeteó.
Abd el-Krim niega con la cabeza.Y luego dice:
-Tratamos de convencer a los encargados del Gobierno.Les escribimos a Madrid. No nos contestaron.¡Se reían de nosotros!
-Y entonces tomaste la determinación de romper con España.
-No; la decisión la tomó mi padre. El nos mandó a mi hermano y a mí que vinieramos de Madrid y Melilla.
«Preparo el hierro al rojo»-dice Oteyza. -Y luego dispara:
– Estuviste preso, ¿verdad?
«El rostro se le pone color ceniza»- escribe Oteyza-.« La mano que cuelga del sillón le tiembla.Pepe Díaz me da un codazo y al alzar los ojos veo a Amogar haciendo señas para que me calle».
– En Cabrerizas- contesta Abd el-krim-. Once meses menos dos días.
«La cifra exacta, en horas casi del tiempo de su presidio demuestra cuan fijo está en su memoria el recuerdo del trance fatal- monologa Oteyza -.«Sin embargo, no aprecio en su rostro que escudriño señales de furor. Mas bien un velo de tristeza».
-Cuéntame eso, sidi
– El capitán Alemán de la Guardia Civil  y Riquelme me llevaron a presencia del General Aizpuru y me anunciaron que estaba detenido porque mi padre no había querido ir al peñón a cumplimentarle.
«Por satisfacer  el orgullo de un funcionario»- se dice a sí mismo Oteyza- «más o menos encumbrado se falta a la ley de gentes.¡Es peor que un crimen,es un error!»
Tras citar la célebre frase de Fouché, el jefe de la policía de Napoleon, Oteyza persiste:
-¿Cómo se va a encarcelar a un hijo por lo que haga su padre?  Además, no cumplimentar a la autoridad no es delito. Alguna otra cosa habría.
-Se me acusó de errores y malicias en un trato que tenía con el capitán de la policía indígena sist. Pero el juez Sanz me absolvió.
– ¿Seguiste en la cárcel después de ser absuelto?
-Seis meses aún. Me dijeron que era preso político.


Medita Oteyza:
«Tener seis meses en la cárcel a un hombre ocasiona la pérdida de miles de soldados  y un gasto millonario, sin contar la vergüenza de las derrota, el horror de los sacrificios».
-Perdona sidi, si te prendieron fue a petición de Francia por tus sentimientos germanófilos.
-No es verdad- replica rápido.
-¿Intentaste escapar?
-Sí, al saber que estaba absuelto.Y me rompí una pierna  pero no guardo rencor…

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Oteyza deja para el final la cuestión crucial de aquel arriscado viaje.
-Bueno, sidi, queda el asunto de los prisioneros. Es lo que más interesa al pueblo español.Y en lo que estamos totalmente desorientados. ¿Pueden rescatarse?
– Pueden. Pero que vengan a tratar en serio.
-¿Pides la libertad de todos los presos rifeños?
– Claro
– No tan claro, sidi. Hay entre ellos  asesinos y ladrones, juzgados y condenados.¿Estos también se han de liberar? ¡Son criminales!
– Más criminales son los aviadores que matan mujeres y niños.
-Los aviadores emplean un arma tan terrible como quieras, sin embargo, es un arma admitida por todos los pueblos civilizados y los militares que las usan no pueden equipararse con los asesinos.
-Para mí lo son más que nadie- dice enérgico Abd el- krim.
Y añade exaltándose a medida que habla:
-Las naciones civilizadas vienen a civilizarnos con aviadores, matan seres indefensos, y los matan impunemente.¡No hay entre todos los asesinos de la tierra mayores asesinos!
– Entonces ¿Habría que poner en libertad a todos los presos, verdad?
-Sí.
– ¿Y 4 millones de pesetas?
-Ahora es más. Las negociaciones han sido rotas por el Gobierno español y ésto lo debemos aprovechar nosotros.
Más adelante Abd el -Krim puntualiza:
– Que venga un delegado del gobierno.No quiero tratos con militares.

Al concluir la entrevista, Abd el-krim toma una pluma  y escribe: «Las puertas del Rif están abiertas para todos los paisanos españoles como lo han estado para el director de la Libertad. Mohamed Abd el-krim».
Tras alargarle el papel dice sonriendo:
-¿Quieres más todavía?
-Si, sidi, quiero que permitas a mis compañeros retratarte.
-Imposible.
Oteyza hace una seña a «Alfonsito» y Pepe Díaz para que no abran la boca cuando amagan con intervenir.
-Insisto, porque es cosa que a tí y a mí nos conviene .Yo tengo enemigos que acaso no sabiendo como combatirme negarán esta entrevista, y respecto a tí ya sabes que nustros gobernantes propalan que estas herido. Desmiéntelo. Que te vea el pueblo español sano y salvo para que sepa como se le engaña.
Oteyza, sabedor de la trascendencia que tendrán ésas  imágenes, comprueba satisfecho que lo ha persuadido.
-Esta bien.Ven aquí.
Pepe  Díaz y  «Afonsito» se dirigen aliviados hacia la puerta mientras el director de la Libertad arrastra su butaca junto al sillón de Abd el-Krim.

Después de «tirar las pruebas» – como dice Oteyza- «Alfonsito» y Pepe Díaz  le comunicaron que mientras los fotografiaban, el director de la Libertad tuvo apoyada en la nuca la pistola de Amogar…

«No lo noté» -zanja la entrevista  Oteyza-.«Pero aunque lo hubiera notado no me hubiese movido.No era cosa de estropear un cliché tan valioso por semejante pequeñez»

A continuación Luis de Oteyza y Abd el -krim se intercambiaron una fusta y una gumía, y posteriormente el director de La Libertad visitó a los prisioneros.
Tras departir con el General Navarro – y algunos oficiales- ambos posaron para los fotógrafos.
En las instantáneas se observa al General con una frondosa barba, y a Oteyza ataviado con sombrero, traje oscuro, corbata, pañuelo y botas de montar.

-¡Extra! ¡Extra! ¡Sensacional exclusiva! – voceaban los canillas aquel caluroso 4 de Agosto de 1.922 en la Puerta del Sol mientras los transeúntes casi les  arrebataban de las manos los ejemplares de La Libertad.

En la portada del diario un telegrama de Luis de Oteyza:
«Éxito total».

Aquella jornada el diario rebasó con creces los doscientos mil ejemplares de difusión pese al elevado índice de analfabetismo que entonces asolaba España.
Oteyza fue acusado cicateramente de antipatriota por algunos medios que respiraban por la herida.
Y de humanizar al enemigo.

Apenas un año después con la documentación sobrante e ilustrado con excelentes fotografías de «Alfonsito», Luis de Oteyza publicó un libro titulado «Abd el-Krim y los prisioneros».

La entrevista produjo un enconado debate en el seno del Consejo de Ministros aunque finalmente propició la liberación de los presos que se llevo a cabo en Enero de 1.923  -tras el pago de algo más de cuatro millones de pesetas-, apenas cinco meses después del encuentro de Oteyza con Abd el-krim en Axdir.
– ¡Qué cara es la carne de gallina!- exclamó al parecer el monarca que ni siquiera acudió a recibir a los prisioneros porque se hallaba de cacería con unos amigos.

Fue una pieza clave en las negociaciones el empresario Horacio Echevarrieta,
al que Alfonso XIII quiso recompensar con un título nobiliario, «Marqués del Rescate», aunque éste debido a sus firmes convicciones republicanas lo rehusó.

Sin embargo, la puesta en libertad llegó demasiado tarde para algunos…

De los más de quinientos rehenes sólo sobrevivieron trescientos cincuenta, el resto murió de cólera, paludismo, inanición o como consecuencia de las torturas a las que fueron sometidos durante el cautiverio.

La sociedad española exigió depurar responsabilidades y se investigaron las causas que habían conducido a aquel seísmo que sacudió los cimientos del Estado e hizo tambalearse la Corona.

El encargado de ésta tarea fue el General Juan Picasso, tío del universal pintor que puso negro sobre blanco, en un dossier de más de dos mil folios, el cúmulo de errores  cometidos: la funesta  gestión del gobierno, las corruptelas de ciertos oficiales, las malas condiciones del armamento, la escasa preparación del contingente -formado por soldados de reemplazo calzados con alpargatas- y la pésima planificación del avance hacia el corazón de las cabilas que salpicó al mismísimo Alfonso XIII.
Aunque quienes pagaron un tributo mas elevado fueron sin duda  aquellos pobres diablos que regaron con su sangre la árida e inhóspita arena del norte de África.
La llamada «redención en metálico» permitía entonces a los hijos de las familias pudientes librarse del servicio militar
Y, por consiguiente, sortear el más temido de todos los destinos: África, adonde en cambio sí fueron a parar con sus huesos los desheredados de la tierra.

Ya lo dijo Monseñor Romero: «Las serpientes solo muerden los pies descalzos».

Aquella flagrante injusticia que tanto soliviantaba – y con razón – a las clases populares, la reparó Franco en 1940 a quien la Guerra de Marruecos marcó para siempre.

La monarquía de Alfonso XIII quedó herida de muerte si bien prolongó su agonía durante la dictadura de Primo de Rivera.
O, dicho de otro modo, aquel jaque al Rey lo resolvió el monarca enrocándose en el Directorio.

El Expediente Picasso  presentaba conclusiones demoledoras y sonrojantes para la clase política, el estamento militar y la Corona, pero quedó arrumbado en el sotano de la Historia -eso sí, debidamente podado-,  porque
el 13 de septiembre de 1923,  auspiciado por Alfonso XIII, se produjo el pronunciamiento de Primo de Rivera, aproximadamente un año después de que los veinte mil camisas negras de Mussolini  tomaran Roma con el placet del Rey Víctor Manuel.

Sin embargo, Abd el-Krim cometió un craso  error: atacar el Marruecos francés.
Tras la batalla de Uarga en 1925, España y Francia aunaron esfuerzos bajo el mando de Miguel Primo de Rivera y el Mariscal Petain.

El Desembarco de Alhucemas, considerado el primer desembarco aeronaval de la Historia -llevado a cabo con barcos, aviones y carros de combate- puso fin a aquella República del Rif de fugaz duración, y significó de algún modo el desquite para España.
En el se inspiraría años más tarde el General Eisenhower: el célebre desembarco de Normandía que dio la victoria a los Aliados en la II Guerra Mundial no es sino una copia del de Alhucemas.

Tras entregarse finalmente a las autoridades francesas en 1927, Abd el-krim estuvo confinado en la isla Reunión, en el Océano Indico, junto a Madagascar.
España intentó en vano su extradición.
Posteriormente en un viaje a la metrópoli en barco haciendo escala en Egipto logró escapar, y halló asilo en el Cairo del Rey Faruq I, donde murió en 1.963.

Abd el-krim ocupó la portada de la revista Time, y numerosas escuelas, calles, parques y glorietas de Marruecos llevan su nombre donde es considerado un auténtico mito por haber derrotado a los españoles.

Del mismo modo que un disparo en las montañas  nevadas puede provocar un alud o el aleteo de una mariposa desatar un huracán-el llamado efecto mariposa o la teoría del caos- sin aquel moro de mirada estrábica que arrastraba una leve cojera -se rompió la pierna al intentar fugarse de la prisión de Rostrogordo en Melilla- muy otro hubiera sido el destino de de España.
La Guerra del Rif condujo a la dictadura de Primo de Rivera para enterrar el demoledor Informe Picasso; el Directorio trajo la II República y ésta el Alzamiento que se fraguó en África por los mismos oficiales que habían combatido en la contienda de Marruecos : Varela, Yagüe, Goded, Sanjurjo, Mola… el propio Franco.
Con ese caldo de cultivo, estalló la Guerra Civil que trajo la victoria de los nacionales, y posteriormente el Régimen del Generalísimo.
Fue precisamente en el continente africano donde se forjó la leyenda de la «baraka» del Caudillo.
-Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo -le dijo Franco a Manuel Aznar Zubigaray el 31 de Diciembre de 1.938, en una entrevista concedida a La Vanguardia.

Pero Abd el-krim no sólo cambió la Historia de España, también la del mundo.
La impecable organización del Ejército rifeño  y su guerra de guerrillas -inicialmente subestimada por el alto mando español- terminó siendo emulada  en diferentes conflictos bélicos a lo largo del siglo XX.
Los movimientos revolucionarios de Ho Chi Minh, Mao Tse Tung y Ernesto Che Guevara se inspiraron en él.

En un libro imprescindible para entender la verdadera dimensión del que fue director de La Libertad, «Luis de Oteyza, el oficio de investigar», el periodista melillense Antonio Rubio, ex subdirector de El Mundo, disecciona al personaje como un entomólogo.
Para Antonio Rubio, Luis de Oteyza es un precursor del  nuevo periodismo, esa fusión de literatura e investigación que años después popularizarían Truman Capote,Tom Wolf,  Norman Mailer o Gay Talese.

Rubio considera la expedición compuesta por Luis de Oteyza, «Alfonsito» y Pepe Díaz como el primer equipo de investigación de la historia del periodismo español.

Y opina que la modélica entrevista realizada por el director de la Libertad al líder rifeño debería figurar en los manuales de las facultades de Ciencias de la Información como lectura obligada.

Asimismo, compara aquella exclusiva, por su dificultad y la repercusión alcanzada, con haber entrevistado en la actualidad a Osama bin Laden.

Rubio califica a Luis de Oteyza por su espiritu aventurero, su capacidad de análisis y la influencia que ejerció en la sociedad que le toco vivir como el «Kapuscinski español».

Finalmente señalar que si hay una excepción a la tantas veces citada frase de Walter Lippmann sobre la efímera gloria del periodismo -«la excusiva que publicas hoy sirve para envolver el pescado de mañana» – ésa es, precisamente, la entrevista que Luis de Oteyza le hizo a Abd el-krim en Axdir, de la que todavia hoy, cien años después, se sigue hablando, y fue determinante para salvar la vida de aquellos soldados españoles abandonados a su suerte en el norte de Marruecos.

También flirteó Luis de Oteyza con la política.
Animado por Santiago Alba, uno de los mentores de la Libertad, se presentó a los  comicios de junio del 23 en las listas del Partido Radical de Alejandro Lerroux  y obtuvo el acta de diputado a Cortes por la circunscripción de Huelva.
La misma formación en la que militó Clara Campoamor que abogaba por el sufragio universal  cuando la izquierda española- ironías del destino- se oponía al voto de la mujer.

Desde su escaño, Oteyza se solidarizó con las reivindicaciones de los trabajadores de las minas de carbón de Riotinto que soportaban unas condiciones de vida infrahumanas.

Sin embargo, aquella legislatura tuvo una vida fugaz  -apenas tres meses- al verse  abruptamente interrumpida por el Golpe Estado de Primo de Rivera, que acabaria teniendo  consecuencias para Luis de Oteyza.
Al convertirse en máximo accionista de La Libertad el banquero Juan March, modifica la línea editorial del periódico, y nuestro protagonista, fiel a sus principios, opta por abandonar la dirección del rotativo.
Parte entonces a Filipinas donde reside su hermano Carlos, y se dedica a recorrer el mundo.
Fruto de ésos viajes son algunos de sus libros de aventuras más exitosos,
como «De España al Japón» o «El Diablo blanco», traducido a catorce idiomas.
Siempre atrevido, en «El remoto Cypango» nos describe una jornada en una casa de placer japonesa donde disfruta de los encantos y sabiduría de una refinada cortesana, mientras que, en «Tierra de negros», relata con humor como los nativos le ofrecieron la Venus de Ebano a su inseparable «Alfonsito», y él mismo le hizo desistir arguyendo que si se la llevaba a España «le afectarían los fríos del Guadarrama».

En «Al Senegal en avión»,
coincide al final del trayecto en Cabo Juny con Antoine de Saint Exupery, cuando el autor de «El principito»  todavía no era universalmente famoso, y trabajaba de piloto comercial en la compañía francesa aeropostale que cubría la ruta entre Toulouse y Rabat.
Un encuentro inmortalizado por «Alfonsito» quien, además, realizó unas espectaculares fotografías aéreas con su camara Goertz.
Y donde sobrevivieron a una tempestad en el desierto:
«El avión parecía una hoja  mecida por el viento».

Esos años ve la luz también «Viva el Rey» -una feroz invectiva contra la monarquía-, y « El hombre que tuvo un harén».

Con la llegada de la II República regresa a España.
Su amigo Alcalá Zamora le ofrece entonces la embajada de Caracas donde alza la voz contra los excesos, abusos y arbitrariedades del sátrapa Juan Vicente Gomez Chacón, aquel enajenado y surrealista personaje, acusado  entre otras cosas de nepotismo – tuvo siete hijos fruto de su primer matrimonio, ocho del segundo y más de setenta vástagos ilegítimos-.

Tras el asesinato de José Calvo Sotelo, el 13 de Julio de 1936, la República convocó urgentemente a los embajadores.
Después de la reunión, Luis de Oteyza acudió a casa de su hermana Amalia y su marido -mis abuelos maternos-  que residían en la calle Lagasca,13.
Subió parsimoniosamente en el ascensor acristalado con banqueta hasta el sexto piso,
donde toda la familia le aguardaba ansiosa.
-¿Qué os han dicho? -le preguntó hecha un flan mi abuela Amalia en presencia de su esposo, y sus siete hijos, entre quienes se encontraba también la benjamina de ellos, mi madre, que apenas contaba quince años.
-Que defendamos a toda costa la República, dentro y fuera de España- contestó el tio Luis mientras se enjugaba el sudor que perlaba su frente con un pañuelo.
-¿Y tu qué has opinado?- inquirió de nuevo  mi abuela Amalia.
– ¡Que la República ya se ha ido a la mierda!

Y así fue…
Aunque  adonde él partió fue al exilio tras ser cesado  el mes de Agosto por mostrarse descontento ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos en el bando republicano.
De golpe se encontró sólo, con los bolsillos vacíos y en tierra de nadie.

Primero marchó a Nueva York, luego a la Habana. Para establecerse definitivamente, desde 1.943, en Caracas.

En esa etapa colaboró con diversos  medios iberoamericanos: El Excelsior, de Méjico; El Diario de la Marina, de Cuba; El Mercurio, de Chile; La Nación, de Buenos Aires; La Esfera, de Caracas…
donde con una prosa limpia y clara, elegante y refinada dio buena muestra de su agudo ingenio, su vasta cultura  y su satírico sentido del humor que traslucía acaso un poso de amargura.
En el exilio ya nunca más volvió a ser el mismo.
Desengañado y escéptico,
la suya fue ya una suerte de existencia póstuma, con la mirada  puesta en su añorado país a donde nunca más regresó, pasando a formar parte -al no identificarse del todo con ninguno de los dos bandos de la Guerra Civil-  de «la tercera España», término acuñado por Salvador de Madariaga.
Algo similar a lo que le sucedió a Manuel  Chaves Nogales, quizá junto a nuestro hombre las dos plumas más brillantes del periodismo español en los años veinte-treinta.

En cuanto a Teresa de Escoriaza, también se exilió en América, concretamente en la Costa Este de Estados Unidos,  en Nueva Jersey.
En 1.938 obtuvo la nacionalidad americana.
Ella y Luis de Oteyza todavía mantuvieron algún encuentro furtivo  aunque su pasión se diluyó entre el tiempo y el espacio si bien en el fondo de sus corazones quedó un rescoldo de aquel  fuego.

Teresa de Escoriaza regresó años más tarde a España y murió el 18 de Julio de 1.968  donde vio la luz primera, en San Sebastián, en el anonimato, sola y sin descendencia.

Luis de Oteyza falleció en Caracas el 11 de Marzo de 1961.
En el lecho de muerte,
alguno de sus familiares, muy creyentes, porfiaron para que  se confesase.
Aunque a regañadientes, accedió a recibir la vista de un sacerdote jesuita, el padre Machimbarrena, estrechamente vinculado los suyos.
Tras permanecer más de una hora encerrados en la estancia hablando de lo divino y de lo humano, el sacerdote salió con los ojos empañados.
-No ha querido confesarse -les dijo a sus familiares cuando se arracimaron expectantes junto a él. -Y después, al contemplar sus rostros contrariados, añadió -: Pero no os preocupéis por él. Irá al cielo porque vivió con arreglo a sus ideas…

Quizás por eso expiró con serenidad horas después en brazos de su esposa María, rodeado de sus hijos y sus nietos, como si confiara secretamente en que las plegarias de su mujer al igual que otras veces serían atendidas…

«Cuando somos jóvenes y acariciamos el muslo de nuestra novia sentimos una sacudida; cuando somos viejos y acariciamos la pierna de nuestra esposa ya no sentimos nada pero si a nuestra mujer le cortasen la pierna nos dolería tanto como si nos la hubieran cortado a nosotros mismos».

Esas sabias palabras de Miguel de Unamuno probablemente reflejen lo que sentían el uno por el otro en el crepúsculo de sus vidas.

En todo caso, Luis de Oteyza fue por encima de todo un hombre libre y, más allá de las guerras de nuestros antepasados, para uno siempre irá asociado a «La vuelta de los vencidos», aquel hermoso poema que cuando yo era niño escuchaba recitar a mi madre sentidamente, con voz vibrante y sin equivocarse.

Miguel Espinosa García de Oteyza

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