La Naturaleza es sabia, aunque no pocas veces cruel, pero es que la verdad es amarga frente a la mentira siempre dulce. Nada nuevo bajo el Sol, como tampoco bajo la lluvia torrencial. Nadie muere por gusto, sin duda, pero sí se puede morir por estupidez. Lo ocurrido en Valencia es el mejor retrato de la España de nuestro tiempo y del régimen del 78 que ahora llega a su cenit, al fin para el que fue diseñado y por el que ha venido desarrollándose durante medio siglo. ¿De qué se quejan? La responsabilidad, en realidad, y no se pretenda olvidar ahora, es del pueblo, de estas generaciones que vienen apoyando, y con entusiasmo, a los que han forjado la situación de disolución acelerada que vive la que fue… España; que hace ya mucho que no es, ni está, ni se la espera. Dana, terrible sicaria de la Naturaleza, es, posiblemente, el último aviso para una nación y un pueblo que se viene suicidando desde hace cincuenta años; y con fervor y entusiasmo. La realidad, en todo, siempre se impone. Podemos vivir de espaldas a ella durante un tiempo, pero eso no hace más que agravar sus consecuencias, porque al final, la realidad, se impondrá.
Un desastre predecible, máxime con los medios tecnológicos de hoy en día, no lo ha sido. Pero es que, aunque se hubiera advertido, tampoco se habría hecho caso; o al menos no en la medida necesaria. Tampoco lo duden.
Para el español de hoy en día tiene más importancia y valor el coche que la propia vida. Ya es incapaz de analizar, valorar y decidir correctamente ante lo que es evidente, sea una lluvia especialmente torrencial, sea un sistema que le perjudica y destruye más que cualquier temporal. Ante la persistente lluvia de mentiras, ante el robo y la inepcia, ante las advertencias de que esto no funciona y va a peor, y todo ello desde hace medio siglo, el español ha preferido y prefiere mirar al tendido, vivir el presente inmediato, hacer oídos sordos, inhibirse, pasar página tras página y cada vez a mayor velocidad. De aquellos barros, que dieron comienzo con un frenesí inusitado nada más fallecer Francisco Franco, y antes, estos lodos que incluso cuestan vidas.
Nada hay, por grave que sea, que saque al español de este tiempo de su estulticia, estupidez, idiocia y ensimismamiento. España es un manicomio digno de estudio internacional, en el que, como en todos los manicomios, todos creen que están cuerdos y los locos son los demás; como en la cárcel, donde todos sabemos, porque los allí encerrados así lo afirman, que son inocentes.
Dana ha puesto en evidencia lo que somos: una nada. Que el régimen del 78 es una locura. Que el sistema autonómico es un cáncer. Los profesionales de la política unos delincuentes. Que las autoridades de toda clase y condición sólo miran por sí mismos, por sus carreras y prebendas. Que todo es un paripé. Que nada funciona y que lo que parece que lo hace es por mera inercia. Que ya no es que no haya autoridad, ni orden, sino que vivimos en la anarquía, el caos y sumidos en la mediocridad más absoluta. Que, llegados al fondo del pozo, nos dedicamos, y con ahínco, a escarbar; y además sin medida.
Porque me toca especialmente, quiero resaltar, entre la lluvia torrencial de tonterías que estamos viendo y oyendo, la de los “militares”, que han permanecido acuartelados, según han dicho, a la espera de órdenes. Al menos en mis tiempos el mando que no demostraba ser capaz de adelantar de su propia iniciativa lo necesario para el mejor y más rápido cumplimiento de la misión, que es lo único que importa, no valía para el servicio. No se precisa de una orden de un lejano ministerio –orden que además por torticero cálculo político o sectarismo ideológico se sabe que o no va a llegar o lo hará tarde–, para tomar la iniciativa y… tomar el mando de la situación, incluso por encima de las ineptas autoridades civiles, no sólo en cuanto a la ayuda a los damnificados, sino también en cuanto a la imposición del orden y además con la contundencia obligada ante el caos. No haberlo hecho así es prueba de la nula valía para el servicio de los “funcionarios de uniforme” que, como los que no lo llevan, sólo miran por ellos mismos, el mantenimiento de sus cargos y prebendas o por “hacer la carrera”.
Esta Dana-la camuflada sectariamente gota fría de siempre- ha retratado con todo realismo a la España de nuestro tiempo, esa que ha ido pasando página tras página, y cada vez a mayor velocidad, de tantas y tantas lluvias torrenciales, de otras tantas y peores Danas, como fueron, sólo por recordar algunas: el asesinato de Carrero Blanco, la entrega del Sahara, la consolidación de una monarquía vacua, la legalización de unos partidos responsables de la mayor catástrofe de nuestra historia como fue la contienda 1936-39; una ley electoral nefasta, el terrorismo etarra, el ingreso en la OTAN y la UE sin blindar nuestros intereses nacionales; la imposición del aborto, las transferencias a las autonomías, la desaparición del servicio militar, la sumisión a Marruecos, la profanación de la sepultura del Generalísimo Franco; las leyes de desmemoria antihistórica, la admisión y amparo de la inmigración ilegal o de la legal a destajo; la aceptación de la ideología de género (o mejor decir degenerada), y… en fin, añadan ustedes las que consideren, que me sumo a ellas de antemano.
Lo peor, con todo, es que ya unos empiezan a lavarse la cara y otros a lavársela o dejar que se le laven. Ya se nota que todo quedará en nada, que cada cual volverá a lo suyo, cada mochuelo a su olivo, cada cual volverá a votar a los mismos, que se pasa página, que, en definitiva, y en realidad, nada ha pasado, que no hay nada de qué aprender, que todo seguirá igual, porque España, sin duda, es diferente al resto del mundo, y la España de nuestro tiempo todavía más. Ya se nota, y eso que los muertos están calientes y las destrucciones presentes. Ya lo verán.
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