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Hacienda no trata igual a todos. Se persigue a las nóminas y se consiente, olvida o amnistía a los próximos al poder y a los grandes defraudadores. Los impuestos son arbitrarios y opresivos. Las rentas del trabajo vienen soportando la carga de la recaudación. A siete de cada diez personas que presentan declaración hay que devolverles dinero. El Fisco se financia por anticipado y de forma gratuita. Y todo ello siempre en provecho de la casta política y de sus sustentadores, y en perjuicio del productor.
Los casi cuatrocientos asesores que al parecer tiene censados Sánchez, nuestro presidente de Gobierno, forman parte de la extensa y compacta red clientelar que asfixia a la nación. Multiplíquenlos por una media de cuatro, que son los familiares que se suponen que están viviendo del momio, y así, hasta el infinito, sigan sumando y multiplicando, mis amables lectores, mientras pasean su mirada por ministerios, instituciones, autonomías, municipios, chiringuitos separatistas y filoterroristas, lóbis artificiales y pervertidores de todo tipo y color, inmigración ilegal, gibraltarización o corrupción económica como modo de vida expoliador, sindicalismos saqueadores, robaperas a la teta del Sistema, holgazanes, golfos y pícaros visa-oro… que se mueven impunes por nuestros caminos, y tendremos una fiel y sobrecogedora estampa de la realidad española.
Porque, en definitiva, la codicia del malo es una red de males, y esa red es hoy nuestra realidad. ¿Sociedad del bienestar? ¡La gran mentira! ¡El gran truco de esos mohatrones, de esos ansiosos de rapiñas que, a su antojo, hacen con dos ochos quince y convencen al simple para que crea todo lo que dicen! Si no robaran a manos llenas, si no se dedicaran a sus burlerías, si en vez de empeñarse en hacer pasar por verdad la falaz apariencia se aplicaran a producir y cultivar de veras nuestros campos, España no sólo viviría en un auténtico bienestar, sino que tendría pan hasta hartarse.
Da lo mismo que la impostura de los políticos la motive el cinismo, la esquizofrenia o la codicia; el caso es que sigue siendo impostura, y se debiera acabar con ella, como ha de acabar el delincuente en la cárcel. Porque todo buen ciudadano está inclinado a celebrar una fiesta por la ruina de los malos. Dijo Arnold J. Toynbee que el mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan. Añadió Camus, asimismo, que existe una filiación biológica entre el odio y la mentira y que allí donde prolifere la mentira se anuncia la tiranía. Y es el caso que unos y otros nos están mintiendo con toda la boca. ¿A quién quieren engañar con el señuelo de la sociedad del bienestar, sino a ese pueblo indiferente que ya está previamente autoengañado?
Las cosas deben responder a las necesidades esenciales e inmediatas del hombre y no a esos hedonismos, consumismos innecesarios y refinamientos que ablandan a las gentes de hoy. ¿De qué necesidades superiores se trata? Tenemos bibliotecas y no se acude a ellas para leer sus libros. Los jóvenes tienen enseñanza gratuita y, en su mayoría, eluden si pueden el estudio y por supuesto el esfuerzo. Todo acaba en juego y botellón, y en perversiones y abortos gratis. Y en abusos empresariales e institucionales.
Y critican a los que se niegan a que esa vida disoluta e irresponsable esté puntualmente legislada y la subvencione el erario público. El Estado sólo debe ayudar a las personas verdaderamente necesitadas, a él se deben dirigir y explicar con detalle para qué necesitan el dinero de todos. Si lo van a utilizar con cabeza y provecho, nunca las gentes de bien se negarán a darlo. Lo que no se puede es imponer al pueblo unos impuestos desaforados e inicuos a mayor lucro de sus expoliadores.
El Estado no puede tirar el dinero. Y los que se han apropiado de él, más o menos encumbrados, que manejan el dinero de todos para su particular provecho en cantidades suficientes para «asar una vaca», se lo gastan en estúpidos pubs y mariscadas de tercera, en queridas y putas, lo despilfarran, allanan propiedades ajenas, van de bailes de máscaras orgullosos de ser gais, con una tipa o un tipo o un «tipe» igual de repelentes, conmemoran con fiestas libertinas una vida inútil, ejemplarizan la vida licenciosa y el escándalo, y no dejan de incrementar en definitiva su opulencia y sus sinecuras, que, en definitiva, es la gran lacra que padece la sociedad. ¿Y tenemos todos que entregar nuestro dinero a individuos así? Antes de amar el dinero hay que amar el trabajo. Y el sacrificio. Y la responsabilidad. Y desear convertirnos en unos hombres y mujeres mejores de lo que somos.
Y también durante este tiempo, aparte de contemplar la metódica depredación de la riqueza nacional y aparte de ver cruces y banderas españolas derribadas y quemadas por la turba y por las propias autoridades, en infame destrucción del patrimonio, hemos tenido que acoger al terrorista, financiándolo e integrándolo en la sociedad y en la política, olvidándonos miserablemente de sus víctimas; y hemos soportado las falacias en torno a los dogmas del pensamiento dominante, ese nihilismo blando del arrepentimiento -del embuste- histórico y el narcisismo de masas, ese mundo suicida de la gente que prefiere tener mascotas a tener hijos y tener esmarfone a tener patria; que, disfrutando de un bienestar absolutamente artificial, prefiere someter aún más nuestra vida pública a las redes caciquiles de los partidos y de las autonomías, desgarradores todos ellos del tejido nacional.
Esta ciénaga social, cuyo hedor no parece percibir la mayoría, se mantiene gracias a los inciensos de la telebasura adoctrinadora, instrumento del que la casta política se vale para seguir engordando sus privilegios y redes clientelares. Y todo ello financiándolo con el dinero público, con los impuestos de los trabajadores, pecheros condenados a unas alcabalas abusivas, creadas por las oligarquías para su permanente y ostentoso mantenimiento. Y quienes no se resignan a seguir hocicando en el lodazal tienen que apartar la vista con dolor de esos estruendos e impudicias, de esas enseñas escarnecidas, y hundirla en el horizonte, como buscando una señal, la de la cólera de nuestros campos, símbolos y tradiciones ultrajadas.
Época oscura ésta, en la que se comprueba que ese mal es el adversario de los seres humanos y reside en cada uno de nosotros; época en que las autoridades, por ser modelo de truhanes, se desentienden de distinguir a los culpables de los inocentes. Época en que muy pocos parecen apelar a las libertades cívicas, tal vez por no comprender que a través de ellas se ha de llegar a una concepción absoluta de la libertad. España, engañada por todos, humillada y traicionada por todos, duerme como el discreto Carrizales, el celoso extremeño cervantino, el sueño de la muerte de su honra.
El amor a la libertad debiera infundir en los hombres virtud y valor, por eso es peligroso e injusto querer tiranizarlos. Pero mirando alrededor no se ven virtud ni valor, y muy pocos se preocupan de veras por lo justo o lo injusto; y quienes nos gobiernan siguen traicionando, delinquiendo y cobrando sus salarios fastuosos sin peligro alguno. Nuestro país es una tierra de envidia y codicia; y se puede agregar: de barbarie. Así se está imponiendo el silencio a los doctos.
Y así, enseñando al asno la zanahoria de un falsario bienestar, mezclados en la inmoralidad las elites y la plebe, todos prosiguen su camino a viva quien vence, con la esperanza de engañar al prójimo mejor hoy que mañana y procurando no verse afectados por esa ley de la selva no escrita que dictamina que el que engaña hoy puede ser engañado mañana. Porque «el mundo es ansí», como escribió Baroja. Y porque el pueblo, como los mendigos, tiende la mano al poderoso para que le den por gracia o piedad lo que le deben por derecho, y a veces masculla algo, aunque casi siempre se muestra resignado y pasivo, a mayor provecho de sus depredadores.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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