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Corría el mes de septiembre del año 1996, concretamente el viernes día 13, cuando sonó mi teléfono y allí estaba en persona “Don Ramón”. Me sorprendió porque creía que estaba todavía de vacaciones en Marbella.
Querido Merino, acabo de llegar de Marbella y me gustaría hablar con usted hoy mismo. ¿Podría venir esta tarde?
Por supuesto que sí, “Don Ramón”, le hacía todavía en Marbella. ¿A qué hora le viene bien?
Mire, tengo una comida familiar, que me temo que se prolongue, así que si puede le espero a las 8.
Y allí, en Príncipe de Vergara, estuve a esa hora (aunque tuve que arreglármelas porque ese año ya estaba trabajando en la COPE con José María García).
Y allí estaba también “Don Ramón”, por cierto que lo encontré muy bien físicamente y bastante moreno… Y además, elegante como siempre.
Merino ¿sabe que hoy cumplo 95 años?
No, “Don Ramón”, no lo sabía. Pues, para tener 95 años está usted pero que muy bien. ¡Felicidades!
Bueno, bueno, eso de bien lo vamos a dejar aparte. Verá ¿se acuerda que un día le dije que le contaría la verdad sobre mis relaciones con la Marquesa de Llanzol y con mi hija Carmen Díez de Rivera? Pues hoy le voy a hablar de ese tema. Pero, antes quiero que abra esta carpeta y mire lo que hay dentro.
Y entonces yo cogí la carpeta que me alargaba (una sencilla carpeta azul con gomas como las que él utilizaba para sus escritos y que iba almacenando en su archivo particular). Y enseguida vi que era un gran manojo de folios, muchos de ellos escritos a mano y otros a máquina. ¿Son cartas verdad? – le pregunté antes siquiera de leer nada.
Sí, son cartas, las cartas que me ha escrito a lo largo de estos años mi hija Carmen Díez de Rivera.
¿Cartas de su hija? Si yo creí…
¡Ay, Merino!, usted creyó lo que seguramente cree todo el mundo, quizás porque este es el gran secreto de mi vida. Nadie, absolutamente nadie, sabe de la existencia de estas cartas y de las que yo le escribía en contestación… Ahora las conocerá usted y le aseguro que si lo hago es porque ya le conozco y sé que usted es un hombre leal y nunca traicionaría mi confianza. Pero, lea, lea la primera carta al menos y mire la fecha.
Yo cogí la carta que estaba la primera y la fui leyendo con verdadera fruición… Lo primero la fecha: 16 de febrero de 1972.
Sí, el 16 de febrero de 1972… Ese fue el día que me escribió por primera vez mi hija Carmen… y desde entonces nunca dejamos de escribirnos, no con mucha frecuencia, eso es verdad, porque Carmen sólo escribía cuando algo le preocupaba o su cabeza se llenaba de dudas. Pero, lea, lea, Señor Merino.
Y yo leí aquella carta y no la puedo reproducir textualmente, porque ni siquiera me atreví a pedirle que me dejara una copia. Eso sí, no había terminado de leer cuando me dijo.
Merino, ya sé que a usted le gustaría conservar copia de esa carta, pero no puede ser, al menos mientras yo viva… Y si le enseño estas cartas es porque ya no están las tres personas que más “padecieron” aquellas relaciones de los años 40: “El Marqués de Llanzol” murió ese año de 1972, “Doña Zita” murió hace ya tres años, en 1993, y la Marquesa acaba de morir este año. Así que ya sólo quedamos mi hija y yo.
Por tanto, lo que voy a reproducir no es textual, pero sí lo que anoté aquella noche cuando salí de Príncipe de Vergara (tengo que decir que aquella noche me pidió que me quedara a cenar con él y no salí hasta muy avanzada la madrugada.)
““Querido D. Ramón”. Y no te extrañes de que te llame así, pues bastante he dudado yo. Naturalmente, y sabiendo como sé que eres mi padre biológico, te tendría que llamar “padre”, pero lo siento, el Marqués de Llanzol será siempre mi “padre”, aunque sólo sea por lo bien que se portó conmigo siempre, aun sabiendo que no era su hija. Tampoco te puedo llamar simplemente “Ramón”, porque citar ese nombre remueve dentro de mí lo que no quiero que se remueva, así que para mi serás siempre “D. Ramón”.”
Verás, como sabes, mi “padre” ante el mundo murió el sábado 12 y lo hemos enterrado el lunes. Por cierto, que le agradecí en el alma a tu amigo Dionisio que acudiera al entierro y que me consolara a su modo. Dionisio es un buen hombre y te aseguro que a ti te admira y te quiere. Pues, anoche mi madre me cogió aparte y me contó, con toda la sinceridad del mundo y hasta con lagrimas, la verdad de vuestro “romance”… Y por ella supe la verdad de su matrimonio y de vuestro amor. Fue ella la que me contó cómo y por qué se había casado con el Marqués. Al parecer cuando su padre, el escritor y embajador de México en España, mi abuelo, Francisco de Asís Icaza y Beña murió, la familia quedó en una situación económica muy desfavorable y para mantener el “estatus social” en el que habían vivido los hijos no tuvieron más remedio que buscar enlaces matrimoniales que fueran ventajosos. Entonces, mi madre se casó, o la casaron (en ese momento solo tenía 22 años) con el que sería mi padre, Francisco de Paula Díez de Rivera y Casares, Marqués de Llanzol, que le doblaba en edad (tenía 24 años mas que ella), que no sólo era noble y héroe de la Guerra Civil, sino de una familia económicamente fuerte. Curiosamente la boda se celebró pocos días antes de las elecciones de 1936 que le dieron el triunfo al “Frente Popular”. Pero, mi madre jamás estuvo enamorada de su marido, ni sabía a su edad, lo que era el amor… Y así fueron naciendo sus hijos, mis hermanos Sonsoles, Francisco y Antonio.
Pero, entonces apareciste tú, joven, guapo, poderoso y triunfante, y mi madre sólo al verte se enamoró de ti (y esto y todo lo que me dijo lo decía mientras lloraba como una niña… “Carmen, no lo pude evitar, fue algo superior a mis fuerzas”) y por lo que ella me contó también a ti debió pasarte algo parecido. O sea, que el amor llegó y que los Dioses o Cupido o quien fuese hizo lo demás.
Sí, anoche cayó la venda de mis ojos y comprendí que lo vuestro fue un amor sincero, noble, hermoso y hasta romántico… Y te juro, y no por Dios en el que ya no creo, que también yo me eché a llorar porque comprendí en el acto que había sido injusta contigo… y que yo no había sido fruto de una pasión de amantes furtivos.
¡¡Y por eso te pido perdón!! “Carmen, él no tuvo la culpa de nada, aunque bien caro lo pagó”. Anoche comprendí también lo que tú debiste sufrir.
Y por hoy lo dejo, ahora me siento mejor. Pero me gustaría saber qué opinas tú y si merece la pena y si estás dispuesto, tú también, a perdonarme el daño que te haya podido causar.
Un beso, “¡Don Ramón!”
P.D.: Naturalmente esto debe ser un secreto, nuestro secreto… y nadie, nadie, debe saber que nos escribimos.
Impresionante carta “Don Ramón” ¿Y qué hizo usted?
¿Y qué podía hacer? Cogí pluma y papel y le contesté a corazón abierto, y hasta con dolor le expliqué lo que había sucedido entre su madre y yo. Aunque lo primero que tuve que señalarle fue que al contrario que su madre, que se había casado sin amor con el Marqués, yo me casé con “Doña Zita” muy enamorado.
Después le conté lo que había sucedido cuando supimos que su madre se había quedado embarazada. Porque nadie supo entonces que su madre, su marido, el Marqués de Llanzol, y yo tuvimos una reunión para decidir lo que debíamos hacer. En aquella reunión, que celebramos en el Escorial, yo les planteé mi aceptación de los hechos y que estaba dispuesto a reconocer a la criatura que viniera al mundo. El Marqués, y todo hay que decirlo en su honor, se negó a ello en bien de la Marquesa y el crio que naciera. Según él el futuro de Sonsoles y su hijo saldrían perjudicados si el mundo sabía que ella había cometido adulterio y que aquel hijo era bastardo. También hablamos de lo que podría significar el reconocimiento de aquel niño en mi familia.
En resumen, los tres acordamos que lo mejor era que las cosas siguieran su curso normal… Y así lo hicimos. El Marqués recibió y aceptó la criatura como hijo suyo, y le dió sus apellidos, a mi pesar.
¿Y después?
Después nació la criatura, que resultó ser una niña, y de momento todo se quedó en los rumores que circularon por Madrid. Pero un rumor no es un hecho, y todo fue normal, bien, hasta que sucedió lo que sucedió. ¿Y quién podía pensar en aquellos momentos, que la niña, andando el tiempo se iba a enamorar de un hijo mío? Ahí surgió el drama. Cuando plantearon su deseo de casarse ya no tuvimos más remedio que intervenir para evitar lo peor. Naturalmente, los más perjudicados fueron los jóvenes, ya que Carmen, ese nombre le había puesto el Marqués, se rompió y casi se vuelve loca. Sin embargo, la vida siguió y el tiempo fue borrando las heridas. Lo que sufrimos esos años su madre y yo quedó para nosotros, pues tuvimos que cortar nuestras relaciones. Esa fue la única condición que puso el Marqués para afrontar la situación. ¡Dios, y aquello sí que fue un castigo para los dos! ¡Era bella, muy bella; era culta, muy culta; era inteligente, muy inteligente y sobre todo era elegante, la mujer más elegante de su tiempo… y además estaba llena de amor! Sí, me volví loco, nos volvimos locos.
¿Y cumplieron la condición que había puesto el Marqués?
¡Dios, Merino, no me haga esa pregunta!… Porque lo que vivimos desde aquel momento fue un verdadero viacrucis, un martirio, ya que a nivel social no dejamos de vernos, incluso las familias pasábamos las vacaciones juntos en San Sebastián y aquella niña y mis hijos vivían aquellos días juntos y como verdaderos hermanos. Le juro, y no me gusta jurar, que vernos, sin poder vernos a solas, era una tortura. ¡Estaba siempre tan guapa! Muchas veces, muchos días, yo me inventaba algo para no bajar a la playa y no verla si era posible. Naturalmente, “Zita” también sufrió lo suyo. Pero, cumplimos… Y nuestro amor se fue enfriando y yo me enfrasqué de lleno en mi profesión. Pero, nunca podré olvidar lo que llegué a sentir por ella.
¿Y después de esa carta del 72 que sucedió? – me atreví a preguntar yo.
¡Oh, ya todo fue distinto! Mi hija y yo ya no dejamos de estar en contacto y con alguna frecuencia nos escribíamos. Pero, demos un salto en el tiempo y vayámonos al año 76 – entonces abrió de nuevo la carpeta azul, buscó entre los folios y sacó otra carta y me dijo: Tenga Merino, lea esta carta.
Yo cogí la carta y leí su contenido, llevaba fecha del 7 de julio de 1976 y en ella le pedía consejo sobre la oferta que le había hecho Adolfo Suarez, para nombrarla Directora del Gabinete de la Presidencia del Gobierno… Dudaba si aceptar o no.
Ya lo ve, Carmen dudaba y me pedía consejo… Y, como dice, la duda le venía porque sus ideas políticas no coincidían mucho con las de Suárez, a quien llamaba siempre “el falangista”, y además le daba cierto miedo aceptar un cargo político. Yo la previne, como mejor supe, de los problemas que iba a encontrar, sobre todo por ser mujer y ser más inteligente que la media. A pesar de ello aceptó y en Moncloa permaneció algún tiempo, algo más de un año, nada más, aunque como es público su presencia fue decisiva para que el Partido Comunista de Santiago Carrillo fuera reconocido y legalizado.
En fin, querido Merino, y así pasaron los años. Ella al final se marchó de Eurodiputada.
Eso sí, en 1993, cuando murió mi querida “Zita”, me escribió una larga carta que fue un bálsamo para mi hundido espíritu.
¿Y no se vieron nunca “Don Ramón”?
Sí, sí que nos vimos. Nos vimos una vez en París y otra vez en Ginebra. Y en las dos Carmen estuvo supercariñosa conmigo y yo pude comprobar lo inteligente que era. Creo que ciertamente era el hijo que más se parecía a mí, y no sólo en lo físico. La segunda vez, en Ginebra, fue tras la muerte de su madre en marzo de 1996. Estaba muy dolida y triste, quizás porque el cáncer ya estaba dando la cara. A pesar de ello me dio una lección sobre el porvenir de Europa. Ella pensaba que no habría Europa de verdad hasta que no hubiese Unidad Política. Según ella las Relaciones Externas y las Fuerzas Armadas tenían que unirse, para que ante el mundo sólo hubiese una Europa y un Ejército europeo.
Y ese día no hubo más, ni volvió a hablarme de su hija… hasta 1999. El 29 de noviembre. “Hoy – escribí aquella noche en cuanto llegué a casa – he encontrado a D. Ramón hundido y llorando. Nada más entrar en la biblioteca-despacho donde está siempre me dijo entre sollozos profundos: ¿Sabe la noticia, Merino?… ¡Mi hija Carmen acaba de morir!… ¡Dios, D. Ramón! – dije, y también yo me alteré – ¿Y como ha sido?… ¡El cáncer, el maldito cáncer!.. Bueno, y como he podido he tratado de serenarle. ¡Sólo tenía 57 años, pobre chica!… y ya ves, y yo con 98 – añadió moviendo la cabeza”
Vi por última vez a “Don Ramón” en septiembre de 2001, el día que cumplía 100 años. Francamente ya estaba muy mal, pero su cabeza le seguía funcionando como siempre, la lucidez mental le duraría hasta el día de su muerte, acaecida poco después.
Aquel día me atreví a preguntarle por las cartas y por la carpeta azul.
No se preocupe, amigo Merino, algún día la Historia sabrá la verdad… y mire ese sobre abultado que hay dentro de la carpeta. ¿Sabe lo que contiene? ¡Ah, pero que inteligente era Carmen! ¡Mis cartas!, las que yo le había escrito a ella… me las devolvía para que yo dispusiera lo mejor para los dos cuando ella ya no estuviese. Además, y por primera y única vez, me llamaba “Padre” – y no dijo más, porque su voz se apagó y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Don Ramón murió poco después, el 1 de septiembre del 2003, cuando sólo le faltaban 12 días para cumplir los 102 años.
Julio MERINO
Periodista, Director de la página web “Foro Fundación Serrano Suñer” y miembro de la Real Academia de Córdoba.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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