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Desde el respeto al Rey Juan Carlos, ya fuera de combate por su abdicación y sus corrupciones, y a Don Adolfo Suárez, el que fuera Presidente del Gobierno, por su triste y desgraciado final humano y familiar, inicio este «recuerdo especial» con un único objetivo: concretar que la Transición modélica que se hizo para pasar de la Dictadura a la Democracia sólo fue posible gracias a la presencia de Don Torcuato Fernández Miranda, ya que el Rey se limitó a seguir las pautas que le fue marcando su mentor, el profesor asturiano, incluso mucho antes de la muerte del Dictador, y el Señor  Suárez fue un simple colaborador necesario, y aunque sea duro decirlo, una simple marioneta. Es verdad que ambos interpretaron sus papeles con acierto (no siempre, por supuesto), como lo es que «allí» además de ellos había, hubo, otros grandes cerebros (políticos, jurídicos, intelectuales, militares, económicos), pero ¿habría podido hacerse la Transición como se hizo si no hubiese estado, y en plenas facultades mentales, el catedrático Fernández Miranda? ¿se habría podido pasar desde la ley a la ley a través de la ley si él no se inventa y le pone sobre la mesa el borrador de la Ley para la Reforma Política al Presidente Suárez?… (y es más ¿habría llegado a ser Presidente del Gobierno «Don Adolfo» si el profesor del Rey no se lo «impone» al alumno real? ¿o, incluso, habría ido en la Terna propuesta por el Consejo del Reino si «Don Torcuato» no se trabaja a los Consejeros?) … ¿Le habría dado luz verde a la Ley que lo iba a cambiar todo el Consejo Nacional del Movimiento si «allí» no está, tras las bambalinas, como los Directores en el teatro, el sibilino Fernández Miranda moviendo los hilos y a las marionetas? y ¿Se habrían hecho el «harakiri» las Cortes franquistas si no está en la Presidencia el maestro de las «trampas saduceas»?… y por último ¿y quién eligió a los insignes «abogados defensores» que tuvo la Ley para salvar todas las rocas del «bunker» en la Tribuna de oradores durante los durísimos debates del trámite parlamentario? (en especial Suárez el «Bueno», el que fuera gran Ministro de Trabajo, y Miguel Primo de Rivera, el «sobrinísimo» de José Antonio) …

 

Pero, todavía habría que hacerse otras preguntas antes y de un tiempo atrás, concretamente desde 1969 cuando es nombrado Ministro Secretario General del Movimiento y Consejero y Profesor del Príncipe Juan Carlos, ya designado por Franco «sucesor» a Título de Rey, hasta que se hace (sí, él mismo se hizo) Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, oficialmente el día 6 de diciembre de 1975 y antes de ser oficial, casi el mismo día que Juan Carlos es proclamado y coronado Rey, el 22 de noviembre, inmediatamente después de la muerte del Caudillo. Porque una cosa se sabía ya por boca del propio Almirante Carrero Blanco, antes de morir, claro, cuando siendo Don Torcuato su Vicepresidente, un día le dijo.

 

– Miranda (así le llamaba Franco también), no sé qué le da usted al Caudillo, pero de un tiempo a esta parte le hable del tema que le hable siempre me hace la misma pregunta… ¿Y de esto qué opina Miranda?

 

Y traigo a colación esta verídica anécdota para no tener que «demostrar» la influencia que tuvo el asturiano en los pasos que dio el Príncipe para ganarse por completo al Generalísimo en aquellos 5 años.

 

 Pero, como no quiero remontarme tanto voy a arrancar este «Recuerdo» en el momento justo que Juan Carlos, ya Rey, le ofrece la Presidencia del Gobierno y él la rechaza con estas palabras:

 

«Majestad, el animal político que llevo dentro me pide la Presidencia del Gobierno, pero creo que le seré más útil desde la Presidencia de las Cortes».

 

– ¿Y esto por qué, Torcuato?  –le pregunté el primer día que hablamos de su nombramiento.

–  Pues, porque lo tenía todo muy pensado desde que me llevé el chasco de la Presidencia cuando al morir el Almirante la ocupé interinamente aquellos 11 días de 1973…La verdad es que para mí fue una sorpresa y hasta una humillación que eligiera a Arias… No, no lo esperaba…y pasé dos años muy malos, incluso económicamente… Pero, como dice el refrán (y también lo utilizó Franco cuando lo de Carrero) no hay mal que por bien no venga, yo aproveché mis horas del Banco, donde me alojaron, para estudiar el futuro. ¿Qué iba a pasar cuando desapareciera Franco? ¿cómo íbamos a salir de la Dictadura sin enfrentamientos entre las dos Españas que ya estaban otra vez en la palestra?, me preguntaba una y otra vez y una vez y otra leía las Leyes Fundamentales y repasaba los discursos de Franco y procuraba informarme de los objetivos de la Oposición y hablaba, hablaba con mucha gente… También con el Príncipe, ya Sucesor oficial… «Torcuato -me dijo un día de aquellos en nuestras conversaciones «políticas»- yo sólo te pediré una cosa: que me hagas de la Monarquía franquista una Monarquía democrática, al estilo de las que hay en Europa». Sí, eso en teoría era muy bonito, pero ¿cómo derogar las Leyes Fundamentales de Franco y desmontar el Régimen nacido de la victoria del 39 sin otra guerra civil?  Y muy pronto llegué a la conclusión de que lo que hubiera que hacer había que hacerlo en las Cortes… ¿Entiendes? ¿Entiendes por qué elegí la Presidencia de las Cortes y no la del Gobierno?

– ¿Y el Rey? ¿Lo entendió el Rey?

– No, el Rey en aquellos momentos no lo entendió, lo entendería mucho después, porque él no conocía las «triquiñuelas» legales de la Administración española ni los «recovecos» jurídicos-judiciales, ni las «pillerías» parlamentarias.

– ¿Y lo de Suárez Presidente?.

–  Nooo… de Suárez entonces ni se habló, eso vino después. Lo que sí tuvimos claro entonces es que si yo iba a las Cortes para el Gobierno teníamos que buscar un tipo muy especial, alguien que viniese del Régimen, pero que no fuese un radical de los Principios, un hombre dúctil para aceptar de buena gana las instrucciones que se le dieran, ambicioso y sin cuarteles de invierno y al mismo tiempo un buen actor y buen relaciones públicas, simpático, popular, conversador fácil…que hoy prometiera una cosa y mañana no le importara presentar otra otra (esto me recordó la promesa a los generales de 1976).

 

– ¿Y por qué se dice que la Transición fue un milagro?

– Tanto como un milagro, no, pero si fueron muchas las barreras que hubo que saltar y las difíciles decisiones que hubo que tomar…Pero, comencemos por el principio. Con Franco todavía vivo. Durante los días que el Príncipe fue Jefe del Estado interino y en secreto absoluto nos reuníamos en la Zarzuela, al atardecer, el Marqués de Mondéjar, el Jefe de la Casa Real, y yo con Don Juan Carlos, pues al Príncipe le preocupaba, de cara al futuro, entre otras cosas, el Juramento que iba a tener que hacer el día de la proclamación ante las Cortes. «Torcuato  — me decía —  no quiero que nadie pueda llamarme traidor si juro lealtad a los Principios del Movimiento y luego los derogamos»… Y tenía razón. Por ello, incluso llegamos a plantearnos, si no sería mejor iniciar nosotros la «Ruptura» con el Régimen de Franco (no la «Ruptura» de la Oposición), por supuesto una ruptura controlada… O  sea, que el Príncipe, inmediatamente después  de la muerte del Caudillo presentara su Renuncia a la herencia de la Ley de Sucesión ante el Consejo de Regencia, y quedara a disposición de la Nación. Naturalmente, eso conllevaría el cese del Gobierno y el nombramiento de un Gobierno Provisional, con la única misión de convocar elecciones generales para Cortes Constituyentes, un Referéndum, una nueva Constitución … y ¡Dios! una vorágine de mucho e incierto peligro. Así que los tres desechamos esa vía y nos centramos en la vía de la Ley franquista… «Sí, pero eso quiere decir que yo seré, como dice Carrillo, el Rey de Franco» — dijo SA» …¿Y qué, Alteza? –le respondí más de una vez — de momento todos somos de Franco, España entera lo es… Pero, eso pasará pronto, dentro de un año, no más, Franco será Historia»…

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              – ¿ Y Suárez? — perdona que insista, Torcuato.

            – Bueno, pues sí, ya por esos días «revoleteaba» en mi cabeza, no en la del Rey, Adolfo, que por esos meses estaba como olvidado en la Empresa Nacional de Turismo. Tal vez, porque muchos días se venía a verme al Banco y hablábamos de todo. Sí, me doraba la píldora hablándome del futuro que me esperaba en cuanto el Príncipe fuera Rey y ¡cómo no! de la maravilla que iba a ser Juan Carlos como Rey. El hecho es que en cuanto murió el Caudillo y Juan Carlos fue proclamado (con el dichoso Juramento incluido)  y Arias fue «casi obligado» a formar un nuevo Gobierno, yo, ya como  Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, (por cierto, que también para mi nombramiento tuvimos el Rey yo que hacerle una jugarreta a Arias, ya que era preceptivo que el Presidente de las Cortes fuera designado por el Rey pero de entre una terna que le presentase el Consejo del Reino y este estaba todavía dominado por Arias y Rodríguez de Valcarcel. Así que hicimos correr el rumor de que yo iba a ser nombrado Presidente del Gobierno y, claro, cuando el Rey le sugirió a Arias que le gustaría que yo fuese el nuevo Presidente de las Cortes le faltó tiempo para conseguir que yo fuese en la terna del Consejo, pues así me quitaba de en medio como competidor)  me fui a verle –como te decía — y le sugerí que incluyese como Ministros a Fraga, Areilza y Garrigues, los nombres que SM me había aceptado… y por mi cuenta yo le propuse que nombrase a Adolfo Secretario General del Movimiento, por ser un hombre fiel del Régimen  y haber sido Vicesecretario con Herrero… Y no me preguntes cómo se me ocurrió tal cosa… En mi cabeza ya estaba lo que estaba y quería probarle y que se entrenara. Así fue Ministro el Sr. Suárez. 

 

  (Y yo añado: así fue Ministro el chico de Cebreros que sacó de la nada el brillante Herrero Tejedor, el compañero de Tenis del poderoso López Rodó, el vecino de veraneo del Almirante Carrero, el caballero de las flores para Doña Carmen y el «plaudímetro» de Don Torcuato y la alfombra de Sus Majestades… ¡ un lince!).

 

Somos lo que Dios y nuestros padres han puesto en nosotros – dijo el día de la toma de posición como Presidente de las Cortes Españolas-. Somos lo que la propia psicología, biología y personalidad nos aporta. Pero somos, sobre todo, lo que hicimos. Me siento absolutamente responsable de todo mi pasado. Soy fiel a él. Pero no me ata, porque el servicio a la Patria y al Rey es una empresa de futuro. La clave de mi comportamiento será servir a España en la persona del Rey. Tiempo habrá para las palabras, las ideas y las acciones”.

 

“Siendo ya Ministro Adolfo, y ya en 1976  – diría después Don Torcuato- le llamé un día a mi despacho de Las Cortes y le di algunos consejos: 1. Que se acercara los más posible e incluso mimara como Ministro Secretario a Girón de Velasco, sin duda  el hombre con más peso en el franquismo falangista; a Pilar y Miguel Primo de Rivera, a Solís Ruiz, a Federico Silva, a Gregorio López Bravo, a López Rodó y otros. 2. Que se llevara lo mejor posible con sus compañeros en el Gobierno Areilza, Fraga, Antonio Garrigues y los militares, Pita da Veiga y Félix Álvarez-Arenas 3. Que fuese preparando un borrador de Ley de Asociaciones Políticas y 4.Que fuese tendiendo puentes a la Izquierda más moderada (hasta el PSOE). Adolfo lo recibió todo con la gran sonrisa que siempre le caracterizó y salió de allí convencido de que el mundo estaba a sus pies”.

      

Y Suárez comenzó su labor. En esos meses tuvo especial interés en conquistarse al Rey en los despachos que tenía como Ministro con su Majestad y resultarle lo más simpático posible. Eso sí, a cada uno de aquellos despachos con el Rey Suárez siempre le llevaba algún proyecto o alguna idea, pero siempre encontró la misma respuesta por parte del Rey: “Adolfo, eso háblalo con Torcuato”. Por lo que aquel chico listo de Cebreros se dio cuenta enseguida que la batuta del Cambio la tenía en sus manos el catedrático de Derecho Político y profesor de su Majestad. Y por ello se puso de rodillas, como se dice vulgarmente, a los pies de Fernández-Miranda.

 

Fueron los meses de las “trampas saduceas” del catedrático de Derecho Político. Fernández-Miranda con el beneplácito del Monarca, dirigía la variopinta orquesta con la batuta del genio… con la ayuda del invento del «Procedimiento de Urgencia», el arma ideal para evitar los posibles bloqueos del «Bunker».  Y llegó el mes de Junio, concretamente el día 14 (curiosamente el aniversario de aquella batalla de Marengo de 1800 que le abrió al general Bonaparte las puertas del Imperio), el día que el Ministro Adolfo Suárez González presentó y defendió en Las Cortes el proyecto de Ley de Asociaciones Políticas, aquella ley que era el anticipo de la inminente aprobación de los Partidos Políticos. Era una de las “trampas saduceas” de Fernández-Miranda. Una especie de vacuna para que los franquistas-falangistas se aplacaran y aprobaran la reforma del Sistema. Tampoco estaba muy de acuerdo con aquella ley el todavía Presidente del Gobierno, Arias Navarro, el más cerrado del Gobierno a los cambios que ya estaban sobre el tapete. Por eso, Suárez se apuntó el primer gran tanto como Ministro político. Su discurso (leído, por supuesto, y eso sí que sabía hacerlo bien el chico listo de Cebreros, que por contra era un desastre cuando tenía que improvisar) fue brillante y muy aplaudido. Fue aquel que terminó con los versos de Machado que dicen: «Está el hoy abierto al mañana/ mañana al infinito/. Hombres de España/ ni el pasado ha muerto/, ni está el mañana ni el ayer escritos». La ley decía en su artículo segundo: “Las asociaciones que se constituyan a tal efecto tendrán como fines esenciales contribuir democráticamente a la determinación de la política nacional y a la formación de la voluntad política de los ciudadanos, así como promover su participación en las instituciones representativas de carácter político mediante la formulación de programas, la presentación y apoyo de candidatos en las correspondientes elecciones y la realización de cualquier otra actividad necesaria para el cumplimiento de aquellos fines»

 

Fue una tarde gloriosa para Suárez, que salió del Palacio de la Carrera de San Jerónimo por la puerta grande y con las dos orejas y el rabo en sus manos. Tal vez por ello el “padrino” Fernández-Miranda ya no tuvo más dudas y a la mañana siguiente se fue a La Zarzuela y pudo decirle al Rey:

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– “Majestad, ya tenemos a nuestro hombre.

– ¿Y eso? ¿quién? ¿No será Adolfo Suárez?

– Pues sí, Señor, Adolfo Suárez.

– Me parece bien. Así que adelante.

– Sí Majestad, lo de Suárez es cosa mía, pero antes hay que despedir al Presidente Arias…y eso es cosa Vuestra.

– Lo haré, no te preocupes.

  Y así «dimitió» Carlos Arias aquel 1 de julio de 1976 y Torcuato puso en marcha el Consejo del Reino, al que convocó por sorpresa para una reunión extraordinaria y sin que los consejeros conocieran el Orden del día.

 

 

Fernández-Miranda como Presidente de Las Cortes era también Presidente del Consejo del Reino, el organismo que el propio Franco había creado en 1946 para el momento de la sucesión en la Jefatura del Estado. Aquel Consejo del Reino, que tenía precedencia sobre los Cuerpos Consultivos de la Nación, y la misión de asistir al Jefe del Estado en los asuntos y resoluciones trascendentales de su exclusiva competencia. En aquellos momentos de 1976 el Consejo del Reino, que estaba integrado por 17 miembros, era el vehículo para elegir una terna de posibles candidatos a la Presidencia del Gobierno. La constitución  del Consejo era esta:

 

Consejeros natos:

el Teniente General de mayor antigüedad en activo de los ejércitos de tierra, mar y aire, por este mismo orden: Tte General Salas Larrazabal.
el Jefe del Alto Estado Mayor: Tte. General Fernández Vallespín.
el Prelado de mayor jerarquía y antigüedad: Mon. Pedro Cantero (Arzobispo Zaragoza).
el Presidente del Consejo de Estado: Antonio Maria de Oriol
el Presidente del Tribunal Supremo de Justicia: Valentín Silva Melero
el Presidente del Instituto de España: Manuel Lora Tamayo

 

Consejeros electivos, elegidos por votación por los grupos de procuradores en las Cortes Españolas:

 

dos consejeros por el Grupo de Administración Local: Juan María Araluce.
                                                                                       Joaquín Viola
dos consejeros por el Grupo de Consejeros Nacionales: José Antonio Girón de Velasco Rivera.

 

dos consejeros por el Grupo de Representación Familiar: Enrique de la Mata 
                                                                               (El 2 Faltaba por elegir.)

 

dos consejeros por el Grupo de la Organización Sindical: Dionisio Martín Sanz y
                                                                                            Luis Álvarez Molina

 

un consejero por el Grupo de los Rectores de Universidades: Angel González Álvarez

 

un consejero por el Grupo de Colegios Profesionales: Iñigo de Oriol.

 

El Presidente del Consejo del Reino, era el Presidente de las Cortes Españolas, y era nombrado por el Jefe del Estado a partir de una terna de tres nombres presentada por el Consejo del Reino.

 Pero, Don Torcuato, además, puso en marcha toda su experiencia y sus «picardías» para que al final Suárez fuese en la Terna. Para ello convocó al Consejo sin apenas tiempo para que los Consejeros pudiesen hablar entre ellos y se inventó un sistema de votaciones increiblemente «saduceo» y  agrupó a los posibles en tres grupos: un grupo demócrata-cristiano, otro Movimiento-falangista y otro opus-tecnócrata. Sin figuras de entrada (todo el mundo creía que en la Terna irían sin duda Areilza y Fraga) cada miembro podía votar a quien quisiera, un nombre de los 32 que figuraban en una lista previa. Pasaban a la siguiente votación los 6 que más votos tuviesen y pasaron: López Rodó, Silva, Areilza, Suárez, Garrigues y López Bravo. Y en la tercera cayeron López Rodó y Garrigues. Por tanto quedaron cuatro para la última, pues sólo entraban tres. (Fue en ese momento cuando Don Torcuato concedió un descanso de 5 minutos para fumarse un cigarrillo, allí fumaban casi todos, hasta el arzobispo, los que él aprovechó, también con el cigarrillo en la mano, para en un aparte «convencer» a Miguel Primo de Rivera con el argumento secreto de que Areilza, por sus relaciones con Don Juan, el padre del Rey, crearía problemas entre padre e hijo…y sabiendo como sabía que Primo de Rivera había sido compañero de estudios de Juan Carlos y se llevaban como hermanos, le pidió que le ayudara a sacar a Suárez)… Y así fue, y así quedó la Terna:  Federico Silva, 15 votos. Gregorio López Bravo, 14 y Adolfo  Suárez, 12.

Y así pudo decirle el Sr, Presidente, el «mentor y guionista» de toda la obra, a los periodistas la frase tan manoseada: «Sólo puedo decirles que ya estoy en condiciones de ofrecerle al Rey, lo que me ha pedido»… lo cual no era verdad, o no era toda la verdad, porque el «ideador», el que lo había sugerido al Rey y defendido ante las dudas de éste había sido el sibilino asturiano.  (Y esto es importante dejarlo claro por lo que vino después).

 Hubo periodistas que lo vieron claro, el que más el asturiano Alfonso Calviño, que había sido alumno de Don Torcuato:

    » Que nadie se engañe, Adolfo Suárez ha sido nombrado Presidente por tres razones fundamentales: 1) por ser un «cachorro» del propio Movimiento Nacional (y según el refrán no hay mejor cuña que la de la misma madera) 2) por ser un hombre sin principios ideológicos, ni políticos…y defensor del «Paris bien vale una misa» (se cuenta que un verano se alquiló la casa de al lado de la que iba a veranear el Almirante Carrero sólo para hacerse cada mañana en la playa con él y hacerle saber su admiración por él y por el Caudillo) y 3) por ser un político de los que se llaman «sin cuarteles de invierno» (es decir, aquellos que no tienen otro medio de vida que la política y los cargos con sueldo del Estado)… Las tres razones le encajan como un traje hecho a medida al de Cebreros… Y eso, seguro, lo ha visto claro quien lo ha hecho Presidente»

Al fin, el 3 de julio de 1976 el «chico de Cebreros»  (así lo llamaba el Almirante Carrero mientras vivió) hacía realidad el sueño de su juventud y era designado Presidente del Gobierno de España.

El Profesor tenía 61 años y el alumno protegido, 43.

 (Habrá una segunda parte)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.