01/06/2024 08:09
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Desde la convocatoria electoral anticipada en Madrid por parte de Isabel Díaz Ayuso no he dejado de pensar que la presidenta madrileña ha priorizado los intereses del Partido Popular por encima de las necesidades de los madrileños. Pero todos sabemos que el juego de tronos coronavírico está por encima de los empleos, la salud y el futuro de los españoles. Una profesional de la política como Isabel Díaz Ayuso no va a renunciar a su remuneración a costa del erario público sólo porque en Ciudadanos se les antojase apuñalar a sus socios, lo que va camino de provocar su desaparición y a consolidar a la nueva bestia negra de la izquierda progre al frente de la Comunidad de Madrid. En medio de este panorama, ¿Qué pintamos los que aún nos consideramos falangistas? Como siempre, se escucha el tan manido «presentarse por ser una oportunidad más de hacer propaganda» entre los partidarios de concurrir a la cita electoral del 4 de mayo y las llamadas al «voto útil» por parte de los detractores. No obstante, el mero hecho de plantearse este debate es un síntoma muy preocupante sobre la verdadera naturaleza de los «falangistas».
 
Sinceramente, uno a estas alturas ya está muy escarmentado con los que se ponen estupendos justificando el voto al Partido Popular o a Vox por «salvar» a España al tiempo que pontifican sobre la doctrina, la ética y el estilo falangistas. Con este mismo argumento incurren en la trampa del constitucionalismo, que justifica por medio del patriotismo sensiblero que no hay más opción que votar por la derecha si no deseamos ver el triunfo de la izquierda. Frente a estos discursos de «¡Que vienen los rojos!» y la adhesión gratuita al «Comunismo o libertad» de Isabel Díaz Ayuso, creo que no estaría mal recordar una verdad muy incómoda: la inmensa mayoría de los que se definen o dicen identificarse con el falangismo son personas de la derecha y la extrema derecha sociológicas, por mucho que afirmen ser «ni de izquierdas ni de derechas» (aunque en lo último patinan cuando reprochan al Partido Popular el ser una derecha acomplejada y se entregan con tanto entusiasmo al discurso tremendista de Vox, la derecha dura que vienen reclamando desde la Transición y el giro al centro de la derecha institucional). Y he aquí una de las grandes tragedias del falangismo: no es ni de derechas ni de izquierdas, pero la inmensa mayoría de su público objetivo es de extrema derecha; reivindica, además del patriotismo social, una visión de la patria que vaya más allá de nuestras fronteras y sitúe a España como una nación importante y ejemplo para el resto del mundo, pero su público entra en éxtasis con discursos chovinistas y multitud de banderitas agitándose al viento en la enésima convocatoria constitucional de DENAES (es decir, todo lo contrario de lo expuesto por José Antonio en «La gaita y la lira»); y la justicia social es un pilar fundamental, pero buena parte de este público justifica el voto a la derecha por el bien de España, porque jamás se les pasaría por la cabeza justificar un voto «útil» a los socialistas para que éstos tengan los escaños suficientes para no depender de Podemos, por ejemplo.
 
Me parece genial que exista una derecha política sin complejos, como es el caso de Vox, que agrupe a ese entorno sociológico demandante de «mano dura» contra la izquierda. El problema de la derecha en España desde el franquismo es que le avergüenza ser de derechas y de ahí los subterfugios al centro liberal o al «ni de derechas ni de izquierdas» del falangismo. A quién vote o a quién deje de votar el personal el 4 de mayo me es indiferente. Pero si algo ha quedado claro en los últimos tiempos es que el falangismo ha quedado reducido a una conmemoración de fechas necrológicas, a los uniformes, y al yugo y las flechas; ni siquiera de ideas propias puede presumir ya este entorno político, al que todavía pertenezco (y no por mucho tiempo), cuando ni siquiera ha sido capaz de elaborar un discurso propio frente a la crisis sanitaria del Covid-19, optando por asimilar los relatos más magufos y frikis sobre mascarillas asesinas, un virus que no existe o que en realidad es la gripe común, o la dictadura bolivariana en ciernes (¿o acaso los representantes falangistas han expresado respecto al hospital Isabel Zendal o al programa de vacunación algún discurso que no sean, respectivamente, los mantras del Partido Popular o de los conspiranoicos del ciberespacio?). Por cierto, menuda dictadura bolivariana padecemos cuando la Agenda 2030 de las élites económicas, patrocinada en España por el Banco Santander, tiene asumida por Podemos su aplicación desde el Gobierno central o cuando Caixabank ha adquirido Bankia, rescatada hace años con el dinero público de todos los españoles, con Pablo Iglesias siendo vicepresidente.
 
La derecha sociológica puede estar de enhorabuena. La nueva lideresa del Partido Popular madrileño posiblemente gobierne y legisle a favor de la misma ingeniería social que la izquierda progre, pero a muchos les quedará el consuelo de no ser el soso Gabilondo o un Pablo Iglesias de visita electoral por los barrios obreros quienes inviertan el dinero de sus impuestos en la financiación institucional del próximo Orgullo Gay y de las clínicas abortistas (eso sí, luego podrán acudir a rezar puntualmente frente a las mismas para aliviar su conciencia). Lo grave es que entre esa derecha sociológica estarán algunos que se consideren falangistas, a pesar de repetir la actitud que la misma Falange (que presuntamente ya no existe) lleva denunciando desde hace casi noventa años: votar a la derecha por temor a los «rojos» no resuelve nada; pasó en 1936, en la Transición y desde que los socialistas ganaron en 1982 hasta el día de hoy. Los votos a la candidatura falangista del 4 de mayo serán testimoniales, no cabe duda al respecto; como tampoco cabe duda que este lastre reaccionario ha sido el gran escollo del falangismo para ser un movimiento de oposición real al Régimen de 1978, a la vez que ha permitido que todavía subsista, política y comercialmente. ¿Tiene algún futuro, por tanto, el falangismo? Por desgracia, no. ¿Es necesaria la transversalidad política real y una revolución de la economía y la forma de ser de los españoles? Por supuesto que sí, pero es algo que no tendremos votando por la casta parasitaria del peperismo renovado.

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Gabriel Gabriel
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