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Apenas 11 años después de la muerte del dictador comunista Tito, Yugoslavia se desintegró. La antigua unión de los pueblos eslavos del sur (Yugoslavia) saltó por los aires tras declararse independientes dos de sus repúblicas, Eslovenia y Croacia.
A pesar de los intentos de Tito y de la nomenklatura que dirigía el país por enfriar los odios étnicos y rivalidades regionales entre los diferentes pueblos que formaban la república, las tensiones separatistas, la crisis económica y el abandono de la idea de Yugoslavia como «unidad de destino» para los eslavos del sur (para conocer más sobre la génesis de la unidad nacional de los eslavos del sur, es muy recomendable el libro El nacionalismo serbio del historiador Sergio Fernández Riquelme), degeneraron en una serie de guerras que estallaron en 1991 y que se extendieron, tras dejarse en el camino casi 150.000 muertos, durante más de una década y cuyas consecuencias, dos décadas después, todavía son palpables.
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Al igual que la España del régimen del 78, Tito creó un Estado «federal» en el que cada pueblo disponía de amplia autonomía, quedando el poder del gobierno central con sede en Belgrado cada vez más limitado. Tras la muerte de Tito, los dirigentes yugoslavos pensaron que podrían evitar la desintegración del país concediendo más competencias a las diferentes nacionacionales y pueblos que lo integraban. La secesión primero de Eslovenia y después de Croacia y el inicio de las hostilidades demostraron que aquella política no solo fue un error sino que sirvió de lumbre para la hoguera en la que se convirtió los Balcanes.
La destrucción de Yugoslavia como advertencia para España
Recientemente, la editorial Letras Inquietas acaba de publicar en su colección Visegrado un libro de la investigadora serbia Vesna Stanković Pejnović titulado La destrucción de Yugoslavia.
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El prólogo, a cargo del filósofo Carlos X. Blanco, es más que revelador para el lector español: «Piense usted por un momento en lo siguiente. Considérese ciudadano de un Estado relativamente próspero. El país ha pasado por momentos trágicos, como muchos otros de Europa. Las amenazas exteriores no faltaron en su patria, pero las luchas internas fueron, casi siempre, las peores. La clase política, corrupta o ideologizada, hace siglos que no está a la altura de su Historia. Las diferencias entre los ciudadanos en él son grandes, y de muy diversa índole. Sin embargo usted vive en un Estado plural y, con todo, dotado de un marco constitucional que, al menos en teoría, proclama y sustenta la igualdad, la solidaridad y el respeto mutuo entre los ciudadanos y entre los territorios. Desde hace bastante tiempo, el Estado fue reconocido como soberano por los demás, es independiente, dotado (en teoría, en la letra) de medios legales y coercitivos para preservar la unidad nacional y la integridad territorial. Siga usted pensando en la situación hipotética, aunque quizá la música le suene».
La autora, Vesna Stanković Pejnović, explica que «tras la muerte de Tito, el progreso económico se detuvo, el Partido Comunista se desintegró de facto en partidos republicanos y provinciales, se sumió en la corrupción y se mostró incapaz de sacar al país de la crisis. Las oligarquías de los partidos republicanos, cada vez en mayor medida, se legitimaron en forma nacionalista, lo que estaba en contradicción con la cuestión nacional supuestamente resuelta en el socialismo. Desgraciadamente, las naciones y nacionalidades yugoslavas consiguieron conservar suficiente narcisismo cultural e intolerancia, por lo que se mencionaron los valores universales, es decir, la igualdad, la solidaridad y el bienestar, rechazados junto con el sistema comunista de partido único y la propiedad social».
En esa misma línea, y trazando un inquietante paralelismo con la España de hoy, la investigadora del Instituto de Estudios Políticos de Belgrado, advierte de que «la tesis tantas veces repetida de que Yugoslavia es una creación artificial no resultó ser correcta; si hubiera sido artificial, no se habría desintegrado en un conflicto tan sangriento, y si hubiera sido una creación, no se habría desintegrado durante tanto tiempo. El problema de algunos de los argumentos a favor de la desintegración de Yugoslavia es que ignoran lo subjetivo, mientras que otros ignoran la interacción entre múltiples sujetos y/o entre factores subjetivos y objetivos».
Europa, Estados Unidos y la OTAN como agitadores del conflicto
A pesar de los gravísimos problemas de orden interno que azotaron a Yugoslavia en su fase final, no debemos olvidar la participación extranjera, en particular la Comunidad Europea, Estados Unidos y la OTAN. Como explica Vesna Stanković Pejnović en La destrucción de Yugoslavia, «la estrategia de los países occidentales tenía como objetivo la desaparición de Yugoslavia, y una de las tácticas utilizadas fue la conformación de los territorios en patrones estandarizados de candidatos a la integración en el orden mundial, principalmente a través de las instituciones financieras neoliberales internacionales».
«La guerra de Yugoslavia señaló una verdad terrible pero oculta: que las cuestiones de guerra o paz dependen de las necesidades de las grandes potencias que provocan, prolongan o ponen fin a las guerras para conseguir o mantener el dominio en la región. Con la guerra de Yugoslavia, Alemania empezó a conseguir el dominio en la región, y Estados Unidos prolongó la guerra para conseguir ese dominio. Quienquiera que dirija la lucha por la paz no puede dejar de sacar esta conclusión esencial. La guerra no es más que una de las muchas vías de un sistema que antepone el beneficio capitalista a cualquier otro objetivo. Es una estrategia imperialista que se aplica en todo el mundo», añade la autora.
El historiador murciano Sergio Fernández Riquelme también coincide con su homóloga serbia en este podcast emitido por la revista Adáraga, una de las principales publicaciones para la reconquista cultural en lengua española. Bajo su punto de vista, en la sangrienta disolución de Yugoslavia no pueden olvidarse «las injerencias externas (especialmente del eje euroatlántico) que querían atraer a su esfera de influencia a las nuevas naciones independientes» fomentando «etnicismos internos que se creían irreconciliables»,
SINOPSIS DEL LIBRO: LA DESTRUCCIÓN DE YUGOSLAVIA
La historia de la destrucción de Yugoslavia es la de un crimen cometido por la «comunidad internacional». Tal comunidad, en realidad, nunca fue otra cosa que el conglomerado de intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos y de la Unión Europea, y en el caso que nos ocupa, también de Alemania. Dentro de la agenda para acabar con un país socialista y refractario a los dictados neoliberales, las potencias occidentales, ya sin el freno ni contrapeso del bloque del Este, desearon destruir la nación yugoslava, antes unida y viable. El resultado fueron miles de muertos y un tercermundismo impuesto por decreto de las «grandes democracias».
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