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Los de la memoria histórica llevan años y años escarbando con la esperanza de encontrar algo parecido a las fosas de Paracuellos, para arrojarlo como propaganda contra la España que no soportan.  Cinco mil, ocho mil, nadie sabe con exactitud los cadáveres que albergaban Paracuellos del Jarama, Aravaca y Soto de Aldovea. Todas víctimas del terror rojo, que, en España, al igual que en cualquier otro punto de la geografía donde el comunismo ha actuado, ya se tratase de Rusia, Hungría, China, Corea del Norte, Polonia, Cuba… siempre ha tenido como objetivo el exterminio de la oposición política y la religión. No voy a repetirles la historia de las sacas de la Modelo, ni la brutal represión que en el Madrid rojo ejecutaron las chekas de los partidos del Frente Popular. Es noviembre, el mes de 1936 en que arreciaron las matanzas de militares, falangistas, derechistas, requetés monárquicos, religiosos o gentes cuyo único delito era ir a misa. No voy a rememorar los espeluznantes episodios de crueldad y salvajismo de los milicianos, violaciones, mutilaciones, decapitaciones, quemados vivos, desollados, torturas y sevicias sin fin infringidas a indefensos prisioneros. Tampoco voy a repetir la relación de matanzas colectivas perpetradas por esos criminales que hoy nos quieran hacer pasar por luchadores por la libertad, acrisolados demócratas que luchaban contra el fascismo. El Arahal (Sevilla), Cartagena, Ubeda, Ciudad Real, Toledo, Tahal y La Lagarta en Almería, Lérida, Málaga, San Sebastián, Castellón, Ibiza, Fuenteovejuna, Albacete, Consuegra, Cebreros, Ocaña, Monasterio de Cóbreces, Guadalajara, Bilbao, Martos, Tarragona, Barcelona, Mahón, Santander, Irún, Carrión de Calatrava y Herencia… Miles y miles de asesinados en masa por socialistas, comunistas y anarquistas. Estamos en noviembre, el mes en el que el tableteo de las ametralladoras en Paracuellos debería resonar en las conciencias de los españoles.

Pese a la cercanía de aquellos lúgubres acontecimientos, los vencedores de la guerra civil no babeaban el odio y el revanchismo que la izquierda española demuestra hoy en día, más de 80 años después de aquella tragedia. José Antonio, justo antes de ser ejecutado, diría: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”. Cuando hoy vivimos en una España que ha olvidado los sacrificios de sus padres y abuelos para darnos paz y prosperidad, ninguna generosidad pareja se puede encontrar en los mezquinos personajes de Zapatero, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, de un lado, pero tampoco en Pablo Casado, Rajoy o Inés Arrimadas, de otro. Claro que José Antonio siempre fue por encima de todo un hombre honorable, no un politicastro rastrero

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No sé si en este repugnante régimen será delito recordar a aquellos mártires caídos en Paracuellos, en todo caso, Dios los tenga en su gloria y nos perdone por no haber sabido estar a su altura.

Autor

REDACCIÓN