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Dicen que con los años mengua la memoria inmediata mientras que la mediata y la lejana despiertan con nitidez. No siempre sucede pero en ocasiones es cierto. Escribo estas líneas traspasando a papel  recuerdos de lo que viví en los últimos días del año 1975 y primeros de 1976 en Villa Cisneros, hoy Dakhla, en el antiguo Sáhara español.

Aparecí por aquellos lares a finales del verano del 75 al mando de una sección de la Agrupación de Infantería de Marina de Canarias y me integré orgánicamente en la Comandancia militar de Marina, si bien a efectos operativos pasé a depender del Comandante militar de la Plaza que era el responsable entre otras cosas del mantenimiento del estado de guerra impuesto en la ciudad. Recuerdo que inicialmente este era el Jefe del Batallón de Cabrerizas si bien tras la llegada procedente del norte del IV Tercio de la Legión el nuevo Comandante pasó a ser su coronel , en concreto el coronel Tomás Pallás Sierra. 

Ya he dicho que este relato se refiere a mis últimos días en el territorio. Obvio por lo tanto todo lo acaecido con anterioridad, si bien para una mejor comprensión no está de más conocer que mi actividad hasta ese momento había consistido en : de una parte la vigilancia de la playa de la Sarga, a unos 15 km al sur de la ciudad, y de otra contribuir al mantenimiento del toque de queda impuesto en la Plaza, así como a la seguridad del muelle e instalaciones del puerto. Un periodo de tiempo en el que vi reembarcar,  de acuerdo con lo que se conoció como el plan “Golondrina”, a todas las unidades del ejército que ordenadamente en los buques “Galicia” y “Conde del Venadito” abandonaron el territorio, una a una, rumbo a las islas canarias. Y consecuentemente me fui despidiendo de aquellos jóvenes tenientes con los que había hecho una cierta amistad en el corto periodo de tiempo en el que allí habíamos coincidido. Y llegó el momento, también, en el que reembarcó el Tercio y ya sólo quedamos en la ciudad una compañía de la policia territorial al mando del capitán Cárdenas y los que formábamos parte de la Comandancia de Marina – el capitán de navío Serra Fortún, el teniente coronel de Infantería de Marina Diaz del Río Darnell, el capitán de corbeta Meca Pascual del Pobil y el teniente de navío Gonzalez Irún – y por supuesto mis 64 infantes de marina. La verdad es que no entablé mucho contacto, fuera de los asuntos del servicio, con mis superiores de la Armada , seguramente por la diferencia de edad , razón por la que al reembarcarse las unidades del ejército e irse con ellos los tenientes con los que más contacto tenía, me encontré en una cierta soledad que en cierta manera agradecí ya que seguí con la misma independencia que hasta entonces había disfrutado y esto me dio la opción de asistir y ver lo que de otra manera no hubiera sido posible.

Y fue así que, reembarcado ya el Tercio, irrumpió una mañana con toda la parafernalia posible una potente columna motorizada del ejército marroquí al mando del conocido coronel Dlimi a quien se le traspasó el mando y control de la ciudad. Y también, por otro lado, apareció el hasta entonces Gobernador General del Sáhara, el general Gomez de Salazar. Por descontado que los infantes de marina fuimos relevados de nuestros cometidos en la Sarga y en el puerto y traspasamos esta responsabilidad a los marroquíes. Así y hasta la espera de que viniera un buque a recogernos y llevarnos a las Canarias convivimos varios días, hasta una semana, con aquella situación un tanto anómala. Nos alojamos en el acuartelamiento de la policia territorial y no puedo aquí dejar de relatar con una sonrisa, cuasi carcajada, como fue nuestra llegada a dicho cuartel. Sucedió que el día anterior en las inmediaciones del cementerio habíamos detenido a unos individuos que íbamos a entregar a la policia territorial aprovechando que era allí donde estaba previsto nuestro acantonamiento, más fue entrando por la puerta cuando uno de esos individuos saltó del “land rover” y se dio a la fuga hecho ante el que uno de los soldados abrió fuego para pararle entre la sorpresa y pasmo de todos los presentes. Todo fue una coincidencia en tiempo y lugar de acontecimientos seguidos : avisan al capitán que los infantes de marina están llegando , este termina un café que estaba tomando y se dispone a salir a recibirnos cuando se desata una “balasera” de película de la que nadie sabía nada. Muchos años después el ya Coronel Cárdenas a la sazón coronel de la Guardia Real le contaba al Rey Juan Carlos, del que yo era edecán, en mi presencia, que yo había sido el culpable de uno de los mayores sustos de su vida por lo inesperado y aparatoso de nuestra llegada. Sí que lo fue sí. Desde luego el café se le atragantó.

La primera sorpresa de aquellos días fue ver el entusiasmo con el que los pobladores de Villa Cisneros , hasta ese momento en ningún caso aparente mente hostiles con España , salieron a las calles a recibir a la columna del coronel Dlimi enarbolando banderas marroquíes que no sé de donde habían sacado. Lo vi y vivi entre ellos convenientemente situado y tengo recuerdo fotográfico de ese día que yo mismo hice.

La segunda fue ver como al día siguiente de su llegada grupos incontrolados  de saharauis profanaron el cementerio cristiano asaltando las pocas tumbas que quedaban puesto que la mayoría ya habían sido levantadas y trasladados sus restos a Canarias.

No menos sorpresa fue ver como, en menos de 24 horas, en concreto la noche posterior a la llegada de los marroquíes, los considerados como no afectos fueron literalmente liquidados. Doy fe de ello pues mi inconsciencia juvenil y la libertad de movimientos de la que gozaba me llevaron hasta donde se encontraban los cuerpos yacentes de aquellos pobres desgraciados. Y es curioso recordar que esto fue posible por la coincidencia en el tiempo de este hecho con una recepción que el Gral Gomez de Salazar dio al Coronel Dlimi y sus oficiales lo que me propició la posibilidad de moverme en ese entorno ya que  la seguridad de ese edificio la daba aún la policia territorial del capitán Cárdenas. Y , eso sí, pistola en mano, y montada, pude moverme esa noche entre los marroquíes que por ahí deambulaban, así como observar que sus vehículos de procedencia estadounidense eran todos casi nuevos. También diré que la posibilidad de moverme por todo ese entorno fue factible por el pretexto o excusa de que, en caso de ser interceptado, podía haber alegado que me dirigía a la recepción del Gobernador General, algo que no era cierto pues no estuve invitado a la misma. Creo que fui el único oficial español presente en la Plaza que no fue invitado. Se debieron olvidar de mí. Tal vez porque era el único teniente por aquellos lares. Y a esta situación surrealista cabe añadir que mientras esto sucedía en el otro lado de la bahía se veían resplandores y fogonazos ruidosos que no eran otra cosa que el ataque que las tropas mauritanas estaban llevando a cabo contra descontrolados saharauis el El Aargub.

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Muchos sentimientos y sensaciones contrapuestas volaban entonces por la cabeza de aquel joven y solitario teniente al igual que las que habían circulado en las semanas precedentes entre sus compañeros del ejército ya en esos momentos en Canarias. Apenas habían pasado unos meses desde que el entonces Principe de España – luego Rey Juan Carlos I – había arengado a las tropas españolas en Smara, si no para la lucha – que en su caso también – sí para el mantenimiento del honor de un ejército , el sahariano, seguramente el mejor ejército que uno pueda imaginar por su preparación y moral.

¿ Qué había pasado para que aquella noche, a primeros del año 1976, me encontrara yo allí sólo deambulando entre tropas marroquíes? Unas tropas que ya ocupaban todo el Sáhara mientras que el hasta hace poco orgulloso ejército español había desaparecido. Todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos. Por supuesto que ese joven teniente no alcanzaba a entender que es lo que había pasado, si bien había algo que parecía muy claro : el abandono del Sáhara y retirada del ejército español había coincidido con la muerte del Generalísimo Franco.

El día 12 de enero de 1976 reembarqué en el buque militarizado de la trasmediterránea “Ciudad de la Laguna”. Todo un lujo .

Hoy casi medio siglo después, tal que si fuera una premonición de lo que iba a pasar en España, ese buque se encuentra varado cuasi chatarra a la merced de las olas en una zona rocosa de la costa sahariana.

Autor

General Chicharro
General Chicharro