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Ni Ariane ni Solo ante el peligro;
la mejor película de Gary Cooper
fue la película de su propia vida.
Mujeriego compulsivo, bon vivant, superestrella
del Hollywood dorado,
quiso Dios que se casara
con Verónica Balfe, Rocky para sus más allegados,
que fue la roca en la que fundó
su conversión a la Fe católica.
Con ella poco a poco
se fue alejando del abismo
de las pasiones de la carne
hasta encontrar su alma
en Dios la luz y la calma
que no habían sido para él
con anterioridad más que espejismos.
A misa empezó a ir
con su mujer y con su hija
y el Papa Pío XII
en Roma los recibió.
Poco después el buen Gary
enfermo cayó de cáncer.
Su viejo amigo Ernest Hemingway,
antiguo compañero de tantas farras,
lo visitó en el hospital.
«Tú sabes que tomé la decisión correcta»,
le dijo Gary Cooper postrado en la cama.
«Nunca vi a nadie tan feliz»,
comentaría Hemingway sobre ese hombre
que a punto estaba de morir.
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