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El NOM es, en realidad, un gran absurdo, un colosal disparate. Pero son los grandes despropósitos los que precisan de mayores expertos que conviertan lo descabellado y antinatural en una ciencia, y a la vez en un negocio; los que necesitan de sumos sacerdotes que mantengan el fuego sagrado de la abominación y, más allá, de la filosofía de la muerte, de la nada.
El modelo de civilización que el NOM nos propone como tierra prometida no ha producido hasta ahora y no ofrece para el futuro más que devastación, felicidad impuesta, es decir, falsa, crímenes y aberraciones de todo tipo, incluidas las desviaciones sexuales más salvajes. Pero una civilización basada en la humillación y el desafuero generalizados sólo puede llevarnos a la destrucción, nunca a un código superior de valores al servicio de la dignificación del género humano y de la búsqueda de la verdad.
Más allá de la necesidad que tiene el NOM de convertirlo todo en mercancía rentable, está su necesidad de poder, para lo cual precisa una planificación -concreta y abstracta- y exige una funcionalización absoluta del ser humano y su acatamiento no menos total a las reglas establecidas. Cuando la vida es tan corrupta y está tan pervertida, y tiende a refocilarse en la desnaturalización de la persona, como ocurre en la actualidad, las vísceras llenan el vacío.
Por tanto, los escasos ciudadanos renuentes de hoy, que tienen como ejemplo el individuo ético y aristocrático de la filosofía clásica quedan con ello fuera de juego, en un exilio interior o exterior, obligados a una existencia autónoma en lo civil, infamados, ignorados y criminalizados. Son, así, un modelo obsoleto, una memoria nostálgica y, en consecuencia, un ejemplo indeseable. Hostigamiento y aun cacería que pudo comprobarse unos meses atrás, con absoluta nitidez, respecto a los que rechazaron la vacuna covidiana.
Gracias a la indecente contribución de los informadores a sueldo del Sistema, nos hallamos en la época del hombre-masa que obedece miméticamente las ideas que le sugieren y las consignas que le aplican, sin interrogarse sobre su sentido. No triunfa el hombre prudente que ofrece resistencia al mal en nombre de algún valor superior, sino el mediocre que sirve a las fuerzas dominantes. Lo que el Imperio Profundo estima no es la virtud, sino la humillación: una ciudadanía acrítica y obediente, ignorante y pervertida, convencida de la filantropía de los oligarcas y confiada en su generosidad.
Los dos mundos, antaño hipotéticamente contrarios, del social-comunismo y del económico financiero o capitalista, han sido finalmente unificados bajo el paraguas de ese execrable Imperio Profundo. Él es ahora el que gobierna los lóbis y contubernios de unos y otros, los movimientos pacifistas, ecologistas, feministas, animalistas, multiculturalistas, etc. o los medios financieros e informativos más potentes de nuestro mundo.
Grupos antisistema, universidades oscuras e intelectuales áulicos navegan en el mismo barco; y lo que es peor, fenómenos como las guerras e incluso el terrorismo han sido minuciosamente controlados para convertirlos, muy a menudo, en masacres de falsa bandera. Porque es con la razón bien despierta, la estrategia bien estudiada y procurando -en lo posible- esconder la mano con la que arrojan la piedra, como los detentadores del poder globalista están siendo capaces de provocar atropellos y crueldades sin límite, sangrientos holocaustos, de los cuales ellos siempre -o casi siempre- se salvan.
Esta nueva revolución socioeconómica, cultural y mediática ha integrado todo el abanico de maldades para construir un Mal unificado, y, mediante su policía de pensamiento único, sus educadores, sus redes sociales y su intelligentsia se ha dedicado a intervenir la memoria individual e histórica adaptándola a sus propósitos desnaturalizadores. Porque su nuevo orden requiere la presencia de un hombre nuevo, exento de religiosidad y de raíces, permeable al agitprop, amoral y de mentalidad lactante.
La nueva sociedad, el paraíso capital-socialista que se quiere forjar ha de estar libre de solidaridad cristiana y pletórico de corrección y de buenismo, que es el sucedáneo del espíritu cristiano o su placebo. Y han conseguido, o están a punto de ello, transformar la sociedad pasando a través de la mente de las multitudes, anulando su conciencia individual, su dignidad de seres humanos con arbitrio.
Oponerse a tal abominación es el fascinante y noble reto de la minoría resistente.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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