05/10/2024 06:22
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Los más jóvenes seguro que no recuerdan aquella película de los 70 titulada La Fuga de Logan, protagonizada por un jovencísimo Michael York y Peter Ustinov. Se trataba de una distopia sobre una sociedad en la que los humanos debían vivir confinados bajo una gran cúpula debido a los agentes nocivos que habían contaminado el exterior. Para hacer sostenible el número de habitantes, la reproducción estaba rigurosamente controlada y se realizaba sólo por clonación, además, la longevidad está limitada a los 30 años de vida. Llegada dicha edad, el gobierno montaba todos los años una ceremonia púbica en la que los afectados “renacían”, entre los vítores de los más jóvenes. En realidad eran exterminados.

Las cifras en todo occidente apuntan a que el 80% de los muertos por covid-19 son mayores de 70 años. En España 6 de cada 10 fallecidos son mayores de 80 años. Sin embargo sólo el 1,2% de los ingresados de este grupo de edad entraron en la UCI. Es decir, los ancianos fueron deliberadamente abandonados a su suerte. Se ha justificado este protocolo con criterios utilitaristas, atender a quien tenga más esperanza de vida frente al que no tiene por delante más que unos pocos años. Tal razonamiento ya resulta moralmente cuestionable, no ya por su carácter discriminatorio, sino por la aberración de aceptar que es posible atribuir a otro ser humano el poder de decidir qué vida humana vale más que otra (¿por qué la vida de un anciano vale menos que la de un delincuente habitual o un okupa?, p.ej.). Pero cuando sabemos que 2.200 camas UCI estuvieron libres en España mientras 12.000 ancianos morían sin asistencia en las residencias, habiendo bastado su traslado a otra comunidad autónoma, tal decisión se convierte en un crimen.

Sin embargo no vemos airadas respuestas por parte de la sociedad. Las televisiones y radios, tan indignadas con lo del machismo mata y tan comprometidas con el feminismo, callan. Si a la causa de la ideología de género dedican horas y horas, para los ancianos no hay espacio. Como tenemos una población con mucha longevidad hay que aceptar su muerte, dedicar muchos recursos a cuidar de ellos es poco útil y perjudica a los más jóvenes. Ya sabemos que el envejecimiento de la población es una enorme carga para la Seguridad Social. Para la agenda mundialista ser viejo es sinónimo de improductivo, no es el consumidor, productor y contribuyente que apetece la nueva normalidad. La superpoblación es un problema para humanidad, ya nos lo ha dicho Bill Gates, Georges Soros o David Rockefeller: hay que controlar la natalidad, fomentando el aborto, y hay que deshacerse de los viejos, fomentando la eutanasia. Mientras, los jóvenes ultraizquierdistas, en su arrogante ignorancia y su bestialismo, aplauden por redes las consignas de los magnates del mundialismo, al fin y a la postre los viejos son unos carcas y no suelen votarles a ellos. Cumplir más años cuando ya no tienes nada que ofrecer, sólo es un estorbo para la cuenta de resultados del Estado. El respeto y agradecimiento por la eventual experiencia y el esfuerzo realizado, no tienen ningún valor en tiempos donde reina el egoísmo de lo efímero y lo superficial. Para muchos, los ancianos, físicamente impedidos o psíquicamente afectados, ya no pitan nada aquí. Cuidado, porque algún día, a lo peor, a alguien le da por pensar que son ellos, u otros, los que también sobran.

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REDACCIÓN
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