En los tiempos presentes y venideros, crece el llamado social para que libremos la llamada «batalla cultural». Se concibe como tal el hecho de reaccionar contra los distintos daños y perjuicios de lo que Benedicto XVI denominó «dictadura del relativismo». Cualquier cosa es «verdad» mientras que la Verdad se persigue con amenazas, grilletes y otros actos ofensivos. La responsabilidad, el largoplacismo y el pensar en el más allá son cada vez más tabú. El progresismo trata de infiltrarse de distintas maneras en los diversos ámbitos de la sociedad orgánica (los medios, la iglesia, la academia y así, un largo etcétera).
De manera constructiva, se ha hecho un matiz de modo que esta batalla, para que tenga sentido, también sea «espiritual». Esto implica que no se han de menospreciar los cimientos morales intrínsecos a la propia Creación, por cuanto y en tanto, en conformidad con las tesis tomistas, existe un fin último que, encarnado en Dios, hace referencia a la Verdad. En otras palabras, se busca que la batalla tenga en cuenta los fundamentos de base y no se convierta en algo vacuo o carente de sustancia, lo cual puede hacer que el movimiento sufra degeneraciones o caiga en contradicciones.
Ahora bien, hay quienes han malinterpretado esta sugerencia constructiva y han optado por adoptar la llamada «estrategia de manicomio». Dicen erigirse como «sacrosantos defensores de Cristo», pero su estrategia no se basa en sosegados aportes intelectuales o materiales. De hecho, pueden ganarse a pulso la acusación hipocrítica. Su estrategia tiene un cariz conspiranoico y fantasioso, que trasciende la visión quijotesca sobre los molinos de viento, que eran confundidos con monstruos (de hecho, debido a esas locuras, se le quemaron ciertos libros).
Ingenuamente, habrá quien insista en que buscan ayudarnos a enmendar ciertos errores que estamos siendo incapaces de detectar. Pero no es así, pues, como digo, no buscan destacar por sus producciones intelectuales, artísticas y materiales. Otra cosa es que canten demasiado alto. Pero la verdad es que lo hacen, aunque lo nieguen, basándose en los distintos pecados capitales como la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza.
Además, lo hacen de una forma que no les garantiza el dar una imagen de personas firmes, respetuosas y educadas. Más bien, disfrutan perdiendo las formas, de modo que tienten a aquellos que no son doctos en la medicina psiquiátrica a especular sobre su salud mental. Las actitudes pueden considerarse como paranoicas, narcisistas y algo esquizofrénicas.
Para empezar, fundamentan su cosmovisión de la política interna y externa en la fatal arrogancia de la que hablaba Hayek. Esta lleva al socialismo y al abuso de poder. Económicamente, todos los «estrategas de manicomio» tienden a recelar de la espontánea y natural libertad de mercado, considerándola como algo pecaminoso pese a que la ausencia de trabas de orden superior evita un debilitamiento de la familia y ayuda a las comunidades a salir de la pobreza material. Ignoran leyes naturales como las de oferta y demanda, abogando de manera muy enfurecida por subidas de impuestos, expropiaciones, regulaciones de precios y aranceles.
Esto les facilita que, políticamente, lleguen a posicionarse a favor de las mayores extravagancias de terror y de desgracia en el mundo, tales como los regímenes/sistemas de Vladimir Putin, Xi Jinping, Kim Jong Un, Nicolás Maduro y Hamas. A su vez, pese a que aparentan estar con la derecha sociológica, han llegado a manifestar sus simpatías sibilinas hacia distintas formaciones de izquierdas como el PSOE, ERC, Más Madrid y Bildu. Hemos visto acciones tales como pedir un rosario por Otegui, llorar ante ciertas críticas a la taberna del nieto de Manuel Iglesias o excitarse en redes sociales por una política que asaltó capillas universitarias de manera obscena.
En alguna ocasión, han llegado a pedir que se arreste a quienes defienden la libertad de mercado, el derecho de propiedad y la autonomía educativa bajo convicciones políticas. Incluso han llegado a articular conspiraciones que solo le darían satisfacción a los neonazis y a los ingentes panfletos de izquierdas. Se dedican a especular sobre «supuestos entramados de conexión» que implicarían al Opus Dei, a la TFP, a los Legionarios de Cristo y a otras comunidades más secundarias. Incluso han llegado a utilizar como muñeco de paja al Estado de Israel, ya que meten sufijos y prefijos sobre el judaísmo y el sionismo allá donde sea posible, de paso. Y hacen también que ciertos accidentes geográficos se hayan convertido, de la nada, en lugares malditos cuya visita acarrea algún infortunio o desgracia. Incluso se dedican a intentar descifrar intimidades que no molestan al nadie, si es que no vierten habituales calumnias delictivas, tal que todo lo que no favorezca sus ideas es corrupción.
Ahora bien, si aparte de atacar a quienes humilde pero constante y aguerridamente aportan su granito de arena contra el Mal, han hecho algo constructivo, puede decirse que lo habrá sido para el enemigo, para el Demonio. Aunque digan defender la Cristiandad, han preferido quejarse cuando se ha defendido el derecho a la propiedad para que haya familias numerosas florecientes y fuertes (o que estas puedan pagar menos impuestos), cuando se ha alzado la voz contra el islamismo en Oriente Medio defendiendo a Israel, cuando se ha incorporado a nuestras filas a algún discreto homosexual que reniega del totalitarismo LGTBI y del socialismo, o cuando la gente trata de hacer apostolado en los centros de trabajo contra la Revolución.
Manifiestan, aunque no lo reconozcan, estar frustrados ante sus propias circunstancias. Nadie le desea mal a nadie. Uno ha de rezar incluso por sus enemigos. Pero hay quienes se ven afectados por sus problemas para destacar materialmente por encima de los demás, por la incapacidad de acaparar más poder, por la negativa a ser ayudados o por el sometimiento a un sano contraste de sus decisiones y posicionamientos por parte de los demás. Eso sí, hay quienes han decidido burlar a Dios yendo mucho más allá. Por ejemplo, haciendo apología del suicidio e intentando insultar a los cristianos perseguidos a día de hoy por el wokismo, el islamismo y el comunismo en la medida en la que tratan de inventarse una falsa martirología tal que todo es culpa del capitalismo y las mejoras de la derecha en la opinión pública. Incluso se han pasado de frenada hablando de «pseudobeatificaciones».
La cuestión es, por tanto, que hay que ser muy cautelosos con estas «estrategias de manicomio». Solo consiguen atacar a la sociedad orgánica (incluso a aquellos entornos donde se puede fomentar el respeto, la dedicación y el tesón, a la vez que, como consecuencia, podemos reforzar la entretenida convivencia con amigos y parejas) y fortalecer a los verdaderos esbirros de la Revolución. Pedro Sánchez y Von der Leyen se frotarían las manos si los de la también llamada «derecha turuleca» fueran relevantes. Es más, recordemos que por ciertas manías del estilo, se allanó el terreno a los abortistas homosexualistas en Polonia.
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