17/05/2024 03:22

Es San Mateo quien narra en su Evangelio el encuentro de los Reyes Magos con la Sagrada Familia. Como se sabe, en Oriente llaman “magos” a los hombres sabios, dedicados al estudio de la Naturaleza, la Astronomía, la Medicina y la Física, capaces de pronosticar el futuro y de conocer las propiedades de los planetas y minerales, de curar enfermedades e interpretar los acontecimientos; esta representación y prestigio surgía la idea de rectitud y bondad.

Debieron pertenecer a la élite intelectual persa, de una religión anterior denominada mazdeísmo (devoción a Ahura Mazda), que se funda en las enseñanzas del profeta y reformador Zoroastro (Zarathustra), persona rodeada de un fondo metafísico; personaje que los Padres de la Iglesia primitiva tuvieron como profeta del Mesías, mientras otros lo identifican  con Abrahán.

Parece razonable  que los magos acudieran al pesebre para confirmar el nacimiento de Jesús. Porque los judíos también decían que se habían cumplido los tiempos mesiánicos; además había expectación religiosa, tanto entre los persas como entre los judíos.

El Evangelio de San Mateo no refiere a que raza pertenecía, ni tampoco cuántos eran o de dónde procedían. Esta noticia evangélica, de historicidad probada, es la base de la festividad de la Epifanía, término griego que significa manifestación, acción de conocer: que procede de “epi” (sobre) y “faineo” (aparecer); es una de las festividades más antiguas de la Iglesia: el 6 de enero, conocida como  Fiesta de la Adoración de los Reyes y también Fiesta de la Estrella, en recuerdo de la estrella que orientó a los magos hacia el portal de Belén.

De los magos se comenzó a hablar en el siglo IV. En algunas iglesias se bendecía esa noche el agua bendita para todo el año y se llenaban los altares de luces de lámparas de aceite y de velas. De ahí viene el que dominara en ese tiempo litúrgico el color blanco, por ser símbolo de resplandor de la estrella. Fijaron el número de magos en el siglo VII y se les nombró como Melchor, Gaspar y Baltasar.

Esta festividad tuvo gran  resonancia en Alemania en 1164. El emperador Federico Barbarroja regaló a la ciudad de Colonia los cuerpos de los tres magos, que el arzobispo Reinaldo de Dassel llevó de Milán, convirtiéndose así en lugar de peregrinación.

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Cada uno de los magos representa una parte del mundo: Melchor a Europa y a los descendientes de Jafet; Gaspar, que era moreno, a los reinos asiáticos y a los descendientes de Sem; Baltasar, de tez negra, a los reinos africanos y a los descendientes de Cam.

La implicación de los juguetes y de los niños aparece también en el relato de San Mateo, que dice que los magos ofrecieron al Niño Dios oro, como rey; incienso, como Dios; y  mirra, como hombre.

Ya en la Edad Media, los niños alemanes, disfrazados de  reyes magos el día de la Epifanía, cantaban provistos de farolillos por las calles, llamando a las casas para pedir el aguinaldo que destinaban a obras piadosas; ese día los niños eran obsequiados en recuerdo a que también Jesús había recibido regalos de los magos en Belén.

Que la Noche de Reyes era celebración popular en toda España lo prueba el teatro medieval y la Crónica General del siglo XIII, así como la numerosa iconografía religiosa y de arte en general. La representación medieval del “Auto de los Reyes Magos” constituye la primera manifestación dramática conservada en castellano. En estas obras se aprecia que Herodes parece arrepentido de la persecución de Jesús y del sacrificio de tantos niños, con estas palabras:   Sin quererlo, jamás, hice de inocentes, santos.

Feliz Día cristiano de Reyes Magos y de la Adoración a Jesús.

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