21/11/2024 16:57

Durante la Transición hemos ido viendo cómo todos los ideales eran traicionados y como a España se le iba robando su pasado y su futuro. Nuestra Transición no ha sido nunca democrática, sino partidocrática, es decir, clientelista. Y el Estado se ha resentido de ello. La sociedad civil, ya de por sí ajena al tradicional concepto de «democracia», no sólo no se ha desarrollado democráticamente durante estas cuatro décadas largas, sino que intrínsicamente se ha banalizado hasta el punto de aceptar con memorable indiferencia la trampa tendida por sus dirigentes.

La Transición, en este sentido, ni ha respetado el derecho político ni el civil. La sociedad, durante este período histórico, ha acudido mansamente a las urnas, pero nunca ha ejercido el poder público. Si ya es prácticamente imposible que la ciudadanía gobierne, aun en los casos en que los Gobiernos estén formados por personas ilustres y prudentes, respetuosos con la soberanía popular, mucho más imposible ha de ser bajo el dictado de unos mandatarios corruptos y despóticos. Porque una cosa es lo que el término «democracia» propone y otra lo que acaece en la realidad.

Si ya de por sí es muy complicado que la masa ciudadana intervenga como soberana en los acontecimientos sociopolíticos, ello resulta irrealizable bajo unas sectas políticas cuyo empeño ha sido siempre apropiarse del Estado para lograr sus bajos intereses particulares, algo que finalmente han conseguido o están a punto de conseguirlo. España, en la actualidad, está dominada por un Poder público que, contra todo derecho, sobre todo contra todo derecho natural, está ejerciendo una gobernanza absolutista, obviando los derechos previos de las personas a cualquier injerencia del Estado. El desarrollo de la Transición ha ido encaminado no a vigilar y preservar las limitaciones del Poder público, sino a reducirlas hasta asfixiar la libertad. Y esa es nuestra tragedia como nación.

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La mayor prueba de que la Transición democrática ha resultado un vejatorio fracaso para la dignidad individual reside en que su doctrina cultural y sociopolítica ha sido incapaz de redimir o eliminar a los maleantes y de elevar a los indoctos y a los frívolos; al contrario, ha insistido en proporcionarles una vida fácil para multiplicar su número, sus ignorancias y sus delitos, de paso que se esforzaba en promocionarlos y priorizarlos frente a la ciudadanía normal, trabajadora y pechera, a la que ha cavado un foso profundo de humillación para recluirla en él sin misericordia. El desprecio de los políticos de nuestra Transición por la democracia es tan evidente como lo es por la ciudadanía, a la que de forma permanente le ha dado la medicina condenatoria en medio de una denigrante y omnipresente corrupción.

Estos políticos desleales sólo han tenido ojos para las masas activistas y delictivas, para los okupas, subsidiados y demás vagos y maleantes, para llamar a los inmigrantes ilegales y convertirlos en pesebristas, invasores, violadores y asesinos; para fomentar todo lo que huela a transgresión de la sensatez y de la virtud, para el aniquilamiento de los símbolos y de las tradiciones patrias, especialmente de la religiosidad y de la Cruz. A estas masas fanáticas e ignorantes son a las que no dejan de cultivar y mimar, utilizándolas como arietes contra el pueblo que labora y produce. No dejan de incubar en ellas el feroz totalitarismo y las falsas ideologías igualitarias para mantener atemorizada a la sociedad común.

Lejos todo ello de las alturas de cualquier tratado de filosofía moral, del desarrollo del conocimiento que ennoblece al individuo, del brillo de la auténtica cultura; es decir, lejos de la política como factor emancipatorio del ser humano. Durante estos casi cincuenta años se ha procurado barrer por todos los medios a la excelencia, al pensamiento crítico, inoculando en el imaginario colectivo el hedonismo infecundo, las bajas y criminales pasiones, el relativismo selvático, el vacío religioso, la cultura de lo feo, de la suciedad y de la muerte.

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La Transición democrática, de la mano de la Constitución del 78 y con el apoyo de todas las autoridades que por responsabilidad y juramento estaban obligadas a oponerse a la ignominia, ha sido el caldo de cultivo idóneo para transformar lo excelente en mediocre y al pueblo en plebe; para desnaturalizar a la persona y desprenderla de civilidad, albedrío y pundonor, para erradicar el humanismo cristiano y el pensamiento clásico, para lograr, en definitiva, la absoluta descomposición de la patria.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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«La Transición democrática, de la mano de la Constitución del 78 y con el apoyo de todas las autoridades que por responsabilidad y juramento estaban obligadas a oponerse a la ignominia, ha sido el caldo de cultivo idóneo para transformar lo excelente en mediocre y al pueblo en plebe; para desnaturalizar a la persona y desprenderla de civilidad, albedrío y pundonor, para erradicar el humanismo cristiano y el pensamiento clásico, para lograr, en definitiva, la absoluta descomposición de la patria»
Asi es exactamente.

José Luis Fernández

Al pueblo español le espera una gigantesca tarea para reconstruir España, tanto en lo moral como en lo material, sobre unos nuevos cimientos en los que no estén ni el liberalismo (tanto el político como el económico) ni las perniciosa ideologías del izquierdismo progre.

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