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El 6 de diciembre de 1978 con un simple “Sí”, los españoles aprobaron en referéndum el proyecto de Constitución. La Constitución Española, una de las más extensas de Europa, se convirtió así en la ley fundamental de la democracia. El texto final hoy tiene 169 artículos con un total de 17.710 palabras. La palabra Patria aparece solo una vez.
El artículo 2 dice: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Esa es su única referencia, ahí acaba todo y en minúsculas. La ausencia de la Patria y su ninguneo lexical a lo largo del conjunto del texto es tal vez lo más grave que adolece la ley suprema del Reino de España.
Es indudable que las leyes y el orden jurídico son necesarios en la construcción de toda civilización y una constitución no deja de ser un instrumento temporal viable mientas asegure el derecho, los deberes y las libertades de los ciudadanos. Cuando ello ya no está garantizado, no es herejía su reforma, modificación e inclusive su derogación y sustitución por otra más efectiva, ya que una constitución no es un texto sagrado. Cuando una ley civil de estas características es alabada y endiosada, da lugar al llamado patriotismo constitucional que nada tiene que ver con el auténtico patriotismo. La defensa de una constitución no es la defensa de la Patria.
No existe un patriotismo fundado sobre el concepto de ciudadanía, ya que nadie en sus cabales daría su vida en defensa de una ley civil plasmada en un papel. En cambio, el auténtico patriotismo, ligado estrechamente a la Tradición, la Historia, la lengua, la comunidad y la nación, sí, porque tiene su raíz en la Ley Natural y Divina. Sorprendentemente la palabra Dios en la Constitución Española ni siquiera aparece una sola vez. Todo un despropósito en la ley fundamental del reino que, como ningún otro en la Historia, llevó la Verdad y la Palabra de Dios por el mundo entero.
Entonces llegado el caso ¿Por qué no modificar o cambiar una constitución e incorporar en su texto el concepto de Amor Patrio y la referencia indispensable a Dios como Creador de todas las cosas? Ese deseo para muchos españoles aún ligados a su esencia y fe secular, que gestó una autentica Civilización y en su momento cambió la faz de la tierra, choca de lleno con lo políticamente correcto y factible. Lamentablemente en la actualidad los consensos necesarios para ello, o solo avanzar en esa dirección, parecen prácticamente imposibles. A pesar de esto, la Patria y lo que ello encarna, continúan en pie y no dejan de ser el ligamen más estrecho con la identidad individual, familiar y comunitaria que une el pasado ancestral con el porvenir.
El pasado, el presente y el futuro, como un todo unido por la argamasa Divina eterna y perdurable que encarna la Patria, pervive, de momento silenciosamente, en el corazón y el espíritu del pueblo que aún cree en su destino. En la Patria descansan los muertos, los héroes y mártires y solo por ello es mucho más importante que cualquier derecho positivo temporal y pasajero.
En un mundo que avanza sin pausa hacia la abolición de las fronteras y las soberanías nacionales, la uniformidad de las culturas y la imposición de una religión laica con sus santos y sacerdotes pansexuales y ecosostenibles, el reencontrar el Amor Patrio y blindar la identidad de los pueblos es una necesidad urgente e ineludible si se pretende la supervivencia de las raíces ancestrales.
Es indudable que España, como otras naciones europeas, precede al Estado moderno y a las constituciones. La Constitución de 1978, objetivo molesto y a derribar desde entonces por los enemigos de la unidad de la nación y los que odian su legado, es hoy pisoteada y curiosamente reinterpretada y manipulada a conveniencia para ser utilizada de manera mezquina, sembrando el odio para conseguir sus objetivos de disgregación.
El mismo poder estatal actual que se define como socialcomunista afirma que “cualquiera de los grupos parlamentarios que va a componer la mayoría que va a hacer posible los Presupuestos (entre los que se incluyen partidos políticos herederos del terrorismo, el secesionismo y la extrema izquierda) comprenden mucho mejor el espíritu social de la Constitución y se toman más en serio el cumplimiento de los derechos sociales que la oposición”. Con declaraciones como estas lamentablemente la ley fundamental española agoniza sin remedio.
Los españoles de bien deberían afrontar la realidad sin rubor ni complejos y verla con coraje sin esquivar la mirada, asumiendo el difícil momento histórico actual. En el mundo global de pensamiento único, la Patria es un bien a cuidar y preservar, ya que también sus enemigos intentan robarla semánticamente para acabar con ella.
El auténtico sentimiento patriótico no es ni agresivo ni expansionista ni belicista con otras naciones, sino una manifestación de amor primordial hacia los orígenes íntimos de una comunidad para preservarla de los que buscan acabar con ella. Estos principios podrían perfectamente ser acogidos en un texto constitucional y ser resguardados por el Derecho.
En un nuevo aniversario de la Constitución Española aún vigente, resulta oportuno repensarla, viendo sus defectos de origen y tal vez llegado el momento oportuno, plantearse la posibilidad de recuperarla y fortalecerla o concebir una nueva, joven y vigorosa, acorde con las necesidades de sus ciudadanos para poder afrontar los peligros que acechan.
Ojalá algún día no muy lejano la Constitución finalmente acoja a la Patria, no como una palabra más perdida entre tantas, sino como la expresión cabal de los valores y principios que representa, antes de que se convierta en simple papel mojado.
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