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España, en palabras de Yeats: “All changed, changed utterly. A terrible beauty is born”. Mitomanías de un mundo que jamás existió: miro el 15M, sus fotografías añejas y bisoñas a un tiempo, y solo veo fiesta. No muy diferente de la que hay todos los fines de semana en los jardines de la Ciudad Universitaria. Aquello, sin embargo, era la guerra; hoy, como antaño, somos el resultado de una guerra: en el fondo, siempre lo hemos sido. Tanto en Ucrania ahora como entonces en Somosaguas. “Siempre, tan lejos cuanto llega mi memoria, o bien se ha hecho la guerra o bien se ha estado preparándola” Nicolás Maquiavelo.
Lo escribió, haciendo gala de su habitual sabiduría, el recientemente fallecido Antonio Prieto: “Todos éramos producto de alguna guerra, en cualquier parte, que descansaba unos años para preparar otra. Todos los días, en algún punto de la tierra, estaba instalada la guerra; la misma guerra que cambiaba unos nombres con el fin de mentir su novedad”. Sin saberlo ni pretenderlo, aquellos niñatos eran milicia. La infantería de una batalla decisiva: su cursilería determinaba el frágil futuro de España. Hoy al borde de la definitiva ruptura.
“Grita «¡Devastación!» y suelta a los perros de la guerra” William Shakespeare. Las fierecillas fueron liberadas: trajeron la brecha, a ritmo de batucada. Su revolución era indiferenciable de cualquier macrobotellón. No por ello resultaba menos letal: a la vista de la descomposición avanzada que muestra la faz española.
“El mundo es hoy más pequeño que la Torre de Babel” Carl Schmitt. Una década de distancia ha sido recorrida. Viaje de ida y vuelta que permite decir: todo es ya una representación y un simulacro, en el mundo donde la imagen ha terminado por oscurecer a la inteligencia. Sin embargo, ¿cómo ha llegado España a esta asunción aparentemente irrenunciable de los postulados del partido político Unidas Podemos a modo de marco único en el que todos los demás grupos realizan inevitablemente su acción social, unos posicionándose a favor y otros en contra? Estamos ante una verdadera “podemización” de España cuyas causas y efectos se hace necesario señalar, aunque sea de manera sintética, porque el primer paso para rechazar ese marco impuesto mediática y políticamente es comprender de qué manera ha surgido y se ha extendido hasta terminar por anegarlo todo.
Para el capitalismo, cualquier crisis supone una oportunidad. Su concepción nihilista entiende que todo surge de la nada despojada de una esencia primordial o de un fin último y que, por lo tanto, la destrucción es la fuerza creadora de la que nace y en la que muere todo lo existente. Así, en el XVI la Reforma Protestante periclitó cualquier vestigio directo del Sacro Imperio Romano Germánico extraído directamente del Imperio Romano de Occidente. La crisis que supuso la Reforma puso en peligro a este Imperio, poniendo en marcha la Guerra de los Treinta Años y disparando una lenta decadencia que cristalizaría en la definitiva pulverización producida apenas dos siglos después. Otros Imperios como el ruso o el británico continuarían su andanza durante siglos pero lo harían coexistiendo con una nueva forma de gestionar el poder a través del gobierno: el Estado.
El Imperio de la Hispanidad, por su parte, fue precisamente el que puso en marcha la Modernidad con el descubrimiento de América en 1492. Sin embargo, la imprenta, como han repetido en varias ocasiones Gustavo Bueno o Elvira Roca Barea, se puso al servicio de los enemigos de la Hispanidad, capaces de crear una Leyenda Negra antiespañola que terminó por filtrarse dentro de la propia población del Imperio, principal responsable de una disolución que empezó desde dentro, ayudando así a los invasores foráneos. Frente a la concepción antropológica nihilista de la modernidad toda y del protestantismo en particular, la Hispanidad oponía un modelo ético de conducta profundamente espiritual que aún hoy es rastreable en sus grandes obras literarias del Siglo de Oro. Y frente al desencantamiento materialista del mundo que el Capitalismo de Mercado ha conseguido extender, a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989, a todo el orbe, la Hispanidad proponía un modelo cristiano de evangelización que llevó con éxito a Hispanoamérica. Estado y Mercado, esto es, el capitalismo, siempre ha supuesto un bloque unido; la Hispanidad, por su parte, ha sido incapaz de la unión, siguiendo también en esto la heterogeneidad característica de la Cristiandad, y ha terminado pagando el precio político e histórico de la desunión.
El avance de la ciencia en la Modernidad ha tenido su correlato en el retiro de la Iglesia. El mundo ha perdido su misterio, puesto que la ciencia ha prometido tener explicación para todo menos para aquello que no merece la pena ser explicado. A ese proceso lo llamamos secularización y su mayor consecuencia ha sido la destrucción de los pilares espirituales que mantienen unidos a toda comunidad de hombres libres. Desde su nacimiento, el Estado se ha encontrado enfrentado a la Iglesia, dado que para poder ejercer sus competencias de manera independiente, se alegaba, era necesaria una pérdida de la injerencia de la religión y del papado en asuntos públicos. Las guerras de religión y la escisión producida en el seno de la propia Iglesia no ayudaban a la hora de repeler los ataques. En los países protestantes ya no había forma de oponerse al signo de los tiempos.
Mediante un gigantesco salto en el tiempo, podemos observar cómo en la así llamada Ilustración, el Estado impuso sus ideales —”libertad, igualdad, fraternidad”— violentamente al pueblo: antes del Estado no había ejército profesional, que fue usado para reprimir todo atisbo de reacción. Lo explicó con maestría Perry Anderson: “El absolutista era un Estado basado en la supremacía social de la aristocracia y limitado por los imperativos de la propiedad de la tierra. La nobleza podía depositar el poder en la monarquía y permitir el enriquecimiento de la burguesía, pero las masas estaban todavía a su merced. En el Estado absolutista nunca tuvo lugar un desplazamiento político de la clase noble. El auge de la propiedad privada desde abajo, se vio equilibrado por el aumento de la autoridad pública desde arriba”.
Del Estado emana la Hacienda, el Derecho o la Soberanía: ese modelo, llamado Despotismo Ilustrado supone, contra la leyenda áurea imperante, según un historiador tan reputado como Gonzalo Pontón o un pensador de la hondura de Félix Rodrigo Mora, una propuesta antipopular de ejercer el poder nacional a manos de unas élites oligárquicas de raigambre aristocrática por medio del Estado, para mejor dominar a las gentes. Esos mismos liberales son los que, según Juan Velarde, inventaron las democracias modernas, imponiendo su visión masónica del mundo en los incipientes Estados Unidos de América.
Con las Guerras Napoleónicas y la unificación de Alemania y de Italia, Europa se convirtió en un mosaico fragmentado de Estados nacionales, a modo de esquirlas, en buena medida creados a través de la diferencia con el otro y de la exaltación de lo folclórico para crear unidad tribal dentro de cada Estado. Dicho ambiente pre-bélico y sostenido en el tiempo acabaría redundando en dos gigantescas guerras europeas pero de alcance mundial que en 1914, con la IGM, acabaron con el Imperio Austrohúngaro; y en 1939, con la IIGM, pusieron fin al Imperio Británico. La Revolución Rusa, con la que realmente empezó el siglo XX, había puesto ya fin al Imperio del mismo país en 1917. La pérdida de Cuba y Filipinas a finales del siglo XIX habían supuesto el fin del Imperio español, tras haber perdido sus otras colonias de ultramar en cuestión de décadas.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, comenzó un Nuevo Orden Mundial donde el Estado nación quedaba como única forma de gobierno, derrumbados ya todos los imperios en Occidente. Más tarde aparecería de nuevo una tentativa de Imperio chino, primero con Deng Xiaoping, y después con Xi Jinping, pero antes se hizo necesaria la Revolución. Y con la actualidad más acuciante en la mano, se podría afirmar que Putin también está tratando de convertir a Rusia en un Imperio después de la hecatombe soviética. Caminamos hacia una Tercera Globalización altamente digitalizada que puede ser imperial o “globalista”, pero que en ningún caso resultará halagüeña para quienes la padezcamos. Pero lo cierto y verdadero es que durante décadas los Estados Unidos de América han dominado el globo y que también se está tratando de crear unos Estados Unidos de Europa en ese mismo tiempo. Utilizando siempre las crisis a modo de oportunidades para avanzar en sus objetivos concretos: lo que Naomi Klein denominó “doctrina del Shock”.
Escribe Octavio Paz: “Salvo ciertas regiones cuya historia se desvía del curso general de la europea hacia fines del siglo XVII (pienso en España, Portugal y las antiguas colonias americanas de ambas naciones), Occidente vive el fin de algo que comenzó en el siglo XVIII: esa modernidad que, en la esfera de la política, se expresó en la democracia representativa, el equilibrio de poderes, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el régimen de derechos humanos y garantías individuales. Como si se tratase de una confirmación irónica y demoníaca de las previsiones de Marx, la democracia burguesa muere a manos de su creación histórica. Así parece cumplirse la negación creadora de Hegel y sus discípulos: digo parece porque se cumple de una manera perversa: el hijo matricida, el destructor del viejo orden, no es el proletariado universal, sino el nuevo Leviatán, el Estado burocrático. La revolución destruye a la burguesía pero no para liberar a los hombres sino para encadenarlos más férreamente. La conexión entre el Estado burocrático y el sistema industrial, creado por la democracia burguesa, es de tal modo íntima que la crítica del primero implica necesariamente la del segundo”.
Añade Octavio Paz: “El Estado burocrático no es una exclusiva de los países llamados socialistas. Se dio en Alemania y podrá darse en otras partes: la sociedad industrial lo lleva en su vientre. Lo prefiguran las grandes empresas transnacionales y otras instituciones que son parte de las democracias de Occidente, como la CIA norteamericana. Por todo esto, si la libertad ha de sobrevivir al Estado burocrático, debe encontrar una alternativa distinta a la que hoy ofrecen las democracias capitalistas. La debilidad de estas últimas no es física sino espiritual: son más ricas y más poderosas que sus adversarios totalitarios pero no saben qué hacer con su poder y con su abundancia. Sin fe en nada que no sea el logro inmediato, han pactado con el crimen una y otra vez”.
Cuando el poder reside casi por completo en el Estado, sólo el Estado puede fragmentarse a sí mismo. Algo así debió de pensar quien se dio cuenta de que para que los secesionistas vascos y catalanes llevaran a cabo su proyecto resultaba indispensable que ingresaran dentro del propio Estado para poder, como se ha dicho, fragmentarse a sí mismo. ¿En pos de qué? La autodestrucción del Estado español y sus fronteras conducirá hacia la constitución de un único Estado europeo. Como piedra de toque de un proyecto transnacional que se extenderá a otras latitudes como piezas derribadas en un dominó. El actor que ha permitido la entrada de los secesionistas al gobierno ha sido Unidas Podemos, otrora conocido simplemente como Podemos, el partido nacido del 15M. Nuestro marco político, entonces, no es más que la culminación del programa estatalista de ruptura trazado entonces.
El Estado es un Leviatán, un Minotauro centralizador que provee, fiscaliza y determina. Así lo entendieron Hobbes, Bodin, Jouvenel, Schmitt o Bobbio, entre otros. La comunidad está constituida por personas y su estructura no está fijada más que a las habilidades y competencias de cada uno; en el Estado, el gobierno se ejerce de manera impersonal a través de una estructura rígida e impositiva, que ejerce la violencia directa o indirecta contra aquellos que rechazan sus normas. Por eso, como escribiera Thoreau, “Bajo un gobierno que encarcela injustamente, el lugar apropiado para un hombre justo es también la prisión” porque “tengo la impresión de que, de algún modo, el Estado ha interferido fatalmente en mis legítimas ocupaciones”.
En 1911, el empresario Frederick Winslow Taylor ya hacía referencia a la «eficiencia productiva» para justificar el control constante sobre los trabajadores con el fin de evitar todo atisbo de despilfarro. Será Charles Chaplin quien parodie la idea en su genial película Tiempos Modernos (1936) igual que parodiará apenas unos años después al totalitarismo en El gran dictador (1940). Al tiempo, el Estado normaliza la libertad del trabajador, controla sus ingresos y propiedades mediante impuestos, y reprime todo intento de insurrección por medio de la fuerza policial. Cuando se quiere hacer ver, con el “freudo-marxismo” (Pasolini), que la represión se combate con liberación sexual, mantiene intacto el resto del entramado social donde Estado y Mercado se completan y retroalimentan.
La élite que dirige al Estado en favor de sus intereses siempre activará la cadena bajo su mando cuando haya que reprimir al refractario: políticos y jueces, militares y policías, funcionarios y burócratas, recaudadores de impuestos y servicios de inteligencia. Mussolini lo entendió y, como después Pablo Manuel Iglesias Turrión, quiso usarlo en su favor: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra él. Las doctrinas políticas pasan, los pueblos quedan. Podemos figurarnos que este nuestro siglo sea la autoridad, un siglo de derecha, un siglo fascista; si el siglo XIX fue el siglo del individuo (liberalismo significa individualismo), podemos imaginar que éste sea el siglo colectivo y, por lo tanto, el siglo del Estado”. La exaltación de la jerarquía estatal a modo casi de ley divina es la verdadera definición del fascismo, en cuanto que culminación de lo que Gustavo Bueno llamó “inversión teológica”.
El origen del 15M fue totalmente espontáneo: se trataba de la ostentación pública de hartazgo, en tiempos de miseria, ante la hegemonía de lo que Enrique de Diego encuadraría bajo el acertado título de “casta parasitaria”. El término, como antes el movimiento, terminó fagocitado por un hatajo de comunistas surgidos del Foro de Sao Paulo que predicaban la Palabra castrista-chavista enarbolando textos de C. Schmitt y E. Laclau pero que, con los años, han sucumbido a esas dos religiones de sustitución, con vocación pedagógica, tan fundamentalistas como rentables que son la ideología de género y la calentología climática. Podemos periclitó el 15M mientras lo expropiaba y canalizó, mediante un espurio discurso anti-sistema, el desencanto popular hacia la conquista del poder, evitando con ello la reforma del “régimen del 78”; en realidad su espejo.
Aquel movimiento de protesta fue la virulenta reacción de una clase media venida a menos a consecuencia de los devastadores efectos de la crisis económica mundial de 2008. Sin embargo, la protesta pronto se vio amparada por el apoyo mediático de Intereconomía y su cobertura constante del fenómeno; y, más tarde, de Jaume Roures y LaSexta, que pronto se convertiría en el principal megáfono mediático de Pablo Manuel Iglesias Turrión y los suyos. En el terreno político, fue Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces Ministro del Interior y candidato del PSOE a la presidencia en las siguientes elecciones, aquel que blindó al movimiento negándose a desahuciarlos de la Puerta del Sol como pedía Esperanza Aguirre, Presidente de la Comunidad de Madrid. Durante más de un mes, el movimiento siguió ocupando el epicentro de la capital española sin que el proletariado o la violencia realizaran la necesaria aparición que todo atisbo, por pequeño que fuera, de revolución, hubiera necesitado indefectiblemente.
El gran inspirador intelectual del movimiento, Stéphane Hessel, autor del exitoso panfleto ¡Indignaos!, del que tomó su nombre el movimiento de “los indignados”, poseía como único distintivo intelectual el de ser el último firmante entonces vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Porque esa es la gran bandera del globalismo y de todos sus movimientos afines, incluido el 15M. Un filósofo de la Escuela de Frankfurt que reivindica el legado, para él aún inacabado, de la Ilustración, como lo es Jürgen Habermas, ha señalado que el primer paso para construir un Gobierno Mundial comienza por establecer los Derechos Humanos como “norma fundamental”, unificando así el Derecho a escala global. A esta propuesta de “globalismo jurídico”, el 15M parecería mostrarle su apoyo si atendemos a la estirpe intelectual del ínclito Hessel.
Sin embargo, el tipo de protesta o escenificación que fue el 15M jamás habría podido existir sin su evidente modelo histórico: el Mayo del 68 parisino. Podemos denominar como “la industria de la solidaridad” a cierto tipo de movimientos sociales iniciados entonces y directamente relacionados con las ONGs, que más tarde resultarían determinantes sobre el modelo social que legítimamente catalizó el 15M. En el 68 parisino comenzó un tipo de protesta que entendía que el hedonismo suponía una rebelión contra la omnívora “represión” dominante. Siguiendo las teorías de Herbert Marcuse, Georges Bataille o de Wilhelm Reich, aquello que se ha dado en llamar “postmarxismo” o incluso “freudo-marxismo” (Clouscard), se sustituyen los problemas de clase por los problemas de alcoba como epicentro de los conflictos sociales. La solución pasa de arrebatar el poder a la clase dominante a arrebatar la virginidad a los jóvenes, en la línea más literal y depravada de Daniel Cohn-Bendit o de Simone de Beauvoir, ínclitos discípulos de su gran modelo filosófico, según el análisis de Albert Camus: el Marqués de Sade.
Así, en 1973, el académico marxista Michel Clouscard publicó el decisivo opúsculo Neo-fascismo e ideología del deseo; y ese mismo año, el historiador marxista E.P. Thompson publicó la invectiva contra las abstracciones althusserianas y similares en Miseria de la teoría. Ambos autores levantaron acta de la escisión provocada dentro del marxismo: la clase obrera había sido abandonada por la teoría. Todavía en 2011, el diagnóstico ideológico de Clouscard o de Thompson seguía siendo acertado. Así reflexionaba el inglés: “No puedo seguir hablando de una sola tradición marxista común. Hay dos tradiciones cuya declaración final de antagonismo irreconciliable fue diferida —como acontecimiento histórico— hasta 1956. Desde esta fecha en adelante ha sido necesario, tanto en política como en el campo de la teoría, declarar lealtad a una o la otra. Entre la teología y la razón no cabe ningún espacio para negociar. El comunismo libertario, así como el movimiento socialista y obrero en general, no pueden tener ningún trato con la práctica teórica, salvo para desenmascararla y expulsarla”. El autor francés añadía, por su parte, lo siguiente: “El posmodernismo ideológico prepara unas condiciones materiales que favorecen una nueva implantación del fascismo, de la dominación autoritaria como reacción a la degeneración moral y cultural del posmodernismo. Prepara a las masas para un nuevo pensamiento único, para que no puedan responder ante el proceso de fascistización”.
Más adelante, en 1990, tras la Caída del Muro de Berlín, el régimen comunista de Cuba y la tiranía de Venezuela pusieron el marcha el Foro de Sao Paulo, basado en el indigenismo y en el “primer Marx” de la Tesis sobre Feuerbach, la propuesta de un “Socialismo del siglo XXI” que bebía de unas corrientes antiglobalistas que, años después, cristalizarían a su vez en las protestas que tuvieron lugar en Seattle en 1999. Se trataba de la revancha de las “minorías oprimidas y silenciadas” que serían privilegiadas para ver restituidos sus derechos y para castigar a quienes habían detentado el poder hasta entonces.
Sin embargo, el verdadero antecedente del 15M se encuentra en los movimientos de protesta contra la Sede del Partido Popular en la calle Génova de Madrid que tuvieron lugar los días 12 y 13 de marzo de 2004 y que cristalizaron en la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero el 14 de marzo del mismo año, tras los mayores atentados sufridos en suelo español. Entonces se dividió a la sociedad y se quiso purgar la tragedia con un sacrificio: culpando al Gobierno en el poder. Con fines claramente electorales. Y se consiguió el objetivo, a un precio: dividir a una sociedad española que ya se encontraba gravemente amenazada por el fantasma del terrorismo vasco. Comenzó, así, el guerracivilismo que tanto la “Ley de Memoria Histórica” como las leyes en favor de la protección estatal de la mujer avanzaron hacia un horizonte desconocido pero irreversible. Quizás los protagonistas de aquellas protestas no participaran del 15M; pero parece evidente que el 15M tuvo en aquellas protestas su más directo antecedente.
En cuanto a referentes intelectuales, el partido político Podemos encontró en la teología-política del populismo un manual de asalto al poder presto a ser adaptado a las circunstancias concretas del mapa político español. La dialéctica amigo/enemigo de Carl Schmitt ha sido y es utilizada de manera constante, dictaminando quien merece y, lo más relevante, quién no merece, el apelativo de “demócrata” que resulta un pasaporte legitimador imprescindible para poder expresarse en público. También se ha demonizado al “negacionista”, al “fascista” o al “machista”. Alguien al que se puede silenciar sin miramientos y con violencia por el mero hecho de cuestionar los presupuestos básicos del “podemita”. Fuera de su marco está el no-ser, la inferioridad, el chivo expiatorio que debe ser erradicado por la tribu. El propio Iglesias, que enarboló Teoría del partisano, sonriente y con el dedo pulgar en alto, el día que ingresó en El Congreso de los Diputados, ha dicho que para él la esencia de la democracia consiste en legislar en tiempos de excepcionalidad. El sueño nacionalsocialista del católico Schmitt, que pudo ser realizado con la llegada del coronavirus mientras el entonces líder de Unidas Podemos ostentaba la vicepresidencia y se inmiscuía en los privados asuntos del CNI.
Sin embargo, desde el principio los profesores de Ciencias Políticas como Juan Carlos Monedero, Jorge Verstrynge o Íñigo Errejón, encontraron en la “hegemonía política” de Antonio Gramsci, leída a través del peronismo por la decisiva dupla compuesta por Ernesto Laclau y Chantal Mouffé en su libro de 1985 Hegemonía y estrategia socialista; y, posteriormente, en 2005 con La razón populista, un método para tomar el poder alentando a las masas y haciendo gala de un discurso cambiante para, a continuación, no abandonarlo jamás. Lo que, unido a la propuesta del citado “Socialismo del Siglo XXI”, que Chávez pudo llevar a la práctica, consistente en crear un robusto aparato de propaganda y en abrir, una vez se ha alcanzado el poder, un “proceso constituyente” cuyo fin es redactar una nueva Constitución que permita vulnerar con mucha mayor facilidad los derechos de los ciudadanos en beneficio del Estado.
Volvamos por un momento a Pablo Manuel Iglesias Turrión, cuyo nombre ya indica una parodia posmodernista a la manera de Warhol del histórico fundador del PSOE. Su gran referente intelectual, sin embargo, es el Subcomandante Marcos: un guerrillero mexicano famoso por sus performance políticas extravagantes, por haber creado un personaje público cargado de carisma y por resultar altamente elocuente para con la juventud. Sobre él pronunció una conferencia Iglesias Turrión antes de dar el salto a la política y podemos encontrar el origen de esa “estetización de la política” (Walter Benjamin) que Iglesias Turrión introdujo en la política española siguiendo la extravagante estela de Zapatero y sus “intelectuales de la ceja”.
El primer político español en hablar de “cambio” fue Felipe González: alguien promocionado por círculos de poder internacionales, que renunció al marxismo y que introdujo a España dentro de un emporio político transnacional que incluye la pertenencia a la OTAN. Después lo haría Zapatero, cuyo programa político es prácticamente indistinguible del propuesto más adelante por Iglesias: la plurinacionalidad ínsita al programa del PSOE es otra de las máximas “podemitas”. Podríamos decir que Podemos ha sido una bisagra que ha permitido la renovación del PSOE después de que los recortes de Zapatero y sus cuestionables medidas sociales relacionadas con el matrimonio homosexual, el aborto o la eutanasia desgastaran su crédito electoral y consecuencias acabaría pagando Rubalcaba en las próximas elecciones, propiciando una mayoría absoluta del Partido Popular. Un PP que no derogó las leyes del PSOE y que abandonó el poder mediante un extraño harakiri que permitió en 2018 el ascenso de Pedro Sánchez a la presidencia, que hasta ese momento solo había cosechado, consecutivamente, los peores resultados en la historia de su partido. Lo ha explicado con maestría el historiador Alberto Bárcena: “Zapatero, sin ir más lejos, no llegó a la Moncloa con un programa político muy distinto al podemita; pero le quedaron algunos flecos sueltos que con el PSOE a solas no podía rematar. Necesitaban los socialistas de su misma orientación alguien que, por su izquierda, reclamara políticas o ajustes de cuentas, que ellos no podrían atender impunemente; si pretendían seguir perteneciendo al establishment donde les incluyeron Willy Brandt o David Rockefeller”.
Si el “régimen del 78” socialdemócrata contra el que supuestamente protestaba Podemos y el 15M todo se caracterizaba por comprender que España es “una nación de naciones”, gracias a Podemos se pudo pasar de un Presidente de España que consideraba a la Nación “un concepto discutido y discutible” a un Presidente de España que considera la necesidad de implantar un modelo “federal” acorde con un país “plurinacional”. Porque el objetivo principal del partido político Podemos era, al menos mi entender, permitir la entrada en el Gobierno de personajes abiertamente secesionistas capaces de negociar con los partidos rupturistas como no habría podido hacerlo nadie del “viejo PSOE” representado hoy por personajes “incómodos” como el expulsado Joaquín Leguina.
Para el pensador político conservador Pedro González Cuevas, «La actual crisis nacional no es más que la consecuencia lógica del modelo implantado en 1978. Rodríguez Zapatero no es un accidente, sino la negación de lo que se ha denominado espíritu de la transición. Representa, por el contrario, su radicalización. Y en este sentido, no hay duda de que es el heredero natural de Adolfo Suárez«. Lo mismo se podría hacer extensible a Podemos y su supuesta categoría de “asaltar a los cielos”. Tanto cambio enarbolado con un optimismo plagiado de Obama para que todo permanezca igual: exactamente como le gustaba a Don Fabrizio. ¿Hace falta decir que las propuestas de nacionalización de Iglesias Turrión encuentran en la expropiación de Rumasa de González un evidente inspirador? ¿Hace falta decir que las propuestas de acercamiento a los secesionistas de Iglesias Turrión encuentran en el Estatuto catalán de Zapatero un necesario antecedente? Parece obvio que no.
Unidas Podemos, a pesar de su supuesta categoría de “antisistema”, no cuenta entre sus principios la salida de la Unión Europea; antes al contrario, parecen participar con entusiasmo del proyecto socialista consistente en la disolución de España dentro de unos Estados Unidos de Europa. Es decir, pretenden convertir la patria, que detestan, en país, auténtico término-talismán que idolatran, para mejor destruir la nación, que consideran un vestigio anacrónico. Ese sería el papel de España dentro de la propuesta globalista para una Tercera Globalización claramente diferenciada de aquella que verdaderos Imperios en construcción como China o Rusia pretenden instaurar para el siglo XXI. Un Estado que se fragmenta a sí mismo desde dentro para favorecer la urgente aparición de un Estado más grande y abarcador: el anhelado Gobierno Mundial elitista.
Sin embargo, el culto al Estado profesado por Podemos no se detiene en el marco territorial. Su mayor objetivo a nivel social es imponer lo que consideramos una auténtica religión de Estado: la llamada “ideología de género”. A ella se le ha consagrado un Ministerio, y se le han dedicado leyes y departamentos dentro de todos los ámbitos estatales. Ello no habría sido posible con el viejo bipartidismo y su alternancia a imitación del “turnismo” de la Restauración borbónica: pero gracias a la división dentro del Congreso de los Diputados, el ingreso de Podemos dentro del Gobierno resultaba incuestionable. Y esas eran sus exigencias más primordiales. Siguiendo el modelo de Giovanni Gentile desde el fascismo o de Sulamith Firestone desde el feminismo, el Estado se introdujo dentro de la esfera privada —los afectos— con una potencia que nos hace evocar a los mayores totalitarismos del siglo XX. Y todo está, en nuestros días, legitimado desde el Estado de Derecho.
Sin embargo, como ocurre con el control a través de las nuevas tecnologías y el poder de las grandes Big Tech, aún no hemos visto nada. El Estado nunca tiene bastante y gracias a un poderoso rodillo mediático se ha conseguido doblegar el sentido común que todo ser humano lleva aparejado consigo para imponer, a cambio, los dogmas de la ideología de género. Es decir, que al pacto de Estado y Mercado que resulta esencial para el funcionamiento de toda forma de capitalismo; se ha sumado un pacto entre lo que Alexander Dugin llama “liberalismo económico” (derecha conservadora) y “liberalismo cultural” (izquierda mediática) para traer un nuevo estado de las cosas plenamente integrado en el posmodernismo ideológico y que en España comienza con la representación pública del 15M. Estamos hablando, por supuesto, de la “podemización” de España. Solo que Podemos es, a día de hoy, un actor secundario en la política española porque ya ha cumplido su papel: quemamos etapas a tal velocidad, en nuestro vertiginoso e inestable paradigma, que quien ayer cumplía un rol protagonista hoy se limita a pasar tímidamente por la escena.
Todas las leyes de la “ideología de género” coinciden, además, con el Estado que las respalda en un objetivo común: el debilitamiento de la familia. Porque si las personas se ven reducidas a la categoría de individuos desarraigados, despojados de afectos y convertidos en perpetuos “deseantes” o “deseadores”, serán unos productores dependientes del capitalismo en cuanto que trabajadores y unos consumidores dependientes del capitalismo en cuanto que compradores; además de votantes en cuanto que ciudadanos y sujetos aislados en cuanto que hombres, fácilmente explotables y manejables tanto por el Estado como por el Mercado, quienes, en nombre de la eficacia empresarial o del orden social controlarán su vida de manera constante.
Fue el sacerdote argentino Leonardo Castellani el que con más acierto unía inextricablemente el término liberalismo a los desmanes derivados del mundo moderno: “El Liberalismo antes de ser un mal sistema político y un mal método económico, es una mala teología, es una herejía, una cosa espiritual, que no se puede conjurar del todo sino en su propio centro, que es la región de la estratósfera donde combaten invisiblemente los espíritus. Lo más conducente entre nosotros para probar que el liberalismo es pecado, es examinar los efectos del liberalismo en la Argentina. Son tan feos que sólo pueden proceder de un pecado. He aquí los diez crímenes: el liberalismo exterminó al indio; el liberalismo arruinó la educación argentina; el liberalismo relajó la familia argentina; el liberalismo esterilizó la inteligencia argentina; el liberalismo nos infundió un ánimo abatido, un complejo de inferior; el liberalismo mutiló a la Nación de su territorio natural histórico; el liberalismo empequeñeció a la Iglesia argentina; el liberalismo creó gratis el problema judío; el liberalismo nos enfeudó al extranjero; el liberalismo rompió la concordia y creó la división espiritual de los argentinos que actualmente se encamina a una crisis dolorosa”. No cabe duda: contra quienes buscan al enemigo en el “marxismo” o en el “populismo” (siendo “marxismo” y “populismo” poderosos enemigos en cuanto que materialistas los primeros y enemigos de la verdad los segundos); nosotros, siguiendo a Castellani o, antes de él, a Donoso Cortés, señalamos al liberalismo.
Pocos han entendido, como el escritor mexicano José Vasconcelos, la urgencia que supone desprenderse de la injerencia del Estado en nuestras vidas: “El Estado moderno, el estado hegeliano que dispone de ejércitos para imponer leyes que él mismo dicta, de cobradores de renta para sacar del público todo lo que puede y de maestros que son a la vez lo siervos de una doctrina oficial, es la creación más monstruosa que han visto los siglos. Dentro de ella nos hallamos sumergidos y aplastados, y todavía obligados a declarar que somos muy libres. Contra estos Estados hegelianos modernos, tendrán que emplearse los mejores esfuerzos de las generaciones nuevas. Es preciso luchar para restarle facultades al Estado, la conciencia moderna empieza a rebelarse contra toda esta conjura y piensa en la necesidad de inventar nuevos tipos de Estado: Naciones constituidas a base de municipios que tengan en común idioma y religión y conexidad territorial. Congresos de municipios que establecerán comisiones para atender servicios de policía y defensa, de sanidad y de educación y comunicaciones. Estados sin ejército regular, que la guerra moderna tiende a hacer innecesario, y sin otra bandera que la Cruz que abre sus brazos a todas las razas, y como patria común, el mundo”.
Los liberales se sirvieron del Estado durante décadas para combatir al pueblo a la hora de, por ejemplo, restringir los fueros o de imponer sus ideas. Sin embargo, con la llegada de la democracia, se puede distinguir un liberalismo económico que es contrario al Estado desde un punto de vista teórico porque lo considera enemigo del mercado; y un liberalismo cultural que defiende la existencia del Estado como una estructura capaz de equilibrar las desigualdades que el mercado genera. Su producto natural es la socialdemocracia. Ningún pensador vivo ha entendido ese proceso con la profundidad de Dugin: “En la modernidad, la izquierda era progresismo cultural unido a justicia social, y la derecha tradicionalismo y libre mercado. Con el liberalismo actual, la parte tradicionalista y la justicia social se abandonan y demonizan. El establishment no reconoce a la derecha tradicional de los valores, que demoniza como fascismo; tampoco la lucha por la justicia social, que demoniza como estalinismo. El populismo debe unir la derecha de los valores con el socialismo, la justicia social y el anticapitalismo. Es la posición de mi Cuarta Teoría Política, de mi propuesta de populismo integral”.
Por lo tanto, para romper el marco impuesto por Podemos tras el 15M no se puede permanecer dentro de él. Ese ha sido el gran error de todos los que han pretendido y pretenden dar “la batalla cultural” imitando la “podemización” pero con unos valores contrarios y con unos mecanismos análogos, cuando lo cierto es que el discurso ya ha sido establecido, que los medios son dominados por el oponente y, lo más grave de todo, que, en el fondo, su ideología liberal no les otorga las armas de solidez necesarias para contradecir los postulados podemitas. El relativismo cultural “blando” de los autodenominados “amigos del comercio” difícilmente puede combatir el relativismo cultural “duro” de los autodenominados “herederos de la Ilustración”. El nihilismo no se combate con nihilismo: perro no come perro.
Ante un mundo desacralizado solo se puede decir que toda alma debe hacerse merecedora de la gracia. Ante la negación de la tradición solo se pueden oponer las costumbres que durante siglos han construido la nación. Ante la deconstrucción de la patria se debe contrarrestar con un desglose histórico lleno de apabullantes argumentos. Y ante los postulados idealistas del posmodernismo (no confundir con posmodernidad) se debe hacer ver la verdadera consistencia de la realidad: el hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma con una evidente dimensión trascendente dada su natural proyección espiritual.
A una partitocracia no se la puede combatir concurriendo a elecciones. Lo mismo ocurre con la Unión Europea: nadie que afirme la tradición hispánica puede pensar que nuestro futuro histórico se encuentra junto a un búlgaro o un croata en vez de junto a un argentino o un mexicano. Y tampoco se puede esperar un cambio real de dos partidos como Ciudadanos o Vox, ambos nacidos cronológicamente del 15M y que aspiran a ser, dada su orgullosa bandera liberal, meras reformulaciones del PP o del PSOE del que ambos proceden a través de sus históricos dirigentes: Rosa Díez, Santiago Abascal, Fernando Savater, Alejo Vidal-Quadras, Ángel Garrido o Jorge Buxadé. Por no hablar de que Iván Espinosa de los Monteros, principal ideólogo de Vox sobre algunos intelectuales importantes relacionados con el partido como Fernando Sánchez Dragó, Iván Vélez, Francisco José Contreras, Gustavo Bueno Sánchez o Joaquín Robles, impone su catecismo liberal sobre las demás propuestas. En el caso de Ciudadanos no hace falta mencionar que ese debate sobre el liberalismo u otras alternativas ideológicas es ciertamente utópico.
Sin transfiguración ética ni lucha por el imaginario subconsciente arquetípico o ni tan siquiera cuestionamiento del marco histórico, social y político de la Modernidad, no se puede combatir el marco de “podemización” en el que se encuentra sumida España. Como mucho se pueden atenuar sus efectos con algunas urgentes medidas paliativas, como pretende hacer Vox, o guardar la casa, sin modificar las leyes implementadas por el supuesto rival político, antes de su vuelta prevista y esperada al poder, como ha hecho y volverá a hacer el PP, o como haría Ciudadanos o cualquier propuesta de corte ideológico equivalente que tanta nostalgia provoca en los así llamados “centristas” y “moderados”.
La derecha conservadora española siempre ha huido en los momentos críticos en los que la guerra era requerida por las circunstancias más insoslayables: el rey Alfonso XIII huyó en el 31 como Rajoy en la moción de censura de 2018, al decidir no convocar elecciones antes de que el cargo le fuera arrebatado por Sánchez. De la misma forma, Juan Carlos I, rey de España por gracia de Franco, firmó la “Ley de Memoria Histórica”; mientras que su hijo Felipe VI ha firmado la “Ley de Memoria Democrática”. Dejando indefensos a los españoles ante un Estado que pretende imponer violentamente su visión revisionista del pasado.
El desconocimiento del pasado, como sabía Cicerón, conduce a la población a la niñez perpetua. Además de que, como supo ver el pensador español Jorge Santayana, alberga numerosos peligros para el presente. Hemos pasado, históricamente, de la delegación paulatina de atribuciones en el seno gubernamental a una colosal estructura de Estado cuyos tentáculos llegan a controlar el más básico mecanismo de conocimiento del mundo: el lenguaje. Aprisionando lo más íntimo de cada hombre: la memoria. Para sustituir la tradición por una tergiversación interesada en el ámbito de donde emanan las raíces comunes de toda agrupación social: el pasado. Cuyo fin último es delimitar y generar el pensamiento: imponiendo ideología. No hace falta añadir que el objetivo hace tiempo que se ha alcanzado: ahora únicamente se pretende ahondar en él.
Nuestros jóvenes padecen un preocupante adanismo desprovisto de toda sensibilidad religiosa o moral: cuya consecuencia más directa es la ausencia de sensibilidad estética. Unos ciudadanos melófobos e iconoclastas (en versión “líquida”) que rinden constante culto al vacío, la fealdad, el sinsentido y los bajos instintos. Y cuando miran al pasado, se les cuenta una historia naif y muy similar a La Guerra de las Galaxias: el malvado emperador Francisco Franco contra los pobres demócratas de la resistencia jedi progresista. Habría que añadir, sin embargo, que la actual democracia (es un decir) proviene del franquismo, como ha repetido en varias ocasiones Pío Moa. Ahora, por el contrario, se quiere hacer ver que es heredada de una Segunda República idílica; estudios exhaustivos como el realizado por Félix Rodrigo Mora, muestran la realidad de una etapa en la que se reprimió duramente al pueblo y en la que, según algunos estudios históricos, se falsificaron los resultados electorales en el 36. Por no hablar del intento de golpe de Estado perpetrado por la izquierda en el 34, el asesinato del líder de la oposición (José Calvo Sotelo) a manos de la escolta de Indalecio Prieto o la masacre en Casas Viejas que tendría su espejo posteriormente en las chekas madrileñas. Entre muchos otros ejemplos de igual contundencia. La división social, valiéndose de una nueva versión de la dialéctica amigo/enemigo de Schmitt, iniciada por Zapatero a modo de revancha por la muerte de su abuelo ha sido continuada por Iglesias Turrión, hijo de un militante del grupo terrorista y antidemocrático FRAP. Leer a autores como Jorge Semprún o Gregorio Morán ayuda a entender la verdadera memoria histórica del PSOE: el partido de los GAL o de la venta del “Oro de Moscú”.
¿Qué perspectivas de resistencia quedan, entonces, después de haber recorrido a vuelapluma las causas y efectos de la “podemización” de España? Lo primero que hay que aclarar es que esta batalla no es cultural (hemos pasado “del culto a la cultura”, al decir de Taubes) ni tiene lugar fuera de la persona, sino que comienza precisamente en ella. Es decir, que tenemos que diferenciar tres frentes en los que cada hombre y cada mujer pueden actuar: el personal, el referido al entorno y, finalmente, el social. El primer paso es el despertar, donde la persona se vuelve autoconsciente y comienza su camino de perfeccionamiento. Después llega el momento de empezar a extender el radio de influencia al entorno directo de la persona: familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Finalmente, llega el momento de la acción social en el que la persona trata, junto a otras personas que comparten su mismo deseo transformador, de mejorar el estado de las cosas.
En definitiva se trata de poner orden en el caos: aquello que para Jordan Peterson o para Gonzalo Rodríguez define al héroe. Es parte de un combate espiritual constante, como expresaba Antonio Medrano: “A lo largo de toda la literatura cristiana aflora como un tema recurrente este argumento del combate espiritual. En todas las épocas y en todas las lenguas en que se ha expresado el pensamiento cristiano abundan las alegorías sobre el alma como campo de batalla, ya se la describa librando duras contiendas en campo abierto con sus enemigos o sitiada en su castillo por los vicios. El Espíritu es el Reino de los Cielos que está dentro de nosotros, la Presencia divina en lo más íntimo del ser humano. El Sí-mismo o Yo eterno que constituye nuestra mismidad (yo mismo), y que me permite decir: yo soy. En el hombre se hacen presentes dos dimensiones contrapuestas: la relatividad y la absolutidad, lo relativo y lo absoluto, lo finito y lo infinito, lo inmanente y lo trascendente, lo celestial y lo terreno, lo eterno y lo temporal (perecedero y efímero). Es un ser finito, condicionado y limitado, inmerso en la relatividad, en el que mora lo Absoluto, lo Infinito, lo Ilimitado e Incondicionado. El hombre es el Rey de la Creación, hecho a imagen y semejanza de Dios. En él se hacen presentes los dos aspectos esenciales de la Realidad divina: la Sabiduría y el Amor, la Inteligencia y la Compasión o Clemencia (la Bondad). Como Rey es responsable del bien, la armonía, la estabilidad, el equilibrio y la buena marcha de la Creación. El Hombre es un microcosmos, reflejo del Macrocosmos, y, al igual que éste, un templo vivo de Dios. No puede estar en conflicto con el Macrocosmos, del cual forma parte y que se refleja en su mismo ser. Misión del hombre: actuar como intermediario entre Cielo y Tierra, entre la Divinidad y la Naturaleza. Función pontifical, sacerdotal, cósmica y cosmizadora (cocreadora). Colaborar con el Creador para perfeccionar la Creación y mantener el Orden frente a las asechanzas de las fuerzas del caos y las tinieblas”.
Un combate personal necesario para terminar creando comunidad. Para Félix Rodrigo Mora, la persona destinada a integrar una “comunidad fraternal” se caracteriza por hacerse merecedora de los siguientes epítetos: “esforzada, desinteresada, humilde, frugal, fuerte, amorosa, inteligente y libre”. Lo que defienden Negri y Hardt y que coincide en parte con lo postulado por el antes citado Clouscard es la necesidad de “transformar la muchedumbre en multitud”; es decir, lo atomizado e informe de nuevo en comunidad. Las personas libres y disgregadas de la sociedad en una agrupación compacta, a la manera de la milicia romana en formación, de personas libres en vida comunitaria. Y para ello se hace necesario volver a instaurar un ideal ético para las personas del siglo XXI. Si la Hispanidad está muerta hoy a nivel geopolítico, desde luego no lo está a nivel ético: basta con leer la literatura del Siglo de Oro o a sus más importantes glosadores de los siglos consecuentes para darse cuenta de ello.
Los hombres deben abandonar el individualismo que empezó con el perspectivismo renacentista y que ha acabado dando lugar al modelo egoísta del liberalismo, al subjetivismo relativista y a los desvaríos anti-naturales de la ideología de género. La comunidad se funda sobre unas tradiciones comunes y sobre el respeto a la individualidad de cada miembro, cuya soberanía sólo puede ser violada en nombre de la salvaguarda de la propia existencia de la comunidad. Dicha estructura no requiere de tribunales ni de una fuerza policial porque obedece al orden natural cuyas leyes no escritas ni dictadas, conocidas como derecho natural, resultan inherentes a los hombres. La negación de esa tendencia del ser humano a una ley natural directamente relacionada con la Sophia Perennis tiene unas consecuencias hoy a la vista de todos, como expresa Danilo Castellano: “Negar que el hombre sea en su esencia un ser racional (y social) y, por ello, un ser responsablemente libre, significa negar la posibilidad de la experiencia jurídica, para seguir la utopía de la libertad moderna, que coherente pero absurdamente postula la inexistencia del derecho natural, esto es, del derecho en sí y por sí. El nihilismo absoluto que está en la base de esta afirmación se autorrefuta no sólo en el plano teorético sino también en el práctico, cuando debe transformar la experiencia jurídica en una experiencia cualquiera del poder formalmente ejercido pero nunca verdaderamente justificado y fundado”. Castellano encuentra que “el canto del gallo de la modernidad” se halla en el pensamiento de Martin Lutero.
Sin embargo, el establecimiento en una comunidad en nuestros días no debe tratar de imitar el modelo de las comunidades existentes en el pasado de manera idéntica, puesto que algo así hoy resultaría sencillamente grotesco. Por lo tanto, se hace preferible profundizar en lo que a términos personales y de radio de influencia cercano se refiere. Sin embargo, no debe erradicarse ese tercer paso en la escala, aunque sea como ideal utópico, puesto que mientras no existan comunidades operativas establecidas sobre costumbres comunes y unas tradiciones sólidas, no habrá capacidad de resistencia real contra el globalismo ni la Modernidad toda. Sin el regreso de las comunidades a Occidente, los herederos de la tradición judeocristiana y grecorromana solo podremos aspirar a la supervivencia. No debemos contentarnos, por tanto, con salvar nuestra alma: debemos aspirar a, mediante la predicación laica y heterodoxa pero efectiva, hacer posible que cualquiera pueda salvar su propia alma también.
El problema es que en nuestro tiempo, las “religiones de sustitución” de corte mesiánico han creado ideologías “a la carta” de cada consumidor, de tal forma que la sensibilidad personal de cada uno ha sido elevada a categoría establecida en el marco de la llamada “batalla cultural”. Aquellos que participan bienintencionadamente de estas polémicas twitteras no se dan cuenta de que están favoreciendo la destrucción de los lazos comunitarios al participar activamente en la división social y en la atomización colectiva. Ninguna polémica promocionada por el propio sistema, que ocupa a los jóvenes con crónicas y fugaces “cortinas de humo”, junto con otras menudencias televisivas, podrá favorecer el despertar espiritual. Lo que nace y es mediocre jamás podrá conducir a lo sublime de manera directa, como supo ver Baltasar Gracián: «¿Qué aprovecha ser una cosa relevante en sí, si no lo parece? Si el sol no amaneciera haciendo lucidísimo alarde de sus rayos; si la rosa, entre las flores, se estuviera siempre encarcelada en su capullo y no desplegara aquella fragante rueda de rosicleres; si el diamante, ayudado del arte, no cambiara sus fondos, visos y reflejos; ¿de qué sirvieran tanta luz, tanto valor y belleza si la ostentación no los realzara? Yo soy el sol alado, yo soy la rosa de pluma, yo soy el joyel de la naturaleza, y pues me dio el Cielo la perfección, he de tener también la ostentación. El mismo Hacedor de todo lo criado, lo primero a que atendió fue al alarde de todas las cosas, pues crio luego la luz, y con ella el lucimiento, y, si bien se nota, ella fue la que mereció el primer aplauso, y ese divino; que, pues la luz ostenta todo lo demás, el mismo Criador quiso ostentarla a ella. De esta suerte, tan presto era el lucir en las cosas, como el ser: tan válida está con el primero y sumo gusto la ostentación«.
Podemos sintetizar diciendo que cualquiera que se disponga a experimentar un despertar espiritual ante la crisis occidental deberá desarrollar una sensibilidad crítica contra la Modernidad por la cual busque aquello que todo en el mundo secularizado conspira por arrebatarle: la sacralidad que trasciende la materia partiendo de aquello que se encuentra más fuertemente incrustado en ella: el espíritu o soplo divino. Para ello se hace necesario defender, teóricamente pero también en el día a día, todo aquello que trascienda al hombre: la patria, el honor, la religión, los ideales, la comunidad, la espiritualidad ínsita a todo ser humano o la tradición sapiencial. Que nos religa con lo elevado y nos ayuda a releer lo presente a la luz de lo pasado.
Debemos entender que los seres humanos hemos sido creados con unas aspiraciones que sobrepasan con mucho las perspectivas vitales ofrecidas por nuestro tiempo. Y no estoy haciendo referencia a términos cuantitativos, sino cualitativos: somos seres anhelantes de sentido. Por lo tanto, el despertar espiritual no supone un paso forzado o un esfuerzo ímprobo, sino que consiste en la más natural de las demandas humanas: la necesidad de hallar una finalidad que le dé sentido a la muerte, esto es, a nuestro insignificante paso por la vida.
En relación con lo que se acaba de mencionar y haciéndose eco de Huizinga, Pedro Laín Entralgo plantea una serie de preguntas tan fundamentales como perfectamente actuales: “…En su nervio más íntimo, en esto consistió la crisis de la Edad Media; crisis que no terminará hasta que en la primera mitad del siglo XVII Galileo y Descartes inicien formalmente la mentalidad moderna. Visto desde nuestro siglo —es decir, desde la situación creada por la crisis—, ¿qué ha sido el mundo moderno, considerado como solución de la crisis que comenzó en la vida europea durante el tiempo que desde Huizinga es tópico llamar otoño de la Edad Media? Y por otra parte, ¿en qué ha consistido la crisis de él que desde nuestros abuelos estamos viviendo los hombres de Occidente, y por extensión los hombres todos? Tal ahora es nuestro problema”. Por supuesto, lo sigue siendo con más intensidad que antes.
Si la crisis de nuestro tiempo comenzaba con la negación de la Edad Media a través de la imposición de una leyenda oscurantista y del todo falsaria, se hace necesario retornar una vez más a la Edad Media, desde una óptica del todo imparcial, para poder volver a una dimensión antropológica pre-moderna. Para lo que se hace necesario recurrir a una aclaración de Luis Díez del Corral: “La Edad Media representa la afirmación en grado máximo de la particularidad, del individualismo y de la subjetividad frente al principio de la unidad, que no es negado, sino mantenido idealmente como término de referencia y contrapunto en la forma peculiar del Imperio medieval. El feudalismo es justamente un sistema que trata de cohonestar en la medida de lo posible los dos principios contrapuestos, una sutil y vasta red de relaciones humanas entre la aldea y el Imperio (…). Cierto es que algunos períodos de la Edad Media, en ciertas corrientes espirituales al menos, el hombre parece volver las espaldas al mundo e interpretar estática, conclusamente el orden de la naturaleza, cuya realidad queda esfumada en una interpretación simbolicista. La felicidad no es buscada en este mundo, sino en el más allá; preténdese un bienestar futuro, ultramundano, que se contrapone al malestar presente del mundo; pero, en el fondo, no es una huida del mundo, una dejación de los deberes humanos de configurar el mismo, aunque al contrario, en términos generales, el ímpetu de la trascendencia es condición imprescindible para reobrar un enérgico sobre el mundo, como lo prueba en plena Edad Media el impulso de realización técnica que, desde la arquitectura a la agricultura, demuestran los centros sociales más representativos de su mentalidad religiosa”
Uno de los pilares de la filosofía católica es la creencia en el libre albedrío, que se encuentra plenamente integrada en lo más granado de la literatura hispánica a modo de bastión inexpugnable contra el mundo moderno. Los grandes clásicos literarios de la Hispanidad la han defendido frente a los embates del determinismo moderno heredado de la Reforma. Somos libres para hacernos merecedores de la gracia y de la salvación a través de nuestros actos. Leyendo a Cervantes, Javier García Gibert descubre hasta qué punto es relevante dicha cuestión dentro de la obra del autor del Quijote: “Ese camino que cada cual recorre en virtud de su albedrío puede conducirse a escenas y estaciones de salvación o de perdición moral. Pocos axiomas hay más importantes en el humanismo cervantino que el que postula que el albedrío lleva consigo, como nota aledaña e inexcusable, la responsabilidad moral, que determina el mérito o el demérito de las actuaciones humanas. La proverbial benevolencia de Cervantes jamás significa, por tanto, una exención del merecido castigo por las malas acciones y los errores morales cometidos en virtud del libre albedrío. Ningún grave desafuero ético se comete en su obra a beneficio de inventario”.
Otro importante teórico de la Hispanidad, Manuel García Morente, destacó otro de los ideales que rellenan el corpus del caballero cristiano tal y como lo define la Hispanidad a través de sus grandes obras literarias y de sus mayores gestas históricas: “El caballero cristiano cultiva con amoroso cuidado su honra. ¡Como que la honra es propiamente el reconocimiento en forma exterior y visible de la valía individual interior e invisible! El honrado es el que recibe honores, esto es, signos exteriores que reconocen y manifiestan el valor interno de su persona. El mecanismo psicológico del sentimiento de honor consiste en lo siguiente: entre lo que cada uno de los hombres es realmente y lo que en el fondo de su alma quisiera ser, hay un abismo. Ennoblécese, empero, nuestra vida real por el continuo esfuerzo de acercar lo que en efecto somos a ese ser ideal que quisiéramos ser. En la tierra la limitación humana no permite al hombre realizar la perfección, esto es, la identificación entre el ser real que efectivamente somos y el ser ideal que quisiéramos llegar a ser; por eso justamente la vida humana consiste en una imitación o recuerdo imperfecto de la vida ideal divina: limitación de Cristo. Honra es, pues, toda aquella manifestación externa que alienta al hombre en su afán y propósito de perfección, ocultando en lo posible entre la maldad real y la bondad ideal, el caballero cumplido. La honra, el honor es, pues, ese reconocimiento externo del valor interior de la persona. En cambio, el menosprecio es todo acto o manifestación externa que hace patente bien a las claras el abismo entre el ser real y el ser ideal perfecto, y que tiene por consecuencia su menor aprecio de la persona individual. Puede, pues, una persona deshonrarse o ser deshonrada. Se deshonra cuando es ella misma, por su conducta o sus palabras, la que pone de manifiesto su menor valía o menor aprecio, el abismo entre la realidad íntima de su persona y el ideal a cuyo servicio está o debe estar”.
Dios, el Creador, nos ha entregado el libre albedrío y la capacidad del buen juicio para poder discernir en aquello que Antonio Medrano llamaba la batalla diaria con el dragón qué es lo bueno y qué es lo malo. Algo que se ha acentuado con la imposición del nihilismo en el alma del hombre moderno, como ha visto el propio Medrano: “Hacer ver que el hombre no puede ser reducido a la simple categoría de trabajador, consumidor, espectador, ciudadano, contribuyente, votante o militante, o sea, ente que trabaja, produce, consume o vota, o disfruta del espectáculo y la diversión que se le ofrece (el panem et circenses que conceden las tiranías a la plebe), como hoy suele ocurrir por desgracia. La persona humana no es un simple número anónimo (una parte alícuota de una cantidad o una gran masa mayor), un objeto o un producto con el que se puede hacer lo que se quiera, un mero individuo a merced de las ideologías y su ingeniería social. El nihilismo, que muy a menudo se presenta bajo la falsa careta del humanismo, destruye tanto la fe en la realidad (la confianza en el ser) como el amor a la realidad, los dos pilares en que se asienta la vida humana, una vida humana digna de este nombre. Y con ello introduce dos funestos fermentos que hacen imposible la vida humana y personal: la desconfianza hacia la realidad y el odio o desprecio a esa misma realidad. Dos fuerzas negativas que suponen un lento pero implacable suicidio anímico, un darse muerte a plazos, que muchas veces no tarda en traducirse en suicidio físico o autodestrucción final del individuo. Sobre esas dos bases podridas resulta imposible construir una vida personal auténtica, sólida, sana y vigorosa. El individuo que haya hecho de ellas su propia atmósfera vital, en vez de avanzar en el proceso de personalización, haciéndose cada vez más persona, se degrada y envilece, se irá deformando, disminuyendo en calidad humana y haciéndose progresivamente menos persona”.
Podemos decir, por lo tanto, que hemos sido llamados a un tiempo histórico compartido con otros y a una vida única e irrepetible para una misión intransferible que debemos realizar tanto en el plano individual como en el colectivo, de manera indivisible. Así, Ramiro de Maeztu no diferenciaba el proyecto comunitario de Hispanidad como destino Imperial del proyecto individual de Hispanidad como destino personal: “El drama se opera, por supuesto, en la región medianera, que es la de las almas. A ellas corresponde nutrirse del espíritu, para espiritualizar con él la tierra y conservar y acrecentar el tesoro espiritual, para que las nuevas generaciones se alimenten con él. Ellas son las que han de conservar izada la bandera. El espíritu no puede morir, pero la patria, sí, por abandonarlo o traicionarlo o cambiar sus valores por disvalores que envenenen las almas. También en este plano del espíritu ser es defenderse. Ser es defender la Hispanidad de nuestras almas. La Hispanidad, como toda patria, es una permanente posibilidad. Así como sobre el individuo se alza la guadaña de la muerte, como una fatalidad inevitable, la patria, en cambio, como la rueda de la Fortuna, es permanente posibilidad. Puede morir, puede ser inmortal, por lo menos mientras no venga el fin del mundo: todo depende de nosotros que, a nuestra vez, no realizaremos nuestros destinos personales como abandonemos lo que nos señala, como corriente histórica que apunta al provenir, la tradición de nuestra patria”.
En otras palabras: lo más básico y nuclear del despertar espiritual que compone la base de toda rebelión contra el mundo moderno se encuentra en aquello que Julián Marías denominaba como “vocación” dentro de su Breve tratado de la ilusión. Es decir, que el autoconocimiento en constante perfeccionamiento es lo que nos conduce hacia el conocimiento exterior del mundo: en el momento en el que descubrimos para qué hemos sido llamados al mundo es cuando en verdad empezamos a dejar nuestra mínima impronta en él. Jacob Taubes lo supo entender asimismo: «Como el orden externo del universo ha perdido significado, la única dimensión en la que el hombre puede tener su lugar para vivir es en su propio ser”. De nuevo Maeztu: “ser es defenderse”.
En palabras de Marías: “Cuando la vocación se hace concreta, aunque originariamente sea genérica y nazca del encuentro de ella en la sociedad, realizada en otros, se liga a la propia personalidad, se entrelaza con la trayectoria vital y se convierte en una dimensión de ella. Ya no se trata de la vocación esquemática de médico, sino de este médico individual, definido por una situación no intercambiable y un proyecto personal que transforma la vocación genérica. Tal vez el labrador individualiza la profesión milenaria, ejercida por millones y millones de hombres en todas partes y en todas las épocas, al adscribirla a su tierra. La función de la madre de familia adquiere un carácter único y archipersonal porque se trata de esta familia insustituible. En ambos casos, el quehacer cotidiano adquiere el dramatismo que pertenece a la vida como tal y no se puede separar de su configuración. Es quizá la justificación del uso lingüístico que en español usa el verbo «ser» y no el «hacer» para designar la profesión: ¿Qué es usted?, y no qué hace (…). Lo que más puede descubrir a nuestros propios ojos quién somos verdaderamente, es decir, quién pretendemos ser últimamente, es el balance insobornable de nuestra ilusión. ¿En qué tenemos puestas nuestras ilusiones, y con qué fuerza? ¿Qué empresa o quehacer llena nuestra vida y nos hace sentir que por un momento somos nosotros mismos? ¿Qué presencia orienta nuestra expectativa, qué anticipación nos polariza, tensa el arco de nuestra proyección, se convierte en el blanco involuntario e irremediable de ella? ”.
Sin embargo, no debemos correr el riesgo de caer en el solipsismo o en el psicologismo: dos peligros muy reales cuando se habla en los términos en los que lo estamos haciendo. Cabe aclarar que el nihilismo antropológico nos ha acabado convirtiendo en unos egoístas capaces de destruir los vínculos familiares y sociales para defender nuestra percepción subjetiva del mundo cuando lo cierto es que los vínculos familiares y sociales deben primar en el desarrollo de la persona y que la realidad no es ningún escollo en el autoconocimiento sino su verdadero punto de partida. Todo en el mundo pasa como un soplo pero la verdad permanece como único asidero: el hombre que se ampara en la mentira perderá en todos sus empeños frente al hombre que apueste por aquello que le arraiga y le trasciende.
Además, todos los hombres y mujeres hemos sido llamados, dependiendo de nuestro sexo, a una tarea genérica a partir de la cual se hace preciso desarrollar nuestra particularidad. Todo hombre es un héroe en potencia: capaz de racionalizar el mundo y de ordenarlo mediante unos parámetros sólidos que le permitan actuar con seguridad. Las mujeres, por su parte, han venido a la vida a la tarea más grande que se pueda concebir: la de traer, a su vez, otra vida, que nacerá dependiente de la suya y germinará hasta terminar por ser independiente. Ambas misiones son imprescindibles para la preservación de la especie: el hombre crea un entorno para que la vida albergada por la mujer pueda nacer con seguridad y bienestar. El despertar espiritual puede estar en la necesidad acogedora de ser madre o en la voluntad paternal de conducir con seguridad una familia. Que siguen constituyendo, hoy como en el lejano siglo XVI, las mejores formas de resistencia contra el Estado. Como decíamos antes, el sentido común de la propia especie se impone sobre los dogmas estatales dado que lo popular es natural y lo estatal es artificial.
La mayor batalla de nuestro tiempo tiene lugar en el imaginario. Vivimos en una sociedad de la imagen donde constantemente somos expuestos a un flujo constante de imágenes que configuran nuestra forma de pensar pero ante las que estamos indefensos. No sabemos mirar con inteligencia y, por lo tanto, resulta sumamente fácil que nos manipulen a través de la vista. La disputa dialéctica, por medio de ensayos y monografías, lleva a la «batalla cultural«; la disputa ficcional, por medio de novelas y teleseries, lleva a la «lucha por el imaginario«. Dependiendo de los arquetipos que dominen nuestra mente subconsciente, se gobernará por el mundo a través de sus actos nuestra mente consciente.
Los arquetipos del héroe y de la madre son sustituidos por una imagen narcisista y consumidora que nos susurra al oído que ninguna renuncia o sacrificio valen por el placer de la egolatría; algo que es radicalmente falso y que resulta del todo inmoral. Por eso, dentro de la batalla de nuestro tiempo ninguna es tan relevante como la batalla por el ideal de mujer que conforme nuestras sociedades. Hay que liberar a las mujeres del nefasto influjo del Ministerio de Igualdad: a través de la lucha por el imaginario. El feminismo ha provocado, con su guerra contra la maternidad, la infelicidad de las mujeres, el descenso de la natalidad y el incremento del consumo. Esa es la peor consecuencia de la “podemización de España”: ha vuelto a las mujeres infelices, resentidas y alienadas enfrentándolas al hombre, a la biología y a su vocación natural. Sólo el amor de pareja puede conciliar aquello que el Estado, los medios de comunicación y la intelectualidad han desunido.
Así lo entendió también Jesús Trillo-Figueroa: “Decir que la naturaleza no establece el instinto de maternidad; o que la naturaleza no asocia el sexo al amor es faltar a la verdad. Pero, claro está, de nuevo nos encontramos con la diferente concepción en torno a la verdad. La verdad no es la que establezca el discurso correctamente construido o deconstruido. La verdad es la que es, aunque se piense al revés. Está ahí, no se crea, se encuentra. El encuentro lo produce el hombre, porque un hombre noble es un ser que busca la verdad. Y cuando la verdad se encuentra, la conmoción que se produce es de tal naturaleza que el hombre se enamora. Porque la verdad que descubre merece ser conquistada. Esto sucede cuando el hombre-persona conoce a otra persona y la identifica como verdad, su verdad. Entonces la verdad actúa operativamente, y afecta a la personalidad que se quiere salir de sí y donarse al otro, para con él repetir la verdad encontrada. En esto consiste la capacidad creadora despertada por la realidad y la verdad en el ser humano (…). Difícilmente podrá triunfar una ideología de no admitir una verdad tan sencilla y universal como es la experiencia del amor sexual, o la experiencia del instinto maternal. Ambas cuestiones son la base de la continuidad de la especie y de la sociedad que conocemos. Desterrar estos conceptos del discurso será una tarea posible. Pero erradicar esos sentimientos se me antoja totalmente imposible. El Estado podrá en la locura ideológica decretar la muerte de la mujer madre o del niño hijo, lo que nunca podrá matar es el sueño; porque la Humanidad jamás dejará de soñar, gracias a la maternidad”.
O Juan Bautista Fuentes: “Acoger y cuidar continuamente y por ello incitar a la enmienda mediante la disposición de antemano al perdón: ésas son justo las funciones que sólo puede cumplir el cuerpo viviente humano femenino, dotado del seno y de las entrañas de las que está dotado. Y por cierto que así como estas funciones pueden extenderse más allá de los propios hijos al resto de los miembros de la familia y aun a aquellos prójimos que pudieran estar al alcance del radio de acción de la mujer, así habrá también mujeres que no habiendo sido madres podrán por el hecho de ser mujeres, o sea madres potenciales, ejercer este radical influjo benéfico tanto sobre los miembros de la familia como sobre otros posibles prójimos (…). Así pues, el hilo que buscábamos sólo podremos encontrarlo aquí: en las madres, o mejor, en las mujeres, en cuanto que madres potenciales y desde luego actuales. Pero esto supone ni más ni menos que la necesidad de una rebelión de las mujeres que quieran serlo frente a las fuerzas de la aniquilación, que ahora se nos hace ya más claro que lo que ante todo buscan es aniquilar radicalmente la condición de mujer de la mujer. Sólo podrán ser aquellas mujeres que experimenten en lo más íntimo de su ser, o sea en su seno y en sus entrañas humanas, el estallido insoportable de hartazgo causado por la inusitada y radical violencia a que esa naturaleza suya está siendo sometida, sólo podrán ser, digo, esas mujeres las que se determinen a hacer moralmente frente sin la menor concesión a las fuerzas violadoras de la aniquilación”.
Y la propia Doris Lessing, poco sospechosa de machismo, según una reveladora noticia de la que daba testimonio: «El banco Natwest tenía un proyecto para promocionar a las mujeres dentro del propio banco y descubrió que solo interesaba a una parte muy pequeña de las empleadas. Les brindaron cursillos especiales y cosas por el estilo, pero en general las mujeres no querían competir. En cambio lo que sí deseaban, pese a tanto movimiento feminista, era casarse y tener una familia, a excepción de una minoría. Y no veo por qué no. No es justo que reciban críticas por pensar así«. Recientemente, la escritora Ana Iris Simón se expresó en términos similares ante Pedro Sánchez: “Lo que más envidio de mis padres a mi edad es que para ellos tener hijos no supuso el salto al vacío que yo siento ahora. Con 28 años he vivido tres ERE y mi contrato temporal finaliza dos días después de la fecha programada para mi primer parto. No tengo coche y no tengo hipoteca y si no los tengo es porque no puedo. Si realmente necesitamos plantarle cara al reto demográfico apostemos por las familias, por darles beneficios fiscales al contrario de lo que se proponía hace unos días, por ayudas directas a la natalidad y las escuelas gratuitas de 0-3 años en todo el territorio”. La alienación de las madres y la alienación de los jóvenes suponen los más graves síntomas de que España se encuentra al borde del colapso.
Incluso dentro de los círculos mediáticos y sociales disidentes, se hace evidente la escasez de mujeres. Obviamente, la sociedad es mucho más clemente con ellas que con el hombre blanco heterosexual y religioso; pero, aun así, tengo la sensación de que estamos fallando en nuestra labor de prédica para con las mujeres. Ese es, junto con la necesidad de crear una comunidad disidente cohesionada, organizada y fuerte, el gran reto de la lucha por el imaginario en los próximos años. Aunque como nota de color cabría añadir que se está consiguiendo aglutinar a un importante contingente de hombres jóvenes que no están dispuestos a dejarse llevar como un fardo carente de voluntad hacia el materialismo imperante. Sin embargo, su situación social es complicada y significarse como disidente a nivel público puede tener unas consecuencias catastróficas en el ámbito personal y profesional. Tenemos que celebrar con especial ilusión, por ello, la aparición de jóvenes y talentosos autores como César León de Castro, una reciente incorporación a las filas del articulismo español desde El Correo de España.
El propio 15M tuvo mucho que ver con el descontento generado ante la pérdida de poder adquisitivo y ante las negras esperanzas laborales de una masa de jóvenes titulados. Leamos a Schumpeter, que se anticipó hace décadas a una situación que sufrimos desde hace tiempo en España, para entenderlo mejor: “El hombre que ha pasado por un instituto o una universidad se convierte con facilidad en físicamente inempleable para las ocupaciones manuales, sin adquirir por ello una empleabilidad en las profesiones liberales. Su fracaso en este sentido puede ser debido a una falta de capacidad natural o una enseñanza insuficiente, y ambos riesgos se multiplicarán cada vez más, en cifras absolutas y relativas, a medida que aumenten los estudiantes de educación superior y aumente el volumen de enseñanza exigida, con independencia del número de profesores y alumnos con que la naturaleza nos haya dotado. Los resultados de no tener esto en cuenta, y obrar apoyándose en que las escuelas, institutos y universidades son una mera cuestión de dinero, resultan demasiado evidentes como para insistir en la cuestión. Casos en los que habiendo una docena de solicitantes para un empleo, todos ellos formalmente cualificados, no exista ninguno que pueda desempeñarlo satisfactoriamente son conocidos por todo el que tenga algo que ver con los nombramientos de personal, esto es, por todo el que se encuentre cualificado para juzgar con conocimiento de causa la materia”.
Cuando esa sobretitulación ignorante se encuentra con un mercado laboral carente de perspectivas que aboca al trabajo embrutecedor y a los empleos crónicos, es natural que la reacción oscile entre la frustración y la ira. Leamos al sociólogo español Amando de Miguel: “Se ensalza todo lo relacionado con la adolescencia y la juventud por representar lo nuevo, lo último, la prefiguración del porvenir. La moda, el lenguaje coloquial, la mentalidad predominante, los valores admitidos se entusiasman con el espíritu juvenil. Las estrellas de la música o el deporte simbolizan el ambiente juvenil exultante. Nadie discute que los políticos subvencionen de modo preferente a los jóvenes”. Se trata de unas generaciones de gentes sobreprotegidas y endiosadas que, de la noche a la mañana, se encuentran arrojadas al ruedo del mundo laboral como carne de cañón en una guerra: sin posibilidad de salir enteros. Y, lo que es peor, sin un soporte existencial capaz de orientar los reveses profesionales, personales, existenciales o sentimentales.
El consuelo que distingue el dolor de los mamíferos y el de los hombres es la capacidad de comunicación. El dolor es igualmente intenso, pero en la conciencia del mismo y en la dignidad del testimonio se encuentra una cierta paz que a los animales les resulta quimérica. La confesión entregada o recibida de otros sirve de descargo, sobre todo cuando se le otorga una dimensión estética como ocurre en el arte. Hoy en día, sin embargo, existe una verdadera epidemia moral de jóvenes incomunicados a consecuencia de la destrucción de los espacios comunitarios y de la pesada losa que suponen las redes sociales como forma de interacción cuando se sale al mundo real. Para ellos, decir comunicación supone mentar una entelequia. Las redes suplen ese papel pero obviamente no son equiparables y las consecuencias están a la vista de todos. Usamos los medios digitales para gritar nuestro odio a través de mensajes anónimos, pero únicamente se oculta el dolor que nadie es capaz de chillar de viva voz. Porque nadie lo escucharía: todo el mundo tiene los auriculares puestos y la mirada fija en una pantalla.
La crisis de la maternidad nos ha llevado a unas cifras críticas de natalidad que el Gobierno socialista pretende suplir con inmigración africana; la precariedad laboral de unas generaciones depauperadas, “sobre-tituladas” y “nihilizadas”; y la ruptura social, territorial y política de una España cada vez más a la merced de la Unión Europea y del globalismo. Esas son las peores consecuencias de la “podemización” de España. La pobreza espiritual de nuestros compatriotas tiene su correlato más evidente en la pobreza estética de esas mismas personas: a nadie le importa el arte lo mismo que a nadie le importa la religión. Ya nada nos recoge y ampara en ese acogedor silencio interior de meditación mística que dialoga con Dios.
Sin embargo, no debemos desesperar cometiendo el error de caer en ese delirio apocalíptico tan común de nuestros días. Y tampoco debemos rendirnos, renegar o dejarnos subyugar. Marcelino Menéndez y Pelayo escribió: “Quiso Dios que por nuestro suelo apareciesen, tarde o temprano, todas las herejías, para que de ninguna manera pudiera atribuirse a aislamiento o intolerancia esa unidad preciosa, sostenida con titánicos esfuerzos en todas las edades contra el espíritu del error. Y hoy, por misericordia divina, puede escribirse esta historia mostrando que todas las heterodoxias pasaron, pero que la verdad permanece, y a su lado está el mayor número de españoles, como los mismos adversarios confiesan. Y si pasaron los errores antiguos, así acontecerá con los que hoy deslumbran, y volveremos a tener un solo corazón y una alma sola, y la unidad, que hoy no está muerta, sino oprimida, tornará a imponerse, traída por la unánime voluntad de un gran pueblo, ante el cuál nada significa la escasa grey de impíos e indiferentes”. Debemos actualizar sus palabras con la misma esperanza del genial autor español.
Para trascender la muerte debemos vivir día a día consagrando nuestros actos más efímeros a la eternidad. Y para encontrar la trascendencia en una cultura de la muerte, que niega dicha categoría sistemáticamente, hay que defender todo aquello que involucra a la persona en un sistema de sentido: la libertad, el amor, la patria, el honor, la ilusión, la espiritualidad, la tradición. Quien vive con principios no conoce la derrota o el fracaso. En palabras de Oswald Spengler: «Este es nuestro propósito: hacer lo más significativa posible esta vida que nos ha sido concedida. Vivir de tal manera que podamos estar orgullosos de nosotros mismos. Actuar de tal manera que una parte de nosotros sea eterna«. Debemos aprender a ser madres o héroes: sin pensar, por ello, que debemos dejar de ser otras muchas cosas que forman parte de nuestro ser; más al contrario, abrazando el arquetipo, esos otros componentes indispensables se potenciarán.
Escribo estas líneas mientras en Francia el presidente alerta de que piensa “joder” a los no-vacunados. Algo así ya está en marcha en Italia: sólo se les permite comprar los alimentos imprescindibles para su supervivencia. Otra vez esa dialéctica del amigo/enemigo para legitimar la estigmatización. Otra vez los que detentan el poder hacen lo preciso para no abandonarlo, aunque sea condenar a una parte la propia población al oprobio del aislamiento incruento. No dudo de que en España pronto nos encontraremos en una situación análoga: y nada de eso podría haberse hecho sin la reconfiguración del mapa moral y político que supone Podemos como cierre del “espíritu del 15M”.
En el tiempo donde se privilegia a las minorías, una nueva minoría se presta a ser inmolada: la de aquellos que rehúsan ser vacunados. Chivo expiatorio de la enésima tentación totalitaria occidental: el “pasaporte Covid” a modo de unción ceremonial que brinda la absolución y condena al renegado. El signo de la Modernidad se esculpe en la evidencia captada por Roberto Calasso a través de René Girard: que nuestro tiempo es el primero ajeno a la noción de sacrificio colectivo. Quizás eso ya no sea así: hemos encontrado a la víctima propiciatoria. Poco a poco se procede a deshumanizarla: “negacionistas”, malintencionados, ignorantes, estúpidos, cobardes, insolidarios, asesinos. Sólo falta volver a encender las antorchas. Pero a nadie se le ocurre forjar de nuevo la espada. No hay comunidad, ni hombres: solo esquirlas. Igual que fotografías de un pasado reciente. España, en palabras de Coleridge: “Since then, at an uncertain hour,/ That agony returns:/ And till my ghastly tale is told/ This heart within me burns”.
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