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Las relaciones internacionales, en cuanto sector de la realidad social, han sido objeto de numerosas definiciones con alcances y características muy diferentes.

En términos generales los criterios adoptados por los distintos especialistas pueden reducirse a cuatro, según se atienda a lo que se considera específico de las relaciones internacionales, a los actores de la misma, al criterio de la internacionalidad o se parta de la superación del paradigma del Estado. La inclusión de unos y otros autores en cada uno de los grupos no siempre puede hacerse con facilidad, pues hay quien adopta criterios cruzados.

El criterio más tradicional es el que procede a su definición sobre la base de considerar que las relaciones internacionales tienen una naturaleza específica que las diferencia de las demás relaciones sociales. En esta línea se insertan los realistas políticos, para quienes, en términos generales, si la política internacional, como toda la política, es una lucha por el poder, sin embargo, en las relaciones internacionales la violencia, la fuerza armada, desempeña un papel único y primordial, de ahí las declaraciones de los diputados de ERC de «repartir el material de guerra de España en virtud de la participación de su economía en la compra del mismo en una situación anterior a la supuesta secesión de la citada Comunidad». Como señala Morgenthau, «la amplitud del campo cubierto por un concepto de poder político, para que sea útil al entendimiento de la política internacional, debe ser más amplio que el campo cubierto por un concepto adoptado para operar en la política interna. Los medios políticos empleados en el segundo son mucho más estrechamente circunscritos que aquellos empleados en la política internacional.» La realidad internacional es, así, una realidad especialmente conflictiva, en la que el poder militar, tiene siempre la última palabra. Esta posición es mantenida por Aron: «He buscado lo que constituía la especificidad de las relaciones internacionales o interestatales y creo haber encontrado esa característica específica en la legitimidad y la legalidad del recurso a la fuerza armada por parte de los actores«. Esta es también la posición, entre otros de Reynolds. La adopción de este criterio para definir las relaciones internacionales deriva del paradigma tradicional y nos reenvía a la teoría del «estado de naturaleza», con todas las carencias y deformaciones que tiene.

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En lo teórico y en el mismo sentido se orientan las definiciones de Hoffmann y Vellas. Incluso Brucan, sin negar el papel que puede corresponder a otros actores o fuerzas, desemboca en la afirmación estatocéntrica: «Así pues, a manera de conclusión, diré que las relaciones internacionales constituye el sistema que abarca al conjunto de las conexiones y relaciones, económicas, políticas, ideológicas, culturales, jurídicas, diplomáticas y militares, entre Estados y Sistemas de Estados, sin exceptuar a las fuerzas sociales que tienen el poder de actuar en la escena mundial».

Es por tanto imprescindible, para Cataluña, constituir una fuerza armada que ya tiene en ciernes como es la policía autónoma, comparable en personal al de una División, a la que habría que controlar no sólo en su instrucción y adiestramiento, sino también en su ideario político o doctrina. Necesidad que viene corroborada por las declaraciones de su consejería de interior en las que se manifestaba que en el supuesto de la aplicación del artículo 8º de la Constitución, la Policía autónoma defendería su territorio.

Por tanto, se puede decir que Cataluña ya ha iniciado sus relaciones internacionales con el Estado español, intentando proveerse de un Ejército, no comparable a uno convencional todavía, pero que en breve será un potencial factor de inestabilidad regional en la propia Unión Europea.

Ni EEUU ni las potencias europeas están ahora interesados en que una independencia de Cataluña fragmente una España que es un peón fiable y clave para la estabilidad de la UE o el despliegue militar norteamericano en el mundo. Pero sí están interesados en que Cataluña sea una «herida abierta» imposible de cerrar, en la que se puede hurgar para debilitar a España e imponerle condiciones más draconianas. Contando para ello con la colaboración de políticos como Puigdemont.

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Entre los «amigos europeos» de Puigdemont encontramos una selección de los movimientos xenófobos que amenazan la estabilidad del viejo continente. Desde los partidos ultras belgas, como el Vlaams Belang o el N-VA, que atacan a los inmigrantes y homenajean a los colaboracionistas nazis, a la ultrarreaccionaria Liga italiana de Salvini.

Pero hay fuerzas más poderosas que protegen a Puigdemont, y le permiten por ejemplo circular libremente por Europa para atacar a España. Sería impensable que eso lo pudiera hacer un independentista corso perseguido por la justicia gala y que amenazara la unidad francesa.

Los círculos que prestan apoyo a Puigdemont cruzan el Atlántico. El lobby norteamericano de apoyo al procés está encabezado por algunas de las figuras más reaccionarias y agresivas de la administración Trump, como el congresista Mario Díaz-Balart -defensor de una intervención militar en Venezuela-, o el ex presidente del influyente subcomité  para Europa, Eurasia y Amenazas Emergentes del Congreso de los Estados Unidos, Danna Rohrabacher, especialista en respaldar movimientos independentistas -desde Kosovo a Irán- para utilizarlos al servicio de los intereses de la superpotencia.

Este es el mapa que nos permite aclararnos, saber qué está en juego en el procés, qué fuerzas lo dirigen y cuáles son sus proyectos. Sin perdernos en vericuetos que acaban ocultando los principales peligros.

No es motivo de tranquilidad la más que posible constitución de una fuerza armada, que ya lo es, a través o en base a la policía autónoma, aunque el problema catalán esté, en estos momentos, apartado de la esfera mediática por la actualidad sanitaria y la de la Casa Real.

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REDACCIÓN