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Que el nivel cultural de nuestra clase política deja bastante que desear es algo cuya comprobación está al alcance de cualquiera. Durante décadas, los españoles hemos asumido como normal que gente que a duras penas logra reproducir de viva voz lo que otros le han escrito previamente sea aupada a los puestos desde los que se controlan los tejemanejes de la Administración central, autonómica y local. Y es que, con preocupante frecuencia, observamos que esos profesionales de la sinecura pública presentan un bagaje escolar a todas luces mejorable; un páramo académico que, en demasiadas ocasiones, suele ir acompañado de un nihilismo curricular en el ámbito laboral. Vamos, que ni han estudiado nada ni han dado un palo al agua en sus puñeteras vidas.
De entre esa pléyade de estajanovistas, algunos avispados llegan a copar carteras ministeriales, consejerías, concejalías, direcciones generales y hasta puestos de asesores (que, como es lógico, necesitarán de otros asesores que les asesoren a ellos mismos acerca de lo que tienen que asesorar al asesorado). Si nos fijamos en el Gobierno de Pedro Sánchez, y según los datos obrantes en el portal oficial www.lamoncloa.gob.es, de los 22 ministros actuales, hasta un total de 9 no acreditan experiencia profesional alguna fuera de la política. Los hay incluso que ni tan siquiera han sido capaces de sacarse una licenciatura.
Esta misma semana, la prensa informaba que los hijos de la ministra de Igualdad son cuidados por una asesora de dicho ministerio que ocupa un puesto de nivel 30 (el máximo al que puede llegar un funcionario de carrera) por el que se embolsa anualmente 52.000 euros, casi 4.500 al mes. Sin oficio ni beneficio conocido, su periplo como infatigable trabajadora comenzó en 2016, a los 36 añazos, cuando fue elegida diputada de Podemos por la provincia de Albacete. En un abrir y cerrar de ojos pasó de tener 3,36 euros en su cuenta corriente (según manifestó en la preceptiva declaración de bienes que han de realizar los candidatos electos al Congreso) a percibir 5.335,38 euracos cada treinta días. Ya lo cantaba La Internacional: arriba, parias de la tierra (viendo su foto, lo que no puede aplicársele a la niñera-asesora es lo de famélica legión).
Antes de caer en la más absoluta de las indignaciones, un recordatorio para quien esté leyendo esto: todo el dineral que cuesta mantener el elefantiásico patio de Monipodio en que tanto indocumentado ha convertido a España sale de tu bolsillo. Porque quizá se te había pasado por alto que tú, a base de que te esquilman a impuestos, eres el paganini de semejante albañal. Claro, que un paganini descafeinado: ese fruto de tu trabajo que se esfuma a base de IRPF, Sociedades, IVA, IBI y demás latrocinios apenas dará para pagar unas cuantas nóminas del cargo público en cuestión. Hace falta que muchos pringaos como tú suelten la mosca. Y por supuesto, no se te ocurra desprenderte de tu patrimonio y marcharte a un lugar donde la carga impositiva sea menor —pongamos a Andorra—, ya que instantáneamente tu nombre aparecería dentro de una diana, señalado por el rojerío como un apestado insolidario que deja sin pensiones a los ancianitos, sin sanidad a los enfermos, sin subsidios a los parados, sin soluciones habitacionales a los okupas y sin camastros en resorts de lujo a los inmigrantes ilegales.
Seguramente, el modo más tangible de exteriorizarse la paupérrima preparación formativa de las glorias políticas que campean por España sea su manera de hablar; y no digamos ya la de escribir, eso que antes nos enseñaban en el colegio a base de copiados, dictados y algún que otro pescozón, y que ahora ha quedado relegado a las memeces que caben en los 140 caracteres que comprende un tuit. Cojamos aire, respiremos hondo y hagamos un breve repaso por la antología del verbo hecho carne de angus en boca de algunas de nuestras más ilustres señorías.
Leire Pajín: la meritocracia de las cuotas de género
Como la memoria a veces flojea, puede que se nos haya olvidado que una tal Leire Pajín ocupó distintos cargos de responsabilidad máxima en el engranaje político del Reino de España: en el 2000, con 24 años, ya era diputada nacional; en 2004, con 28, secretaria de Estado de Cooperación Internacional; y en 2010, con 34, ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad. Antes de poner los pies en el Congreso, su trayectoria profesional había sido de una brillantez digna de reseñar: secretaria de Política Institucional de las Juventudes Socialistas de Benidorm, miembro del Comité Federal de las Juventudes Socialistas de España y presidenta de la ONG Solidaridad Internacional.
Una de las enseñanzas que nos legó, a medias entre lo gramatical y lo leguleyo, data de finales de 2010, recién estrenadas sus funciones ministeriales: «Mañana llevaré al Consejo de Ministros la propuesta de reformar el Código Civil para prohibir expresamente la atribución de la custodia individual de los hijos al cónyugue incurso en un proceso de violencia de género», anunció campanudamente. ¡Ay, de la que se libró al no haber cursado Derecho en Murcia! Pues resulta que un profesor, al iniciar sus explicaciones sobre los medios de prueba, advertía a sus alumnos para el día del examen oral de que ya podrían estar haciendo un ejercicio de matrícula de honor, pero que quien dijera périto o cónyugue sería automáticamente pasado por las armas del suspenso. ¡Olé por él: eso es un tío como un castillo!
Los conocimientos de Leire Pajín en el campo de la Medicina también estaban fuera de toda duda. En su momento, algunos la llegaron a situar al mismo nivel que Francisco Balmis, Santiago Ramón y Cajal o Gregorio Marañón. Desmesurada o no esa comparación, la realidad es que en una rueda de prensa llegó a exponer una improvisada tesis doctoral sobre la diabetis. Perdón si falto a la verdad, pero creo que aquella lección magistral tuvo lugar a principios de 2011; lo que no recuerdo bien es si la ofreció en el palco del Benito Villamarín.
Carmen Calvo: cuando el saber sí ocupa lugar
No son pocos los que equiparan la retórica, elocuencia y facundia de Carmen Calvo con la de varios de los más reconocidos oradores de todos los tiempos, como su paisano andaluz Emilio Castelar. En mayo de 2004, al poco de ser nombrada ministra de Cultura en el primer Gobierno Zapatero, hizo acto de presentación proclamando a los cuatro vientos que «el dinero público no es de nadie». Que se lo digan a sus colegas socialistas de la Junta de Andalucía, que entre ERE y ERE juntaron dinero para asar una vaca.
Por esa época sentenciaba asimismo que «el español está lleno de anglicanismos». Ignoramos si lo decía quejándose o alabándolo, pero lo cierto es que el Diccionario de la RAE poco nos saca de dudas acerca de las andanzas de aquel canalla que fue Enrique VIII de Inglaterra, quien para beneficiarse a Ana Bolena no vaciló en repudiar en 1533 a su legítima esposa, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, ganándose la excomunión del papa Clemente VII y consumándose con ello un cisma en la cristiandad que llevó a la creación de la iglesia anglicana, cuya cabeza ocupa desde entonces el titular de la corona inglesa. Puesta la frase en ese contexto histórico, quizá lo que quiso expresar la feminista Carmen Calvo era que España está repleta de enriqueoctavos.
Febrero de 2005. Durante una sesión en la Cámara Alta en la que se debatía el descenso del número de espectadores que habían ido al cine el año anterior, el senador popular Juan Van-Halen le espetaba una cita literal: «En 2001, “año negro también”, Carmen Calvo dixit, las cifras fueron de asombro». Al llegar el turno de réplica, la ministra bramó toda la ira acumulada en los minutos previos: «Usted para mí nunca será Van-Halen Dixie ni Pixie; será su señoría, el senador Van-Halen». Tan virulenta reacción resultó un cheque en blanco para los detractores de su prosa, que hicieron hincapié en que esta cordobesa de Cabra no le debe al latín más que el haberle privado de un incómodo gentilicio.
Cuatro meses después, la Beatriz Galindo del siglo XXI daba muestras de que la Tierra se le quedaba pequeña: «Queremos que en octubre la UNESCO consiga un acuerdo internacional, que legisle para todos los planetas». ¡Ése es el camino! Nada mejor que ponerse grandes metas y cumplirlas: como el Ejecutivo del que formaba parte, que en siete años transformó los 2.309.800 parados que encontró a su llegada en 5.287.300 personas con posibilidad de emprender nuevas aventuras laborales en una empresa distinta. A su lado, los 800.000 puestos de trabajo prometidos por Felipe González en 1982 provocan nostalgia del tiempo pasado, Jorge Manrique pixit.
Avancemos en el calendario. En marzo de 2019 Carmen Calvo lanzaba otra perla: «Yo también trabajo en el ámbito privado, soy funcionaria pública». Las ideas, claras; y los principios, inmutables. Bien que lo ejemplifica con su conducta ella, firme defensora de la sanidad pública: sólo hay que ver que cuando enfermó de coronavirus eligió curarse en la clínica Ruber, un humilde centro de salud de barrio.
Ese mismo día, en vísperas de la manifestación del 8-M, criticaba que «nuestra Constitución no recoge la igualdad entre hombres y mujeres como lo hacen otras constituciones». Si lo dice desde su atalaya de profesora titular de Derecho Constitucional, será verdad. Así que tarea urgente para todo el mundo que tenga una Constitución española de 1978 a mano:
arrancad la página que contenga el artículo 14, ése que proclama que los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
Terminemos ya con la actual vicepresidenta primera y ministra de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. Su última aportación de enjundia hasta la fecha la realizó en diciembre de 2020, cuando salió en defensa del más reputado científico a nivel mundial en materia de COVID-19 con esta frase: «Fernando Simón tiene su cargo por razón de su expertitud». Seamos buenos cristianos y no pequemos de pensamiento, palabra, obra u omisión: un chute de Lexatin y tengamos paciencitud con Carmen la egabrense.
Illa e Iceta, tanto monta
Utilizar el lema de Fernando el Católico para referirse a este par de sujetos es lo más parecido a una afrenta. Por cierto, para esos progres que ven un yugo y unas flechas y enseguida se les aparece la efigie de Franco (como cuando de niños juntábamos un 2 y un 4 para hacer la cara de tu retrato), recordarles que tales emblemas representaban a cada uno de los monarcas: el yugo (Y), a la reina Isabel; y las flechas (F), al rey Fernando. Nada de «Yo, Franco».
El caso es que estas dos reencarnaciones de Alejandro Magno y Julio César en lo político, y de Elio Antonio de Nebrija y Sebastián de Covarrubias en lo lingüístico, provocaron hace una semana que varias lágrimas de emoción recorrieran nuestras mejillas, como aquel Orinoco que discurría por la jeta de Monedero cuando la espichó el tirano Hugo Chávez. En el acto de despedida de Illa como ministro, Iceta le dedicó un valioso consejo para su nueva andadura como candidato a las elecciones catalanas: «Ves con cuidado». Esmerándose un poco más, Iceta habría dado con la versión moderna de aquel famoso verso quevedesco: érase un hombre a unas gafotas pegado. Lamentamos que las musas no insuflaran la suficiente dosis de inspiración al flamante ministro de Política Territorial y Función Pública, cuya prolífica formación académica no cabe en la web oficial del Gobierno de España: Bachillerato superior y COU, reza su perfil; aunque no lo aclara, imaginamos que en la rama de ciencias puras. En cualquier caso, muchos españoles parafrasearían a Iceta lanzándole un imperativo construido como Dios manda: vete. Con cuidado, sin cuidado o como te salga de la butifarra; pero vete, del verbo ir.
Por su parte, Illa anda recluido en la modestia y no quiere sacar pecho de su gran labor al frente del Departamento de Sanidad en la lucha contra una pandemia que ha acabado con la vida de más de 80.000 personas en España. Sin embargo, la cabra siempre acaba tirando al monte y al final a este humilde servidor público le ha terminado saliendo su vena de filósofo. Como si fuera un personaje de la Escuela de Atenas impartiendo su sapiencia, en un debate electoral celebrado en TVE se vanaglorió de que nuestro país es «el quinto de Europa en vacunación y el doceavo del mundo». No el duodécimo ni el decimosegundo, no; el doceavo. Acto seguido —espoleados porque según Iceta en España existen ocho naciones, entre ellas, obviamente, Cataluña—, las mentes de los apóstoles del tres per cent se pusieron a cavilar: si el planeta tiene 510 millones de kilómetros cuadrados, a España —que ocupa una de las doce partes del globo terráqueo— le corresponderían 42,5 millones; y a Cataluña —que es uno de los ocho trozos en que está partida la tarta española— 5,3 millones. Puesto que la extensión de las cuatro provincias catalanas abarca actualmente 32.108 kilómetros cuadrados, la conclusión que extraen aquellos apóstoles del tres per cent es clara: la Tierra ens roba.
¿Nos merecemos esto?
Merecido o no, esto es lo que tenemos. Una legión de hombres y mujeres que, en su afán por presidir su comunidad de vecinos, no pasarían las primarias de sus propios hogares. Puros analfabetos funcionales que, como acabamos de comprobar, no saben ni hablar. Su único mérito consiste en ser portadores del carné de un partido o de un sindicato, un trozo de cartulina plastificada que exhibirán como salvoconducto para transitar de un cargo a otro. Incidamos en ello y seamos conscientes de que estamos gobernados por unos incompetentes redomados. Son incapaces de solucionar nada y, para ocultar su ineptitud, inventan disputas en donde no había más que paz. Sólo hay que hacer un recorrido por algunas de las noticias más recientes: en vez de acabar con la invasión migratoria expulsando a quienes entran ilegalmente en España, los meten en hoteles de cinco estrellas, les dan una paguica y
multiplican el efecto llamada; en vez de procurar los medios para que un hostelero desarrolle su actividad en condiciones de seguridad para él y sus clientes, le obligan a cerrar su negocio y le abocan a la ruina; y en vez de velar por una formación integral y de calidad de los menores, se obstinan en que estos puedan convertirse en travelos sin el consentimiento incluso de sus padres.
Puede que se nos haya escapado alguna sonrisa leyendo los párrafos anteriores, pero maldita la gracia. Estas gentes a las que con nuestros impuestos les sufragamos sus mariscadas, sus beberrutes y lo que venga después encima nos toman por tontos y nos explican que nuestro esfuerzo es imprescindible para mantener el estado del bienestar que nos hemos dado. Al igual que a los animalitos de la granja de Orwell, sólo nos queda rebelarnos mascullando: «Sí, pero unos se han dado más bienestar que otros». Mientras tanto, a continuar callando y otorgando. O sea, pagando. Asín nos va.
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