21/11/2024 12:04
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Cuando yo era niña mi padre me llevó a los calabozos de la Gavidia, donde vi a un hombre abriéndose la cabeza contra la pared. Mi padre me miró muy serio, y me dijo: «Eso es la droga».

La escena parecerá muy dura, y lo era realmente. La cara de aquel hombre se me quedó en la memoria y aún hoy, después de tantos años, la recuerdo con todo detalle. Pero tuvo su efecto.

Durante un tiempo fui voluntaria en Proyecto Hombre, y he conocido a mucha gente con problemas de drogas y alcohol. Unos han conseguido rehabilitarse, otros no. Tengo noticias de algunos que tienen sus trabajos, sus parejas, que han retomado la relación con sus hijos y con sus familiares… Esos son motivo de alegría, pero otros muchos se han quedado en el camino.

En los cursillos de Proyecto Hombre se aprende que gran parte de la responsabilidad (que no culpa) es de los padres. Normalmente el padre adopta la actitud correcta, y la madre, en su afán de proteger al hijo, mete la pata hasta el fondo con la mejor voluntad del mundo. Las madres tendemos a sobreproteger, pero de ese modo hacemos más difícil la recuperación del hijo.

Todo drogadicto o alcohólico es un ser inmaduro y egoísta. En las etapas en las que la adicción es ya grave llegan a desentenderse emocionalmente de la familia. Su única prioridad es el consumo, y usted será el medio de conseguirlo, de ocultarlo, o de no pagar sus consecuencias. La manipulará, la amenazará, e incluso la agredirá física o verbalmente si no se pliega a sus deseos.

 

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Con un hijo en ese estado hay que recurrir a escenas duras, como la del calabozo de la Gavidia. Hay que ponerlo de patitas en la calle, cerrar la puerta e irse a llorar donde no pueda escucharla cuando llame. No darle nada. Ni un bocadillo, aunque tenga hambre. La mejor ayuda que puede dar una madre a un hijo en esas circunstancias consiste en aprovechar ese momento en que está tocando fondo para llevarle directamente a donde puedan ayudarle, porque además es el único momento en que va a acceder a dejarse ayudar. No le queda otra.

Si usted, como madre, niega que su hijo tenga un problema, culpa a otras personas de las fechorías que cometa, oculta esas fechorías, se ocupa en evitarle las consecuencias de sus actos y se empeña en pensar que en el fondo sólo es un buen niño con mala suerte, sepa que no solo no le está ayudando: está colaborando en su destrucción.

En muchos de los casos que he conocido la madre tenía estos comportamientos. Lo más duro de las terapias de adicción para familiares es precisamente que logren entender lo negativo que resulta sobreproteger a un hijo. Un hijo que le roba el dinero, le grita, le quita el sueño y le amarga la vida; un hijo al que no le importa que usted sufra porque su único afán es beber, fumar caballo o esnifar cocaína, por muy hijo que sea no merece más que un portazo en toda la cara.

Un portazo que, además, resulta la mar de terapéutico.

Autor

Yolanda Cabezuelo Arenas
Yolanda Cabezuelo Arenas
Articulista en ÑTV
Colaboradora de Las Nueve Musas, Ars Creatio, y ESdiario
Autora de la novela "La cala de San Antonio"
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4 comentarios
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Geppetto

Su padre la llevaba a sitios a los que nunca debió ir

Yolanda Cabezuelo Arenas

En cambio me enseñó a no escudarme detrás de un nombre falso y a no opinar de cosas que no me van ni me vienen

Yolanda

El portazo puede se beneficioso para algunas personas , para otras NO, x lo que el artículo es relativo.

Yolanda Cabezuelo Arenas

Todos los centros de adicciones que conozco coinciden en la necesidad de tocar fondo que tiene el adicto para animarse a comenzar una terapia. Mientras les solucionen la papeleta no lo harán nunca

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