08/05/2025 13:45

Decía mi abuela, que era mitad andaluza y mitad inglesa, que ella no pisaba el Real porque a la Feria no se va a aprender, sino a saber. Y tenía razón.

Para saber estar en Sevilla en general y en la Feria en particular ocurre lo mismo que para llevar el frac: que son necesarias, como poco, siete generaciones con costumbre de vestirlo, porque sin ese requisito se ve que el frac es alquilado, y capaz es quien lo lleva de quitarse la levita para cenar más cómodo y dejarla colgada en el respaldo de la silla .
Un colmo de la ordinariez semejante se puede observar todos los días en la Feria. La están convirtiendo en un pasacalles de aprendizas de flamenca con una flor tamaño alcachofa incrustada en el cogote, como si la tuvieran para emitir señal Wifi. Y de influencers de sabe Dios dónde que tienen la desfachatez de venir a contarnos cómo hay que vestirse, qué llevar en un bolso espantoso de lunares, y cómo sujetarse la peineta «con gracia». ¿Qué gracia, miarma? Aquí de toda la vida hemos tenido claro «qué errores no cometer con nuestro traje de flamenca». Y nos vienes a contar cómo pisar el Real pareciendo un maniquí que se ha escapado de un escaparate.
Esta gente que alecciona sin saber son como figurantes que no bailan, no escuchan y no entienden. Pero graban, fotografían y explican. Sobre todo, explican. A los sevillanos. Tócate las narices, Carmen Mari.
Aquí sabemos bailar sin necesidad de ser bailaoras ni modelos de pasarela porque lo llevamos en la sangre, y los hombres visten con su chaqueta cruzada como es menester porque el sombrero, y el traje corto, sólo se lleva cuando se viene a caballo. No tenemos ese ansia de hacerse selfies delante de casa caseta como esta panda de catetos que llega a la Feria con los ojos como platos, las flores a lo Frida Kahlo y los vestidos comprados por internet. La Feria no es un escenario: es una manifestación del arte que llevamos dentro los sevillanos. El traje de flamenca no es un disfraz: para lucirlo hay que asumir un código, una forma de estar y de moverse que no se aprende en un tutorial.
Con esto de los selfies me viene a la memoria que mi abuela, además de medio inglesa, era cuñada de Luis Arenas Ladislao, uno de los fotógrafos más destacados en la Sevilla del siglo XX, reconocido por su capacidad de capturar con su cámara la esencia de la ciudad y de sus gentes, desde doña María de Borbón a la duquesa de Alba, pasando por Manolo Vázquez, Antonio Ordóñez, Orson Wells y Ava Gardner. El tío Luis –Ladis para muchos- supo retratar la Feria sin artificios, sin pretensiones de tendencia y sin necesidad de tanto adorno: bastaba con que el alma estuviera bien encuadrada.
Sevilla siempre ha sido señora y anfitriona, pero ahora apenas quedamos sevillanos entre tanto visitante y tanto postureo. Y lo más curioso es que Ayuntamiento y Junta todavía insisten en seguir promocionándola a pesar de que ya no quepamos ni en el albero. Estamos siendo expulsados poco a poco, como si fuéramos los que molestan en una fiesta que es nuestra. Y no es que rechacemos al visitante: es que reclamamos un poco de decoro. Si uno no sabe vestirse, al menos que no presuma de enseñar, y si viene a disfrutar que lo haga con silencio y con respeto. El buen gusto nunca fue ruidoso.
La Feria no es un festival de moda ni de turismo. Aquí tenemos nuestros códigos y nuestras formas, las sevillanas maneras que sólo nosotros comprendemos. Y sobre todo tenemos lo que muchos han perdido entre pantallas, hashtags y tutoriales: sentido común, y vergüenza.
La verdadera esencia de Sevilla es saber estar, como decía mi abuela. Y si no se sabe, no ir. Estas cosas ya no se aprenden en la vida, figúrense ustedes si se van a enseñar en TikTok. No se puede aprender sin haber pisado el albero de verdad como hacía Luis Arenas Ladislao: con respeto, con arte, y con alma.

Autor

Yolanda Cabezuelo Arenas
Yolanda Cabezuelo Arenas
Articulista en ÑTV
Colaboradora de Las Nueve Musas, Ars Creatio, y ESdiario
Autora de la novela "La cala de San Antonio"
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