29/06/2024 11:06

El caso, amable lector, es que estos nuevos demiurgos, genocidas y ladrones de guante blanco, financieros neoliberales, editores y demás pillos universales, especuladores, timadores, recalificadores, granujas globalistas y demás gente de buen vivir a costa de los demás, con toda su cohorte de sicarios, han coaligado, si no impuesto, finalmente sus incoherencias de plutócratas dementes sobre las contradicciones de los alegres cantamañanas desarrapados, anarcoides y demás frentepopulistas; sobre las aberraciones de los feroces y oportunistas e inconsecuentes doctrinarios. Porque el socialismo real, aquel que cantaba a los parias del mundo, ha muerto, devorado por el dinero y la buena vida.

Todos ellos ocultan su odio, su ambición y su avaricia tras una máscara de moderación afectada. Para estos psicópatas advenedizos, hacer su fortuna personal y la de su familia y su secta es uno de los objetivos que desean alcanzar desde el poder. A su muerte, dejarán una fortuna asombrosa. De sobra es sabido que todo gira alrededor del poder y de los beneficios, y no interesa proteger la genuina cultura de los pueblos, ni verdades, virtudes o principios, sino fomentar el hedonismo, las más aberrantes formas de placer y distracción, para uniformar a la humanidad y hacerla sumisa. Si los oídos de los ciudadanos no se cansan de escuchar las mentiras y padecer las atrocidades de los políticos, ¿por qué se les va a cansar a ellos la boca de decirlas y los brazos de cometerlas?

Respecto a la parte alícuota que de esta procesión de abominables nos corresponde a los españoles, no sólo conoce mal los problemas internos de España, sino que no tiene ningún interés en conocerlos, y menos en resolverlos. En realidad, nuestros dirigentes de la Transición se han despreocupado de la patria para preocuparse exclusivamente por sus intereses, o para buscar adeptos que pudiesen rivalizar con los adversarios que deseaban destruir. Pero, caso único en el mundo, muchos de ellos también han dedicado su vida entera, no sólo sus horas políticas, a destruir a su tierra natal, resentidos por razones morbosas e inconfesables, y carentes de vínculos históricos y afectivos hacia ella, con lo cual se han convertido en fieles aliados de todas las poderosas organizaciones extranjeras que también la odian.

Un hábil empleo de los favores públicos en la distribución de cargos y honores les ha permitido crear alrededor todo un mundo de gente agradecida, que ha ido acaparando los resortes del poder, tanto en la corte, como en los parlamentos, como en la justicia, el ejército e incluso en la Iglesia. Y, por último, para tener de su lado a la opinión pública, responder debidamente a sus oponentes y defender sus proyectos, pusieron a su servicio la prensa y la intelectualidad.

Pero no han tenido suficiente con dirigir a una serie de escritores o intelectuales a sueldo que les redactan los libelos inspirados y dictados por la ideología al uso, sino que han tomado a su servicio a las publicaciones periódicas más significativas, dedicándolas a editar noticias procedentes del horno sectario propio, notas culturales o literarias o incluso anuncios, todo a ello a conveniencia. Y a manipular aquellas que, provenientes de redacciones ajenas, no encajan en la visión elegida para sus presupuestos ideológicos, o simplemente a obviarlas, eliminarlas o negarlas. De modo que han convertido la comunicación nacional en un asfixiante periódico oficioso en el que la verdad no existe ni como concepto. Todo, pues, lo han convertido en engaño y traición.

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La conversación libre y el debate esclarecedor han desaparecido, transformándose la información pública en una academia de intelectuales áulicos reunidos bajo la protección del Sistema, cuyas sugerencias son órdenes para los artistas venales, que se ocupan, a cambio del correspondiente soborno, de codificar la lengua, la literatura, la historia y la filosofía y de hacer digeribles las ideas y las artes. De hecho, nuestros dirigentes transicionales y sus amos saben que los miembros de esta omnipresente institución académica no podrán utilizar su pluma contra ellos, y esperan, por el contrario, desprestigiar al lenguaje en general, a la lengua común, a la verdad tradicional y a los autores independientes, convirtiendo en coto cerrado, desnaturalizador y tóxico lo que conocemos como pesebre cultural.

Y así, los nuevos puristas de la lengua española, con el añadido de sus muladares autonómicos, se encargan de hacer -o de ignorar- las convenientes críticas a las obras que se van publicando y a las actividades culturales que se van desarrollando, si es que tienen alguna carga subversiva, pues el engranaje del establo intelectual, en sus distintos estamentos, funciona como el mejor de los relojes suizos. Y esto es así porque toda acción y reacción relacionadas con el pensamiento forman parte de un proyecto exhaustivo muy bien analizado, en el que la mente humana es el principal objetivo a desnaturalizar, y para su logro la batalla cultural es un aspecto imprescindible.

En cuanto a la posición de esta casta partidocrática y de sus amos con referencia al pueblo es muy simple: el pueblo debe callar y pagar. Todos estos políticos están de acuerdo en que si los pueblos viven en demasiada holgura económica y en una mínima libertad cultural es imposible que cumplan con su deber. Desde su punto de vista, la razón no permite eximirlos de las contribuciones, ni del libre acceso al entendimiento, porque al perder con ello la señal de sujeción, acabarían olvidándose de su condición de siervos, y si quedasen libres de tributos y capacitados para la crítica, pensarían que también se habrían liberado de la obediencia.

Para la casta política y para las oligarquías financieras que la sustentan, el pueblo es como los mulos: están acostumbrados a la carga y al desprecio y se malean más por la permisión y el pensamiento libre que por la vulgaridad y el rechazo. Pero, así como la carga de los mulos ha de procurar que sea proporcionada a sus fuerzas, así hay que hacer lo mismo con los impuestos y con las expansiones de la plebe. De vez en cuando un insignificante guiño de solidaridad o un pequeño subsidio es aconsejable, y no dejar de servirles noticias amarillas y crónicas sociales embrutecedoras en las respectivas cajas tontas, algo que siempre resulta socialmente higiénico para la seguridad del poder.

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Pero a pesar de esta humillante situación, o precisamente por ello, soñar con una rebeldía del pueblo, bien según un esquema de lucha de clases o bien de conciencia cívica es dar excesiva importancia al papel de las masas, las cuales no tienen ni conciencia de clase, ni programa político, ni mucho menos responsabilidad cívica. La marea popular, cuando se da, es casi siempre un arrebato ciego y variopinto en el que entran más aspectos abyectos que generosos. Las masas son volubles y poliédricas y los primeros en horrorizarse de la irrazonable fuerza desencadenada suelen ser los propios instigadores del impulso.

Pero, de momento, en la sociedad española no se aprecia el estallido de ninguna energía desencadenante; sólo la generosa y meritoria lucha de ciertas individualidades y de ciertas asociaciones o grupos. Estas pequeñas rebeldías, estos movimientos dispersos carecen de unidad, de cohesión y de confianza recíproca. Los nuevos antagonismos entre líderes o las viejas vanidades renacen enseguida. Los organizadores de la anhelada regeneración saben tal vez el objetivo, pero no tienen bien ordenado el proyecto para alcanzarlo. Y así son reprimidos uno tras otro fácilmente o se desvanecen y mueren enseguida.

Es justo que los corruptores globalistas y sus secuaces deban expiar su culpa por haber robado y corrompido a la humanidad, pero la regeneración pendiente es muy improbable que parta de las multitudes, veletas incapaces de adquirir directrices propias, voces impersonales que precisan la llamada unificadora que les incorpore a una tradición o a un destino. Y, por otra parte, la subversión necesaria, esa regeneración pendiente no se puede limitar al anatema o exclusión de un primer ministro, de un presidente o de un jefe de Estado, ni incluso de un partido; ha de llegar hasta los fundamentos políticos e ideológicos del Régimen. Sólo desmantelando el Sistema podremos hablar de claridad y de futuro. Y para ello es preciso crear un contrapoder a la altura de las circunstancias. ¿Quién está en condiciones de organizarlo?

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Alvar

España es un apéndice del sistema mundial consolidado tras la II guerra mundial. Hasta Franco y su ejército fundamemtalmente católico tuvo que hacer un ejercicio de humildad y realismo y «hacerse amigo» del «amigo» americano, franquicia poderosa de la sinagoga de Satanás. Se retrasó lo inevitable hasta 1975.
¿Por qué no hay resistencia al Orden Mundial jude o masónico? Porque su principal enemigo (y es obligatorio recordar las palabras de San Pablo sobre el katejon) la Santa Iglesia Católica y Apostólica, aceptó el falso relato histórico impuesto por los vencedores, y ahí acabó la lucha; ¿Cómo vas a luchar si ni siquiera sabes quién es el enemigo?
Si llevamos 80 años siendo adoctrinados para pensar que el Sistema es el paraíso en la Tierra. Si el vicario de Cristo dice que el Sistema es legítimo, que desobeder a las autoridades es pecado; desactivados los católicos para defender los derechos de Dios ¿Quién va a luchar y para qué, para poner a otros gestores igual de corruptibles?

Bernardo Suárez

Toda esa cohorte que relata Vd, es una auténtica gangrena que hay que cortar, pero no le puedo decir aquí de qué forma, pero Vd, se lo puede imaginar.

UN SALUDO POR LO DE AMABLE LECTOR

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