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La guerra también tuvo sus ratos de risa. La risa entre 1936 y 1939 se llamó “Comité de no intervención”. León Blum, Presidente del Consejo Francés, solidario como socialista con la República Española, invento, a finales de agosto, la fórmula “No intervención en la guerra española”. Blum, como todo el mundo sabía, fue quien primero intervino en la guerra con la ayuda miliar a los españoles comunistas a través de un pacto anterior con cláusulas secretas, firmado por la República Francesa y la Republica de los Trabajadores de Todas Clases, sin que en esas cláusulas secretas sobre la ayuda mutua se enterasen los franceses ni los trabajadores. La farsa de la “no intervención” sirvió para que los diferentes estados arrojasen la piedra y escondiesen relativamente la mano.
A finales de agosto, y en plena canícula estival, Rusia envió a España a su embajador Marcel Rosenberg, al que recibió el pueblo con los aplausos subordinados de quienes saben que desde ahora presidirá los Consejos de Ministros, porque Stalin gobierna España, y sui paternal imagen bendice la vida cotidiana de los que tienen la desgracia de ser sus súbditos.
En Madrid las sirenas advirtieron a la población madrileña de la aproximación de los aviones. Ya se sabía de los bombardeos rojos en Zaragoza, León, Cádiz, Sevilla, Lorca, Toledo, Melilla y Ceuta; y presa del pánico corrían a guarecerse del primer bombardeo sobre la capital de España que se produjo durante la noche del 27 al 28 de agosto de 1936. Un Junkers Ju 52 lanzó varias bombas sobre el Ministerio de la Guerra y la Estación del Norte.
Las milicias republicanas en las primeras semanas de la guerra estaban formadas por un conjunto heterogéneo de hombres, mayormente obreros sin formación militar ni disciplina castrense, y organizados sobre la base de sus afinidades políticas, dirigidos por el coronel Pablo Rodríguez. A lo largo del mes de agosto estas milicias habían intentado vanamente detener el avance de las tropas sublevadas a lo largo de Andalucía y Extremadura. Aunque las fuerzas sublevadas eran poco numerosas sí poseían mejor entrenamiento y armas que las milicias republicanas. Después de la Batalla de Badajoz las milicias se habían retirado a lo largo del río Tajo, formando una posición fuerte en las colinas que rodean Talavera de la Reina y esperando detener a su enemigo aprovechando el terreno.
Por aquellos días la Columna comandada por el Capitán de la guardia civil Manuel Uribarri, conocida como la “Columna fantasma” por la requisa de camiones y automóviles a su regreso de Baleares, donde había operado en la ocupación de Ibiza y Formentera, estaba compuesta por guardias civiles y milicianos valencianos viajaron hasta Guadalupe, localidad que ocupó tras derrotar a la guarnición local. A través de altavoces ordenó a la población útil para que tomara posiciones para contener el asalto de los Legionarios y Regulares. El número total de hombres era muy superior a la Columna Nacional Castejón, que ya estaba en las afueras de la ciudad extremeña, y a pesar de su preponderancia, pronto entabló combate con la columna nacional al mando de Antonio Castejón que venía desde Badajoz y resultó estrepitosamente derrotada, sufriendo fuertes pérdidas. La columna se retiró de la localidad dejando abandonado numeroso material bélico, vehículos y suministros
Así mismo, las Columnas Asensio, Tello y Castejón se concentraron en Navalmoral de la Mata para proseguir el avance sobre el valle del tajo.
Ante tales perspectivas, los Frentepopulistas consciente de la importancia de conservar Talavera, lanzaron la primera ofensiva organizada, enviando un nutrido contingente de tropas y material bélico. No paraban de llegar refuerzos de Madrid y de otras regiones para detener la envestida de los nacionales. Entre otras fuerzas llegaron 900 guardias civiles, 500 carabineros, 3 Compañías de Guardias de Asalto y una Compañía de Zapadores, 300 milicianos y una Batería ligera. Numerosos trenes iban y venían desde Madrid transportando hombres y material hacia Talavera.
El gobierno republicano designó al general Manuel Riquelme para dirigir a las tropas, junto con el líder comunista Juan Modesto como jefe de las milicias. Los rojos lograron reunir abundante artillería e incluso un tren blindado para defender la posición, junto con una masa de 10 000 combatientes. El 2 de septiembre las tropas del Ejército de África llegaron ante Talavera, cerca de 3 500 hombres al mando del general Juan Yagüe, y de inmediato fijaron su plan de ataque, buscando rodear a las milicias que ocupaban las alturas.
En aquellos días Don Juan de Borbón pasó la frontera francesa para incorporar al Ejército Nacional, pero fue descubierto y devuelto a Francia.
El primero de septiembre los nacionales dictaron el plan de Maniobra contra Talavera. Primeramente, tomar los pueblos cercanos y cortar la carretera y la vía férrea para evitar la llegada de refuerzos enemigos. No obstante, las carreteras de acceso a Talavera continuaron atascadas por las continuas llegadas de hombres y materiales para su defensa; sabían que, si caía Talavera, Toledo sería el siguiente objetivo. La población de Talavera se volcó con las tropas de refuerzo, pero el caos y el desorden eran generalizados, ya que los milicianos, ignorantes de los principios de la lucha en campo abierto, mayormente sin formación militar ni disciplina castrense, y organizados sobre la base de sus afinidades políticas, a las órdenes de unos “mandos”, en su mayoría, sin coherencia, ni logística, ni organización, que les hicieron realizar ataques mal sincronizados y despliegues sin protección ni cobertura, llevando a la tropa directamente al matadero. Razones por la que, no solo desaprovecharon los emplazamientos idóneos para atacar y defenderse, sino que, temerosos tendían a concentrarse en las alturas y cerca de las carreteras para poder huir en cuanto se pusiese complicada la situación. Desbandadas que fueron aprovechadas por Yagüe para sus avances e infiltraciones.
Los aviones nacionales dejaron caer sus bombas en el aeródromo y en la propia ciudad de talavera. Al pánico producido a los habitantes de la localidad por el bombardeo, hubo que añadir el nulo asombro por el combate aéreo que tuvo lugar ante la llegada de 8 cazas rojos.
Sin perder el tiempo, Yagüe que había dividido sus tropas en dos columnas, una al mando de Castejón y la otra dirigida por el Coronel Asencio Cabanillas, al amanecer delo 3 de septiembre comenzó el asalto a la ciudad. Simultáneo, ambas columnas nacionales se lanzaron contra los milicianos subiendo hacia las alturas donde éstos se habían parapetado, sin mayor experiencia de combate y carentes de entrenamiento, tras los fuertes combates empezaron a retirarse desordenadamente mientras las columnas atacantes, que ya se habían apoderado de los pueblos cercanos, entraron a la propia localidad, cortaron la carretera, tomaron el aeródromo y la estación de ferrocarril, para evitar así la llegada de refuerzos enemigos, y Yagüe dirigió un veloz ataque hacia el centro de la localidad, sorprendiendo a los defensores rojos que aún quedaban allí y venciendo rápidamente su resistencia.
Los supervivientes milicianos terminaron por huir, abandonando sus posiciones y armamento debido al pánico de quedar cercados. Por la tarde, sobre las 14:20 los nacionales terminaron de ocupar Talavera de la Reina sin hallar resistencia. Por la tarde el ministro de la guerra republicano, Hernández Saravia, telefoneó a Talavera y se cercioró de que la ciudad había caído en manos enemigas cuando al otro lado de la línea respondió un soldado marroquí.
La ocupación de Talavera fue la culminación del avance del Ejército de África que había comenzado hacía un mes desde Sevilla. Así mismo, provocó el derrumbe del gobierno de José Giral, que dimitió. Y Azaña eligió entonces al dirigente socialista Francisco Largo Caballero, quien formó gobierno con socialistas y comunistas agregó también a los anarquistas, tendría que hacerse cargo de una defensa de Madrid, seriamente amenazo por la propuesta nada tranquilizadora que había formulado Franco advirtiendo a los madrileños de que el día de su liberación estaba muy próximo y que si querían salvar sus vidas y reparar perjuicios irreparables, deberían entregarse sin condiciones a la generosidad nacional, por lo que el nuevo Presidente del Gobierno confirmo la urgencia de crear un nuevo ejército bajo dirección estrictamente profesional para las cuestiones tácticas, dotado de una estructura sólida de mandos y jerarquías y sujeto a disciplina puramente castrense, tras haberse comprobado la ineficacia combativa de las milicias voluntarias.
Tras la toma de Talavera el ejército nacional cambio sus planes, por orden Franco, postergando el avance de sus tropas hacia Madrid, para desviarlas en socorro de los sitiados del Alcázar de Toledo.
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