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Si recordamos las viejas películas que veíamos de niños, nos viene a la mente la figura del capitán pirata como la de un tipo malo y temible con aspecto y mirada diabólica.

Se le distinguía fácilmente porque además de encarnar al mal tenía un rasgo físico que le caracterizaba, como un garfio, un parche o también una coleta.

Era el jefe de los piratas, el más malo de todos los piratas. Siempre servía a un pérfido y tirano gobernador con el que establecía una relación de amor y odio que les permitía mantenerse en el poder. La desconfianza entre ellos era tal que, el letal gobernador no podía dormir tranquilo esperando la traición del capitán pirata que, por cierto, siempre acababa produciéndose.

Su lema, “si se puede” llamar lema, era algo así como arrasa con lo que veas y generoso no seas. Un grito de guerra propio de un demonio carente de Patria y religión que no se atenía a otras normas que las del saqueo y acabar con el orden y la ley.

Su tripulación, hombres malos unos y otros incautos, eran comprados con un puñado de salarios mínimos de reclutamiento, en las sucias tabernas o en las tiendas de campaña de perroflautas de las plazas de la capital.

Una de sus muchas habilidades era manejarse estupendamente en países caribeños, donde ahora esta Venezuela para ubicarnos. Allí encontraba refugio y paga y se pertrechaba para sus fechorías al otro lado del Atlántico.

Cobarde por definición, salía huyendo a la primera de cambio dejando abandonados a sus hombres, especialmente si eran de edad y no le servían para sus tropelías. Cuentan que los condenaba al abandono en islas a la espera de su muerte.

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El padre del capitán pirata, tan malo como él, había pertenecido también a una banda de forajidos. Acierta el refrán castellano al referirse al capitán pirata con aquello de: “a tal palo tal astilla”, y también con aquel que reza: “el hijo que sale a padre saca de dudas a la madre”.

El botín lo repartía, migajas para la tripulación y el tesoro para él y su pareja, que no esposa con la que cohabitaba en hermoso palacio.

Tengo que confesarlo. Cuando recuerdo a este capitán pirata de la niñez es como si estuviera viendo al mismísimo Iglesias. Malo, sin patria, cobarde, amoral y con coleta. La ventaja es que ya no me asusta, aunque si preocupa lo que me invita a no tener miedo, a atreverme, a plantarle cara.

No creo que el Sr. Iglesias lea este artículo, pero como si puede hacerlo algún rojillo camuflado, dejo bien claro que este terrorífico pirata se parece a Iglesias, el de Podemos, el comunista del siglo XXI, el del casoplón, el que esta con la que fue tosiendo a la manifestación del 8M.

He dicho se parece, no digo que lo sea. Que además el comunista, quiero decir el pirata malo, tenía la piel muy fina, la cara muy dura y la coleta muy larga.

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REDACCIÓN