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A finales del siglo XVII la situación de la Armada española era crítica, tanto que resultaba imposible hacer frente a las monarquías rivales que ansiaban controlar las rutas comerciales que unían Europa con América. Esta situación cambió a principios del siglo XVIII, momento este en el que empiezan a destacar una serie de personajes que, con el apoyo de la nueva dinastía borbónica, hicieron de la Armada una terrible máquina de guerra que llegó a atemorizar a la todopoderosa Inglaterra.

España siempre miró hacia el mar, al menos hasta fechas muy recientes. Después de nuestro largo y sufrido proceso de reconquista, los principales reinos cristianos quisieron ver más allá del horizonte y buscaron nuevas posibilidades de expansión, tanto territorial como económica, lo que los llevó a aventurarse en mares desconocidos y peligrosos. Desde finales del siglo XV los intereses en política exterior de la Corona de Aragón se orientaron hacia el Mediterráneo, imponiendo su dominio sobre las islas de Cerdeña y Sicilia, al igual que en el sur de Italia. Mientras tanto, Castilla miraba hacia el Atlántico y el norte de África. La unión de ambas coronas durante el reinado de los Reyes Católicos obligó al emergente imperio hispánico a hacer frente a un número cada vez mayor de compromisos ya que la defensa de los intereses aragoneses provocó el choque con Francia en Italia. Mientras tanto, la empresa colombina va a poner en manos de Castilla un enorme imperio colonial cuya supervivencia sólo fue posible si antes se aseguraba el control de las rutas comerciales entre América y los puertos europeos, algo que sólo pudo conseguirse gracias al enorme esfuerzo que protagonizó la Armada española que, durante casi tres siglos, logrará mantener estas rutas abiertas. Durante todo este tiempo, los barcos españoles se enseñorearon de los mares, protagonizando hechos heroicos al igual que dolorosos fracasos (Recuerda España que tú registe el imperio de los mares).

A finales del siglo XVII la decadencia española ya era algo incontestable. La gran crisis del siglo XVII afectó a la marina ya que la falta de recursos provocó el abandono de los barcos en los puertos, por falta de personal y repuestos para reparar sus averías.  A todo ello le unimos la ausencia de una política centralizadora, especialmente en lo que se refiere a la Armada, que contribuyó a restar operatividad a nuestros barcos. Para que nos hagamos una idea, la Real Armada del Mar Océano, encargada de proteger las costas peninsulares sólo contaba con dos navíos de 90 cañones, dos de 60 y un patache de 40. Algo totalmente insuficiente si tenemos en cuenta, además, la desaparición de la Armada de Flandes. Siendo importante la defensa de nuestras costas, más lo era la protección de los barcos de mercancías que venían del Nuevo Mundo, para la cual sólo contábamos con once barcos de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias.  La Armada del Caribe, una zona conflictiva y disputada por varias potencias europeas, sólo contaba con 4 barcos, uno de 60 cañones, mientras que la antigua Armada del Mar del Sur, ni siquiera se podía considerar como tal, ya que la ausencia de cualquier navío de guerra obligó, en más de una ocasión, a artillar barcos mercantes para defenderse de los ataques de los piratas.

Si la situación era complicada a mediados de este siglo, va a empeorar muchos más mientras va transcurriendo el reinado de Carlos II. En 1694 las fuerzas navales españolas ya sólo cuentan con diez navíos, la mayor parte en desastrosas condiciones, por lo que a partir de 1700 se debe de recurrir a los barcos franceses para proteger las rutas comerciales. La desaparición de los Austrias trae consigo la entronización de una nueva dinastía con la que se produce una notable mejoría y, especialmente, un intento de cambio de las anquilosadas estructuras de tradición feudal (las que pretenden conservar el archiduque Carlos y sus aliados en España) mediante un proceso de centralización y concentración operativa similar al modelo francés, que tan buenos resultados estaba dando al otro lado de los Pirineos. La racionalización en la gestión de los asuntos públicos, al igual que la centralización y el establecimiento de un sistema más igualitario, desde el punto de vista legal y de las finanzas (al menos desde el punto de vista territorial) se convertirá en la piedra de base sobre la que se sustente el renacimiento de la Armada que, en apenas unos años, volverá a convertirse en un terrible herramienta bélica que hará temblar a  la propia Inglaterra. Hombres como Patiño, el Marqués de la Ensenada o el Marqués de Vitoria, con el apoyo de la monarquía, harán de la Armada una organización operativa gracias a la construcción de nuevos barcos y la formación de nuevos oficiales.

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Este es el tema de portada que desarrollamos en el nuevo número de Laus Hispaniae que ya tenéis a vuestra disposición (https://laushispaniae.es/producto/septiembre-2021-no4/). En este número el lector también podrá viajar en el tiempo, de la mano de José Antonio Olmos, que nos habla sobre el origen de reino de Aragón. José María Sadia nos sorprende con un interesante artículo sobre el Románico español en el que pone en tela de juicio el carácter austero de primer estilo internacional de la Edad Media. En nuestras secciones, Augusto Rodríguez de la Rúa nos habla sobre la batalla de Toro y la enorme importancia que tiene a la hora de explicar el origen de la nación española; en «Españoles cum Laude», Javier Ramos nos recuerda la biografía de Trajano, el gran emperador hispano y, en «Leyenda Negra», rendimos homenaje a Fray Junípero Serra, santo misionero. Para terminar, en «Paseos por la historia», nos desplazamos hasta Mojados, en Valladolid, el epicentro del imperio español.

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REDACCIÓN